Poco tiempo pasó tras la
victoria en Hl’uzhar, las heridas de Durmas fueron sanando y su cuerpo volvió a
recuperar la fuerza, el ímpetu y la determinación. Su visión, latente en su
alma cada día, le había dado un nuevo sentido a su vida, se sentía más seguro,
más decidido y con una fuerza interior increíble.
Jarred había escuchado atónito
la historia de su hijo. Mientras Durmas explicaba con detalle cada milímetro de
su sueño, Jarred podía ver cómo un brillo bélico crecía en los ojos de su
primogénito. Y no fue el único que le escuchó. El señor de la guerra se había
tomado muy en serio lo de incluir al joven en sus filas, quizá fue por eso que
el destino había llevado a un sacerdote tempusita hasta aquella ciudad, en
viaje de peregrinación.
Willem, un humano ya entrado
en años que había decidido utilizar lo que le restaba de vida viajando por el
mundo propagando la fe del señor de la batalla, y que ni en sus más profundos
sueños hubiese imaginado encontrarse allí a un elegido.
Lo acogió bajo su tutela y, a
pesar de la poca predisposición de Jarred, juntos abandonaron las tierras de
Belborp.
- Estaré bien, padre. Siempre has deseado
que encontrase mi camino y ahora por fin lo he hecho.
- Lo sé hijo, es sólo que pensaba que lo
encontrarías aquí…
- Volveré para que estés orgulloso y veas en
qué me he convertido.
- Ya estoy orgulloso Durmas.
El abrazo de despedida quedó
grabado en las mentes de padre e hijo. Pasarían mucho años hasta que volvieran
a verse, muchos y largos años, cuando Durmas ya fuese más que adulto y su padre
a penas pudiese dedicarle un suspiro más al mundo.
Pero eso es otra historia.
Los años junto a Willen
pasaron raudos, sus enseñanzas fueron intensas, profundas y sacrificadas.
Durmas tuvo que asimilar muchas cosas, aprender a luchar como un Tempusita, a
hablar como un Tempusita, a moverse como un Tempusita.
Marcharon de pueblo en pueblo
propagando juntos la fé que, poco a poco, se acomodaba con tranquilidad en el
alma de Durmas y , con el tiempo, fue él el que llevaba la voz cantante y
dejaba al viejo sacerdote en un segundo plano.
Quizá fue por ese ímpetu, por
esa iniciativa, que Willem decidió compartir con él las plegarias sagradas que
conectaban directamente con su fe.
Le enseñó qué decir, cómo
decirlo y cuándo decirlo.
- Si Tempus te cree digno, te responderá.
- ¿Y qué sucederá cuando lo haga?
- Eso es algo que tienes que ver por ti
mismo.
Y no tardó en verlo, pues tras
pocas dekhanas de rezos, de plegarias y de meditaciones, obtuvo la primera
respuesta. Tempus le había rozado, le había dado un camino a seguir y ahora
correspondía su fidelidad y confianza. Durmas ya no volvería a ser el guerrero,
se convertiría en sacerdote, en clérigo… sería la nueva voz y los nuevos oídos
del Martillo de Enemigos.
Al comienzo del vigésimo
invierno que los ojos de Durmas habían visto, llegó el momento de la despedida.
Los pasos de ambos sacerdotes habían llegado hasta la frontera de Puerta de
Baldur. Allí, cuando el sol estaba en lo más alto, Willem se giró hacia su
joven aprendiz y le sonrió por última vez.
- La hora ha llegado, he aquí donde nuestros
caminos deben separarse joven Durmas. La fe en ti es fuerte pero todo sacerdote
ha de encontrar su lugar y su dominio. Puerta de Baldur es mi hogar, la vida se
me escapa y aquí elijo terminarla. ¿Sabes ya dónde buscarás tu gran batalla?
- Lo sé, maestro. Muchas historias he oído
de las tierras de Amn durante nuestros viajes. Allí viajaré y comenzaré mi
voto.
- Amn es una tierra peligrosa y traicionera.
- Entonces es el mejor lugar para mí,
maestro.
Mientras el barco del puerto
de Puerta de Baldur zarpaba, y Durmas le dedicaba un último adiós a su
marchitado maestro, sintió por primera vez lástima por él. Los años habían sido
largos y crueles, en sus ojos se veía la desgracia de haber llegado a anciano
pues, como buen Tempusita, hubiese deseado morir en batalla antes que ser
condenado por las arrugas, la enfermedad y la debilidad.
Al mirar hacia el océano,
Durmas sintió una nueva energía en su cuerpo. ¿Qué proezas le esperaban allí en
la ciudad de destino, Athkalta?
Eso, pensó mientras sonreía,
sólo Tempus lo sabía.
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