jueves, 22 de octubre de 2015

Capitulo 03. Batalla

Sangre y muerte eran lo único que se hallaba frente a las puertas de Hl’uzhar. Sangre que manchaba de rojo carmesí la tierra y la hierba que los diestros guerreros pisaban; muerte que se dejaba oír como un leve susurro que recorría insaciable el campo de batalla.

Uno a uno fueron cayendo, uno a uno fueron expirando su último aliento mientras sólo quedaban en pie los más duros, los más fuertes… los mejores. Y entre todo el caos, entre toda la muerte, entre los cuerpos mutilados, desgarrados, ensangrentados y deformes luchaba con valentía y esmero el joven humano de apenas 16 inviernos, un joven al que le habían prohibido ir y, sin embargo, al que agradecían que estuviese allí en ese momento.

Los ojos de Durmas y su padre se cruzaron una sola vez, suficiente para que el hijo supiese que el padre no estaba contento con su presencia, suficiente para que el padre supiese que el hijo estaba tan loco como él.
Los gritos, en ocasiones, eran ensordecedores. Tanto aliados como enemigos gritaban con fuerza en cada carga, en cada golpe y en cada herida. Durmas lanzaba su hacha con fuerza y precisión a aquellos a los que encontraba, aguantaba los golpes resguardándose bajo su escudo y se movía con inteligencia a lo largo del campo.

Encontró un zhent encapuchado que le miró serio, sin duda analizándole. Entre el barullo aquel extraño se detuvo con la parsimonia de un bloque de hielo y movió con gracilidad sus estoques en las manos. Sonrió con una frialdad y determinación escalofriante y esperó que Durmas reaccionara. El joven humano lo analizó también con toda la rapidez que pudo. Le sacaba una cabeza de altura pero los músculos marcados en su fina figura denotaban la fuerza que probablemente tendría, parecía más un muchacho que acabara de salir de la escuela que un sanguinario enemigo, pequeño y delgado… ¿un elfo quizá? Sus estoques estaban bien cuidados y el líquido rojo descendía por el filo tiñéndolo del color de la sangre, se colocó en posición defensiva y Durmas atacó.
Justo antes de alcanzarle el zhent giró sobre sí mismo, sorprendiendo a Durmas, golpeándole en la espalda con ambas armas. Sintió el filo chocar contra la armadura, frenó en seco y al girar interpuso el escudo entre él y la nueva estocada del enemigo mientras que con la otra mano lanzaba el hacha sobre el pecho del zhent, que lograba esquivarlo gracias a una destreza envidiable. Rodó por el suelo y se quedó agazapado a un par de metros de Durmas, la capucha se le deslizó hacia atrás y sus orejas puntiagudas quedaron al descubierto mientras sus ojos verdes brillaron en un destello asesino.


No muy lejos de aquella batalla, otra de igual magnitud se libraba, pues Jarred luchaba con esmero contra un semiorco que intentaba abatirlo con un inmenso espadón. El capitán de la milicia de Bulborp ridiculizaba a la enorme criatura esquivando con elegancia cada uno de sus golpes, lo que enfurecía cada vez más al semiorco que se ponía nervioso y volvía a fallar.
Y a varios metros de ellos, otros tantos milicianos combatían con orgullo y precisión mientras los zhents iban retrocediendo conscientes de que los superaban.

Sin embargo, aquel elfo no cesó en su empeño a pesar de ver cómo sus compañeros se replegaban. Sujetó con fuerza sus estoques y se abalanzó contra Durmas, pero en esa ocasión el joven estaba preparado, esquivó el ataque y golpeó con el hacha en su pecho. El elfo vio venir el arma y se protegió con los brazos, lo que le obligó a soltar ambas armas, y gimió rudo cuando el filo desgarró la carne de su brazo derecho.
Durmas sonrió, ahora el enemigo estaba herido y desarmado, pero aquel zhent era más inteligente de lo que aparentaba. Tomó carrerilla hacia Durmas, agarró mientras corría una maza ensangrentada que había en el suelo, dio un salto hacia el tronco de un árbol y se ayudó de él para abalanzarse de nuevo, desde las alturas, hacia el joven.
Sorprendido, lo único que se le ocurrió a Durmas fue protegerse con el escudo. Se agachó y colocó la protección justo sobre su cabeza en el preciso instante en que el zhent arremetía contra él. El escudo lo protegió del golpe, de ese y del siguiente… y del siguiente… y del siguiente. Durmas creyó que nunca cesaría de golpear y tras varias arremetidas se dio cuenta que el escudo empezaba a abollarse. Debía hacer algo, no podía quedarse en esa posición esperando que el elfo se cansase.
De modo que tomó una decisión. El siguiente golpe fue fuerte, cargado de rabia y de ira, cuando el elfo alzó la maza de nuevo Durmas utilizó todo el peso de su cuerpo para alzar el escudo y golpearle en la cara con él, pero el zhent fue más rápido, esquivó el movimiento y al ver a Durmas totalmente desprotegido le golpeó con un ansia cruenta en la cara, lanzándolo hacia el mismo árbol donde, momento antes, se había apoyado.

El dolor fue horrible, cuando Durmas escuchó cómo su mandíbula se fracturaba pensó que no existía dolor más profundo, pero el golpe seco en la cabeza al chocar contra el árbol fue su perdición, pues el dolor profundo le atravesó por la columna y se escapó hasta los dedos de los pies.

Cayó al suelo de cara, hundiendo el rostro en la tierra manchada de la sangre de los enemigos, de los aliados y ahora de la suya. Entonces sintió aquella maza de nuevo caer con fuerza sobre su cabeza… y el mundo se tornó negro.



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