lunes, 10 de enero de 2011

Capitulo 08. El principio del fin



Poco a poco el sol iba ocultándose tras las montañas dando paso a una oscuridad casi absoluta. Seis elfos cubiertos con capas y capuchas caminaban cautelosos por un pequeño camino, intentando pasar desapercibidos ante cualquier mirada que pudiera localizarlos.

La luna hizo honor de presencia reflejándose en un gran río que fluía a pocos metros del grupo y su luz reflejó una figura alada en el cielo. La figura descendió en picado hacia el grupo y se posó delicadamente en la tierra, desplegando sus alas al máximo y plegándolas ligeramente casi al instante. El elfo alado se acercó al resto y se descubrió moviendo levemente la cabeza mientras la brisa movía su cabello oscuro.

- Estan delante nuestro, si continuamos caminando no les alcanzaremos hasta el amanecer, debemos aprovechar la oscuridad.

- Si alguien nos ve nos ocurrirá lo mismo que a Grintü – el silencio se apoderó del grupo.

Grintü, sacerdote de Corellon y avariel como los siete que ahora discutían, fue capturado en una incursión fuera de la aguilera donde vivían. Se había organizado una patrulla de rescate que había abandonado el hogar hacía varias lunas y por fin había localizado el grupo de mercenarios que tenían cautivo a su amigo y compañero. Una de las peores cosas que podían hacerle a un avariel era encerrarlo… bajo un muro de hierros las hermosas alas representativas de su raza perderían el brillo y toda su majestuosidad, desprendiéndose poco a poco hasta quedar tan solo dos horrorosos bultos en las espalda, único símbolo de lo que una vez lució su portador. Ahora tan solo un par de kilómetros separaban al grupo de los mercenarios y debían rescatar al clérigo.

Seis de los siete avariels que formaban el grupo conversaban organizando una estrategia con la que liberar a su compañero, los seis concentrados en la conversación cuyo portavoz, un hombre moreno de pelo largo cuyas alas blancas relucían bajo la oscuridad, no cesaba de dar indicaciones a cada uno de los elfos que le rodeaban. Tan solo uno de ellos estaba un par de metros alejado del grupo, observando con curiosidad el río y el paisaje que los rodeaba, totalmente desentendido de la importante conversación.

Sus ojos no dejaban de ir de un lugar a otro, boquiabierto y tremendamente maravillado por el paisaje. Jamás había contemplado tanta belleza fuera de su aguilera, una belleza que no creyó posible, pues le habían enseñado que la hermosura de los avariel rozaba la perfección y nunca fue capaz de imaginar que tras las fronteras de su hogar pudieran existir paisajes tan magníficos.

- ¡¡¡Nawiel!!! – el grito de su hermano la obligó a volver a la realidad, y Nawiel volteó la cabeza para observar al grupo que la miraban con desaprobación. Todos menos uno, un muchacho moreno de ojos verdes y alas negras, que la miraba preocupado.

La avariel elfa enrojeció y agachó la mirada observando el suelo avergonzada. No era la primera vez en aquellos días que se había alejado del grupo para observar los alrededores, pero era algo que no podía evitar, el exterior la maravillaba y su corazón le pedía a gritos que saliera volando y observara desde las alturas aquellas maravillas.

Ferwel, su hermano, se acercó malhumorado y la sujetó por los hombros agitándola levemente mientras le recriminaba su actitud. El rostro de Nawiel se iba enrojeciendo cada vez más ante la reprimenda y ante las ensombrecidas miradas del resto.

Ella no debía acompañarlos en un principio, pero Ferwel creyó que sería una experiencia satisfactoria para su joven hermana… se había arrepentido de llevarla desde el primer día, pues ella apenas escuchaba y pasaba el tiempo observando los alrededores. Tenía que mandar siempre al joven Celedrian a buscarla, sabía que, después de todo, él era al único al que ella escuchaba.

Agarró con fuerza el brazo de la avariel y la acercó al grupo colocándola a su lado y obligándola a escuchar, sin embargo Nawiel no dejó de mirar de reojo el reflejo de la luna en el agua mientras fingía que escuchaba la hermosa voz de su hermano.

Tras media hora conversando, decidieron aprovechar la oscuridad y acercarse totalmente al grupo lo más rápido posible. Todos dejaron caer sus capas y extendieron las magníficas alas orgullosos de poder relucirlas y mostrarlas a todo ser que pudiera verlos. Uno a uno fueron elevándose hasta alcanzar las escasas nubes que ahora les protegían y les proporcionaban el camuflaje que necesitaban hasta alcanzar a los mercenarios.

Nawiel sonrió y desplegó sus hermosas alas blancas. Miró de nuevo la luna antes de elevarse con delicadeza para seguir al resto mientras por su cabeza pasaban mil y una historias inventadas por ella misma en donde surcaba los cielos de todo Faerûn.

- Algún día… - se dijo – algún día.

Lo que no supo en ese momento, fue que su querido y amado Celedrian, temía en su interior lo que podía estar pasando por su cabeza.

- Dime entonces… ¿la amas?

- ¿Por qué estás tan empecinado en eso?

- Quiero que entiendas que no hay nada entre nosotros.

- No por ti, seguro

Silencio.

- Mírate, ¿vas a echarte a un lado sin más?

- Si tú la amas, sí.

- Te diré lo mismo que le he dicho a ella. La amo y la odio en igual medida.

- ¿Y eso qué significa?

- Que es demasiado complicado.

- ¿Pero hay esperanza?

- ¿Acaso no la amas tú también?

- Si pero… si tú la amas yo me apartaré, me iré y te dejaré vía libre. Si te esfuerzas la tendrás.

- Escucha, ni siquiera sé, en el hipotético caso de que ella me amase con toda su alma, si seré capaz de soportarlo…

- ¿Solo te lo impide eso?

- ¿Te parece poco? Toda ella desprende ese olor que tanto desprecio.

- Sí… yo también lo he notado.

- Olvídate ahora de esto, entonces.

- No quiero que cambie nada, quiero que sigas igual con ella.

- No puedes evitar que las cosas cambien… no me mires así… está bien, te prometo que seguiré con ella igual que siempre.

El avariel golpeó el hombro de su compañero elfo y ambos se alejaron de las puertas de la escuela de magia. A pesar de todo, ambos sabían que esa no sería la última vez que hablarían del tema.

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