jueves, 13 de mayo de 2010

Capitulo 10. Mentor



Esa noche hubo luna llena. Quizá los astros fueron conscientes del luto de aquel día e incluso Selune quiso hacer su propio homenaje, quién sabe. Lo único que importaba era que la luna se alzaba más grande y más brillante que cualquiera de las noches anteriores que mis ojos habían podía disfrutar.


Los pináculos estaban solitarios… lo prefería. Mi pequeña oración debía ser privada y con el alboroto constante de la compañía era difícil encontrar un momento de soledad.


Me acerqué al saliente y me senté sobre la hierba húmeda, dejando que mis pies colgasen por el precipicio, sacando el pequeño laúd, cerrando los ojos y regalando al infinito una melodía improvisada, suave, triste y melancólica, impregnando los alrededores de la magia que surge al fusionar música y alma… dejando volar mi mente, buscando en lo más profundo de mi memoria, mi mejor recuerdo de él.


Lo que más me marcó de Ethan.


Lo que siempre llevaría conmigo.



- ¡¡Ithiria!!

Salí del agua a toda prisa mientras buscaba, desnuda, el lugar dónde había dejado mi ropa.

- ¡¡Ithiiiiiiiiiiria!!


La encontré justo a tiempo para taparme y dejar a Dâniel con la boca y los ojos abiertos, mientras el rojo se hacía dueño de sus mejillas y se giraba con violencia tapándose la cara.

- ¡¡Aaaaah! ¡Lo siento, lo siento, lo siento!

- Ya está, da igual.

- ¿Si?

- ¡¡NO TE GIRES!!!

- ¡¡Aaaaah! ¡Lo siento, lo siento!

- Humano idiota.

- Elfa engreída…


Lo golpeé con suavidad la cabeza cuando terminé de vestirme y ambos echamos a correr hacia la iglesia. La luna impregnaba aquella noche el horizonte, tan brillante y espléndida que iluminaba hasta el más oscuro rincón.


Apenas llevaba seis meses allí, junto a padre Ethan y el idiota de Dâniel, un aprendiz de sacerdote que vivía en aquella iglesia desde que era un niño. Cada día que pasaba los dos estudiábamos el dogma de la Dama de Plata, escuchábamos las palabras de Ethan, practicábamos su doctrina con las gentes del pueblo, aprendíamos historias y canciones… cada día era igual al anterior, pero aquella vida me llenaba, me sentía importante.


El vacío que mi padre había dejado lo llenaba ahora mi amada Selune y, a pesar de que me gustaba, padre Ethan pensaba que mi nombre estaba cargado de dolor y sufrimiento, por eso aquella noche iban a darme otro. Uno acorde a mis enseñanzas de ahora, uno, según padre Ethan, elegido por la mismísima luna.


Sabía cuál sería mi apellido, Lathaniel, al igual que era el de Dâniel. ¿El motivo? Padre Ethan nos contó que hace muchos años, un anciano siervo de la Dama Argéntea llegó a esas tierras y levantó esa misma iglesia allí, en medio de la nada, porque la luna iluminaba cada noche aquel claro vacío. Fue conocido por muchos durante largos años, el Sacerdote Lathaniel, así se llamaba. A su muerte, hubo un juramento. Todos y cada uno de los novicios llevarían su apellido, honrándolo así en las generaciones venideras, concediéndole la vida eterna impidiendo que su nombre cayese en el olvido.


Padre Ethan carecía de ese apellido porque llegó ya siendo un sacerdote experto, pero Dâniel y ahora yo, llevaríamos eternamente el apellido de aquel gran hombre que levantó la luz de la esperanza dónde los demás no fueron capaz de ver nada.


- ¡Espera, espera! – me giré justo antes de entrar en la iglesia y miré a Dâniel. Me arregló el pelo, me estiró la túnica por algunas zonas levemente arrugadas, me besó la nariz y abrió la gran puerta.

Ambos entramos despacio, recorriendo el largo pasillo de bancos que recorrían la sala, tan solo llena con la presencia de padre Ethan y cuatro sacerdotes más. Llegamos al final, Dâniel se sentó en uno de los bancos y yo permanecí en el centro, justo en medio de un aro de luz producido por el reflejo de la luz lunar en la cristalera superior.


Padre Ethan se acercó y me sonrió posando una mano sobre mi cabeza.

- Cierra los ojos, Ithiria.

Los cerré.


- Deja que todos aquellos sobre los que cae la luz de Selune sean bienvenidos, si así lo desean. La vida crece y mengua igual que lo hace la luna argéntea. Confía en el resplandor de Selune, y recuerda que todo el amor que vive bajo su luz recibirá su bendición. Vuélvete hacia la luna y ella será tu autentica guía. Promueve la aceptación y la tolerancia. Mira a todas las demás criaturas como iguales. Ayuda a tus compañeros selunitas como si fueran tus mejores amigos.


Permanecí inmóvil escuchando sus palabras, dejando que su voz penetrase en mi interior, recorriendo mi cuerpo, invadiéndome una sensación de paz y bienestar absoluto. Me sentí llena, me sentí querida y, realmente, sentí que volvía a nacer.


- Esta noche de luna llena, ante los ojos inmensos de nuestra señora y bajo la luz de su inagotable amor, entregamos una vida de fe. Dime, joven, ¿estás lista para dejar que su luz ilumine tu oscuridad, para que su amor vele por tus sueños y su sabiduría guíe tu camino?

- Estoy lista, padre Ethan – él sonrió, aunque obviamente yo eso no lo vi.

- Bien, entonces solo hay una cosa más que decir.


Escuché el ruido de los sacerdotes levantarse y la risilla nerviosa de Dâniel. Le odié por ello pues me contagió los nervios y tuve que controlarme para no saltar encima de padre Ethan, sacudirle y exigirle mi nombre.


Respiré hondo, concentrándome de nuevo y simplemente me limité a escuchar.

- Abre los ojos, Aluriel.





La música cesó en mis dedos y en los pináculos volvió a reinar el silencio. Miré la luna llena y sonreí inclinando con respeto la cabeza. Padre Ethan estaría ahora a su lado, quizá alguna de aquellas brillantes estrellas sería él, y allí viviría por toda la eternidad, observándome, aprobando muchas de mis decisiones y desaprobando otras muchas.


Colgué el laúd, cruza las manos tras la espalda y comencé a balancearme hacia delante y hacia detrás, ayudándome de las puntas de los pies.

Hacia delante y hacia detrás… hacia delante y hacia detrás.



Fue curioso descubrir que, a pesar del terrible dolor que sentí en ese momento, cuando sus ojos azules, fríos y oscuros me miraron con severidad, mientras de su mano salía despedido el medallón de Ethan, el único sentimiento que me recorría ahora era el de paz.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

me gustan mucho este tipo de historias. en el acto 11 podrías hacer aparecer a un ogro de dos cabezas, una con forma de insecto =)

Lau! dijo...

Mmmm... el acto 11 ya lo tengo escrito... pero veré qué se puede hacer para el 12 ^_^

Gracias por comentar ^_^

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