viernes, 24 de septiembre de 2010

Capitulo 05. Ojos dorados


El agua estaba fría, como de costumbre, pero al menos no llovía y los rayos del sol arañaban mi cuerpo lo necesario para no congelarme. Quizá aquel baño no había sido de las mejores ideas que había tenido a lo largo de todos mi años, pero, ciertamente, vi el agua demasiado apetitosa.

Me hice la muerta flotando boca arriba, mirando las nubes que formaban figuras extrañas en el cielo. Un zapato, una llave, un arco, un dragón… malditos lagartos con alas… Bufé y puse de nuevo mis pies sobre la tierra, estirando mi cuerpo, escuchando de vez en cuando algún “crack” en articulaciones agarrotadas.

- Toda una mujer – me giré sobresaltada mirando el camino, allí, como si el mundo no fuese con él, como si el aire que respiraba y el suelo que pisaba no fuera el mismo que el resto de los seres vivos, estaba el ahora líder del Puño y la Rosa. Richard parecía tener su propia burbuja, su propio mundo.

Seguramente hubiese intentado parecer indiferente ante su presencia, hubiese achacado mi carne de gallina al frío del agua y no al aura de miedo y sangre que emitía el humano, me hubiese dado la vuelta y hubiese terminado mi baño, no sin tentar demasiado a la suerte y hacerle perder la paciencia… pero sí me hubiese hecho algo de rogar.

Sin embargo verle tan tranquilo y paciente, total y absolutamente lleno de sangre y con una bolsa a su lado que empezaba a chorrear líquido carmesí hacia el estanque… me perturbó.

Salí del agua, me escurrí el pelo y envolví el cuerpo en una toalla que había traído, Richard simplemente me miró, frío.

- ¿Te traes recuerdos de todos tus viajes? – señalé levemente la bolsa sangrienta.

- Un regalo para ti – con una sutil patada, la bolsa se abrió y de su interior salió una cabeza decapitada, con la boca abierta y los ojos desencajados. Yo arrugué la nariz y aparté la vista, incómoda - ¿Lo reconoces?

- ¿Debería?

- Era uno de los que estaban con tu sacerdote.

- Te pedí que no hicieras nada – Richard sonrió con frialdad, seguramente emocionado recordando el combate que habría librado con aquellos pobres desgraciados – En tal caso… lo hecho, hecho está. ¿Tienes algo… más… aparte de eso? – volví a señalar la cabeza.

- Está más allá de Khelb. Hay un campamento en el camino y una abertura entre los árboles que solo un buen ojo puede ver. Encontrarás la casa allí.

- Supongo que tu “visita” le habrá dejado sin mucha escolta… aunque tampoco la necesita.

- Le he dejado la justa para que vengas a pedirme más.

- ¿Perdona?

- Ya te lo dije, antes de que esto termine volverás a mí y el trato adquirirá otras dimensiones.

- Mejor no adelantar acontecimientos, Richard.

Se encogió de hombros e intentó limpiarse una mancha de sangre del hombro… sin demasiado éxito. Sonreí mirándole, quizá, en el fondo, no fuese tan mala idea llevarle conmigo… Al menos había demostrado que era fiel a un trato.

Richard clavó sus ojos negros en los míos y un sutil cabeceo fue lo único que me hizo saber que se marchaba. Recogí mis cosas y me vestí, dejando el pelo suelto mojando mi espalda. Más allá de Khelb me esperaba Edharae… El sol comenzaba a desaparecer por el horizonte y, a pesar de que mi muy amada Selune siempre iluminaba los caminos más oscuros, la experiencia me había demostrado que Shar siempre encuentra el recoveco por el que atacar… las noches son peligrosas.

Cuando el estanque se quedó a oscuras, solitario y en silencio, una sombra se materializó frente a aquella cabeza decapitada. Un hombre de ojos dorados la miró un segundo mientras giraba levemente el cuerpo y desviaba la mirada hacia el camino, en dirección hacia dónde Aluriel se había marchado. Se agachó sujetándola del pelo y la lanzó al estanque. El brillo de dos estoques relució cuando la luz lunar los atravesó. Aquel hombre miró con desprecio la luna y pronunció unas leves palabras que hicieron que la oscuridad le envolviese.

Allí, rodeado del negro de las sombras, en su ambiente, clavó sus ojos en dirección hacia donde Richard caminaba y entornó los ojos… había sido inteligente al seguir al guerrero tras su ataque. Le había visto luchar, le había visto acabar con sus camaradas sin mucho esfuerzo. Él había sido más inteligente y se había fundido en la oscuridad. Muerto no le servía de nada a Edharae, pero ahora tenía información más que suculenta para él.

Cuando el círculo de oscuridad se desvaneció, solo quedó el vació. Aquel que rezaba a la señora de la pérdida caminaba ahora en silencio rumbo Argluna y el plano de la sombras era su mejor aliado.

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