viernes, 10 de abril de 2015

Capitulo 10. Petición (Final)

Dos días estuvo inconsciente, a cubierto en aquella tienda dónde un licántropo con forma de hombre la cuidaba día y noche. Salía a cazar cuando tenía hambre y tan sólo se alejaba de allí cada anochecer, cuando su cuerpo aullaba con libertad a la luna y él luchaba por dominar a la bestia que llevaba dentro.

Cuando despertó al amanecer del tercer día, le vio allí sentado. Sus ojos cerrados, su respiración calmada y el pequeño recipiente de incienso que humeaba a su vera fueron detalles suficientes para saber que rezaba en silencio. Quizá por él… quizá por ella… nunca lo supo.

Debió sentirla pues abrió ambos ojos y la miró serio.
   - Ya era hora – ella sonrió, aunque nunca hubiese pensado que sonreiría en una situación así.
   - ¿Qué ha pasado?
   - Larms te mordió – Isazara volvió a revivir lo sucedido y sintió nauseas.
   - Entonces soy…
   - No – sentenció y se incorporó, decidido a salir de la tienda.
   - ¿No? – corrió la suave tela que hacía las veces de puerta y se quedó allí, sin mirarla.
   - Parece que has tenido suerte. La herida se está cerrando, debes descansar.

Se marchó sin dejarla decir nada más.

Los días fueron pasando, las noches llegaron a su fin, ella mejoró y él creyó oportuno regresar. Saldría a cazar algo aprovechando la llegada de la luna, y tras la cena, partirían.
Una vez sola, Isazara se quedó mirando el techo, pensativa.
No era la primera vez que lo había pensado. Aquella noche, en el bosque, estuvo a punto de pedírselo.
   - ¿Acaso quieres ser débil siempre?
   - No…
   - Pues entonces entrena, aprende y supérate.
   - No quiero ser débil… ni quiero ser la presa…

“Quiero ser como tú” Esas debieron ser sus siguientes palabras, eso fue lo que quiso decirle. Pero no lo hizo porque estaba convencida de que él no la creería preparada.
¿Realmente quería esa vida? ¿Quería ese don? Málar se lo había arrebatado ahora de las manos, de la sangre… ¿Por qué? ¿No la creería digna?
Se incorporó al encontrar la respuesta, y aquella idea le rondó la cabeza durante una dekhana.


Una noche de luna llena, le encontró sentado en un árbol, esperando la llamada de los suyos. Tan sólo desvió levemente la mirada al escucharla… aunque seguramente haría mucho que sabía que iba hacia él.
   - Vete, no quiero que me veas cambiar.
   - No me importa…
   - Pero a mí sí. Vete.
   - No – resopló.
   - ¿Tan incapaz eres de seguir una orden?
   - ¿Si lo hiciera con qué ibas a regañarme entonces? – él meneó la cabeza, aunque sonrió.
Isazara se hubiese quedado allí, sentada a su lado esperando el cambio, hablando con él, escuchando su voz, sus relatos… se hubiera quedado allí todo el tiempo que hubiesen querido… pero tiempo, precisamente, no tenía.
   - Marcus… ya lo he entendido.
   - ¿Mh?
   - Hace tiempo que quiero hacerlo, pero nunca he encontrado el momento oportuno – él enarcó una ceja, perdido – Lo sucedido con Larms significa algo. Una señal de que tengo la opción de elegir.
   - Para, para, para…
   - No, escúchame. Málar me da la oportunidad de gozar del don que os dio a vosotros, pero si no me he transformado ha sido porque no desea que sea algo impuesto. No desea que mi don sea fruto del odio o la venganza – la miró incrédulo – Creo que si no me he convertido es porque quiere que elija.
   - Isazara…
   - Me dijiste que no querías que fuese así… que esperabas que te lo pidiera.
   - Isazara…
   - Te lo pido.

Silencio, sólo hubo eso entre ellos durante unos minutos, mirándose a los ojos, quizá igual de decididos como sorprendido.

   - Sólo a ti. Pues no quiero que sea ningún otro. No quiero que sea un Larms encolerizado, ni un Phineas quizá caprichoso… y mucho menos cualquier otro que me cruce por el camino… quiero que seas tú.

Los múltiples aullidos que se escucharon cortaron la conversación. La luz de la luna iluminó el cuerpo de Marcus, que se apoyó en el árbol y se convulsionó, apretando las manos en la corteza, ahogando el dolor.
Al abrir los ojos, ya no había humanidad en ellos. Sólo un lado animal y salvaje que miró con fijeza a Isazara. La cicatriz del cuello se clavó en su mente, única señal ahora de aquel desafortunado enfrentamiento. Ella tan sólo estaba allí, de pie, inmóvil, mirándole decidida.

   - Te lo pido.


En la oscuridad de la noche, en la profundidad del bosque, lo único que se escuchó fue el sonido desgarrador de una bestia mitológica. Ningún otro ser vivo se atrevió a emitir el más leve gemido, pues  todos y cada uno de ellos huyeron aterrorizados ante el aullido del lobo.

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