Alguien me dijo una vez, que no hay acción sin consecuencia, que la determinación es lo más importante y a lo que nunca debo ser infiel. Años atrás mis pasos hubiesen sido torpes, mi corazón hubiese latido con fuerza y mis manos hubiesen temblado mientras me acercaba a aquella puerta.
Pero hoy no.
Esta noche no.
Hay caminos que solo pueden andar algunos, y solo por esa razón esto debía hacerlo sola. Muchos habían sido los que me habían ofrecido su ayuda, muchos lo que propusieron soluciones que haríamos juntos. Pero él me había demostrado que esta guerra era nuestra, solo nuestra.
Solo tú, Edharae… o solo yo.
Las casitas del este de Nevesmortas descansaban en silencio en una noche de luna llena. Sabía que había otra forma de contactarles pero, por alguna razón, yo solo quería tratar con él. Tiempo atrás le susurré un pergamino que le abrió los ojos una vez más, le vi luchar elegante y mortífero, quise borrar de mi mente los rumores que se gritaban en los barrios bajos de Sundabar o que se escupían en voz baja en las tabernas más ricas. Tiempo atrás se desvaneció en la nada sin dejar rastro alguno, sin que nadie supiese qué había sido de él, hasta que un amanecer sombrío se le volvió a ver caminar en silencio por las calles de Nevesmortas.
El momento había llegado. Connor temía el resultado pero mi paciencia había llegado a su límite. Ni quería ni podía soportarlo más.
Hubo alguien muy preciado que me aconsejó no hacer tratos con ellos… pero estaba decidida, y él siempre me había dicho que no dudase, que fuera fiel a mis decisiones.
No me pareció oportuno llamar, de modo que llevé mis dedos hasta una de las bolsas sacando de ella un sobre sellado con mi nombre escrito en él. Al dorso, una única palabra relucía con una caligrafía digna de una trovadora, un único nombre.
Respiré hondo y deslicé el fino sobre por la ranura de la puerta. Estaba hecho.
No había nadie por aquellas calles, y no fue difícil camuflarse entre las sombras y caminar en silencio por el desvío hacia Villanieve. Ahora solo tendría que esperar dos noches. Quizá no fuera la mejor de las ideas, pero, por primera vez, llevaba la iniciativa en esta guerra interminable.
Es posible que esa misma noche, cuando el dueño de esa casa abriese la puerta, encontraría en el suelo una pequeña carta que rezaba el nombre de la elfa. Y al darle la vuelta, tan solo vería un nombre. El nombre al que iba dirigido aquel mensaje. El nombre del hombre que lo sujetaba.
Pero hoy no.
Esta noche no.
Hay caminos que solo pueden andar algunos, y solo por esa razón esto debía hacerlo sola. Muchos habían sido los que me habían ofrecido su ayuda, muchos lo que propusieron soluciones que haríamos juntos. Pero él me había demostrado que esta guerra era nuestra, solo nuestra.
Solo tú, Edharae… o solo yo.
Las casitas del este de Nevesmortas descansaban en silencio en una noche de luna llena. Sabía que había otra forma de contactarles pero, por alguna razón, yo solo quería tratar con él. Tiempo atrás le susurré un pergamino que le abrió los ojos una vez más, le vi luchar elegante y mortífero, quise borrar de mi mente los rumores que se gritaban en los barrios bajos de Sundabar o que se escupían en voz baja en las tabernas más ricas. Tiempo atrás se desvaneció en la nada sin dejar rastro alguno, sin que nadie supiese qué había sido de él, hasta que un amanecer sombrío se le volvió a ver caminar en silencio por las calles de Nevesmortas.
El momento había llegado. Connor temía el resultado pero mi paciencia había llegado a su límite. Ni quería ni podía soportarlo más.
Hubo alguien muy preciado que me aconsejó no hacer tratos con ellos… pero estaba decidida, y él siempre me había dicho que no dudase, que fuera fiel a mis decisiones.
No me pareció oportuno llamar, de modo que llevé mis dedos hasta una de las bolsas sacando de ella un sobre sellado con mi nombre escrito en él. Al dorso, una única palabra relucía con una caligrafía digna de una trovadora, un único nombre.
Respiré hondo y deslicé el fino sobre por la ranura de la puerta. Estaba hecho.
No había nadie por aquellas calles, y no fue difícil camuflarse entre las sombras y caminar en silencio por el desvío hacia Villanieve. Ahora solo tendría que esperar dos noches. Quizá no fuera la mejor de las ideas, pero, por primera vez, llevaba la iniciativa en esta guerra interminable.
Es posible que esa misma noche, cuando el dueño de esa casa abriese la puerta, encontraría en el suelo una pequeña carta que rezaba el nombre de la elfa. Y al darle la vuelta, tan solo vería un nombre. El nombre al que iba dirigido aquel mensaje. El nombre del hombre que lo sujetaba.
RICHARD
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