Allí estaba yo en el Paso de Argluna, como otras tantas veces más. Pero ésta vez era distinto. Un encargo, el cual aún pienso el motivo de tener que realizarlo yo...
Eso ya daba igual, estaba allí y la elfa de cabellos rubios ya había pagado por adelantado.
El viento arreciaba gélido por el camino montañoso como antaño. Mi gabardina parecía querer desprenderse de mi cuerpo por tal brutal azote. Mis pasos eran pesados, el viento dificultaba caminar con normalidad.
Paso a paso mis atuendos se escarchaban, pero no era motivo para detenerse, tenía que encontrar el escondrijo de aquel Clérigo. Aluriel hizo bien en mostrarme aquel retrato hecho a carboncillo.
Los gigantes se hacía escuchar con aquellos sonoros rugidos, se les podía observar en la lejanía. Por suerte, ninguno entorpeceria mi camino.
Khelb, lugar de pocos habitantes y secretos dispares. Fuente de información para mi. Algunos se escondían ante mi presencia, otros en cambio, disimulaban acercándose para curiosear más de cerca.
Ninguno decía nada de interés, hasta que hice resonar un saco lleno de monedas. Para algunos, el oro es motivo suficiente para hacerles cantar. Una mujer corrió hacía mí, apartando al resto, hasta pararse justo en frente.
- Habla. Exigí.
La mujer, exaltada, pronunciaría todo lo que quería saber.
- Allí, hacía Argluna. Antes de llegar a sus puertas, hay varios hombres siniestros y también está por el que preguntas. No sé nada más, lo juro…
Comencé a andar de nuevo hacía mi objetivo, dándole el saquito a la mujer que desaparecería rauda entre el gentío.
Justo cómo mencionó la mujer, allí estaba él, Edharae, varios lacayos más le acompañaban en ésa ruinosa casa escondida entre la arboleda y la nieve.
La noche, el temor de algunos, el cobijo de otros. Detrás de un árbol observé cómo mi objetivo, daba órdenes al resto, depués él, desaparecería volatilizándose en el aire.
Mi trabajo ya estaba terminado, pero una maldita rama les relevó mi escondite. Nunca fui muy sigiloso que digamos…
Corrieron alertados hacía mi, ilusos…
Esbocé media sonrisa desenvainando a la Gemelas. Aluriel no mendionó nada sobre sus lacayos…
Eso ya daba igual, estaba allí y la elfa de cabellos rubios ya había pagado por adelantado.
El viento arreciaba gélido por el camino montañoso como antaño. Mi gabardina parecía querer desprenderse de mi cuerpo por tal brutal azote. Mis pasos eran pesados, el viento dificultaba caminar con normalidad.
Paso a paso mis atuendos se escarchaban, pero no era motivo para detenerse, tenía que encontrar el escondrijo de aquel Clérigo. Aluriel hizo bien en mostrarme aquel retrato hecho a carboncillo.
Los gigantes se hacía escuchar con aquellos sonoros rugidos, se les podía observar en la lejanía. Por suerte, ninguno entorpeceria mi camino.
Khelb, lugar de pocos habitantes y secretos dispares. Fuente de información para mi. Algunos se escondían ante mi presencia, otros en cambio, disimulaban acercándose para curiosear más de cerca.
Ninguno decía nada de interés, hasta que hice resonar un saco lleno de monedas. Para algunos, el oro es motivo suficiente para hacerles cantar. Una mujer corrió hacía mí, apartando al resto, hasta pararse justo en frente.
- Habla. Exigí.
La mujer, exaltada, pronunciaría todo lo que quería saber.
- Allí, hacía Argluna. Antes de llegar a sus puertas, hay varios hombres siniestros y también está por el que preguntas. No sé nada más, lo juro…
Comencé a andar de nuevo hacía mi objetivo, dándole el saquito a la mujer que desaparecería rauda entre el gentío.
Justo cómo mencionó la mujer, allí estaba él, Edharae, varios lacayos más le acompañaban en ésa ruinosa casa escondida entre la arboleda y la nieve.
La noche, el temor de algunos, el cobijo de otros. Detrás de un árbol observé cómo mi objetivo, daba órdenes al resto, depués él, desaparecería volatilizándose en el aire.
Mi trabajo ya estaba terminado, pero una maldita rama les relevó mi escondite. Nunca fui muy sigiloso que digamos…
Corrieron alertados hacía mi, ilusos…
Esbocé media sonrisa desenvainando a la Gemelas. Aluriel no mendionó nada sobre sus lacayos…
(by Richard)
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