viernes, 19 de marzo de 2010

Capitulo 06. Empate



Escuché los arbustos moverse y un olor a quemado llegó a mí. Cerré los ojos e intenté sentir todo lo que me rodeaba, las copas de los árboles rozarse con respeto, el susurro del viento abrirse paso entre la espesura, el más pequeño animal olfateando una hermosa flor… todo cuanto acontecía en ese momento en aquel pequeño espacio en el que me encontraba, todo lo que mis agudizados sentidos pudieran percibir, todo lo que mi concentración me permitiese captar, todo.
Sentí una presencia, alguien estaba allí, alguien ajeno a este bosque que lo estaba mancillando con su mera presencia. Alguien que acarició casi con ternura la hoja de una inmensa y hermosa planta y al instante se volvió negra, dejando que esa misma oscuridad se apoderase de su cuerpo acabando con su vida en apenas dos segundos, deshaciéndose en cenizas que se llevó el aire.
Sentí aquella presencia acercarse a mí, rodeada de frialdad, odio y sufrimiento, y mi corazón estalló nervioso, acelerándose tanto que toda mi concentración se desvaneció, todos mis sentidos desaparecieron solo para centrarse en aquella persona, cuyos ojos azules aparecieron en mi mente tan súbitamente que sentí, por un segundo, que dejaba de respirar.
Abrí los ojos y miré a mi alrededor, sabía que estaba ahí, que estaba cerca, me estaba observando escondido y disfrutaba. Miré al frente pues distinguí una sombra. Él apareció de entre la espesura y me miró fríamente mientras acariciaba las empuñaduras de sus armas.

Descolgué el arco y preparé una flecha, acto que le hizo reír, risa que no me hizo retroceder ni dudar en mi empeño. Aquella vez el resultado sería distinto, aquella vez no sería yo la que saliera corriendo ni a la que vinieran a socorrer. Estaba convencida… necesitaba estarlo para acabar con ese hombre de una vez por todas.
Tensé el arco y le apunté, esperando nuevamente su risa macabra retumbando entre los árboles, su mirada fría y la imagen de sus armas desenvainándose con extremada lentitud. Pero Edharae borró toda sonrisa de su rostro y se perdió entre las sombras.

Cerré los ojos concentrándome de nuevo, sin aflojar la flecha que descansaba entre mis dedos y el arco. Escuché una bandada de aves sobrevolando las copas de los árboles, un ciervo pastando en las cercanías y una corriente de aire en dirección contraria al establecido. Allí.
Giré sobre mis talones y disparé la flecha susurrando unas palabras justo antes de hacerlo. La observé volar con una rapidez exquisita mientras se tornaba de un rojo fuego, ardiendo en el aire. Se clavó en el tronco de un árbol y Edharae apareció a su lado sonriendo irónico.
- Demasiado precipitada – me lanzó un beso.
- Demasiado ingenuo – le respondí y aquella vez fui yo la que sonrió con tanta frialdad que incluso el hombre que más había podido temer en mi vida frunció el ceño extrañado, y solo lo comprendió cuando la flecha que había clavada a su lado estalló imbuida por una magia que él, sin lugar a duda, desconocía.

Su ropa ardió durante unos escasos segundos, tiempo suficiente para recargar y lanzarle de nuevo otra flecha que se clavó en su brazo, y durante las centésimas que tardó en analizar la situación le disparé nuevamente. Fue más rápido en aquella ocasión y se fundió en la oscuridad antes de que le alcanzase, pero aquella no era una flecha común, no ardía ni explotaba, no, aquella flecha presentía a su oponente y no cesaba en su búsqueda hasta que lo encontraba. Flecha buscadora, así la llamaban los míos.

Qué ilusa fui esa noche pensando que estaba todo vencido. Sin duda alguna, qué poco había aprendido de aquel hombre.

Un chasquido a mi espalda y la ventaja se esfumó en un suspiro. Giré sobre mis talones mientras tensaba otra flecha en el arco, pero esa vez un puño se estampó contra mi labio y me tumbó en el suelo haciéndome perder de vista el arco. Otro puño se dirigió hacia mí, lo esquivé rodando en el suelo y me llevé la mano al labio ahora sangrante.

Eso dolía.

Le busqué con la mirada, mas mis ojos no fueron tan rápidos como él. Escuché una rama romperse a mi derecha y al querer reaccionar la empuñadura de una de sus armas me golpeó con violencia en la cara. Fui incapaz de abrir el ojo durante el resto de la pelea.
Busqué a tientas el arco y lo divisé no muy lejos, sin duda en una carrera rápida lo alcanzaría, pero sabía de sobra que Edharae me retendría antes. Aún y así, no podía quedarme allí quieta, desarmada como estaba lo único que me quedaban eran las flechas, de modo que tomé una en la mano, la sujeté con fuerza y me lancé lo más rápido que pude hacia el arco.
Él apareció en mi camino, como si siempre hubiese estado allí, con sus dos espadas desenvainadas y la mirada más furiosa que jamás podría expresar. Sangraba y su brazo izquierdo estaba malherido por las quemaduras… eso alentó mis fuerzas y mi espíritu. Hice un quiebro frente a él, giré sobre mis talones, clavé la flecha en su costado, escuché triunfante su gemido frustrado, sentí una mano que me sujetaba la capa y tiraba de mí, caí al suelo de espaldas y para lo único que tuve tiempo fue para interponer la armadura metálica de mi brazo entre la hoja de su espada y mi cuerpo.

Jamás había sentido tanta presión sobre mí, jamás había notado tanto odio canalizado únicamente hacia una persona. Reventó el metal del brazal que cubría todo mi brazo y cortó mi carne como si de mantequilla se tratase. Rasgó mi piel desde el hombro hasta medio antebrazo y por primera vez en todas las peleas que habíamos tenido, me arrancó un grito. No tuve tiempo para lamentarme pues su otra espada se precipitaba hacia mí con la misma elegancia e igual de mortífera que la anterior. Rodé nuevamente oprimiendo mi brazo mal herido en la tierra, gimiendo dolorida intentando concentrarme.

Me alejé de él lo suficiente como para coger nuevamente el arco. El brazo me dolía pero no era momento de quejarse, no había tendones cortados ni nada que no me permitiese disparar, aun con un dolor extremo.
Edharae gimió de nuevo arrancándose la flecha incrustada en su costado y se encaró hacia mí. Hice acopio de todas mis fuerzas y tensé una flecha en el arco sintiendo la mayor punzada de dolor jamás sentida en mi vida, recorriendo desde mi hombro hasta incluso las puntas de los dedos. Susurré unas palabras, las mismas que en el primer disparo, Edharae se preparó alzando sus espadas y el mundo se volvió oscuro.

- ¡Marchaos! – le escuché gruñir a un interlocutor desconocido.
- Mi señor, “ella” os reclama.

El silencio se apoderó de la atmosfera y yo solo pude mantener la posición aguantando el dolor terrible que sentía. Alguien escupió al suelo.
- Saborea este empate pues no habrá otro. En este mundo no hay lugar para los dos.

La luz de la luna volvió a iluminarme y me golpeó con fuerza en un claro ahora vacío, en dónde la única huella de que Edharae había estado allí era el recuerdo de su figura, que aún gritaba con fuerza en mi memoria.

Un empate, eso había dicho. No era una victoria pero era mucho más que una derrota, después de todo eso eran puntos a mi favor. La guerra en Felbarr acababa de terminarse y yo me había metido de lleno en una nueva, ¿la diferencia? En esta guerra no habrían amigos que compartieran mi carga, no habrían conocidos ni aliados… solo yo… solo Edharae.

Colgué mi arco dejándolo reposar en la espalda, arranqué la capa y envolví mi brazo en ella, intentando por todos los medios dejar de sangran. Recogí la pieza metálica que había sido brazalete y hombrera del suelo y miré nuevamente al espacio vacío donde había estado el sacerdote sharita.
- Solo tú, Edharae… o solo yo.

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