viernes, 30 de octubre de 2015

Capitulo 04. Elegido


“Levántate”

El dolor en la cabeza y en el pecho era espantoso, sentía como si todos los huesos se hubiesen resquebrajado y cientos de astillas vagasen libres por mi interior desgarrando todo lo que encontraban.

“Levántate”

Aquella voz espectral llegó a mí como un susurro siniestro, un susurro que entró en mi cuerpo y lo recorrió sanando mis heridas. Abrí los ojos y observé mi alrededor desde el suelo. La nada me rodeaba, kilómetros y kilómetros de desierto rocoso con algunas mesetas de extrañas formas.




“¡Levántate!”

En esa ocasión el susurro fue más una orden, mi cuerpo reaccionó y me incorporé de un salto, mirando al frente con la esperanza de encontrar a la criatura que me hablaba mentalmente. Sentía el eco de aquella palabra perderse en el infinito pero sabía que sólo estaba en mi interior. Giré sobre mí mismo un par de veces y avancé sin rumbo buscando… algo.
Pero allí no había nada, sólo un mar de arenilla y roca que se desplegaba hasta más allá de donde mis ojos alcanzaban en todas direcciones.
   - ¿Dónde estoy? – me atreví a preguntar.
“En su dominio”
   - ¿Y eso qué significa?

El silencio me impacientó y seguí caminando sorteando piedras puntiagudas y escalando algunas formas rocosas hasta llegar a lo alto de una meseta donde tuve una mejor vista. Y lo que vi atravesó con fuerza mi alma y mi espíritu.
La guerra que había librado junto a mi padre en las puertas de Hl’uzhar era un juego de niños comparado con lo que allí había. Una encarnizada batalla donde el color predominante era el rojo carmesí, que bañaba todo lo que tocaba a su paso tiñendo el horizonte. Una y otra vez los combatientes caían derrotados, volvían a levantarse y al hacerlo embestían contra los que, segundos antes, eran sus aliados. Una y otra vez la lealtad era quebrantada. No existía fidelidad en tan encarnizado enfrentamiento.
Intenté apartar mis ojos de la cruenta pelea y busqué en el firmamento alguna otra cosa. Lo único que se veía era desierto, pero si se afinaba la mirada se distinguía en la lejanía una torre roja que se alzaba victoriosa.
   - ¿Dónde demonios estoy…?
“En su domino”
   - ¡¿Y eso qué significa?! – me giré buscando la voz, enojado por tanto misterio.

Sólo entonces comenzaron a formarse dos figuras que ascendían por la meseta, por el mismo camino que yo había tomado. La primera era un fornido elfo vestido con piezas de cuero manchadas de sangre, sus ojos brillaban con el conocimiento de siglos y su piel estaba llena de cicatrices. En su cinto yacían silenciosos dos estoques y en su espalda otros dos vibraban impacientes por ser desenfundados.
La segunda figura era un hombre gigantesco ataviado con armadura completa mellada y llena de sangre, seguramente debido a los miles de combates. En su mano portaba una gran hacha y la sangre corría por su filo goteando hasta el suelo. Sus brazos y sus piernas mostraban diversas heridas que lucía orgulloso y su rostro estaba cubierto por un casco cerrado. El inmenso humano se acercó hasta mi altura y señaló la batalla con el hacha. Yo volví a escuchar la voz en mi cabeza, y ahora que los tenía delante supe que el que hablaba era el elfo.
"Durmas, hijo de Jarred, éste es su domino. La guerra, la sangre, la muerte. El honor de vencer en cada victoria sólo lo saborean aquellos que lo merecen" – el humano cerró el puño frente a mi cara – "el resto son aplastados."
   - ¿Tú…? ¡¿Vos…?!

De pronto me di cuenta de lo que estaba pasando, no podía explicarlo pero era tan real como mis dieciséis años vividos. Miré a aquel inmenso humano parado frente a mí, con su gran puño metálico cerrado frente a mis ojos... El martillo de enemigos, el señor de la batalla, el Dios de la Guerra se alzaba magnánime frente a mí. Hinqué la rodilla en el suelo y agaché la cabeza mostrando todo el respeto que un Dios merecía, recordando sólo entonces que le había gritado…
"Levántate."

Aquella vez el elfo no tuvo que pedirlo dos veces, me incorporé en el acto pero no fui capaz de alzar la vista. Recordé por mis días de lectura que el gran Tempus nunca hablaba a aquellos a los que se presentaba, siempre utilizaba un guerrero caído digno de su reconocimiento para hacer de voz.
"Ha visto en su letargo tu sed y tu ansia, ha visto tu fuerza y tu anhelo, ha visto tu muerte y tu templanza. Observa ahora los guerreros eternos y responde. ¿Deseas vivir?"
   - Más que nada en este mundo… señor… - Tempus giró la cabeza hacia mí.
"¿Por qué?"
   - Yo… deseo ser un gran guerrero, librar batallas y sentir el acero en mis manos y el ardor de la batalla en mis venas – el martillo de enemigos me dio entonces la espalda y dos caballos, uno negro y otro blanco, aparecieron por la meseta.
"Entonces ve. Clama a los vientos la guerra, busca en el horizonte a los guerreros olvidados. Lucha y lábrate un destino como heraldo de la guerra. Sé uno más de sus muchos ojos y voces."

Tempus se subió a lomos del magnífico animal blanco, me dirigió una última mirada, encabritó a la bestia y corrió meseta abajo rumbo a la eterna guerra. El elfo se quedó allí conmigo, mientras el caballo negro me miraba.
   - ¿Este es…? – intenté recordar el nombre del caballo negro de Tempus, escrito en tantos manuscritos.
"Tú no eres digno de Deiros. Ninguno lo somos" – efectivamente, al fijarme más en el caballo me di cuenta de que no era tan magnífico y deslumbrante como el blanquecino que se había lanzado hacia la batalla.
   - ¿Qué debo hacer ahora? - el elfo materializó una hacha de batalla en sus manos y me la tendió
"Este es su símbolo. Pórtalo con orgullo y no permitas que su filo toque nunca el frío suelo. Alza tu voz y lleva su dogma a todo aquel que sea digno de escucharlo. Ahora levántate, Durmas hijo de Jarred" – el elfo se subió a lomos del caballo negro, lo encabritó también y dirigió las patas del animal hacia mí.

Me protegí con el hacha y cerré los ojos esperando el golpe, que fue simplemente un sonido hueco sobre mí.
“Levántate. La mano de Tempus te ha elegido”



Cuando abrí los ojos, el dolor en la cabeza regresó, la sangre en mi boca despertó un desagrado en mi estómago al saborearla y los gemidos que me rodeaban me desconcertaron. Me incorporé levemente y descubrí que estaba bajo techo, en algún templo dónde habían reunido a los heridos.
El rostro de mi padre fue lo único que reconocí entre tanta gente.
   - ¡Durmas!
   - Padre… ¿qué ha pasado?
   - ¿qué ha pasa….? ¿qué ha…? ¡Lo que ha pasado es que te di una orden muy sencilla y la desobedeciste deliberadamente!
   - Jarred, no es momento de echarle la bronca al crio – sonreí y volví a tumbarme.
   - No importa, puede reñirme…  era mi destino.
   - ¿Tú destino? Aún deliras hijo…
   - No… ahora ya sé lo que debo hacer… ahora ya sé quién soy – cerré los ojos y caí en un sueño profundo.

Mientras la consciencia se me escapaba escuché una última frase de los labios de mi padre. Una frase que me hizo sonreír aún más.

   - Duerme hijo… luego ya me explicarás de dónde has sacado ese hacha…

jueves, 22 de octubre de 2015

Capitulo 03. Batalla

Sangre y muerte eran lo único que se hallaba frente a las puertas de Hl’uzhar. Sangre que manchaba de rojo carmesí la tierra y la hierba que los diestros guerreros pisaban; muerte que se dejaba oír como un leve susurro que recorría insaciable el campo de batalla.

Uno a uno fueron cayendo, uno a uno fueron expirando su último aliento mientras sólo quedaban en pie los más duros, los más fuertes… los mejores. Y entre todo el caos, entre toda la muerte, entre los cuerpos mutilados, desgarrados, ensangrentados y deformes luchaba con valentía y esmero el joven humano de apenas 16 inviernos, un joven al que le habían prohibido ir y, sin embargo, al que agradecían que estuviese allí en ese momento.

Los ojos de Durmas y su padre se cruzaron una sola vez, suficiente para que el hijo supiese que el padre no estaba contento con su presencia, suficiente para que el padre supiese que el hijo estaba tan loco como él.
Los gritos, en ocasiones, eran ensordecedores. Tanto aliados como enemigos gritaban con fuerza en cada carga, en cada golpe y en cada herida. Durmas lanzaba su hacha con fuerza y precisión a aquellos a los que encontraba, aguantaba los golpes resguardándose bajo su escudo y se movía con inteligencia a lo largo del campo.

Encontró un zhent encapuchado que le miró serio, sin duda analizándole. Entre el barullo aquel extraño se detuvo con la parsimonia de un bloque de hielo y movió con gracilidad sus estoques en las manos. Sonrió con una frialdad y determinación escalofriante y esperó que Durmas reaccionara. El joven humano lo analizó también con toda la rapidez que pudo. Le sacaba una cabeza de altura pero los músculos marcados en su fina figura denotaban la fuerza que probablemente tendría, parecía más un muchacho que acabara de salir de la escuela que un sanguinario enemigo, pequeño y delgado… ¿un elfo quizá? Sus estoques estaban bien cuidados y el líquido rojo descendía por el filo tiñéndolo del color de la sangre, se colocó en posición defensiva y Durmas atacó.
Justo antes de alcanzarle el zhent giró sobre sí mismo, sorprendiendo a Durmas, golpeándole en la espalda con ambas armas. Sintió el filo chocar contra la armadura, frenó en seco y al girar interpuso el escudo entre él y la nueva estocada del enemigo mientras que con la otra mano lanzaba el hacha sobre el pecho del zhent, que lograba esquivarlo gracias a una destreza envidiable. Rodó por el suelo y se quedó agazapado a un par de metros de Durmas, la capucha se le deslizó hacia atrás y sus orejas puntiagudas quedaron al descubierto mientras sus ojos verdes brillaron en un destello asesino.


No muy lejos de aquella batalla, otra de igual magnitud se libraba, pues Jarred luchaba con esmero contra un semiorco que intentaba abatirlo con un inmenso espadón. El capitán de la milicia de Bulborp ridiculizaba a la enorme criatura esquivando con elegancia cada uno de sus golpes, lo que enfurecía cada vez más al semiorco que se ponía nervioso y volvía a fallar.
Y a varios metros de ellos, otros tantos milicianos combatían con orgullo y precisión mientras los zhents iban retrocediendo conscientes de que los superaban.

Sin embargo, aquel elfo no cesó en su empeño a pesar de ver cómo sus compañeros se replegaban. Sujetó con fuerza sus estoques y se abalanzó contra Durmas, pero en esa ocasión el joven estaba preparado, esquivó el ataque y golpeó con el hacha en su pecho. El elfo vio venir el arma y se protegió con los brazos, lo que le obligó a soltar ambas armas, y gimió rudo cuando el filo desgarró la carne de su brazo derecho.
Durmas sonrió, ahora el enemigo estaba herido y desarmado, pero aquel zhent era más inteligente de lo que aparentaba. Tomó carrerilla hacia Durmas, agarró mientras corría una maza ensangrentada que había en el suelo, dio un salto hacia el tronco de un árbol y se ayudó de él para abalanzarse de nuevo, desde las alturas, hacia el joven.
Sorprendido, lo único que se le ocurrió a Durmas fue protegerse con el escudo. Se agachó y colocó la protección justo sobre su cabeza en el preciso instante en que el zhent arremetía contra él. El escudo lo protegió del golpe, de ese y del siguiente… y del siguiente… y del siguiente. Durmas creyó que nunca cesaría de golpear y tras varias arremetidas se dio cuenta que el escudo empezaba a abollarse. Debía hacer algo, no podía quedarse en esa posición esperando que el elfo se cansase.
De modo que tomó una decisión. El siguiente golpe fue fuerte, cargado de rabia y de ira, cuando el elfo alzó la maza de nuevo Durmas utilizó todo el peso de su cuerpo para alzar el escudo y golpearle en la cara con él, pero el zhent fue más rápido, esquivó el movimiento y al ver a Durmas totalmente desprotegido le golpeó con un ansia cruenta en la cara, lanzándolo hacia el mismo árbol donde, momento antes, se había apoyado.

El dolor fue horrible, cuando Durmas escuchó cómo su mandíbula se fracturaba pensó que no existía dolor más profundo, pero el golpe seco en la cabeza al chocar contra el árbol fue su perdición, pues el dolor profundo le atravesó por la columna y se escapó hasta los dedos de los pies.

Cayó al suelo de cara, hundiendo el rostro en la tierra manchada de la sangre de los enemigos, de los aliados y ahora de la suya. Entonces sintió aquella maza de nuevo caer con fuerza sobre su cabeza… y el mundo se tornó negro.



Seguiremos soñando

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