viernes, 29 de enero de 2010

Capitulo 02. Enemigos



¿Qué? ¿Ya os lo he contado? Vaya, quizá sí sea demasiado repetitivo. *suspira* No me canso nunca de hablar a las buenas gentes de ella, tan dulce, tan alegre, siempre hablando de su amada Dama de Plata, con su risa envolviéndome y su música adentrándose en mi ser.

¡Ah ya se! Seguro que esto no os lo he contado aún, y son muy pocos los que lo saben, pues incluso a mí tuvo reparo en contármelo. No os preocupéis, tiempo hace de esto ya y no creo que le moleste que os lo cuente. Por supuesto mi relato no será tan detallado ni tan magnífico como el de ella, pero intentaré que os resulte, como poco, interesante.

¿Cómo era? Este viejo casi no recuerda nada que haya sucedido más allá de las puertas de este sitio. Bueno, el nombre del lugar poco importa, supongo, lo importante solo es que ella estaba allí.


“El frío que hacía esa noche helaba sus manos que trataba de calentar inútilmente frotándolas entre sí. Tres noches habían pasado desde que abandonó la seguridad de la ciudad, hacia el sur… ah sí, ya recuerdo, se marchó hacia Athkatla. Por supuesto esta historia no contará lo que allí hizo, pues eso ni yo lo sé y supongo que ella no lo encontró suficientemente emocionante como para dedicarle un soneto a su viaje, pero no me distraigáis con otras historias pues no os contaré la que de verdad importa.


El frío que hacía esa noche helaba sus manos que trataba de calentar inútilmente frotándolas entre sí. Tres noches habían pasado desde que abandonó la seguridad de la ciudad, hacia el sur, rumo a Athkatla. Su maestro y salvador, sacerdote de Selune, del que desconozco el nombre pues ella siempre le llamó “Padre”, la acompañaba vigilante en los caminos siguiendo la luz que aquella noche la luna llena emitía.

Y su luz los llevó a las puertas de Beregost, donde descansarían, llenarían los estómagos e intentarían que Aluriel no perdiera los dedos congelados por el frío *sonríe con un tono bromista*


- No salgas del pueblo hasta el amanecer, debo arreglar unos asuntos – le dijo el sacerdote cuando hubieron cenado.

- Padre, ¿no puedo acompañaros?

- Esta noche no, la oscuridad es peligrosa.

- Mi Señora me protegerá de cualquier peligro, padre.

- No tengo duda alguna de ello, mi joven elfa, pero a este sacerdote le ahorrarás una preocupación innecesaria quedándote aquí.

- Así sea entonces, padre.

Y así fue cómo el sacerdote partió en ese mismo momento mientras nuestra joven protagonista paseaba despreocupada por el pueblo. Un par de casas pintorescas, una biblioteca realmente tentadora e impresionante, establos con hermosos sementales, una figura negra que se escabullía entre las sombras, vendedores ambulantes…. ¡Alto!


Aluriel giró sobre ella misma y observó el lugar donde aquella figura se había desvanecido, agudizó la mirada, se quedó inmóvil escuchando y miró al frente tratando de ver algo como si la vida le fuese en ello.

Un movimiento suave, una sombra que se movía, un salto realmente elegante desde el suelo hasta lo alto de la muralla, un giro inesperado y una mirada fría clavándose en los ojos de la elfa.

Lo supo.

Todavía hoy estoy seguro de que no sabe cómo, pero en ese instante supo que aquella sombra convertida ahora en hombre, era el malnacido que había acabado con la vida de su padre tiempo atrás, el despreciable que consiguió huir de su maestro.

Aquel hombre la sonrió provocándola, y al ser aún muy joven cómo para controlarse, olvidó la promesa al sacerdote y corrió tras él adentrándose en los bosques.

Una risa fría y macabra se escuchó por los alrededores y Aluriel frenó en seco al encontrar a su objetivo de pie junto a un árbol, sin duda esperándola.


Disparó una flecha que él apartó con la mano, sin inmutarse.

- Demasiado precipitada – disparó otra flecha que se clavó en el tronco del árbol, a escasos centímetros del rostro del hombre abriendo en su rostro una fina línea que escupió sangre –, demasiado ilusa.

- ¡Silencio bastardo! – la risa macabra se escuchó por todos los alrededores y muchas de las criaturas de allí se escondieron huyeron despavoridas. Aluriel tembló un poco pero no bajó el arco ni dejó de apuntarle.

- ¿Tan tonta eres que crees que puedes hacerme algo con eso?

- ¡Mataste a mi padre!

- He matado a muchos hombres.

- ¡Era mi padre!

- Tranquila niña, si tanto le echas de menos te dejaré que te reúnas con él – desenvainó dos espadas y sonrió con frialdad.

- ¿Por qué le mataste?

- ¿Por qué iba a decírtelo?

- Si vamos a luchar, tengo el derecho de saberlo.

- De lo único que tienes derecho es de verme antes de perecer, y ni siquiera es un derecho, más bien un privilegio.

- ¡Calla escoria! – él rió de nuevo.

- Eres tú quién pregunta


Debo hacer un inciso en esta parte pues vuestra cara refleja lo que sin duda pueda llegar a ser una impresión equivocada de ella. Cierto es que era joven e inmadura, se dejaba llevar por sus sentimientos y decía lo primero que se le pasaba por la cabeza. Aprendió mucho de aquella noche y dejó de ser tan impulsiva… pero eso será otra historia. Volvamos donde lo dejamos.


- Ven si te atreves, no te tengo miedo. La Dama de Plata vela por mí.

- Tu falsa señora habría sido más lista si me hubiera dejado matarte aquella noche, hubiera sido rápido e indoloro, pero hoy… - se relamió de forma lasciva – te aseguro que disfrutaré de tu cuerpo hasta que no quede ni un ápice de vida en él.

- Desangraré tu cuerpo si te atreves a tocarme, asqueroso sharita.


Él se relamió y se lanzó contra ella y no fue mucho lo que Aluriel necesitó para darse cuenta de la estupidez que había cometido. Tan solo era una chiquilla en un mundo de gigantes y acababa de desafiar a un hombre que había conseguido acabar con los suspiros de su padre en tan solo un movimiento.


Pero no le importó, no le importó morir aquella noche si se llevaba a aquel indeseable con él. La batalla fue grandiosa………………….. bueno, no os mentiré por mucho que me pese. La batalla fue un desastre……………… fue cruel y despiadado, aunque todo sea dicho, ella fue valiente y no le concedió ni un solo grito. Y de nuevo debo darle mil gracias a aquel hombre siervo de la luna argéntea que volvió a salvarla.


- Muérete ya, zorra – alzó la espada rumbo al corazón de Aluriel, que se hallaba en el suelo sangrando y desorientada, cuando una luz cegadora envolvió al siervo de la oscuridad, cegándolo momentáneamente.

Al abrir los ojos, vio de nuevo a aquel sacerdote que un día le obligó a huir con el rabo entre las piernas, junto a Aluriel curándole las heridas susurrando palabras mágicas que él ni siquiera podía soñar en aprender… y eso le enfureció aún más.

- Los años te pasan factura, Edharae, lacayo de la Dama Oscura.

- Debería cortarte tu atrevida lengua – escupió al suelo.

- Para ti nadie es digno de pronunciar tu nombre y aún y así las ratas lo dicen sin temor a represalias.

- No tientes a la suerte, no siempre estarás ahí para protegerla.

- No siempre necesitará de mi protección, quizá la próxima vez sea ella quien deshonre tu trasero – el sacerdote ayudó a levantarse a Aluriel, cuyas heridas se iban cerrando gracias a su magia.

- Una niñata como esa no es digna de tocarme.

- Una elegida de Selune será quien acabe con tu arrogancia, Edharae.

- Mi señora os acecha entre las sombras, cuidaos bien de no pisar en terrero oscuro.

- La luna siempre iluminará la oscuridad.

- No siempre, sacerdote… - retrocedió hasta fundirse en las sombras y desaparecer – no siempre.

Ella nunca fue capaz de decidir qué fue peor, si la paliza que recibió de aquel hombre o la mirada de decepción de su maestro por haber faltado a su promesa”



Por supuesto, fue perdonada casi en el acto y aprendió de aquella noche tantas cosas que jamás tendría tiempo suficiente en sus largos años como para enumerarlas.

¿Qué esperabais? ¿Una batalla épica?

Los héroes, mis señores, no nacen sabiendo todo cuando hay que saber en la vida, lo aprenden del camino que recorren y lo absorben de las decisiones que toman. Ella aprendió grandes cosas de ese encuentro y no todas fueron buenas, créanme.


*se acerca un poco a sus oyentes y baja algo la voz*

Bien es conocido que la Dama de Plata no ve con buenos ojos el deseo de venganza, pero eso sí es una espina en el corazón de mi querida amiga que sigue clavada y sangrando día y noche. Ella sabe que no es un sentimiento puro… pero le es difícil deshacerse de él.


¡Y ahora bebamos! ¡Que he hablado mucho y mi garganta está seca!

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