lunes, 10 de enero de 2011

Capitulo 02. Rugido


Podría haber asegurado que mis pies sangraban en carne viva bajo mis pequeñas botas del dolor tan punzante que sentía, pero solo estaba cansado. Tantas horas seguidas caminando cobijados bajo los árboles por la absurda idea de mis progenitores de protegernos de las bestias aladas y su penetrante mirada…

Me sentía cómo una rata intentando escabullirse por un laberinto infinito sin salida alguna.

Pronto el bosque desaparecería, ya podían verse a lo lejos los picos de las montañas que esperaban nuestra llegada. Eso volvía a mis padres más temperamentales, nerviosos y obsesivos, demasiado tensos a cada paso que dábamos, abandonando cada vez más la protección de los frondosos árboles que ocultaba, sin duda alguna, nuestra presencia.

En ese momento no entendí por qué debíamos ocultarnos, cualquier raza que nos viera debería sentirse orgulloso de poder contemplarnos para luego poder contarlo al resto de sus compañeros y así poder alardear de haber visto a las criaturas más perfectas de todos los reinos.

Pero mis padres exigían discreción, silencio y tranquilidad… algo que yo, como primogénito, acataba sin discusión… algo que Clarise era incapaz de aceptar.

Su angelical risa, sus grititos sorprendidos a cada animal, hoja, mota de polvo o corriente de aire que encontraba nuevo, sus leves vuelos acompañados por fuertes aleteos y sonidos frustrantes, o sus carreras alocadas de un lado a otro seguidos de la profunda voz de mi padre llamándole la atención, convertían el viaje en cualquier cosa menos discreta.

Yo intentaba que se quedase quieta a mi lado, sujetándola de la mano con fuerza, susurrándole historias inventadas que la dejaban maravillada y, sobretodo, en silencio, o convirtiendo el camino en un juego en el que ella debía seguir a nuestra madre y yo a nuestro padre. Por supuesto no era mucho el tiempo que la mantenía “controlada”, pero al menos el suficiente para que mi padre no estallara en cólera y le lanzase una descarga de proyectiles desintegrándola… no es que mi padre fuese a hacer alguna vez algo semejante… no al menos con sus hijos…

Sentí cómo el aire cambiaba y cómo la luz del sol nos golpeaba y me obligaba a cerrar los ojos durante unos segundos, no pensaba que el bosque se terminaría así de golpe, pero así fue. Tras de mí había un bosque infinito y frente a mí unas montañas que se alzaban tan altas que parecía que no tenían fin.

- ¿Dónde estamos, madre?

- Eso, hijo mío, son los Picos del Trueno.

- ¿Y a dónde vamos?

Mi madre me miró con ternura, aunque distinguí en el brillo de sus ojos el miedo y la confusión, ella lo supo, por eso desvió la mirada a mi padre, dejando, seguramente, que él respondiese a mi pregunta. Mi padre se acercó y me acarició el pelo con cariño.

- Cuando seas un hombre entenderás el por qué de todo esto, de momento, tan solo haz caso a tus padres y cuida de tu hermana.

Nuevamente la pregunta quedaba en el aire y nadie respondía. Sí, solo era un niño, apenas hacía dos años que tenía el plumaje completo de mis alas y un año que había aprendido a usarlas… pero era su hijo, el único varón que tenían. Nos habían despertado una noche de luna llena, de esas noches que el cielo está invadido por las brillantes del horizonte, con la única orden de vestirnos y marcharnos. Yo era feliz en aquella pequeña aguilera en la que solo vivíamos los cuatro, pero habían sido mis propios padres los que me habían arrebatado aquella felicidad, y ¿por qué? Empezaba a creer que ni ellos lo sabían.

Miré al frente.

Los Picos del Trueno nos esperaban y no parecían nada impacientes por nuestra llegada. Clarise se quedó boquiabierta mirando las montañas durante al menos media hora, sujetando la mano de mi madre batiendo nerviosa sus alitas marrones.

Mi padre decidió que, a cielo descubierto, era mucho mejor seguir volando, de modo que nos elevamos poco a poco adentrándonos en los picos, camuflándonos en las pequeñas agrupaciones de nubes, mi madre al frente con mi hermana en brazos profiriendo una y otra queja sin descanso, yo en medio y mi padre detrás, siempre detrás, observando nuestra retaguardia.

Los Picos no eran demasiado grandes, desde nuestra posición se podía ver dónde terminaban, un día de vuelo, quizá un poco más. Deseé que las nubes hubieran sido más espesas aquel día o incluso que mi padre hubiera decidido esperar a la noche, pero lo cierto fue que mi padre decidió seguir a plena luz del día y solo en ese momento, cuando mi piel se erizó y sentí pararme en seco en mitad de la nada, solo cuando escuché su rugido sangriento y despiadado, comprendí el por qué de tanto silencio, tanta discreción y tanto miedo.

- ¡¡¡Eônthar!!!! – escuché el chillido aterrado de mi madre y comprobé con mis propios ojos la mirada de fracaso de mi padre. Se acercó tomándome de la muñeca con violencia, acercándome a mi madre y a mi hermana, las besó a las dos, a cada una de una forma, y me alborotó el cabello.

- Llévatelos Ainhoa, volad raso y buscad un escondite, alguna grieta… lo que sea.

- No Eônthar, por favor, no me hagas dejarte atrás – los ojos de mi madre se empañaron en lágrimas mientras miraba suplicando a mi padre.

- Os amo – fue lo único que nos dijo antes de empujar con fuerza a mi madre hacia tierra firme, darse la vuelta y encarar a aquella bestia, que se acercaba a una velocidad inigualable.

Yo no pude verla, solo vi los aros de rojo fuego que surgieron de las manos de mi padre, mientras esperaba a su enemigo. Y por frío que resulte, por doloroso que sea, me enorgullece saber que el último recuerdo de mi padre sería ese, luchando, protegiendo a su familia, enfrentándose a un dragón

No hay comentarios:

Seguiremos soñando

Seguiremos soñando

Índice