lunes, 31 de mayo de 2010

Capitulo 11. La propuesta




- Concéntrate. Siente tu respiración, siente lo que te rodea. Concéntrate. Nota la urdimbre fluir por tus dedos, besar el contacto con la flecha, envolverla en un abrazo único e irrompible. Concéntrate. Y ahora, dispara.


Mis dedos se separaron con lentitud dejando libertad a la flecha tensada en el arco. Sentí como si el tiempo fuese más despacio, la escuché romper el mismísimo aire y quebrantar el silencio.


- ¡Hazlo!


Abrí los ojos con decisión clavando la mirada en la flecha mientras susurraba las palabras adecuadas que, horas antes, Dharion me había transmitido.

La flecha se quebró, sacudiéndose con violencia varias veces, dividiéndose en cuatro partes más, cada una de las cuales se clavó en distintas dianas repartidas por entre los árboles, mientras la original, la que yo había disparado en un principio, se clavó justo en el centro de la diana más escondida y camuflada.


Sentí la mano de Dharion sobre mi hombro y seguidamente en mi cabeza.

- Bien hecho muchacha. Aún tienes que practicar pero para ser la primera vez está más que aceptable – Le sonreí emocionada –. Se nota que estás hecha para esto.

- ¿Más que aceptable? – señalé la diana – ¡Es un blanco perfecto!

- No es tu puntería lo que estamos midiendo, chiquilla. Sino tu habilidad.

- Bueno, la dividí en cuatro. Eso son cuatro enemigos menos de una flecha.

- Cuando un ejército entero te rodee y lo único que tengas sea tu arco y un par de flechas, créeme que con cuatro divisiones no tendrás ni para empezar.

- Bueno, tampoco es como si pudiera dividirla en mil partes… - Dharion alzó una ceja clavando sus ojos en mí.

- Muchacha, no me hagas arrepentirme – Le miré sin entender.


Dharion sonrió con frialdad, descolgó su arco, un arco rojizo tallado en una madera que yo jamás había visto, seguramente lejos de estas tierras, con símbolos jeroglíficos de un color oscuro recorriéndolo dándole un toque misterioso y enigmático. Hasta dónde sabía, Dharion había pertenecido al ejército de Bosque Alto, sirviendo como arquero arcano prácticamente toda su vida, pero dudaba muchísimo que aquel arco lo hubieran confeccionado allí.


Sacó de mi carcaj una flecha, que tensó con una tranquilidad y elegancia envidiable y la disparó sin necesidad de concentrarse ni un solo segundo. Ni siquiera le vi despegar los labios y la flecha ya se estaba desmenuzando, convirtiéndose en decenas de flechas que impactaron en todas y cada una de las dianas que habían desperdigadas por los árboles que nos rodeaban, todas en el centro, todas con una perfección que dejaba mi disparo al nivel de las cloacas.


Dharion se giró hacia mí mientras colgaba su arco a la espalda, me palmeó el hombro y caminó con dificultad hacia uno de los árboles, donde reposaba con tranquilidad su bastón. Lo tomó entre sus manos y comenzó a caminar hacia la casa.

- Nunca digas que hay algo que un arquero arcano no puede hacer.


Suspiré mientras le veía alejarse una nueva lección aprendida por mi lengua larga. Miré las dianas, una por una, observando el blanco perfecto, y sonreí. Dharion era mayor, a pesar de ser elfo la vida comenzaba a escapársele, pero nunca perdería lo que le hacía ser el mejor. Fue, era y sería siempre, un arquero.

Solo entonces me di cuenta. El bello de todo mi cuerpo se electrificó, provocándome un escalofrío que duró un par de segundos. Mi corazón se detuvo un instante y tras eso, la adrenalina se disparó en mi cuerpo y sentí un hormigueo en las puntas de los dedos.

No hizo falta más aviso, cuando me di la vuelta lo vi, allí plantado a escasos metros de mí, clavando sus ojos azules en los míos, mirándome con total serenidad, cómo si nuestros encuentros fueran ya tan normales y predecibles que no había cavidad para la sorpresa.


A Edharae le sangraba el brazo, el líquido rojo carmesí le resbalaba hasta las puntas de los dedos, goteando suavemente sobre la hierba. Eso provocó en mí la repentina sensación de ventaja, pero él no desenvainó, tan solo me miró, quizá esperando que preguntase por su herida, quizá esperando que tensase mi arco… Con él nunca se sabía.


- Has mejorado – Entrecerré los ojos clavando mi mirada oscura en sus destellos azulados. Su voz estaba cansada, como si de pronto los años le hubieran pasado factura.

- Creo que no puedo decir lo mismo de ti.

- ¡Je! Princesa, aún te dejas engañar por las apariencias.

- ¿Qué quieres? – Edharae miró en dirección a la casa de Dharion.

- Nada. Solo venía a hacerle una visita a tu arquero.

- ¿Otro más que quieres quitar de en medio?

- Tranquila – volvió su mirada fría hacia mí –. Ya nos has dejado claro que eres bien capaz de devolvernos la jugada.


Apreté lo puños, sabía de sobra a qué se refería. Aquella pobre chiquilla que consiguió hacerme perder la cabeza y sumirme en un frenesí de sangre. Algo que solo una persona sabía… y lo único que vi en sus ojos al contárselo fue la decepción.


Sujeté con decisión la empuñadura de uno de los estoques al verle acercarse. Él no vaciló, por alguna razón yo sabía que no me haría nada y él que no desenvainaría.

Alzo la mano hasta tocar mi mejilla con las yemas de los dedos y se retiró la capucha con la mano ensangrentada.


Aquello me pilló por sorpresa.


Su pelo castaño le caía por los hombros y varios mechones invadieron su frente. No había ni una sola arruga en su rostro, aquel humano tendría al menos sesenta años y todo lo que mis ojos veían era un hombre de apenas treinta.


Me pasó el dorso de los dedos por la mejilla y sonrió.

- ¿Cuántos años han pasado, Ithiria?

- Veintiseis – Alzó las cejas sorprendido por recordarlo – ¿Te sorprende? Es difícil olvidar cuando asesinan a tu padre ante tus ojos.

- ¿Quieres vengarlo?

- No me provoques.

- También asesiné a tu madre.

- Basta – le ordené.

- Y a tu mentor.

- Basta – repetí.

- Y hace poco que he localizado a tu querido Dâniel – aparté su mano de mi rostro y decidí simplemente ignorarlo. Di dos pasos hacia la casa de Dharion, pasando por su lado sabiendo que me detendría justo en el mismo instante en que lo hizo.

- Por una vez en tu vida, Edharae – entrecerró los ojos, no le gustaba que pronunciasen su nombre - ¿Qué quieres?

- Ya lo sabes, hace mucho que lo sabes – se acercó hasta que sus labios rozaron mi cabello susurrando lo que nunca quise escuchar – Ven conmigo.


Le aparté y le miré furiosa. Él alzó ambos brazos dándome a entender lo sencilla que era la situación en la que nos encontrábamos.

- Te gustaría, créeme. Una vida eterna, más eterna que la que los elfos podéis tener. Una vida conmigo… para siempre.

- Una vida en la oscuridad, en un mundo de mentiras, engaños y traiciones.

- Princesa, el mundo en que tú vives ya es así. Solo que no quieres darte cuenta. Miras, pero no ves.

- No soy yo la que está ciega si alguna vez pensaste que aceptaría.

- ¡Oh princesa!, no lo he pensado. Lo sé – sonrió con arrogancia –. Lo he visto – Me aparté varios pasos de él y mi mano libre sujetó la otra empuñadura –. Llegará el momento, más pronto de lo que te imaginas, una noche sin luna, en que me buscarás. Todo lo que desearás en ese instante será encontrarme. Y esa noche, cuando tus preciosos ojos negros me miren… serás mía.


Desapareció ante mis ojos, dejando solo el vago recuerdo de su figura ante mí. ¿Qué lo había visto? Estaba más loco de lo que pensaba si creía de verdad que iba a creerme tal insensatez.

Solo había un motivo en esta vida por el que le buscase, solo uno. Y no era precisamente el de ser suya.



El grito aburrido de Dharion me devolvió a la realidad. Estaba allí, de pie junto a la casa, apoyado en el bastón cargando con quién sabe cuántos años, esperándome.

Suspiré y solté las empuñaduras de los estoques, devolviendo a mis nudillos su color natural pues lo habían perdido por la tensión con que sujetaba mis armas.


Corrí hacia el viejo arquero que me miraba con tanta impaciencia que si no hubiese sido un elfo con tanta educación seguramente me hubiese golpeado con el bastón por hacerle esperar tanto.

Se metió en la casa contento y comenzó, como tantas otras veces, a relatarme alguna historia de sus años en el ejército. Yo, antes de entrar, no pude evitar mirar hacia el bosque, hacia donde la figura de Edharae había estado inmóvil mirándome.

- Tarde o temprano… esto se va a tener que acabar…

- ¿Eh? ¿Dices algo muchacha?

- No Dharion, no.

- Pues entra ya ¡por Corellon!


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