“Levántate”
El dolor en la cabeza y en el
pecho era espantoso, sentía como si todos los huesos se hubiesen resquebrajado
y cientos de astillas vagasen libres por mi interior desgarrando todo lo que
encontraban.
“Levántate”
Aquella voz espectral llegó a
mí como un susurro siniestro, un susurro que entró en mi cuerpo y lo recorrió
sanando mis heridas. Abrí los ojos y observé mi alrededor desde el suelo. La
nada me rodeaba, kilómetros y kilómetros de desierto rocoso con algunas mesetas
de extrañas formas.
“¡Levántate!”
En esa ocasión el susurro fue
más una orden, mi cuerpo reaccionó y me incorporé de un salto, mirando al frente
con la esperanza de encontrar a la criatura que me hablaba mentalmente. Sentía
el eco de aquella palabra perderse en el infinito pero sabía que sólo estaba en
mi interior. Giré sobre mí mismo un par de veces y avancé sin rumbo buscando…
algo.
Pero allí no había nada, sólo
un mar de arenilla y roca que se desplegaba hasta más allá de donde mis ojos
alcanzaban en todas direcciones.
- ¿Dónde estoy? – me atreví a preguntar.
“En su dominio”
- ¿Y eso qué significa?
El silencio me impacientó y
seguí caminando sorteando piedras puntiagudas y escalando algunas formas
rocosas hasta llegar a lo alto de una meseta donde tuve una mejor vista. Y lo
que vi atravesó con fuerza mi alma y mi espíritu.
La guerra que había librado
junto a mi padre en las puertas de Hl’uzhar era un juego de niños comparado con
lo que allí había. Una encarnizada batalla donde el color predominante era el
rojo carmesí, que bañaba todo lo que tocaba a su paso tiñendo el horizonte. Una
y otra vez los combatientes caían derrotados, volvían a levantarse y al hacerlo embestían contra los
que, segundos antes, eran sus aliados. Una y otra vez la lealtad era
quebrantada. No existía fidelidad en tan encarnizado enfrentamiento.
Intenté apartar mis ojos de la
cruenta pelea y busqué en el firmamento alguna otra cosa. Lo único que se veía
era desierto, pero si se afinaba la mirada se distinguía en la lejanía una
torre roja que se alzaba victoriosa.
- ¿Dónde demonios estoy…?
“En su domino”
- ¡¿Y eso qué significa?! – me giré buscando
la voz, enojado por tanto misterio.
Sólo entonces comenzaron a
formarse dos figuras que ascendían por la meseta, por el mismo camino que yo
había tomado. La primera era un fornido elfo vestido con piezas de cuero
manchadas de sangre, sus ojos brillaban con el conocimiento de siglos y su piel
estaba llena de cicatrices. En su cinto yacían silenciosos dos estoques y en su
espalda otros dos vibraban impacientes por ser desenfundados.
La segunda figura era un
hombre gigantesco ataviado con armadura completa mellada y llena de sangre,
seguramente debido a los miles de combates. En su mano portaba una gran hacha y
la sangre corría por su filo goteando hasta el suelo. Sus brazos y sus piernas
mostraban diversas heridas que lucía orgulloso y su rostro estaba cubierto por
un casco cerrado. El inmenso humano se acercó hasta mi altura y señaló la
batalla con el hacha. Yo volví a escuchar la voz en mi cabeza, y ahora que los
tenía delante supe que el que hablaba era el elfo.
"Durmas,
hijo de Jarred, éste es su domino. La guerra, la sangre, la muerte. El honor de
vencer en cada victoria sólo lo saborean aquellos que lo merecen" – el humano cerró
el puño frente a mi cara – "el resto son aplastados."
- ¿Tú…? ¡¿Vos…?!
De pronto me di cuenta de lo
que estaba pasando, no podía explicarlo pero era tan real como mis dieciséis
años vividos. Miré a aquel inmenso humano parado frente a mí, con su gran puño metálico cerrado frente a mis ojos... El martillo de enemigos, el señor de la batalla, el Dios de la
Guerra se alzaba magnánime frente a mí. Hinqué la rodilla en el suelo y agaché
la cabeza mostrando todo el respeto que un Dios merecía, recordando sólo entonces
que le había gritado…
"Levántate."
Aquella vez el elfo no tuvo
que pedirlo dos veces, me incorporé en el acto pero no fui capaz de alzar la
vista. Recordé por mis días de lectura que el gran Tempus nunca hablaba a
aquellos a los que se presentaba, siempre utilizaba un guerrero caído digno de
su reconocimiento para hacer de voz.
"Ha visto en su letargo tu sed y tu ansia,
ha visto tu fuerza y tu anhelo, ha visto tu muerte y tu templanza. Observa ahora
los guerreros eternos y responde. ¿Deseas vivir?"
- Más que nada en este mundo… señor… -
Tempus giró la cabeza hacia mí.
"¿Por qué?"
- Yo… deseo ser un gran guerrero, librar
batallas y sentir el acero en mis manos y el ardor de la batalla en mis venas –
el martillo de enemigos me dio entonces la espalda y dos caballos, uno negro y
otro blanco, aparecieron por la meseta.
"Entonces
ve. Clama a los vientos la guerra, busca en el horizonte a los guerreros
olvidados. Lucha y lábrate un destino como heraldo de la guerra. Sé uno más de
sus muchos ojos y voces."
Tempus se subió a lomos del
magnífico animal blanco, me dirigió una última mirada, encabritó a la bestia y
corrió meseta abajo rumbo a la eterna guerra. El elfo se quedó allí conmigo,
mientras el caballo negro me miraba.
- ¿Este es…? – intenté recordar el nombre
del caballo negro de Tempus, escrito en tantos manuscritos.
"Tú no eres digno de Deiros. Ninguno lo
somos" – efectivamente, al fijarme más en el caballo me di cuenta de que no era
tan magnífico y deslumbrante como el blanquecino que se había lanzado hacia la
batalla.
- ¿Qué debo hacer ahora? - el elfo
materializó una hacha de batalla en sus manos y me la tendió
"Este es su símbolo. Pórtalo con orgullo y
no permitas que su filo toque nunca el frío suelo. Alza tu voz y lleva su dogma
a todo aquel que sea digno de escucharlo. Ahora levántate, Durmas hijo de
Jarred" – el elfo se subió a lomos del caballo negro, lo encabritó también y
dirigió las patas del animal hacia mí.
Me protegí con el hacha y
cerré los ojos esperando el golpe, que fue simplemente un sonido hueco sobre
mí.
“Levántate. La mano de Tempus te ha elegido”
Cuando abrí los ojos, el dolor
en la cabeza regresó, la sangre en mi boca despertó un desagrado en mi estómago
al saborearla y los gemidos que me rodeaban me desconcertaron. Me incorporé
levemente y descubrí que estaba bajo techo, en algún templo dónde habían
reunido a los heridos.
El rostro de mi padre fue lo
único que reconocí entre tanta gente.
- ¡Durmas!
- Padre… ¿qué ha pasado?
- ¿qué ha pasa….? ¿qué ha…? ¡Lo que ha
pasado es que te di una orden muy sencilla y la desobedeciste deliberadamente!
- Jarred, no es momento de echarle la bronca
al crio – sonreí y volví a tumbarme.
- No importa, puede reñirme… era mi destino.
- ¿Tú destino? Aún deliras hijo…
- No… ahora ya sé lo que debo hacer… ahora
ya sé quién soy – cerré los ojos y caí en un sueño profundo.
Mientras la consciencia se me
escapaba escuché una última frase de los labios de mi padre. Una frase que me
hizo sonreír aún más.
- Duerme hijo… luego ya me explicarás de
dónde has sacado ese hacha…
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