viernes, 10 de abril de 2015

Capitulo 07. Caza

   - Mira estos surcos… ¿Ves las marcas de alrededor? Está más hundido que el resto. Eso es porque o está muy gordo o lleva una armadura pesada – Isazara rió levemente y Marcus sonrió – Me inclino más por lo segundo.

Anduvieron unos metros hasta detenerse de nuevo.
   - Mira estas, son muy finas… quizá un elfo…
   - Araña…
   - No, las arañas dejan otro tipo de huellas – la niña dio un par de toquecitos en el hombro al explorador.
   - No, digo que hay una araña – señaló frente a ellos y Marcus resopló.
   - Odio las arañas…

Varias dekhanas habían pasado desde la confesión tan extraña que ambos se habían hecho, y ahora, como si el mismísimo Málar así lo hubiese dispuesto, licántropo y niña paseaban juntos, comían juntos, dormían juntos…

Él había empezado a darle una educación distinta con la que la chiquilla había crecido. El Dios de la caza surgía ahora en todas sus conversaciones, fluía por el interior de ambos. Isazara dejó de pronunciar sus cánticos hacia el padre árbol… sólo la gratitud por la caza y por haber encontrado a Marcus, surgía ahora en sus plegarias.

Su confianza era extraña. Él le había confesado que al ser mujer y niña, nunca la hubiese tocado.
   - ¿Me matarías si fuese chico?
   - Si valieses la pena, sí.
   - ¡Claro que valdría la pena! ¡Sería el mejor chico de todos! – él sonrió y apoyó la mano en su cabeza.
   - No lo dudo.


Con el tiempo, ella fue creciendo. La niña que llegó a Nevesmortas se convirtió en una jovencita adolescente. Descubrió el secreto que Phineas también guardaba, aunque fue un descubrimiento intuitivo, del que Marcus nunca dio una respuesta clara.
   - Vale, vale, lo capto. Os protegéis entre vosotros.
   - Muy lista te estás haciendo…

Conoció al desaparecido Larms. Un tipo mucho más extraño que Marcus (si eso podía ser posible). Distraído, relajado y sucio… sucio como la tierra, la hierba y el aire. Sucio como estaría la naturaleza si viviese en ella misma.
Nunca habló común delante de ellos. Nunca habló común delante de nadie. Sólo con Marcus… aunque sabía que eso podía cambiar.
   - ¿Y ese quién era?
   - Un amigo… de los míos.

Su manada estaba cerca, siempre vigilante, siempre presente, pero ella nunca los había visto a todos juntos. Ni siquiera había tenido la confirmación que tuvo con él, la idea de que Phineas y Larms eran también licántropos era sólo eso… una idea, una suposición que él nunca negó ni confirmó.
Pero Marcus ya no se escondía para transformarse… y eso a veces no era muy inteligente.

La última noche, la pasaron en una habitación de la posada de la Bifurcación. Ella estaba rendida, pues el viaje al bosque legendario había acabado siendo más aparatoso de lo que se esperaban. Marcus veía bestias allí donde ella tan sólo veía aire, y las águilas eternas decidieron darle caza antes de que ella pudiese reaccionar… suerte que estaba Marcus…

…otra plegaria más hacia Málar llena de gratitud por llevarla a él.

Esa noche, él sentado en el suelo y ella tumbada en la cama, le relató su pasado, su propia caza. La última noche que fue presa. La noche en la que se convirtió en cazador.
Era un don, así lo había llamado Marcus. Una bendición.
El dolor estaba patente en cada transformación, pero lo que sentía después no podía explicarse con palabras.
La noche oscureció la posada y allí, encerrado en aquellas cuatro paredes, se convulsionó, se encorvó y se transformó. Ella apartó la mirada, pero el sonido de sus huesos romperse no podía ignorarlo. Le oyó gruñir y le miró.

En aquella posada, Marcus tardó en controlar a la bestia, destrozó toda la habitación y provocó en la chiquilla un miedo que no se podía ocultar. Isazara intentó tranquilizarlo con ronroneos, y tuvo suerte de conseguirlo… quién sabe qué hubiese pasado si esa noche precisamente, la bestia hubiese ganado el combate.



Al amanecer estaba sola. Agazapada entre la hierba, inmóvil. Su pelo, ahora sujeto en una coleta, también había aprendido a no moverse. Su ocultación aún estaba por mejorar, pero tenía bien asimilado lo básico.
La presa estaba justo frente a ella, no había notado su presencia… eso fue su final.
El oso negro cayó inerte, con varias cuchilladas en la yugular. El desayuno estaría preparado en poco tiempo y Marcus se sentiría orgulloso por la presa. La carne de oso estaba más buena que la de ciervo…

Lo despellejó con aquel obsequio que el licántropo le había hecho. Separó la piel de la carne, vació sus tripas dividiendo lo que servía de lo que no, y mientras hacía todo aquello, susurraba ronroneos y gruñidos.
   “En esta mañana de caza, no hay otra cosa posible que darte gracias, mi señor, por esta presa tan bien hecha, por la fortuna de encontrarla y la gracia de cazarla”

Su cuerpo y sus ropas estaban manchadas de la sangre del animal, y ella lamió sus dedos probándola. Aún caliente, aquella victoria sabía incluso mejor.

Se limpió como pudo en un riachuelo, eliminando la sangre de sus manos y su cara, pero dejando las manchas en la ropa. Así conservaría el olor a animal, conservarían la esencia de la caza.
Arrastró las bolsas de carne hasta el caldero que había preparado Marcus, cuyas tripas se escuchaban desde el otro lado del bosque.
   - ¡Va niña! ¡Que tengo hambre!
   - ¿Y cuándo no?
Entre risas infantiles, lecciones, preguntas sin respuesta y trivialidades, licántropo y niña volvieron a compartir un desayuno.
Uno en honor a un dios secreto.

Uno en honor a Málar.

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