lunes, 10 de enero de 2011

Capitulo 04. Entrega



Cormyr, tierra de reyes, nobles, plebeyos y aventureros. Largas lunas caminando nos condujeron hasta dicho reino, más concretamente, a los portones de Suzail. Yo nunca había estado en una ciudad humana, y dónde mis ojos solo veían ira, codicia y venganza, los de mi hermana veían amor, aventuras y diversión.

Durante el viaje de la mano de aquel grupo de aventureros, intentaron sin éxito que les contase lo sucedido, que les explicase de dónde éramos y por qué estábamos allí. Obviamente mis labios estuvieron sellados tanto de día cómo de noche, pero Clarise… aih, mi pobre y preciada hermana… con esa habilidad suya de confiar en absolutamente toda criatura viviente. A veces pensaba que, si no le hubiese paralizado el miedo, se hubiera sentado a parlotear con aquel mortal dragón.

Les dijo nuestros nombres, de dónde veníamos y todo cuánto aquel variopinto grupo le preguntó. Por supuesto siempre sujeta a mi mano soportando continuamente mis apretones intentando que callase. Sí, nos habían salvado de una muerte segura, pero eso no los convertían en nuestros aliados, camaradas y mucho menos en nuestros amigos. Así lo veía yo, así me lo había enseñado padre…

Padre… Madre… ahora ya no estaban… y el hecho de que Clarise me preguntase por ellos de vez en cuando me preocupaba. ¿Acaso el shock había hecho que no asimilase lo sucedido? ¿Debería contárselo nuevamente y hacerla revivir el momento? La elfa y el arcano se miraban con tristeza cuando Clarise los mencionaba, tan tranquila… tan inocente… pero ellos nunca dijeron nada al respecto, quizá creyeron que estaba en mi mano el hablar con ella… o quizá que no era de su incumbencia… quién sabe, la cuestión es que mantuvieron la boca cerrada a cada comentario de mi hermana.

- ¿Cuándo podrás verle? – la elfa, a la que llamaban Ellëanor, suspiró ante la pregunta del arcano – No creo que sea buena idea meterlos en la ciudad.

- No… no. Tantas dekhanas sin verle y ahora que regresa voy a tener que mandarle de viaje nuevamente.

- ¡Ja! Si procrearas con uno de los tuyos no derramarías tantas lágrimas.

- Thorestart…

- Si, si, ya me callo. Emplumados… ¡phsé! Dales la mano y te quitarán el hacha mientras duermes. ¡¡¡Sombra!!! ¡Vayamos a la taberna, la cerveza no sirve de nada caliente!

Junto a nosotros había una pantera que caminaba con tranquilidad, claro que yo ya me había acostumbrado a ver a esa “criatura” cambiar de forma a placer, por lo que no me sorprendió ver cómo el felino se transformaba en elfo y corría tras el enano, que seguía lanzando improperios al aire mientras se alejaba.

Ellëanor se acuclilló frente a nosotros y nos sonrió con tanta ternura que casi sentí que se compadecía de nosotros. El arcano, del que nunca supe su nombre, acarició el pelo a Clarise arrancándole una sonrisa, desvió su mirada hacia mí un segundo y, golpeando ligeramente el hombro de la elfa, se internó en la ciudad.

- Bueno… ¿qué debería hacer yo ahora con vosotros? Acabáis de estropearme el reencuentro romántico – rió levemente mientras pellizcaba la mejilla de Clarise. Creo que había quedado claro que yo no tenía intención alguna de entablar relación con ellos, pues todas las caricias se dirigían exclusivamente a mi hermana.

- ¿Entraremos ahí? – Clarise señaló emocionada los portones de la ciudad y yo apreté su mano, gesto que ella ignoró totalmente.

- No pequeña, nosotros tres seguiremos caminando hacia el sur.

- ¿Por qué?

- Creo que estaréis mejor con alguien como vosotros.

¿Como nosotros? ¿Qué se suponía que significaba eso?

Caminamos medio día más. Liberé la mano de mi hermana en varias ocasiones dejándola corretear como una loca por el camino, rodeando árboles o recogiendo algunas florecillas, siempre vigilándola pendiente de todo cuanto nos rodeaba. Ellëanor la observaba sonriendo de una forma que yo no logré comprender mientras se tocaba el estómago… quizá estuviese enferma… Elfos… que extraños eran.

Llegamos a un claro con un pequeño estanque en su centro. Debía ser hogar de hadas pues habían decenas revoloteando por allí. Yo espanté a un par que se acercaron a mí con curiosidad pero Clarise las dejó posarse en ella, tirarle del pelo e incluso de las alas.

- Muy bien, ahora quiero que os quedéis aquí ¿de acuerdo? Es muy importante que no os mováis hasta que regrese.

- ¡¡Si!! – miré a mi hermana y puse los ojos en blanco.

- Al menos tomaré tu silencio como que lo entiendes.

Me sonrió, gesto que no devolví, y se alejó un poco escondiéndose tras unos arbustos. Dejamos de verla pero seguíamos escuchándola. Canturreaba levemente y la oía caminar con nerviosismo de un lado a otro. Esa era nuestra oportunidad, estaba distraída con algo y no se daría cuenta. Miré a nuestro alrededor buscando la salida de aquel claro pero al verla comprobé que estaba demasiado lejos como para llegar sin que la elfa se diera cuenta.

Clarise tiró de mi túnica.

Tendría que haber otra forma, algún método que ella desconociera. Obviamente podíamos salir volando, pero Clarise no había vuelto a volar desde el encuentro con el dragón y mi sospecha de que solo había sido su deseo de vivir cada vez era más grande.

Clarise volvió a tirar de mi túnica, esta vez con más ganas.

- ¿Qué pasa? – le susurré.

- Mira – señaló el cielo y al alzar la vista contemplé lo que nunca podría haber creído ver. Era un avariel. Descendió con elegancia y se posó casi seguro dónde Ellëanor estaba.

Silencio.

Fue lo que único que se escuchó durante un minuto, el más puro y sobrecogedor silencio. ¿Qué estarían haciendo? Si hablasen les escucharíamos, seguro… Fruncí el ceño preocupado, quizá esa elfa le estaba haciendo algo, quizá le había conducido con aquella cancioncilla pegadiza a una trampa y el avariel no había podido evitarlo… no… tenía que impedirlo… no podía soportar ver caer a otro de los míos.

Sujeté con fuerza la mano de Clarise y tiré de ella. Ambos corrimos hacia la elfa y el avariel mientras conjuraba la primera estupidez que se me ocurrió. Si, un proyectil mágico bastaría para separarlos y que el avariel recobrase el sentido. Entonces él la mataría y estarían a salvo.

Doblamos por los arbusto, paramos en seco, alcé mi mano dispuesto a terminar el conjuro y mi voz se quebró al escuchar la risilla tonta de mi hermana mientras los señalaba y me decía…

- Mira, mira, se están besando.

Elfa y avariel se separaron de un abrazo que los fusionaba en un beso convirtiéndolos en tan solo una criatura. Ella se sonrojó muchísimo y sonrió avergonzada. Él se separó de ella, abriendo mucho los ojos mirándonos, alternándonos con ella.

- Emm… esto… Ellëanor… no… ¡no he estado fuera tanto tiempo!

- Calla burro, ¿cómo van a ser tuyos?

- ¿Eso qué quiere decir? ¿Qué son de otro?

- Si, de vez en cuando, mientras no estás, me paseo por la zona a ver si encuentro a alguno que le apetezca pasárselo bien.

- Bueno, mejor otro avariel que no un semiorco – Ellëanor le golpeó en el brazo, pero tuve claro que no fue un golpe con ganas, sino más un acto estúpido entre enamorados…

Solo entonces me di cuenta que Clarise no estaba conmigo. Me giré buscándola pero no la vi y mi corazón estalló en nervios.

- ¡Eh! – la risa de Clarise me tranquilizó. Volví a mirar al avariel y allí estaba, sujetando una de sus alas blancas tirando con cuidado de ella – Ten cuidado pequeña.

- Yo también tengo – estiró todo lo que pudo sus alitas haciendo sonreir al avariel.

- Vaaaya, si, si, toda una avariel, dentro de poco serás la envidia de muchos de los que conozco.

- Me llamo Clarise – puse los ojos en blanco –, ¿y tú?

- ¿Yo? Será posible que Ellëanor no os haya hablado del magnífico y todopoderoso Ythalir.

Genial, al avariel se le había pegado la estupidez de los elfos, ahora sí estábamos vendidos. Suspiré y me acerqué, desde luego una elfa era mejor que un dragón, pero sin duda alguna un avariel era mejor que una elfa.

- Ythalir, estos niños… están solos – el avariel entrecerró los ojos –, se que acabas de regresar pero no creo que sea buena idea que deambulen por este reino, no siendo tan jóvenes.

- Comprendo, si, tienes razón, estarán mejor en mi aguilera. ¿Qué sucedió?

- Les atacó un dragón rojo.

- ¿Y viajaban solos?

- ¡¡Haditas!! – Clarise se fue correteando tras un par de hadas que le tiraban con cuidado de las alas. Yo suspiré, pero Ythalir y Ellëanor sonrieron un poco bobos.

- Mis padres han muerto…

- ¡Vaya! Pues sí que hablabas.

- Ya veo… entonces lo mejor será partir cuanto antes – se acuclilló frente a mí y me tendió la mano – Soy Ythalir, sacerdote de Erdrie, señora de los cielos – mi piel se erizó y sonreí por primera vez desde el encuentro con el dragón. Alcé mi mano y estreché la suya.

- Celedrian, aprendiz de arcano.

- Muy bien Celedrian, coge a tu hermana, os llevaré a vuestro nuevo hogar.

Se incorporó, ignoró esta vez mi presencia y, sujetando a Ellëanor por la cintura, la besó con calidez susurrándole luego palabras que preferí no escuchar.

Abrí los ojos después de mi meditación perturbada por aquel “sueño”. Me hallaba en el pasillo del segundo piso de la Rosa y el Martillo, esperando a que Estela saliese de la habitación en la que descansaba, después de haber recibido un fuerte golpe que casi acaba con ella. Tensei se había quedado fuera de la ciudad, deprimido o malhumorado, quién podía saberlo, después de su intento frustrado por protegerla.

La puerta del dormitorio se abrió y la hechicera salió recobrada, me dedicó una sonrisa y me invadió una sensación de culpabilidad que no me cabía en el pecho. Demasiadas estupideces le había dicho horas antes. Ella tan solo estaba allí, ofreciéndome una familia y yo no hacía más que rechazarla día y noche… pero ya se sabe que las familias no duran para siempre… yo ya había perdido a la mía… no quería perder otra.

No hay comentarios:

Seguiremos soñando

Seguiremos soñando

Índice