lunes, 10 de enero de 2011

Capitulo 10. Partida



La luna brillaba en lo más alto del cielo, semi cubierta por hermosas nubes que ensombrecían ligeramente el suelo. Los árboles se movían majestuosos, celebrando el roce de los dedos del algo que volaba entre ellos. El viento susurraba un cántico imperceptible, una plegaria, una despedida.

El orbe lunar se alzaba solitario en un cielo sin estrellas, iluminando pequeñas zonas boscosas dejando que la oscuridad se adueñase del resto. El batir de unas alas se escuchaba lejano, casi inexistente, y una risa dulce y armoniosa lo acompañaba haciendo eco.

Celedrian abrió los ojos y descubrió la soledad en la que se encontraba. Su amada se había esfumado entre sus brazos, y eso no podía ser buen presagio. Nawiel nunca, jamás, se iba a hurtadillas.

Pero allí estaba ella, realizando sencillos giros, sorteando las nubes o atravesándolas de vez en cuando observando los alrededores, maravillada.

Hacía pocas horas que había dejado las fronteras de su aguilera tras ella y aquella vez no tenía pensado regresar, un detalle que había preferido no compartir con su pareja. Despedirse hubiera sido mucho más duro y difícil.

La meditación profunda en la que se sumía Celedrian, y las largas noches que había pasado estudiándola, habían sido pasos esenciales para su marcha. Oculta aprovechando las sombras, se había acercado sigilosa hasta el exterior extremando la precaución para no ser vista, y una vez fuera había emprendido el vuelo lo más rápido posible, mirando de vez en cuando hacia atrás por si la seguían... pero aquella vez nadie la había visto, nadie seguía su rastro… o al menos eso era lo que ella pensaba.

Se sintió libre después de mucho tiempo, aunque también se sintió triste, pues sabía que acababa de dejar a todos los suyos atrás… a su hermano… a Celedrian…

No eran muchos los que quedaban de su raza y seguramente la pérdida de un avariel más supondría para ellos algo terrible, pero ella necesitaba saber más, necesitaba ver más allá de su hermosa aguilera, y sabía que abandonando su hogar conseguiría sentirse mucho más viva de lo que se sentiría con los suyos.

Avanzó durante varios kilómetros, realizando bonitas acrobacias en el aire. Cuando los primeros rayos del sol asomaron por el horizonte descendió sin apenas dificultad y tomó tierra de una forma extremadamente delicada. Estiró al máximo sus hermosas alas y se acercó a un pequeño lago que quedaba muy cerca de ella, lavándose la cara intentando despejarse. Estaba nerviosa y algo asustada. Siempre había pensado hacer aquella locura, pero nunca había tenido el valor suficiente como para hacerlo… hasta ese día.

Miró el cielo y sonrió contenta, por fin había sido lo suficientemente fuerte como para luchar por aquello que siempre había deseado, por fin había antepuesto su felicidad a la del resto, por fin había hecho caso a su corazón.

Se incorporó y le dio la espalda al sol, que ya comenzaba a asomarse, abriendo de nuevo sus alas observando el horizonte que se abría ante ella, cuando algo en el suelo le llamó la atención. Era su sombra, su propia sombra que gritaba a los cuatro vientos el deseo de volar. Aquello hizo sonreír aun más a Nawiel y le hizo sentirse aun más viva… pero no fue un sentimiento que durara mucho.

Una sombra mucho mayor que la suya la cubrió por completo, ocultando la hermosa luz del sol, envolviendo a Nawiel en una oscuridad momentánea. La avariel se giró lentamente plegando lo más que pudo sus alas y miró al frente, donde una figura acababa de aterrizar.

Ferwel se alzó frente a ella, extendiendo sus inmensas alas intentando impresionar a su hermana, con una expresión tan seria que a Nawiel le costó encontrar a su hermano en aquellos ojos enrojecidos por la ira. El silencio casi se le hizo eterno, apartó la mirada casi al instante pero aún así notaba como su hermano la miraba fulminante. Nawiel se estremeció sin saber qué decir, enrojecida por la vergüenza y maldiciendo mentalmente que la hubiesen descubierto.

Ferwel se acercó a su hermana apretando los puños, más que enfadado. Seguía sin entender las chiquilladas de Nawiel y siempre las había considerado eso, chiquilladas, pero aquello traspasaba los límites de la estupidez.

- Por la madre alada… ¿Qué narices te crees que estás haciendo? – Nawiel agachó la mirada hacia el suelo sin saber qué hacer. Ferwel la agarró con fuerza por los hombros haciéndola gemir y la obligó a mirarle a los ojos - ¡Respóndeme maldita sea! – ella no dijo nada, le miró seria, casi desafiante. Ferwel enfureció aún más, soltándola bruscamente y alejándose unos metros maldiciendo en élfico.

- Vete a casa… - Nawiel consiguió susurrar aquellas palabras después unos minutos callada, creyó que su hermano no las habría escuchado, pero al ver los ojos rojos de Ferwel comprendió que si las había oído.

- ¿Qué has dicho? – el elfo avariel se acercó a su hermana lentamente, serio. Ella titubeó un poco antes de repetir la frase.

- Vete…a casa

Hubo un largo silencio en el que Ferwel no dejó de mirar a Nawiel y en el que ella luchaba por no apartar la mirada.

- Si, me iré a casa – agarró con fuerza la muñeca de Nawiel – y tú vendrás conmigo.

- ¡NO! – en un ágil movimiento, Nawiel deslizó su mano y se soltó de su hermano. Él la miró sorprendido.

- ¡Deja de comportarte como un cría, madura de una vez, maldita sea! – Nawiel volvió a mirar al suelo – El mundo exterior no está hecho para ti, deja de soñar despierta, recuerda lo que le pasó a Grintu!!

- Eso fue un accidente… - susurró ella haciendo enfurecer aún más a Ferwel.

- ¡¡¡Eres un avariel, por el amor de Erdrie!!! Compórtate como tal!! – Nawiel miró de pronto a su hermano desafiante.

- ¡¡Pues quizá no quiera ser un avariel nunca más!!

La mano de Ferwel cruzó la cara de Nawiel. El golpe la desequilibró y la hizo caer al suelo… volvió el silencio.

El sol ya brillaba en lo alto del cielo, observando sorprendido la escena entre aquellas dos criaturas mitológicas. Una erguida y la otra en el suelo, en silencio, tan sumidas en aquella discusión que ninguna se había dado cuenta de que no solo el sol los estaba observando.

- Eres una vergüenza para tu raza – la miró con desprecio.

- ¿Soy una vergüenza para mi raza… o para ti? – Nawiel le miró de la misma forma mientras se incorporaba lentamente.

- Deberías sentirte orgullosa de que los dioses te brindara la posibilidad de brillar casi con su misma intensidad…

- Dudo que Corellon o Erdrie deseen la clausura, la condena a la ignorancia… y si así es quizá no sean tan grandes Dioses como pretenden parecer - Ferwel alzó de nuevo su mano amenazante, pero esta vez no golpeó a Nawiel.

- No blasfemes, hermana – agarró de nuevo a Nawiel por la muñeca – Somos la perfección en carne, no nos mezclaremos con los de segunda clase.

- Solo son de segunda clase porque vosotros así lo decís, pero ni no molestamos en conocerlos, si intentáramos…

- ¡BASTA! – la cortó tajante – Basta de chiquilladas, volverás a la aguilera y recibirás tu castigo. No serás una desertora que… - se cayó de pronto, abrió los ojos tremendamente y giró con brusquedad dando la espalda a Nawiel.

Ella no entendió aquel gesto, no comprendió por qué Ferwel se había callado, no entendió nada hasta que lo vio. Varias flechas se abalanzaron sobre ellos, rápidas, fulminantes… Ferwel solo tuvo tiempo de verlas antes de que una de ellas se clavase en uno de sus hombros. Nawiel gritó asustada.

El avariel extendió sus alas y se giró abrazando a su hermana y rodeándola completamente con las alas. Ferwel apretaba el cuerpo de Nawiel y gemía cada vez que una flecha se incrustaba en su cuerpo. Una en el brazo, otra en la pierna…

La miró apenado y cayó de rodillas.

- Vete Nawiel… - ella negó con la cabeza y las lágrimas dijeron el resto – No quiero que abandones el lugar dónde has crecido, pero prefiero eso a que te capturen… vete, te lo suplico.

- Pero hermano, no puedo dejarte – Ferwel la empujó bruscamente lanzándola contra el agua, obligándola a alzar el vuelo.

- ¡Vete!

Varias flechas se dirigieron contra Nawiel, pero ella creó instintivamente un escudo que la rodeó y desvió los proyectiles. Intentó acercarse a su hermano varias veces, pero cada vez que lo hacía un grupo de flechas se abalanzaba contra ella. En uno de aquellos asaltos una flecha traspasó el escudo y le rozó el brazo abriendo una pequeña herida. A los pocos segundos Nawiel sintió como el brazo entero empezaba a pesarle demasiado hasta que cayó por su propio peso, entumecido, como si de carne muerta se tratase. Fue ahí cuando ella entendió por qué su hermano estaba tirado en el suelo, sin poder moverse… no era porque no quisiera, era porque estaba paralizado.

Nawiel miró varios metros más allá de donde yacía el cuerpo de su hermano y vio varias figuras que se acercaba rápido al cuerpo de Ferwel mientras gritaban victoriosos. Ella hizo un último intento de acercarse a él, se lanzó en picado contra aquellos indeseables, pero algo la agarró con fuerza y tiró en dirección contraria.

Miró detrás suya. El pelo negro y los ojos azules fueron suficientes para saber quién era. El olor de Celedrian la impregnó, mientras sus brazos la rodeaban y la sujetaban con decisión. Intentó zafarse, pero él no estaba solo. Tres avariel más, cuatro de los siete que fueron a rescatar a Grintu, le acompañaban.

- ¡Suéltame Cel, suéltame!

- Ya es tarde – uno de los avariel susurró palabras que Nawiel bien conocía. Una esfera burbujeante los rodeó y los ojos de los hombres de tierra dejaron de verlos.

- ¡SUELTAME! – el grito desesperado quebró el corazón de Celedrian, pero no aflojó la presa lo más mínimo.

- Esto es culpa tuya, chiquilla. Ahora se ha sacrificado por ti, deja de ser egoísta y aprecia el acto de tu hermano.

- Este no es el momento – la voz seca y dura de Celedrian calló al resto. Nawiel dejó de forcejear en sus brazos y lo único que quedó de ella fue la fragilidad, la culpa y la desolación.

No vio perfección en ninguno de esos sentimientos.

Se acurrucó en los brazos de Celedrian y se dejó llevar, sin dejar de mirar en ningún momento cómo aquellos humanos capturaban a su hermano, inmóvil en el suelo, sin poder defenderse.

Sin poder pelear…

Sin poder hacer nada…

Aquella noche los Pináculos brillaban con intensidad arropados por la luz de la luna. El orbe lunar se alzaba solitario rodeado de la nada... no había estrellas... igual que aquella vez... la noche en que te perdí.

Te arrastré a la fuerza a un hogar que no sentías tuyo, te obligué a escuchar un sin fin de reproches mientras tu mirada perdida revivía una y otra vez la caza de tu hermano. Busqué tu mano entre los improperios y las quejas y las amenazas, para traspasarte toda la fuerza que pudiese... pero tú apartaste la mano todas y cada una de las veces, y yo me sentí perdido.

Aquella noche, en lo más alto de aquella compañía, el silencio solo fue roto por el batir de unas alas, blancas y perfectas, al igual que las tuyas. Unas alas que no tenían la culpa de recordarme tu cuerpo, tus ojos y tu sonrisa.

La noche que abandoné el hogar juré que te olvidaría, y llegué a creerlo de veras aferrándome a la idea de no cruzarme nunca con otro avariel. Pero aquellas alas se clavaron en mi mente desde el primer día que las ví, y la sonrisa de su dueña era igual de dulce y mágica que la tuya.

Se acercó y me dedicó y gesto amable, una confianza solo permitida entre los nuestros, un cariño solo expresado con los ojos.

Mientras se acercaba, la luz lunar la iluminó, haciendo que su figura fuera aún más hermosa y mágica. Tu rostro desapareció de mi mente entonces... y le sonreí.

- Buena luna, Celedrian.

- Buena luna... Aerwin

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