Sangre y muerte eran lo único
que se hallaba frente a las puertas de Hl’uzhar. Sangre que manchaba de rojo
carmesí la tierra y la hierba que los diestros guerreros pisaban; muerte que se
dejaba oír como un leve susurro que recorría insaciable el campo de batalla.
Uno a uno fueron cayendo, uno
a uno fueron expirando su último aliento mientras sólo quedaban en pie los más
duros, los más fuertes… los mejores. Y entre todo el caos, entre toda la
muerte, entre los cuerpos mutilados, desgarrados, ensangrentados y deformes
luchaba con valentía y esmero el joven humano de apenas 16 inviernos, un joven
al que le habían prohibido ir y, sin embargo, al que agradecían que estuviese
allí en ese momento.
Los ojos de Durmas y su padre
se cruzaron una sola vez, suficiente para que el hijo supiese que el padre no
estaba contento con su presencia, suficiente para que el padre supiese que el
hijo estaba tan loco como él.
Los gritos, en ocasiones, eran
ensordecedores. Tanto aliados como enemigos gritaban con fuerza en cada carga,
en cada golpe y en cada herida. Durmas lanzaba su hacha con fuerza y precisión a
aquellos a los que encontraba, aguantaba los golpes resguardándose bajo su
escudo y se movía con inteligencia a lo largo del campo.
Encontró un zhent encapuchado
que le miró serio, sin duda analizándole. Entre el barullo aquel extraño se
detuvo con la parsimonia de un bloque de hielo y movió con gracilidad sus
estoques en las manos. Sonrió con una frialdad y determinación escalofriante y
esperó que Durmas reaccionara. El joven humano lo analizó también con toda la
rapidez que pudo. Le sacaba una cabeza de altura pero los músculos marcados en su fina figura denotaban la fuerza que probablemente tendría, parecía más un muchacho que acabara de salir de la escuela que un sanguinario enemigo, pequeño y delgado… ¿un elfo quizá? Sus estoques
estaban bien cuidados y el líquido rojo descendía por el filo tiñéndolo del
color de la sangre, se colocó en posición defensiva y Durmas atacó.
Justo antes de alcanzarle el
zhent giró sobre sí mismo, sorprendiendo a Durmas, golpeándole en la espalda
con ambas armas. Sintió el filo chocar contra la armadura, frenó en seco y al
girar interpuso el escudo entre él y la nueva estocada del enemigo mientras que
con la otra mano lanzaba el hacha sobre el pecho del zhent, que lograba
esquivarlo gracias a una destreza envidiable. Rodó por el suelo y se quedó
agazapado a un par de metros de Durmas, la capucha se le deslizó hacia atrás y
sus orejas puntiagudas quedaron al descubierto mientras sus ojos verdes
brillaron en un destello asesino.
No muy lejos de aquella
batalla, otra de igual magnitud se libraba, pues Jarred luchaba con esmero
contra un semiorco que intentaba abatirlo con un inmenso espadón. El capitán de
la milicia de Bulborp ridiculizaba a la enorme criatura esquivando con
elegancia cada uno de sus golpes, lo que enfurecía cada vez más al semiorco que
se ponía nervioso y volvía a fallar.
Y a varios metros de ellos,
otros tantos milicianos combatían con orgullo y precisión mientras los zhents
iban retrocediendo conscientes de que los superaban.
Sin embargo, aquel elfo no
cesó en su empeño a pesar de ver cómo sus compañeros se replegaban. Sujetó con
fuerza sus estoques y se abalanzó contra Durmas, pero en esa ocasión el joven
estaba preparado, esquivó el ataque y golpeó con el hacha en su pecho. El elfo
vio venir el arma y se protegió con los brazos, lo que le obligó a soltar ambas
armas, y gimió rudo cuando el filo desgarró la carne de su brazo derecho.
Durmas sonrió, ahora el
enemigo estaba herido y desarmado, pero aquel zhent era más inteligente de lo
que aparentaba. Tomó carrerilla hacia Durmas, agarró mientras corría una maza
ensangrentada que había en el suelo, dio un salto hacia el tronco de un árbol y
se ayudó de él para abalanzarse de nuevo, desde las alturas, hacia el joven.
Sorprendido, lo único que se
le ocurrió a Durmas fue protegerse con el escudo. Se agachó y colocó la
protección justo sobre su cabeza en el preciso instante en que el zhent
arremetía contra él. El escudo lo protegió del golpe, de ese y del siguiente… y
del siguiente… y del siguiente. Durmas creyó que nunca cesaría de golpear y
tras varias arremetidas se dio cuenta que el escudo empezaba a abollarse. Debía
hacer algo, no podía quedarse en esa posición esperando que el elfo se cansase.
De modo que tomó una decisión.
El siguiente golpe fue fuerte, cargado de rabia y de ira, cuando el elfo alzó
la maza de nuevo Durmas utilizó todo el peso de su cuerpo para alzar el escudo
y golpearle en la cara con él, pero el zhent fue más rápido, esquivó el
movimiento y al ver a Durmas totalmente desprotegido le golpeó con un ansia
cruenta en la cara, lanzándolo hacia el mismo árbol donde, momento antes, se
había apoyado.
El dolor fue horrible, cuando
Durmas escuchó cómo su mandíbula se fracturaba pensó que no existía dolor más
profundo, pero el golpe seco en la cabeza al chocar contra el árbol fue su
perdición, pues el dolor profundo le atravesó por la columna y se escapó hasta
los dedos de los pies.
Cayó al suelo de cara,
hundiendo el rostro en la tierra manchada de la sangre de los enemigos, de los
aliados y ahora de la suya. Entonces sintió aquella maza de nuevo caer con
fuerza sobre su cabeza… y el mundo se tornó negro.
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