- Mira estos surcos… ¿Ves las marcas de
alrededor? Está más hundido que el resto. Eso es porque o está muy gordo o
lleva una armadura pesada – Isazara rió levemente y Marcus sonrió – Me inclino
más por lo segundo.
Anduvieron unos metros hasta
detenerse de nuevo.
- Mira estas, son muy finas… quizá un elfo…
- Araña…
- No, las arañas dejan otro tipo de huellas
– la niña dio un par de toquecitos en el hombro al explorador.
- No, digo que hay una araña – señaló frente
a ellos y Marcus resopló.
- Odio las arañas…
Varias dekhanas habían pasado
desde la confesión tan extraña que ambos se habían hecho, y ahora, como si el
mismísimo Málar así lo hubiese dispuesto, licántropo y niña paseaban juntos,
comían juntos, dormían juntos…
Él había empezado a darle una
educación distinta con la que la chiquilla había crecido. El Dios de la caza
surgía ahora en todas sus conversaciones, fluía por el interior de ambos.
Isazara dejó de pronunciar sus cánticos hacia el padre árbol… sólo la gratitud
por la caza y por haber encontrado a Marcus, surgía ahora en sus plegarias.
Su confianza era extraña. Él
le había confesado que al ser mujer y niña, nunca la hubiese tocado.
- ¿Me matarías si fuese chico?
- Si valieses la pena, sí.
- ¡Claro que valdría la pena! ¡Sería el
mejor chico de todos! – él sonrió y apoyó la mano en su cabeza.
- No lo dudo.
Con el tiempo, ella fue
creciendo. La niña que llegó a Nevesmortas se convirtió en una jovencita
adolescente. Descubrió el secreto que Phineas también guardaba, aunque fue un
descubrimiento intuitivo, del que Marcus nunca dio una respuesta clara.
- Vale, vale, lo capto. Os protegéis entre
vosotros.
- Muy lista te estás haciendo…
Conoció al desaparecido Larms.
Un tipo mucho más extraño que Marcus (si eso podía ser posible). Distraído,
relajado y sucio… sucio como la tierra, la hierba y el aire. Sucio como estaría
la naturaleza si viviese en ella misma.
Nunca habló común delante de
ellos. Nunca habló común delante de nadie. Sólo con Marcus… aunque sabía que
eso podía cambiar.
- ¿Y ese quién era?
- Un amigo… de los míos.
Su manada estaba cerca,
siempre vigilante, siempre presente, pero ella nunca los había visto a todos
juntos. Ni siquiera había tenido la confirmación que tuvo con él, la idea de
que Phineas y Larms eran también licántropos era sólo eso… una idea, una
suposición que él nunca negó ni confirmó.
Pero Marcus ya no se escondía
para transformarse… y eso a veces no era muy inteligente.
La última noche, la pasaron en
una habitación de la posada de la Bifurcación. Ella estaba rendida, pues el
viaje al bosque legendario había acabado siendo más aparatoso de lo que se
esperaban. Marcus veía bestias allí donde ella tan sólo veía aire, y las
águilas eternas decidieron darle caza antes de que ella pudiese reaccionar…
suerte que estaba Marcus…
…otra plegaria más hacia Málar
llena de gratitud por llevarla a él.
Esa noche, él sentado en el
suelo y ella tumbada en la cama, le relató su pasado, su propia caza. La última
noche que fue presa. La noche en la que se convirtió en cazador.
Era un don, así lo había
llamado Marcus. Una bendición.
El dolor estaba patente en
cada transformación, pero lo que sentía después no podía explicarse con
palabras.
La noche oscureció la posada y
allí, encerrado en aquellas cuatro paredes, se convulsionó, se encorvó y se
transformó. Ella apartó la mirada, pero el sonido de sus huesos romperse no
podía ignorarlo. Le oyó gruñir y le miró.
En aquella posada, Marcus
tardó en controlar a la bestia, destrozó toda la habitación y provocó en la
chiquilla un miedo que no se podía ocultar. Isazara intentó tranquilizarlo con
ronroneos, y tuvo suerte de conseguirlo… quién sabe qué hubiese pasado si esa
noche precisamente, la bestia hubiese ganado el combate.
Al amanecer estaba sola.
Agazapada entre la hierba, inmóvil. Su pelo, ahora sujeto en una coleta,
también había aprendido a no moverse. Su ocultación aún estaba por mejorar,
pero tenía bien asimilado lo básico.
La presa estaba justo frente a
ella, no había notado su presencia… eso fue su final.
El oso negro cayó inerte, con
varias cuchilladas en la yugular. El desayuno estaría preparado en poco tiempo
y Marcus se sentiría orgulloso por la presa. La carne de oso estaba más buena
que la de ciervo…
Lo despellejó con aquel
obsequio que el licántropo le había hecho. Separó la piel de la carne, vació
sus tripas dividiendo lo que servía de lo que no, y mientras hacía todo
aquello, susurraba ronroneos y gruñidos.
“En esta mañana de caza, no hay otra cosa
posible que darte gracias, mi señor, por esta presa tan bien hecha, por la
fortuna de encontrarla y la gracia de cazarla”
Su cuerpo y sus ropas estaban
manchadas de la sangre del animal, y ella lamió sus dedos probándola. Aún
caliente, aquella victoria sabía incluso mejor.
Se limpió como pudo en un
riachuelo, eliminando la sangre de sus manos y su cara, pero dejando las
manchas en la ropa. Así conservaría el olor a animal, conservarían la esencia
de la caza.
Arrastró las bolsas de carne
hasta el caldero que había preparado Marcus, cuyas tripas se escuchaban desde
el otro lado del bosque.
- ¡Va niña! ¡Que tengo hambre!
- ¿Y cuándo no?
Entre risas infantiles, lecciones,
preguntas sin respuesta y trivialidades, licántropo y niña volvieron a
compartir un desayuno.
Uno en honor a un dios
secreto.
Uno en honor a Málar.
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