- Mamá – le dije a Neru mientras me arropaba
- ¿Se quedará Dardo con nosotros? – ella me besó en la frente y me tapó hasta
los hombros.
- Mi ángel, los caminos de un viajero son
tantos y tan cambiantes…
- Pero a mí me gusta – sonreí y saqué el pequeño
dardo plateado –, me dio esto.
Neru sonrió con cierta
nostalgia mirando el dardo, yo no lo sabía entonces, pero aquel pequeño objeto
tenía mucho más significado del que pensaba. Volvió a besarme en la frente y me
retiró algunos mechones de la cara antes de apagar la luz y salir de mi
habitación.
Pobre inocente elfa si
realmente pensaba que iba a quedarme allí tumbada. En el momento en que escuché
sus pasos bajar por la escalerilla, me levanté y caminé a hurtadillas hasta que
pude escucharles. Al principio la voz de mi padre era una mezcla de añoranza y
reproche, luego fue serenándose hasta incluso quedar apagada.
- Podrías haber escrito o… mandar un
mensajero… algo.
- Lo sé, y creeme que lo siento, pero no he
tenido unos años sencillos.
- ¿Y tampoco un segundo para escribir a tu
familia?
- Ni siquiera sabía dónde estabas, Tälasoth.
- Creí que habías muerto… ambos lo creímos.
Te enterramos, te lloramos…
- Siempre fuiste muy precipitado – Dardo rió
un poco y su risa contagió a mi padre.
- Sí,
supongo que sí.
El olor a té de hierbabuena
inundó el ambiente y los halagos por la casa o la comida hicieron desaparecer
mi interés. Me dediqué a darle vueltecitas al pequeño dardo, mirándolo
detenidamente mientras el brillo iluminaba mis ojos.
-
¿Cómo entonces supiste que estábamos aquí?
- Oh, no lo sabía, pero tenéis una hija muy
curiosa – sonrió –. He de admitir que cuando pronunció nuestro apellido me
sentí emocionado a la par que confuso.
- ¿Confuso?
- Si, bueno, no es un apellido que haya
escuchado en otro lugar, así que era poco probable que fuera otra familia pero…
Araya es humana - aquello devolvió mi
interés por la conversación.
- Si, es cierto. Deseábamos un hijo pero los
dioses deben habernos maldito por el pasado y, por mucho que lo intentamos
nunca pudimos concebir. Araya fue un regalo, quizá por las súplicas o quizá
sólo un capricho del destino. Neru la encontró en un canastro a la deriva de un
pequeño río a las afueras, se fue a pescar y regresó con una hija. Avisamos a
la guardia y pusimos algunos carteles, pero nadie la reclamó. Cuando nos
dijeron que la mandarían a un horfanato…
- Os la quedasteis sin más.
- Cuanta frialdad pueden albergar aún tus
palabras, Dardo T’haril – sin duda a mi madre le dolió la forma en que Dardo lo
había dicho, casi como un reproche.
- No es frialdad, mi querida Neru, sino una
realidad. ¿Qué sucederá cuando la niña crezca y empiece a hacer preguntas?
- Araya sabe todo cuanto hay que saber,
nunca quisimos engañarla y en el primer instante en que preguntó se le contó la
verdad. Es lista, muy lista, enseguida notó las diferencias físicas que nos
separan.
- Si, es lista… y atrevida, y tiene un brillo en los ojos que he visto ya
en otra parte.
- ¿Qué quieres decir?
- ¿No os habéis fijado? Es un brillo
especial, un fugaz destello en sus ojos casi imperceptible por el azul tan
intenso que los adorna. Podría llegar a ser increíble…
- Ni lo sueñes.
- ¿Por qué?
- Esa clase de años fueron dejados atrás
hace mucho, Dardo.
- No puedes darle la espalda al pasado como
si nunca hubiese ocurrido, hicimos cosas de las que no me siento orgulloso,
Tälasoth, pero también hicimos grandes cosas, grandes aventuras, grandes
encuentros, grandes batallas…
- Tú tuviste grandes batallas, guerras
interminables de las que jamás querías salir, tú y tu dichoso clero siempre en
el centro de todo enfrentamiento mientras blandías tus armas con ese brillo del
que hablas. ¿Pero qué hicimos nosotros?
- Te vi luchar ferozmente contra tantos
enemigos que no sería capaz de enumerarlos, os vi, a ambos, pelear con uñas y
dientes, con armas o sin ellas, con todo lo que hubiese a vuestro alcance.
- Eran otros tiempos, Dardo…
- Sin embargo no has colgado tu túnica.
- Ahora soy maestro en la escuela de la
región y Neru colgó el arco hace muchos años.
- ¿De verdad? – escuché el sonido de un
silla arrastrarse y me asomé un poco por la barandilla hasta verlos. Dardo le
había cogido las manos a Neru mientras ella intentaba en vano zafarse – Estas
manos no son de alguien que ha destensado su más preciado objeto.
- Suéltame…
- Los callos, los rasguños… ¿qué le
dices?¿Que te cortas cocinando?
- Basta hermano, ya no somos niños, ya no
corremos por las laderas persiguiendo trolls o salvaguardando a los
desfavoridos.
- Yo sí. Y sólo tengo sesenta años menos que
tú.
- Tälasoth… - mi madre se sentó y suspiró
largamente – la verdad es que yo añoro esos tiempos…
- Neru…
- Sentía un poder increíble y cuando las
gentes me miraban podía ver en sus ojos la admiración o el respeto. Aquí nadie
nos conoce y para ser peor muchas
mujeres me llaman “La mujer del
hechicero”… es horrible – sonrió levemente –. Hace unas horas hablábamos
del futuro de Araya. Tú deseas que sea
una gran arcana pero lo cierto es que a tu hija le aburre la magia, sin
embargo… la he visto blandir una espada de madera y no imaginas la sonrisa en
su rostro. Creo que nuestra hija fantasea con las mismas batallas que nosotros
libramos hace tantos años. Ella tiene elección, Tälasoth, y por mucho que me
moleste decirlo quizá Dardo tenga razón… yo sí he visto ese brillo en sus ojos.
Al principio pensé en el reflejo de alguna luz, pero empecé a verlo más a
menudo –miró a Dardo – es el mismo brillo que tienen los tuyos, pero más tenue,
más…
- Desentrenado – el silencio volvió a
adueñarse de la habitación durante unos segundos.
- ¿Qué propones?
- Dejadme enseñarla.
- Quieres que te entregue a nuestra hija
para que la conviertas en….ti?
- Más o menos, sí – les dedicó su más sincera
sonrisa –. Aunque no tienes porque entregármela, así dicho hasta a mí me suena
mal. Podría quedarme yo. He visto que hay algunas casas sin ocupar por la aldea
y podría ser el momento de echar algunas raíces.
- ¿Porqué no dejamos que Araya decida?
Mi padre suspiró y meneó la
cabeza varias veces. Tanto Neru como Dardo permanecieron en silencio todo el
tiempo que Tälasoth estuvo pensativo, sin duda buscando en su interior la
respuesta adecuada. Yo cada vez estaba más nerviosa y estuve a punto de gritarle
que se decidiese de una vez. Al final vi cómo sus hombros se encogían y alzaba
la voz.
- Araya, cariño, baja de las escaleras – di
un respingo y me quedé petrificada en el sitio mientras mi padre se giraba con
tranquilidad y me miraba –. Baja, no importa.
Bajé las escaleras muerta de
la vergüenza mientras Dardo reía con suavidad. Se levantó de la silla y se
acercó, acuclillándose a mi lado. Me quitó el dardo y lo giró entre los dedos
con una elegancia y una destreza sorprendente.
- ¡Es mío! – se lo quité haciéndole sonreír.
- Araya, ¿recuerdas la noche del cobertizo?
- ¡¿Qué noche del cobertizo?!- Tälasoth se
levantó sorprendido y Dardo alzó un dedo en su dirección haciéndole callar.
Nunca había visto a nadie silenciar de esa forma a mi padre.
- ¿Araya? – asentí –. ¿Recuerdas a la mujer?
– Asentí de nuevo - ¿Y la espada que cogiste? – Sentí a mi padre estremecerse y
asentí nuevamente con algo de miedo –. Tranquila, no debes tener miedo.
¿Recuerdas lo que sentiste?
- Mmmm… me picaban los dedos – sonreí y
contagié la sonrisa a Dardo.
- ¿Y qué más?
- No sé… era como cuando tienes hambre que
sientes una cosa rara en la tripa y, luego me picaba el brazo y se me puso la
carne de gallina.
- Y gristaste, ¿te acuerdas? – asentí.
- Mmmm… pero no sé por qué, me sentía pesada
y cuando grité se pasó. ¿Por qué? ¿He hecho algo malo?
- No princesa, para nada. Lo que sentiste
fue tu espíritu interior – me tocó el pecho con un dedo – la fuerza que yace en
lo más profundo y escondido de tu cuerpo. Muy pocos saben de su existencia y
muy pocos aprenden a controlarla.
- ¿Para qué?
- Para ser mejores guerreros. Dime Araya, ¿quieres eso tú? – sonreí asombrada y miré a mi padre.
- ¿Ya no tengo que estudiar magia? –
Tälasoth me dedicó una leve sonrisa derrotada.
- Puedes hacer lo que quieras, cariño.
- Dime entonces, ¿quieres que te enseñe?
- ¿Y podré luchar contra dragones? ¿Liberar
ciudades o encontrar tesoros? – Dardó rió.
- Quizá con el tiempo, pero tendrás que
entrenar mucho y tendrás que hacerme caso, sobretodo eso – Levantó frente a mí
el dardo plateado, lo miré asombrada pues ni me había dado cuenta de cuándo me
lo había vuelto a quitar –. ¿Qué me dices,
pequeña?
Asentí emocionada mientras
cogía con cuidado el pequeño dardo, lo tomé con fuerza y decisión y miré al
hombre que había cambiado mi vida.
Sólo entonces vi aquel brillo
en sus ojos azules, un brillo cautivador que me hizo saber que Dardo era mucho
más que un simple guerrero.
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