- ¿Por qué me sigues?
El gruñido apenas se escuchó
pero hizo ruborizar a Isazara. Phineas alzó una ceja contrariado mientras
Marcus esperaba una respuesta que nunca obtuvo.
- Creo que no me entiende – la lengua común
salió de sus labios mientras la pequeña se agarraba de su mano volviendo a
dejarle en blanco.
- Creo que tu mascota sólo responde a lo que
quiere…
- No importa… - suspiró y se soltó sin
reparo – Niña, necesito las manos para defenderme, déjalas estar – ladeó la
cabeza mirándole con cara de incertidumbre, sujetándose entonces a su pantalón
– Ya… bueno… vamos, necesito unas cosas de la cueva.
- La noche se nos echa encima.
- Entonces camina rápido.
Sus pasos acelerados los
llevaron a la entrada de una cueva en el camino de la bifurcación. Los tres se
adentraron en ella y acabaron con la ridícula emboscada que les tendieron.
- Se acerca la hora…
- Adéntrate tú.
- Marcus…
- Ahora te sigo, Phin – sujetó el brazo de
Isazara y la arrastró al fondo de la entrada a la cueva, mientras Phineas se
fundía en solitario en la oscuridad. Marcus cerró los ojos y al abrirlos gruño
levemente – Quédate aquí – ella negó haciéndole resoplar, cansado de jugar al
gato y el ratón – Tú misma…
Se escuchó un aullido
frustrado mientras Marcus se adentraba en la profundidad de la cueva,
fusionándose con las sombras, desapareciendo entre ellas. Consciente de que la
chiquilla le seguiría, decidió retirar la cautela, cansado de intentar evitar
que la niña fuera consciente de la realidad. Quizá fue precipitado, quizá fue
peligroso, pero lo cierto fue que al aparecer, ya no era un hombre. Lo que los
ojos de Isazara vieron fue a una mutación, una mezcla entre el hombre que había
tenido frente a ella y un lobo amenazante y poderoso.
Las historias que escuchó en
su niñez cobraban vida ante sus ojos. Siempre había escuchado relatos sobre
criaturas mitológicas que en su arboleda sólo existían en los cuentos. Pero
ahora tenía una frente a ella… un terrible hombre lobo que, tras desgarrar sin
ningún esfuerzo a sus adversarios, se giró hacia ella y la fulminó con aquellos
ojos rojos penetrantes.
Corrió de nuevo hacia la
salida, pero el licántropo la detuvo. Se agachó asustada, intentando comprender
lo que sucedía, y al mirar hacia abajo vio el collar que él mismo le había regalado
dekhanas antes. Un collar hecho de hojas y ramas entrelazadas, con un colmillo
pendiendo de él. Recordó las palabras élficas que le susurró para activarlo, y,
sin saber muy bien por qué, las pronunció.
El colmillo brilló tenuemente,
y una fuerza ajena la golpeó con fuerza, quebrando sus huesos, haciendo que creciese
pelo por todo su cuerpo, polimorfándola en una pequeña loba, asustada y
acorralada.
Al licántropo poco le importó
su cambio, la tomó del cuello y la obligó a mirarle. En sus ojos pudo
distinguir el brillo de la inteligencia, de la cordura (quizá ahora no muy
presente, pero existente) y del razonamiento. La soltó tras un fuerte gruñido,
más molesto que amenazante, y ante sus ojos aquel licántropo tomó de nuevo la
figura que ella bien conocía. La figura de un hombre. La figura de Marcus.
- ¿Es que no sabes ni seguir una simple
orden? – cuando se tranquilizó un poco, Isazara volvió también a su forma,
mirándole incrédula. Él se agachó y frunció los labios, suspirando – Ven, no te
haré daño… no tengas miedo.
La pequeña le miró barajando
todas las posibilidades. Miró la salida, miró al medio hombre que tenía
delante, miró el techo de la cueva e incluso las profundidades en las que se
había perdido Phineas.
Marcus la miraba fijamente,
con el gesto tranquilo. Por alguna razón, ella sintió que era sincero. Por
alguna razón, supo que, por extraño que pareciese (y a pesar de haber
descubierto un secreto que bien debería guardarse para él), no le haría daño.
Quizá fue su mirada segura o su voz cálida lo que hizo mella en la chiquilla.
Lo que hizo que decidiese ofrecerle la misma extraña confianza que él acababa
de mostrarle.
- ¿Para que puedas morderme? – por primera
vez desde que había llegado, el común perfecto y razonado surgió de sus labios,
y el tono infantil y despreocupado desapareció en sus palabras. Marcus la miró
sorprendido y se incorporó.
- ¿Desde cuándo hablas común?
- ¿Desde cuándo eres un lobo?
La corta conversación que
mantuvieron dejó bien claro que ambos guardaban un secreto que no deseaban que
fuera descubierto. Era extraño que un licántropo se descubriera de esa forma y
no hubiesen consecuencias, quizá confiar en la pequeña era una apuesta
arriesgada, pero así era Marcus, impredecible.
Le lanzó aquel libro que
llevaba guardado, esperando a que la muchacha supiese hablar una lengua que
creía que ignoraba. El símbolo de Malar rezaba en su portada, y al caer al
suelo, el polvo y la arenilla voló a su alrededor.
- Ahora voy a adentrarme de nuevo en la
cueva… cuando salga, puedes estar aquí o no. Es elección tuya.
Cuando le dio la espalda, en
su fuero interno estaba convencido de que la niña desaparecería en un abrir y
cerrar de ojos, mas lo único que desapareció fue aquel tomo viejo, pues ella
seguía allí cuando Phineas, sangrando de pies a cabeza, y él regresaron.
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