martes, 5 de mayo de 2015

Capitulo 05. La Carta.

Pasó un año hasta que volvimos a escuchar la tenue risa de Dardo en casa. A diferencia de los años anteriores a su llegada, cuando mi padre y él se separaron y este no volvió a saber nada de él hasta el día que le conocí, Dardo sí fue mandando mensajeros con cartas sencillas que indicaban su paradero.

Por lo general escribía siempre a Tälasoth, pero en alguna ocasión el mensajero traía dos cartas. La primera que recibí empezaba con un cariñoso “¡Sé que no estás practicando!”, me hizo sonreír porque era verdad, descuidé un poco mi entrenamiento cuando se marchó, pero a raíz de esa carta me puse de nuevo enseguida con mis obligaciones.

La segunda carta que recibí me hablaba de los caminos tan extraños que estaba recorriendo, de las gentes que estaba conociendo e incluso de algún antiguo camarada con el que, milagrosamente, se había reencontrado.
Sus cartas no eran muy largas pero siempre me hablaban con cariño y en una de ellas incluso me confesó que me añoraba. Cuando leí aquellas palabras sentí mi corazón estremecerse.
   “En mi camino diario encuentro fuertes guerreros que vanaglorian sus hazañas en peleas callejeras, que alardean de batallas ganadas de forma sucia y deshonorable, y no puedo evitar pensar en lo afortunado que soy por tener una pupila tan pura y decente. Les miro y es ahí cuando me doy cuenta de lo que mucho que añoro tus ojos azules y la hermosa sonrisa que se ha adueñado de tu rostro”

Mis sentimientos por Dardo era complejos y desconcertantes, y a medida que pasaban los años se hacían más desconcertantes aún.


La noche que Dardo regresó, aguanté de nuevo las inmensas ganas de abrazarle, me quedé de pie junto a las escaleras y le dediqué una sonrisa.  Él me guiñó un ojo y abrazó con fuerza a mi padre.
Aquella fue la primera noche que dormí del tirón desde que se marchó.

Los días, las dekhanas, los meses fueron pasando, tantos y tan largos que en un abrir y cerrar de ojos cumplía los veinte sin que apenas nadie se hubiese dado cuenta. Mis viajes con Dardo se habían incrementado, le acompañaba en recorridos cortos siempre en la búsqueda del mejor aprendizaje, o de lecciones de fe.
Dardo era incondicional de la guerra. Absolutamente todo lo envolvía en el credo de la batalla, el honor y la estrategia. Me enseñó a mostrar respeto por mis enemigos y a no juzgar a ninguno de ellos por su apariencia, me enseñó a no ser impulsiva y a pensar con la cabeza mis movimientos, me enseñó a disfrutar en un combate cuerpo a cuerpo y a eliminar el miedo en mi interior… y a todas esas lecciones debíamos sumarles las de la meditación y la búsqueda del equilibrio interior. No existía el día en que no tuviéramos algo que hacer.

Creo que fue la suma de todo aquello lo que hizo que mi corazón se volviese loco. ¿Le amaba? Ni yo lo sabía, era un sentimiento tan extraño… Cuando le miraba, sonreía contenta por tenerle a mi lado. Cuando era él el que me miraba, al final me perdía en esos ojos azules tan hermosos. Cuando me tocaba, sentía cómo la fuerza recorría el lugar dónde sus dedos me habían rozado.
Se lo conté a mi madre, necesitaba exteriorizarlo de alguna manera y, en realidad, su tenue risa le quitó toda la importancia que podía tener.
   - No es amor eso que describes – me dijo – sino admiración. Dardo te está dando aquello que te completa en la vida, te empuja y te guía por un mundo desconocido, te enseña y te muestra el verdadero significado de lo que te rodea. Cuando le miras, no le ves como un hombre al que entregarías tu más preciada posesión, sino como aquel que te ha abierto los ojos y te ha mostrado la verdad.
   - Entonces, ¿por qué siento estas ganas de abrazarle o me estremezco cuando se marcha y tarda un tiempo en regresar?
   - Cariño, porque cuando alguien te importa, cuando creas un lazo fuerte con otra persona, te preocupas. ¿Crees que tu padre y yo no sentimos eso por ti? Cada vez que te has ido con él mi corazón ha estado en tensión constante hasta que habéis regresado.

Aquella conversación me ayudó más de lo que creí. No volví a estar tensa ni a sonrojarme cuando se me acercaba. Empecé a mirarle sonriendo y las veces que se daba cuenta se sorprendía y siempre me respondía con un “¿…Qué?" Yo reía y me metía con él.
Fue el mejor año desde que le conocí.


Pero entonces llegó aquella carta y lo cambió todo.


Los orcos había atacado las puertas de Sundabar, una de las ciudades del reino, relativamente cerca a nuestro hogar. Los grupos de batidores se habían adentrado en los bosques y habían encontrado campamentos y campamentos, cientos de orcos, decenas de clanes distintos que se habían unido con un único propósito.
La noche que mi padre regresó a casa de la escuela con aquella carta, ninguno dormimos. El consejo de Sundabar había enviado mensajeros a todas las poblaciones cercanas pidiendo ayuda. Los profesores de la escuela se preparaban para el viaje a través de un portal que crearían y mi padre vino a despedirse.
   - Ignoro lo que nos encontraremos allí y cuánto tiempo estaré fuera. Debéis ser fuertes y estar unidos, no tiene pinta de que vaya a ser un malentendido desafortunado…
   - Mi amor, déjame ir contigo…
   - No Neru, necesito que te quedes y cuides de Araya… necesito que estés a salvo…
   - Entonces no hay tiempo que perder, debemos partir de inmediato – Dardo se colgó las armas y mi padre le dedicó una mirada severa.
   - El mensaje era para los arcanos, Dardo.
   - El mensaje era para todo valiente que pueda y quiera enfrentarse a esas criaturas. Seré el mejor guerrero que tengan en esa maldita ciudad y se sentirán afortunados cuando me vean.
   - ¡Entonces yo también iré! – me levanté de la silla y fui hacia mi arma, pero Dardo fue tan rápido como acostumbraba y detuvo mi mano antes de que rozase la empuñadura.
   - No – su voz sonó tan tajante, tan severa… nunca pensé que una simple palabra pudiese frenarme como lo hizo.
   - Dardo, los arcanos no te dejarán entrar en la escuela.
   - ¿Y para qué diablos tengo un hermano entre ellos? Si al final no servirás para nada – él reía, pero en sus ojos había visto la preocupación – Si no me dejáis ir con vosotros soy perfectamente capaz de llegar a Sundabar caminando.
   - Está bien, está bien, pero calla ya de una vez – mi padre se giró y besó a mi madre con tanta pasión y con tanta intimidad que me dio vergüenza mirar.

Dardo salió de la casa y se puso a hacer estiramientos. Yo le seguí, me sentía incómoda mientras mis padres seguían besándose y se susurraban cosas que di gracias de no poder escuchar. Le miré y por primera vez no supe qué decirle. Él se acercó y me abrazó.
   - Perdóname, a veces olvido que ya no eres una chiquilla – dudé unos instantes pero al final le apreté con fuerza contra mí.
   - Podría ir contigo…
   - Podrías… pero si vienes me quitarás toda la diversión, niña – se separó un poco y me sonrió con dulzura, se quedó mirándome y respiró hondo mientras me acariciaba el rostro – Yo también necesito que estés a salvo, Araya… Confía en mí, y en tu padre… y por todos los dioses, ¡no llores! – sonrió de nuevo mientras limpiaba la lágrima que caía por mi mejilla.
   - No hagas ninguna estupidez, tienes mucha tendencia a hacerlas… eres lo más importante que tengo… ¡y si no vuelves te odiaré por toda la eternidad! – él sonrió como nunca lo había hecho, fue una sonrisa plena, pude ver en sus ojos cómo mis palabras le habían llegado hondo. Me besó en la frente y me abrazó de nuevo.
   - Tú también eres lo más importante, niña – se separó, chocó su frente contra la mía y me soltó –. Pero he de admitir que tu odio eterno sería algo digno de ver.
   - Dardo ¿estás listo ya?
   - Hermano, yo nací listo. Eres tú el lento, me han salido canas de esperarte.


Mi padre y mi maestro se alejaron en la oscuridad de la noche hacia la escuela de magia. Mi madre me apretó con fuerza la mano mientras los miraba alejarse, y yo me pregunté, al mirarla, si debería sentir el mismo miedo que veía reflejado en sus ojos.

No hay comentarios:

Seguiremos soñando

Seguiremos soñando

Índice