- Vamos cielo, respira hondo,
así, despacio, agarra mi mano y respira hondo…
Dicen que cuando una mujer
está a punto de morir hay un brillo especial que se refleja en sus ojos, dicen
que justo antes de exhalar su último aliento el brillo se intensifica y a veces
la pupila queda anulada por el haz de luz que hay en su interior…
- Venga, tienes que empujar,
cielo, es importante que empujes…
- Traedme más paños, ¡Más
paños!
- Tranquila, respira hondo,
todo saldrá bien…
Dicen que a veces es el cuerpo
el que se rinde antes que la mente, y que, por mucho que se intente, no hay
forma alguna de convencerlo, dicen que cuando eso sucede el rojo carmesí es lo
único que surge de la carne derrotada.
- ¡¡Mas paños maldita sea!! No
podré para la hemorragia…
- No, cariño, no cierres los
ojos, ábrelos, así, mírame… míram…
- ¿Si lloras qué mierda de
ayuda vas a darle? ¡¡Juro por todos los dioses que si no me traéis más paños os
rebano la cabeza a todas!!
- ¡¿Y qué propones?! ¡Nosotras
estamos aquí aguantando la puerta! Si quieres los dejamos entrar y que te den
paños ellos.
- ¡Dejad de discutir, por los
dioses! Vamos, cielo, no dejes de mirarme, así… respira hondo.
- Que empuje.
- ¿Ya? No sé si tendrá
fuerzas…
- ¡¡Que empuje!!
Dicen que cuando un niño sale
del vientre de su madre la desgarra por dentro y por fuera, un dolor tan atroz
y tan impotente que gritar es la única válvula de escape de ella, dicen que si
todo sale bien la criatura sale como si un jabón se te escurriese de las manos,
que el dolor intenso mengua y que el recién nacido llora… eso dicen, si todo
sale bien…
- Cariño, tienes que empujar,
ahora ¿de acuerdo? Empuja, vamos.
- Que no grite, si grita la
oirán.
- ¿Ni siquiera eso vas a
concederle?
- Si quieres que los bárbaros
entren déjala que grite, moriremos todas o peor aún, dentro de nueve meses
estarás tú en su situación. ¡Que empuje y no grite!
- Cielo… ya has oído a la
vieja gruñona… empuja cielo, pero no grites… toma, muerde este palo, muerde con
fuerza… ¡Empuja!
- Necesito más paños… esto es
horrible… se desangra Irisae, se desangra… ¡que empuje!
- ¡Eso le he dicho! Ciel….
¿cielo? ¿Evelin? ¡¡¿EVELIN?!!
- Se acabó, hay que abrirla.
- ¡¿Abrirla?! ¡¿Estás loca?!
¡No lo soportará, se terminará de desangrar y morirá!
- Ayúdame o apártate, Irisae…
dadme esa daga.
- ¡¡NO!! ¡Morirá, Kassandra!
¡¡Morirá!!
- ¡¡Maldita sea Irisae, ya
está muerta!! ……………. Dadme esa daga, ¡ahora!
Dicen que la noche de mi
nacimiento fue la más roja de los últimos años, dicen que el olor a carne
quemada y a sangre bañaba toda la aldea. Dicen que los bárbaros del este intentaron
asediar el pueblo y que cuando entraron arremetieron contra todo lo que
encontraron. Dicen que la milicia los contuvo con fuerza y aplomo. Dicen, que
no entienden cómo oyeron los gritos entre tanto jaleo.
- ¡Ah! ¡Golpean con fuerza
Kassandra! ¡¡Van a entrar!!
- ¡Moriremos todas! ¡¡Aaah!
- ¡Silencio malditas abuelas!
- Sácalo Kassandra, sácalo ya.
- ¡Si no te callas no puedo!
Asi… ya está… ya está…
“BOOOM”
Dicen que cuando los bárbaros
encontraron al grupo de comadronas, la imagen de mi madre muerta bañada en su propia
sangre los paralizó un segundo, y que ese segundo fue suficiente para que casi
una decena de medianos y humanos de la milicia acabaran con sus vidas antes de
que pudiesen hacer nada a las mujeres que me ayudaron a llegar a este cruel
mundo.
Dicen que cuando mi padre
llegó al lugar, abrazó con fuerza el cuerpo sin vida de su esposa y la lloró en
silencio durante horas, mientras su sangre se mezclaba con la de los bárbaros
que mi padre había derrotado fuera del pueblo.
Dicen que aquella noche
murieron muchos, tanto bárbaros como milicianos, algún pueblerino y algunas
reses… pero que entre tanta muerte y sangre yo fui el único que nació.
Dicen que mi padre me tomó
entre sus brazos cuando su mente le obligó a soltar el cuerpo inerte de mi
madre, me tomó con cariño y me besó la frente ensangrentada. Dicen que entre
lágrimas me llamó Durmas, el nacido de la sangre.
Eso dicen…
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