Decidí esperar hasta que la noche se deshiciera del todo, pero justo cuando tomé la decisión, los portones del recinto fueron empujados con dureza y el experimentado guerrero me buscó con su mirada, clavando sus ojos en los mío con frialdad.
El frío viento movió su gabardina, mostrando su tercer arma en el cinto y su mano reposando en ella. Sonrió de aquella forma que solo Richard sabía hacer.
- Aquí estamos – mencionó aquellas escasas palabras sin malicia, directo y concreto como antaño solía ser.
- Ya pensaba que no vendrías.
- Pensaste mal – giró su cuerpo hacia la posada y caminó hacia ella.
Bien segura estaba que antaño me hubiese dejado allí plantada, cuando el Puño gozaba de innumerables trabajos, cuando el día lo ocupaban siendo verdaderos mercenarios. Seguramente a Richard no iba a ilusionarle mi propuesta, pero debía intentarlo… debía hacerlo.
Me sorprendió comprobar la tensión que se creó en la posada cuando los allí presentes le vieron entrar. Era consciente de su fama, de su porte y de toda la muerte y sangre que llevaba tras él. Verle alzar una mano con despreocupación y ver reaccionar casi al instante al posadero, apartando una mesa solo para nosotros llenándola de los mejores licores no fue otra cosa que una clara demostración del respeto (o temor) que le tenían.
En el fondo yo también le respetaba… también le temía… pero eso no sería algo que le demostraría esa noche…
- ¿Y bien? – se sentó con tranquilidad y fijó toda su atención en mí.
- Sé que eres un hombre ocupado, así que no lo alargaré más. Quisiera contratarte, aunque seguro es algo que ya dedujiste – él asintió mientras dejaba reposar su mano en la pierna, bajo la mesa – Quiero que encuentres a un hombre.
Hubo un silencio algo incómodo.
- Por lo que deduzco, no es algo corriente. No habrías acudido a mí teniendo a tus camaradas – su voz sonó burlona, no era ningún secreto sus sentimientos por la Flecha del Destino.
- Digamos que es un hombre fuera de lo común, de modo que prefiero mantener a mis camaradas lejos de él – cogí uno de los licores y dí un sorbo – No me importa el precio que pongas.
- ¿Y por qué yo? Hay varios mercenarios más en el pueblucho. Ineptos a mi parecer…
- Pensando así ¿por qué cuestiones mi elección? Me parece lógico acudir a ti. Tu fama te precede.
- Precisamente por eso… - esbozó una sonrisa, era bien consciente que su nombre no era mencionado en buenas conversaciones – Tanto da, dime de qué se trata.
Asentí y saqué mi preciado cuaderno de una bolsa. Estuve pasando decenas de dibujos realizados desde mis primeros días en Nevesmortas, hasta que di con uno de Edharae. Se lo mostré y le noté asimilar cada rasgo, cada gesto… absolutamente todo.
- Bien, ya tenemos quién. Ahora dame más datos que sean de ayuda. Por dónde puede encontrarse, debilidades, compañías… Todo detalle hará más fácil el trabajo.
- No quiero que lo toques, solo que lo encuentres y me digas dónde está.
- Nadie dijo nada de tocarlo… - recogí el cuaderno y miré el dibujo, pasando las yemas de los dedos sobre el rostro de mi némesis.
- La última vez que lo vi, creo que estábamos en las montañas del Paso de Argluna, en una casa destartalada que hay abandonada por allí. No es la primera vez que me lo encuentro en ese Paso, así que hay bastantes posibilidades de que se mueva por algún sitio oculto por allí.
- Es probable que alguno de los bandidos que allí habitan, puedan saber algo…
- Debilidades… no le conozco ninguna.
- Alguna tendrá – su tono seco y tajante me tensó un poco, y que sus ojos negros me mirasen directamente acentuó la sensación… suerte que pude contenerme.
Volvió el silencio incómodo en el que yo aproveché para dar otro sorbo a la bebida.
- Bien… entonces, ¿solo es un trabajo de rastreo?
- Si, solo quiero que averigües dónde está.
- Entonces – retiró la mano de la pierna y la apoyó en la mesa con el puño cerrado. Sentí su molestia, seguramente se esperaba algún trabajo sangriento – dejaré que pongas tú el precio. Si es aceptable, lo sabrás.
- Siento no cumplir tus expectativas sangrientas – sonreí – ¿Cincuenta mil monedas te parece aceptable?
Ciertamente no era un trabajo para él, pero no quería involucrar a nadie cercano, y de todos los mercenarios o posibles candidatos a “ayudarme” Richard era, sin duda, el mejor.
- Siempre que me reserves algo más en este trabajo.
- Ese hombre solo tiene un futuro… y está bajo mis manos. Aunque puedes hacer lo que quieras con los que le acompañen – él suspiró, cansado o molesto, nunca lo supe.
- Bien, acepto. Aunque te aseguro que volverás pidiendo más.
Se levantó, seguramente dando por finalizada la conversación. Descolgué un saquito de mi cinto y lo dejé sobre la mesa, haciendo que las monedas de su interior repiquetearan entre ellas. Richard lo recogió sin apartar su mirada de la mía.
- Tendrás noticias, Aluriel.
Sacó un amuleto de uno de los miles de bolsillos de su gabardina y lo rozó con suavidad. Mis ojos no se desviaron de los suyos mientras su figura se desvanecía. Estaba hecho. Equivocada o acertada, la decisión había sido mía. Ahora, mi “futuro” estaba en manos de aquel guerrero, en manos del Puño y la Rosa… debía confiar en que el institno de mercenario fuera mayor que el de traición.
Cuando la figura de Richard desapareció del todo, el rumor de la posada regresó. Solo entonces me di cuenta que los allí presentes había permanecido en el más absoluto silencio ante su presencia.
Su fama le precedía, sin duda alguna, y ahora yo formaría parte de ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario