- ¡¿Te has vuelto completamente loca?!
¡¿Tienes la más remota idea de lo que nos has hecho pasar a tu madre y a mí?!
¡¿Crees que puedes ir correteando por las afueras como si fueras un adulto?! ¡Silcweanil
laail Araya!
Mal… sabía de sobra que cuando
Tälasoth maldecía en élfico era porque estaba realmente enfadado. La vena de su
frente palpitaba al son del fuego de sus ojos y no dejaba de llevarse las manos
a la cabeza, realmente consternado. Mi madre adoptiva estaba sentada al otro
lado de la mesa con las manos entrelazadas sobre ella, el pelo rubio le caía
sobre los hombros y sus ojos negros miraban serenos a su esposo, a punto,
seguramente, de explotar de ira.
Él siguió maldiciendo en su
lengua natal durante unos segundos más y, aunque todavía no había aprendido el
idioma, por la expresión de mi madre elfa deduje que no decía cosas agradables.
Yo tan sólo me limité a
agachar la cabeza y sacar el pequeño dardo plateado que había conseguido hacía una
dekhana, dándole vueltecitas entre los dedos bajo la mesa recordando lo que me
había dicho aquel misterioso hombre.
“No llores”
Dijo que vendría a buscarme,
pero habían pasado ya diez días y no había vuelto a saber de él y aquella noche
me había vuelto a escabullir y había corrido hacia el cobertizo. Si se había
marchado, si había jugado con los sentimientos de una simple niña, quería verlo
con mis propios ojos. Cuando puse la mano sobre la puerta y la empujé, la luz
de la luna iluminó su interior vacío. Sentí las lágrimas inundar mis ojos pero
pude controlarme, apreté el pequeño dardo entre mis insignificantes manos y
corrí por el viejo camino alejándome aún más de la ciudad, más allá de las
granjas y los cobertizos. Le llamé varias veces pero no hubo respuesta a mi
súplica y me sentí traicionada. Me hice una bola abrazando mis rodillas y me
quedé allí quieta, bajo un árbol, luchando por no romper a llorar.
Casi amanecía cuando un
anciano mercante me encontró, Nevesmortas no era famosa por ser grande, de
algún modo todos nos conocíamos, así que el viejo Nargul me reconoció al
instante, me cogió de la mano y me sonrió con cariño. “Ven princesa, te llevaré
a casa”
Al principio, Tälasoth me
había abrazado con tanta fuerza que pensé que me rompería en mil pedazos, luego
Neru me bañó y me dejó dormir largas horas. Pero ahora, sentada en aquella
mesa, lo único que ahogaba el rugir de mis tripas eran los gritos de mi padre.
- ¿Tienes algo que decir, señorita?
- Amor, relájate un poco.
- ¡No me pidas que me relaje Neru! Tú mejor
que nadie sabes los peligros que hay ahí fuera.
- Lo sé, pero la niña está bien, está a
salvo.
- ¡¿A salvo?! ¡¿Con una impulsividad como
esa cómo diantes va a estar a salvo?! ¡Tiem anewela cela weelaa! ¡¿En qué
pensabas?! ¡¿Dónde fuiste?! – se hizo un largo silencio y deduje que esta vez
sí debía hablar.
- A las granjas…
- A las… a las granjas… estupendo… si,
perfecto…
- Tälasoth…
- No, tu hija se va de aventuras por las
granjas, es maravilloso, ¡Silmileleccelae! ¿Quieres una hoz? ¿Quieres un
huerto? Porque quizá yo estoy aquí perdiendo el tiempo intentando que estudies
y aprendas algo importante en la vida y tú sólo quieres ser una vulgar
granjera!
- La magia me aburre…
Si mi pequeña incursión a las
afueras no había derrumbado a mi padre, aquellas palabras sí lo hicieron.
Seguramente, decirle a un gran hechicero que la magia era aburrida no era lo
más acertado.
- ¡Esto es el colmo! ¡¿Qué te aburre?! ¡¿Si
ni siquiera tienes la capacidad de mantenerte sentada cinco minutos cómo
demonios vas a saber si te aburre o no?!
- Tälasoth, sólo tiene seis años…
- ¡¿Sólo?! ¡¿Sólo?! ¿Tienes idea de lo que
son seis años humanos?! ¡¿Crees que vivirá cien años acaso?! ¡No
puede quedarse ahí sentada sin hacer nada!
- ¿Acaso tú en tu niñez sabias lo que
deseabas?
- ¡Yo fui un innato, no tuve elección!
- Exacto. No tuviste elección Tälasoth, pero
ella sí la tiene.
“Toc, toc, toc”
Los tres desviamos la mirada
hacia la puerta, el ambiente se calmó al instante y ví cómo la vena de mi padre
se iba deshinchando a cada paso que daba hacia la puerta de entrada. Aproveché
el momento para bajar de la silla y dar un paso hacia las escaleras que subían
a mi habitación, pero Tälasoth se giró y me señaló con el dedo a la par que
abría la puerta.
- Ni se te ocurra jovencita, no he terminado
contigo – se giró para ver al que había llegado sin dejar de hablar –, no creas
que puedes….
El silencio fue tan repentino,
tan confuso. Sentí el corazón de mi padre detenerse durante un segundo mientras
mi madre ahogaba un grito llevándose las manos a la boca, los dos estaban tan
sorprendidos de la visita que fui incapaz de irme a hurtadillas. Miré a mi madre
y vi cómo las lágrimas afloraban en sus ojos mientras mi padre seguía allí,
petrificado, sin pronunciar una sola palabras. Me subí sobre la silla y apoyé
las manos en la mesa para inclinarme y poder ver al recién llegado.
- Dardo… - su nombre pronunciado por mi
padre me dejó atónita y, a pesar de que no entendía nada, sonreí al verle de
nuevo.
- Hola… hermano…
Mi padre le abrazó con tanta
fuerza, con tanto cariño como me había abrazado a mí la noche anterior, cuando
me llevaron a casa. Jamás había visto a mi padre un impulso así con otra
persona que no fuéramos mi madre o yo, nunca le había visto abrazar a nadie, y
sin embargo allí estaba, apretando tan fuerte a Dardo entre sus brazos que los
escasos músculos se le marcaban y percibí sus hombros contraerse en un llanto
ahogado.
Dardo le correspondió en el
abrazo y me dedicó un guiño.
Quizá el mundo se detuvo en
ese momento, porque ni siquiera yo recuerdo cuánto tiempo estuvieron abrazados.
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