lunes, 10 de enero de 2011

Capitulo 05. Hogar



Fueron muchas las lunas que estuvimos viajando con Ythalir. Unas veces volando, otras a pié. Él cazaba alguna vez pequeños animales que cocinaba con maestría y nosotros devorábamos ante sus ojos atónitos. Cualquiera hubiese dicho que jamás habíamos comido, pero lo cierto es que estábamos hambrientos.

Me relajé muchísimo más con él, por eso el camino fue tranquilo, sin incidentes ni problemas, incluso me permití el lujo de reír en varias ocasiones o de bromear con Clarise. Ella, por supuesto, adoptó a Ythalir como si fuera su mejor amigo del alma contándole cualquier cosa que el avariel le preguntase. Claro que él también respondió a todas sus preguntas entrometidas. ¿De dónde eres? ¿Cuántos años tienes? ¿Tienes hijos? ¿Vas a casarte? ¿Por qué estás con una elfa?

Esa pregunta fue la única que llamó mi atención. ¿por qué estaba con una elfa? Yo había oído hablar de las otras razas, pero nunca se me pasó por la cabeza mezclarme con ellas, no después de la educación tan especial que había recibido de mis padres. Nosotros éramos perfectos, algo que el resto solo podía soñar ser… y algunos ni eso.

Ythalir rió con ganas.

- ¿No eres demasiado pequeña para pensar en esos temas?

- Tengo la edad justa para ir aprendiendo.

- La vida ya te hará aprender entonces, renacuaja.

- ¿Tan horrible es que no quieres hablar de ello? – Ythalir rió de nuevo.

- Está bien, está bien – suspiró –. Verás pequeña, en un mundo como el nuestro, lleno de guerras, sangre, muerte y destrucción, el amor es de los sentimientos más anhelados y preciados, y por suerte o por desgracia, nunca sabes dónde va a surgir. Uno no elige de quién se enamora, simplemente sucede.

Durante largas horas estuvo relatándonos cómo conoció a Ellëanor. Clarise estuvo entusiasmada durante todo el relato y yo…bueno, debo admitir que también me impresionaron muchas partes, pero me mantuve al margen sin demostrar mucho interés. Ya se encargaba Clarise de preguntarlo absolutamente todo, así que no quedó ninguna duda en mi cabeza.

Fue extraña la noche que atravesamos los lindes del bosque y nos adentramos a través de una agrupación de árboles. Conté cuarenta y siete antes de que Ythalir alzase el vuelo, sujetando de la mano a Clarise e indicándome el camino con gestos. Emitió un leve susurro y cuando me quise dar cuenta otro avariel volaba a nuestro lado, dos más aparecieron sobre nuestra cabeza y otros dos bajo nosotros, los cinco sonrientes mirándonos sorprendidos.

Nos posamos en madera firme, una tabla construida seguramente por ellos que llevaba cual plataforma a un sin fin de puentes conectando las copas de los árboles dónde, de forma muy elegante, habían construido pequeñas casas.

Un avariel adulto nos esperaba. Su pelo negro le caía sobre los hombros y los ojos azules resaltaban por la oscuridad. Sus inmensas alas, de un color blanco lunar, reposaban majestuosas tras su espalda.

- Salve Ythalir, protector de la urdimbre.

- Salve Ferwel – el avariel nos miró interrogante –. Sé que no es el protocolo, pero estos niños se han quedado huérfanos – Clarise me miró sin entender y sentí una punzada en el pecho –. No tienen dónde ir ni nadie que se ocupe de ellos. Creo sinceramente que dos bocas más entre nosotros no harán daño alguno.

El silencio sepulcral que se produjo ante las palabras de Ythalir fue escalofriante. Todos los presentes pasaban su mirada de nosotros a él, y de él al avariel llamado Ferwel, esperando seguramente su respuesta. Después de varios minutos que se hicieron eternos, el avariel asintió.

- De acuerdo, vivirán con nosotros de ahora en adelante.

- Graci…

- Pero – interrumpió a Ythalir –, estarán a tu cargo. Tú los traes, tú los crías.

Ythalir no pareció muy convencido de eso. Nos miró frunciendo el ceño y suspirando pesadamente.

- De acuerdo.

Nos tomó a ambos de las manos y nos condujo por los puentes tan rápido y seguro que fui incapaz de memorizar el camino. Llegamos a una pequeña cabaña en la cual entramos. Ythalir nos sentó y nos miró suspirando de nuevo.

- Bueno, bueno, decidme, ¿a qué os dedicáis? – Clarise levantó la mano dando saltitos, moviendo con energía sus pequeñas alas, arrancándole una sonrisa a Ythalir –. A ver, la señorita primero.

- ¡¡Dicen que soy una innata!!

- ¡Vaya! Una hechicera, eso me gusta – me miró y sonrió con calidez –. Creo recordad que dijiste que eras aprendiz de arcano.

- Si, pero mi poder no es innato.

- Mejor mejor, así podrás estudiar conmigo – me guiñó un ojo –. Tu pequeña e hiperactiva hermana deberá ir con Nawiel.

Mientras hablábamos, Clarise revoloteaba por la pequeña estancia, toqueteándolo todo ignorando mis miradas de desaprobación y las preocupadas de Ythlir.

- Debo hacer unas cosas, quedaos aquí y esperar a que vuelva.

- ¡Siiiiii! – me limité a poner los ojos en blanco, tanta emoción era preocupante, Clarise seguía sin aceptar lo que nos estaba sucediendo, era como que nada iba con ella.

Me tumbé sobre la cama acoplando mis alas a ella, cerrando los ojos, pensativo. Un hogar, era eso lo que nos acababa de ofrecer y debía estar realmente agradecidos. El dragón nos había arrebatado a nuestros padres pero Erdrie nos había dado una aguilera mucho más grande que la nuestra. Nos habían dejado huérfanos pero ella se había asegurando de procurarnos un futuro.

Llamaron desde fuera. Una voz femenina e infantil pronunció mi nombre con una dulzura y una calidez extrema. Salí rápidamente a su encuentro apartando a mi hermana de un sutil empujón y deslicé la pequeña tela que me separaba del exterior.

Allí, de pe frente a mí, con una bandeja llena de frutas sobre las manos, se hallaba una niña más o menos de mi edad, la más bonita que jamás habría soñado ver. Su pelo rubio le caía por el pecho, perfectamente listo. Sus ojos azules brillaban en la oscuridad, dándole un toque mágico y misterioso. Sus alas blancas se estiraban tras ella, tensas y firmes… eso sólo demostraba que estaba nerviosa. Vestía una túnica blanca y violeta que rozaba el suelo ocultando sus pies, pero seguramente también serían perfectos.

Sonrió levemente sonrojada y me tendió la bandeja.

- Mi hermano me ha pedido que os traiga esto – la cogí con cara de bobo y ella se sonrojó aún más, emitiendo una delicada risilla infantil y alejándose a paso lento.

- ¡Espera! – se giró extrañada mirándome expectante –. ¿Cómo te llamas?

- Nawiel.



Abrí los ojos contemplando el techo de aquella extraña posada. Sudchart estaba muy cerca de Nevesmortas y hacían un chocolate riquísimo, por eso habíamos decidió ir allí esa tarde. Sonreí ante el recuerdo infantil de Nawiel… mi Nawiel…

Bajé las escaleras y antes de entrar al gran salón ya distinguí las risas de Estela, Suhaila, Tensei, Tolvadir y Mariah. Preparandose para todo un espectáculo sobre el escenario.

- ¡Vamos a bailar Suh!

- ¡¡Eso, bailar y luego subamos a las habitaciones los tres!! – Tenseí esquivó la mirada asesina de Tolvadir mientras comprobaba que las dos elfas ignoraban su propuesta – ¡Celedrian, amigo, apóyame! ¿Verdad que quieres subirte a las habitaciones con ellas?

- Me temo que si hago eso, Tensei, luego tendré que batirme contigo, y hoy no estoy de humor.

- Tienes razón – Tensei se puso serio –, saber que protegeré a mis mujeres de cualquiera.

- Si Tensei, pero ¿quién las protege de ti?

- ¡Soy el amor en persona!! No necesitan que nadie las proteja de mi ¿A que sí, Estela?

- Ni en sueños.

Todos rieron, terminaron sus bebidas, yo cogí otro pastelito de frutas y me dirigí a la puerta.

- ¿Te marchas?

- Si… tengo cosas que hacer. Pasáoslo bien.

Las risas se perdieron en la posada mientras yo alzaba el vuelo, subiendo, subiendo, subiendo. Tanto que mis oídos protestaron y tuve que parar. Y desde allí, desde lo más alto que mi cuerpo me permitía, mi único pensamiento fue para ella.

Nawiel…

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