miércoles, 7 de abril de 2010

Capitulo 08. Ithiria



Octavo acto

Mis pies se movían solos arrastrados por la inexplicable necesidad de evadirme de un mundo lleno de tinieblas, odio, miedo y desesperación. Hubiese entrado con gusto en el trance espiritual que pocos días antes me había enseñado el guardián pelirrojo, pero dudaba que fuese capaz de concentrarme… y dudar me frustraba.

Estaba hecho. Ni siquiera sabía en qué momento la conversación se había desviado hacia nosotros, simplemente había pasado. Una parte de mí se sentía aliviada, pues la carga que llevaba los últimos meses era demasiado grande como para seguir soportándola. Pero otra parte… otra parte desearía no haberle sacado de los pináculos y haber empezado aquella discusión sin sentido. Ni si quiera yo sabía lo que sentía, no conseguía organizar mis ideas y ver con claridad qué era lo que me estaba diciendo el corazón. Sabía que le quería… pero estaba dividida…. ¿Era justo eso para él? No…

“Te has apartado de la vida del trovador y haciéndolo me has apartado a mí”

Eso había dicho, y no le faltaba razón, pero no había sido consciente ni premeditado, simplemente había sucedido, aunque él tenía razón en algo más… yo había dejado que pasase. Sentí la distancia que empezaba a crearse entre nosotros y no hice nada para evitarla, dejé que naciera y nos envolviera a ambos.

Pero no tenía que decirme todo esto para saber que era culpa mía, eso era algo que bien tenía claro desde el primer día, desde aquella noche en la arena de Sundabar. ¿Había sido egoísta por esperar mientras buscaba en mi interior la verdad, aún haciéndole daño alejándome de él inconscientemente? ¿Era el hecho de hacerlo inconsciente la misma respuesta a lo que buscaba? ¿Tanto habían cambiado las cosas?

Me paré en seco, sabía perfectamente dónde estaba aun no habiendo caminado concentrada. El final del camino se acercaba y sabía que, a pesar de que este giraba hacia la izquierda, mis pasos seguirían rectos adentrándome en la llanura. Dos días y estaría en Argluna, pero no era allí dónde iba, mi destino descansaba con tranquilidad en su pequeña cabaña mucho más cerca de mí de lo que estaba la gran ciudad. Él lo sabía, por alguna razón sintió mi presencia, y en el fondo yo sabía que lo haría, por eso no me sorprendió verle apoyado en su bastón junto al enorme árbol que reposaba majestuoso, única referencia de cómo encontrar su casa.

Me sonrió y, apartando unos arbustos gigantes del tamaño de un semiorco, me mostró una abertura hacia un claro oculto a simple vista. Allí estaba su pequeña cabaña y quién sabe durante cuantos años llevaría allí, viviendo en una soledad absoluta que, para mi sorpresa, el elfo bien agradecía.

- Todavía no te esperaba – dijo con voz melodiosa, una voz cansada de tantos años vividos y tantas guerras libradas.

- Simplemente caminé hasta aquí.

- Aún no puedo darte lo que buscas – entramos en la pequeña casa y, tras dejar apoyado el bastón junto a la puerta, se acercó a una pequeña encimera y tomó con cuidado dos tazas de té caliente. Sin duda había sentido mi llegada.

- Lo sé, lo sé.

- ¿Entonces por qué vienes? – me tendió una de las tazas que agradecí con una inclinación de cabeza, limitándome a encogerme de hombros mientras soplaba con tranquilidad la bebida caliente.

Me miró con dulzura, o quizá con condescendencia, no lo sé, pero fuera lo que fuera me sentí agradecida.

Acercó su mano y la posó en mi cabeza, arrastrando mi capucha hacia mi espalda, tomándome de la barbilla y clavando sus ojos grises en mí. Volvió a sonreír con la misma dulzura que había tenido desde el día que le conocí, en aquel mismo claro, hacía ya tantos meses que me costaba recordarlo, antes incluso de que me convirtiera en Guardiana de la Flecha del Destino.

- Aluriel, tesoro, ¿qué te oprime? – negué ligeramente y volví a encogerme de hombros.

- Hay situaciones en las que es difícil tomar una decisión, y cómo es una decisión en la que la vida de nadie está en juego, puedo permitirme tomarme el tiempo que necesite en decidir.

Asintió una sola vez y dio un largo sorbo al té, alzando una mano con la palma abierta ante mí, esperando paciente. Yo supe enseguida lo que quería, por eso no tardé en deslizar mi mano dentro del carcaj y extraer de él una flecha negra perfectamente conservada que dejé con cuidado en su mano. Él la miró y asintió conforme.

- Veo que haces progresos. El espíritu del arquero es fuerte en ti y el poder de esta vida te envuelve. Pero aún te queda un largo camino para dominar a la perfección esta técnica y deberás caminar un gran trecho hasta que llegues a la siguiente bifurcación – comenzó a girar la flecha entre sus dedos con rapidez – Dime, ¿qué hay de ese guardián del que tanto deseas su entrenamiento?

Por poco se me escurrió la taza, abrí tanto los ojos que me dolieron y le miré sorprendida. Nunca le había hablado de nada personal, nunca había mencionado a las personas que me rodeaban, pero allí estaba aquel elfo anciano (si es que podía llamarse anciano a un elfo), preguntándome tan tranquilo por Göyth…. ¿por qué precisamente por Göyth?

- No sabía que me espiaras – fue lo único que me atreví a decir. Él sonrió.

- Mi jovencísima arquera, he vivido más años de los que tú y tus amigos podáis vivir juntando vuestras vidas, creo que tengo bastante experiencia cómo para desenvolverme bien buscando información sobre mis… pupilos.

- ¿Soy vuestra pupila?

- No en el sentido estricto, ya lo sabes. Tu mente está abierta a mis enseñanzas mas eres libre en todo momento de posponerlas o rechazarlas.

- Me gusta lo que me habéis enseñado, me gusta ser arquera arcana – él asintió – y que me lo enseñe uno de ellos, uno de los grandes arqueros… es todo un privilegio.

- Mi pequeña y dulce niña, tu destino ya estaba escrito antes de cruzarte aquella noche conmigo, tu vida ya estaba dirigida a este mundo, ahora eres tú la que debe decidir si, algún día, querrás formar parte de las huestes del ejército elfo o por otra parte, usarás tus conocimientos para labrarte tu propio camino. Mis enseñanzas no te aportaran una filosofía de vida ni un carácter determinado, lo que yo hago es traspasar mis conocimientos a ti. Pero sabes que solo puedo darte la teoría, si no estuvieras capacitada, la magia no fluiría por ti y la conexión con el arco y tu munición no sería más grande que esta taza y su té.

Me devolvió la flecha y la guardé de nuevo junto al resto, sabía que era un símbolo de sus enseñanzas y que tarde o temprano me explicaría su significado, pero de momento para mí solo era una flecha más entre las otras, aunque una flecha oscura de un tallado inigualable que seguramente escondería un secreto misterioso…

- ¿Y bien? – insistió.

- Hago progresos con eso también. A su manera ya me está enseñando cosas.

- ¿Lo consideras por fin un maestro?

- No creo que él me vea como su discípula.

- ¿Y eso por qué?

- Mi vida es la arquería y la música, él es un hombre de guerra que busca un aprendiz a quién guiar por esa misma senda, una senda de batalla, sangre y muerte, dónde el que no sirve para luchar, sirve para morir. Una senda de superación y aprendizaje constante, de frialdad, sacrificio y renuncia, donde los actos hablan y las palabras se las lleva el viento.

- Y dime, tesoro – se acercó a una cortina que cubría la entrada a lo que, seguramente, serían sus aposentos - ¿acaso no es ese el camino que tú estás recorriendo? ¿No es al fin y al cabo tu objetivo, una guerra personal que llevarás hasta el límite, hasta que uno de los dos caiga? ¿No es eso la senda de batalla, sangre y muerte?

Se metió en sus aposentos y me dejó sola con aquellas palabras clavándose en mi mente.

- Te haré saber cuándo has de regresar, aunque sabes que eres bienvenida siempre que lo desees – su voz se perdió en la lejanía y asentí consciente de que, aquella vez, no aprendería nada del viejo elfo.

- Gracias Dharion – fueron mis últimas palabras dirigidas aquella noche a aquel hombre, un arquero arcano que había encontrado meses atrás, un elfo con tantos años a la espalda que no me hubiese sorprendido nada que una noche se sumiera en su meditación diaria y no despertase más.

Terminé el té y salí fuera, cruzando la pequeña abertura en los arbustos saliendo de nuevo al camino que me había conducido allí horas antes. Esta vez desharía lo andado, rumbo de nuevo a lo que por aquel entonces consideraba lo más parecido a un hogar… la Flecha del Destino.

Mi recorrido fue largo y, todo sea dicho, aburrido. Tuve tiempo para pensar en Relenar, en todo lo que había cambiado nuestra relación desde que le había conocido; pensé en mi mentor Ethan, en el tiempo que llevaba sin saber de él, sin que respondiera a mis cartas ni diera señales de vida; pensé en mis conversaciones con Rael, realmente había sido con ella con la única con la que había hablado sinceramente y agradecía la claridad con la que me había presentado las opciones que tenia; pensé en el guardián callado y soso (como Rael le llamaba), en sus últimas palabras hacia mí “tenéis mi respeto como hombre de armas”… eso era bueno, era un gran paso…

Ojalá hubiese seguido mi camino con toda la tranquilidad que tuve hasta ese momento, lo hubiera preferido aburrido y monótono que tener que ver sus ojos azules de nuevo, que tener que escuchar su voz escurridiza pronunciando aquel nombre…

- ¡¡Bastarda!!

Fue lo único que escuché antes de sentir que alguien se abalanzaba sobre mí. Por todos los dioses existidos y existentes, ¿ahora qué? No me costó mucho esquivar a la figura que se había delatado con un grito de guerra tan original. La encaré y la observé detenidamente.

Ante mí se hallaba una mujer de cabellos rojizos que le caían sobre los hombros, juraría que elfa por su tamaño y rasgos faciales, cuyos ojos verdes se clavaban en mí con furia, odio y desprecio. No tenía ni la más remota idea de quién era, pero allí estaba, daga en mano corriendo nuevamente hacia mí gritando improperios muy poco dignos de una señorita.

La esquivé de nuevo golpeando su espalda tirándola al suelo, no tenía intención de atacarla, no de momento, al menos. Prefería cansarla, pues era lo que sucedería si seguía gastando tanta energía en ataques sin sentido. Se escurrió por el suelo cual serpiente y se incorporó girándose con violencia contra mí.

- ¡Asquerosa serpiente! ¡No mereces el aire que respiras! – alcé una ceja mirándola, esta mujer estaba loca…

- Oye, no te alteres. Creo que te estás confundiendo de persona…

- Ithiria – escupió las palabras entre nosotras y recorrieron el espacio que nos separaba golpeándome con fuerza. Entrecerré los ojos y la miré, esta vez con cautela. Solo había una persona que me llamaba así, solo un hombre que bien se encargaba de recordarme mi pasado en cada encuentro, solo uno…

Miré de reojo los alrededores, aquella chiquilla no había podido venir sola, no era posible. Se veía a la legua nuestra diferencia, ella no era rival para mí, no después de todo el entrenamiento que yo había recibido, no después de todo lo que había aprendido. Pero él debía estar allí, acechando en algún rincón oscuro, observando.

- ¡Ithiria! – repitió acaparando entonces toda mi atención – ¡Tan solo eres un gusano en una tierra demasiado grande para ti! ¡Soy mejor guerrera que tú y lo demostraré aquí y ahora!

Como una loca que acaba de perder los nervios se lanzó con los ojos inyectados en sangre. Nada había cambiado entre nosotras, pero ella lo había empeorado. Nadie, absolutamente nadie salvo él me llamaba por ese nombre, un nombre que me provocaba la mayor sensación de asco, debilidad e inmadurez, un nombre que me atravesaba en lo más profundo abriendo un brecha de odio y venganza… un nombre que no debió pronunciar.

Ella era lenta, podía ver sus movimientos mucho antes de los hiciera, y no fue mucho el esfuerzo que tuve que hacer para vencerla. Esquivé varios de sus ataques, la golpee en el vientre lanzándola varios metros lejos de mí, descolgué el arco en un movimiento grácil y rápido, tensé un flecha y la lancé justo en el momento en que de mis labios eran pronunciadas palabras imperceptibles por ella, palabras que la hicieron brillar en el aire tornándola de un color rojo fuego.

Hubiera sido curioso de ver, si no hubieran intervenido dos figuras oscuras que la apartaron de la trayectoria dejando la explosión de la flecha imbuida en un segundo plano.

- Te agradecería que no matases a mis subordinados – ya sabía yo que no estaba lejos.

- Te agradecería que los tuvieras controlados, entonces – Edharae rió con frialdad y clavó sus ojos azules en mí, entornándolos casi en el acto al ver la cicatriz que recorría mi garganta.

- Dulce princesa ¿en qué líos te metes? No quisiera que saliese dañada… ya deberías saber que ese destino tan solo está en mis manos – tensé otra flecha y le apunté.

- Más quisieras, Edharae – él sonrió.

- En el fondo lo deseas, Ithiria – dejé libre la flecha que voló con rapidez hacia él rozándole la mejilla tras su intento de esquivarla, abriendo una herida pequeña aunque visible.

La mujer chilló frenética suplicando que la liberaran, Edharae se acercó a ella provocando un silencio absoluto y una sumisión deshonrosa. La miró con frialdad, metiéndose en su interior clavando sus ojos en los miedos más profundos de la elfa. Ella replicó y lo único que recibió como respuesta fue un bofetón tan fuerte que la sumió en la inconsciencia.

Alcé ambas cejas totalmente desconcertada sin dejar de apuntar a Edharae, él giró sobre sus talones y me encaró.

- Por doloroso que te resulte, cariño, esta vez no voy a tocarte.

- No sé si podré conciliar el sueño con tan terrible revelación – miré cómo las dos figuras que sujetaba a la mujer ahora la recogían del suelo y se alejaban con ella – deberías controlar a tus perros.

Desapareció como si nada y le sentí acercarse, destensé el arco, sujeté con fuerza la flecha, giré sobre mí misma e interpuse la flecha justo en el preciso instante en que él volvía a aparecer, y lo hubiera hecho a mi espalda si no me hubiese girado.

La punta de mi flecha le rozada el cuello, pero él tan solo sonreía.

- No olvides que eres mía – susurró – tu destino está ligado al mío Ithiria.

- No vuelvas a llamarme así.

- Huye cuanto quieras, algún día te darás cuenta y serás tú la que venga a mí. No me importa lo que deba hacer para conseguirlo… y sabes que no miento.

Desapareció de nuevo y esta vez no volvió a aparecer, pero entre la oscuridad pude escuchar su voz resonando en mi cabeza.

“Tenemos un trato Ithiria, solo tú o solo yo”


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