domingo, 7 de febrero de 2010

Capitulo 03. La carta



La puerta de la taberna se abrió casi en un susurro, y si no hubiera tenido el sentido del oído tan desarrollado seguramente también hubiese pasado desapercibido para él.

“Ventajas de ser ciego” era lo que el anciano pensaba.

Fue un hombre el que cruzó la habitación hasta la barra, lo supo por la forma firme de caminar, por sus pasos fuertes y confiados que golpeaban el suelo con sutileza aunque decisión.

“Mmmm… ¿un extranjero?” eran muchos los que acudían últimamente, todos buscando gloria y riquezas, todos buscando fama y reconocimiento.

Escuchó al hombre hablar con la camarera pero no logró entender lo que le preguntaba. Un “gracias” difuminado en el aire y de nuevo el sonido de los pasos acercándose…. ¡Acercándose a él!

“Santa Tymora, otro viajero nuevo que ha escuchado mis historias y quiere oírlas de primera mano. Veamos, ¿qué podría contar esta vez? No creo que fuese agradable contar cuando se rompió la pierna…. No, sin duda eso no es nada épico… Quizá podría relatar lo enamorado que estuvo aquel elfo por ella… no, no tiene un final bonito…… mmmmmm….. es posible que….”

- Disculpe buen hombre – se sobresaltó y miró en su dirección, siguiendo el sonido de su voz.

- ¿Si?

- ¿Tengo el placer de hablar con Jheremias Bakestal?

- Así es caballero, ¿ha venido a escuchar alguna de mis historias? Déjeme unos segundo que piense una que sea digna de contar. Sentaos, sentaos, y ¡Juliet! – llamó a la camarera – ¡tráiganos dos buenas cervezas! – el desconocido rió con ligereza.

- Me encantaría escuchar alguna de sus historias pero quizá en otro momento. Es otra causa la que me trae esta noche ante vos.

- ¿Y qué otra causa podría hacerle venir ante un anciano ciego como yo?

- Puede que seas ciego Jheremias – acudió la camarera con las bebidas – pero aún no eres tan mayor como para considerarte anciano.

- Si no tiene inconveniente, preferiría tomar un poco de hidromiel.

- Tráele hidromiel al caballero, querida, pero deja las dos cervezas aquí – la camarera rió con dulzura y se alejó con rapidez en busca de una nueva bebida – Y bien, ¿qué os trae aquí entonces?

- Tengo una carta para vos – Jheremias rió.

- Pues siento decirle que soy ciego, así que el que haya escrito o se ha confundido o hace demasiado tiempo que no hablamos y no sabe que no veo.

- El remitente sabe perfectamente que sois ciego, mi señor, por eso estoy aquí. Ella me ha pedido que os lea la carta.

- ¿Ella? – el corazón de Jheremias se detuvo un instante, el tiempo suficiente para que la camarera llevase el hidromiel al caballero misterioso y los dejase a solas.

- Aluriel Lathaniel, mi señor. Tengo entendido que eran buenos amigos.

Los ojos de Jheremias se inundaron de lágrimas mientras la mayor de las sonrisas llenaba su viejo rostro. Se había acordado! A pesar del tiempo, Aluriel se había acordado de ese viejo, destartalado, borracho y desocupado ciego.

Alzó las manos hacia el caballero desconocido suplicando la carta, y al tocarla y olerla, sintió a su querida amiga tan cerca que de veras creyó que se sentaba a su lado como tantas otras noches, hacía ya tanto tiempo…

- Por favor, os lo suplico, leerla.

Se escuchó un sobre romperse, quién sabe cuántos folios sacar de él mientras eran desdoblados por las firmes manos del desconocido. Un carraspeo y un suspiro.



Mi querido Jheremias, largo tiempo ha transcurrido desde mi partida a tierras del norte. Sin lugar a dudas esto no te gustaría, aquí no deja de llover ni de hacer frío, el viento sopla con fuerza agitando los árboles y las noches son heladas, con nieve en muchas ocasiones.

Aún y así es un lugar hermoso.


La Dama Danzagélida es quien gobierna aquí, por lo que he entendido. Solo la he visto un par de veces pero parece una mujer agradable. Oh! Jheremias, tiene un piano en su casa, quizá algún día me deje tocarlo!.

Hay muchos arcanos por la zona debido, seguramente, a la escuela de magia, llevan grandes bastones y las gentes los miran al pasar impresionados. Me dan un poco de envidia, ya sabes que siempre he sentido esa curiosidad infantil por la magia pero solo he llegado a aprender trucos que a duras penas me sirven.

Y hay un teatro. Es pequeño aunque acogedor y, aunque no suele ir mucha gente, las pocas veces que he tenido público han sido muy gratificantes. Por aquí dicen que tengo talento.


Encontré a mi primo al muy poco de llegar y sus amigos me acogieron con cariño. Al parecer los rumores de una Orden habían dejado de ser rumores y ya la habían constituido. La Orden de la Torre de la Luna, suena bien ¿verdad? Tengo una buena impresión, creo que haremos grandes cosas. Siento la bendición de mi adorada Selune.

Conocí a una niña poco días después de llegar, una niña humana. Su nombre es Shemyla y al parecer está perdida buscando a su padre… espero que lo encuentre, perder a la familia es un golpe demasiado duro y siendo tan pequeña no sé cómo podría afectarle. Aún y así me ocupo de ella siempre que puedo y me ha otorgado el apodo cariñoso de “tia”. Es un encanto, quizá algún día le pida que me acompañe y juntas vayamos a verte.


Por aquí todo es tranquilo aunque algunos mercaderes tienen recados importantes y necesitan de la ayuda de viajeros o aventureros. Yo siempre que puedo los acompaño para escribir las historias de lo acontecido, aunque ya sabes que me cuesta escribir versos, soy más dada a la música sin más.


He conocido buena gente pero… hay alguien en especial. Todavía no sé ni su nombre, solo le he visto un sin fin de veces por la ciudad y en el teatro, él también es trovador. Le escuché hablar con otro hombre en la taberna, sé que no es adecuado escuchar conversaciones ajenas pero… sentía tanta curiosidad… tiene una voz suave y parece un hombre decidido y con un gran espíritu. Sé que me darías tu aprobación, amigo.


Por el momento no encuentro ninguna excusa para hablar con él, aunque es algo que deseo… en verdad creo que estoy enamorada… y nadie mejor que tú sabe lo imposible que he visto yo siempre eso… pero con él es diferente… es especial.


Quien sabe lo que Selune me depara, quizá estoy destinada a amarla a ella eternamente sin poder compartir mi corazón con nadie. No te preocupes, pues sonrío, me siento más feliz que nunca aquí y sé que tarde o temprano lograré encontrar algo que llame su atención, aunque solo sea un segundo, aunque solo sea una leve conversación.


A pesar de todo te extraño, no pienses que me olvido de ti. Estas muy presente en mis pensamientos, siempre que sucede algo curioso o divertido desearía que estuvieras aquí y poder compartirlo contigo de nuevo. Tendremos que conformarnos con estas cartas.

Le he pedido a Padre que te la lleve y te la lea, sé que para él no resultará ningún inconveniente y que estará feliz de poder cotillear mis confesiones.


Ojalá nos veamos pronto. Espero que estés bien y que no me olvides.

Que Selune ilumine tu camino, querido amigo, y te proteja de todos los males.

Con cariño, Alu.



Jheremias sonreía sintiéndose el hombre más feliz de todos los reinos existentes, después de tanto tiempo eran realmente agradable tener noticias de su añorada amiga, saber que estaba bien y que era feliz. No era algo que hubiese dudado en algún momento, pero saber de ella misma era tranquilizador.

Pero un momento…

- ¿Padre? – se escuchó de nuevo los papeles doblándose y ser metidos en el sobre mientras Jheremias miraba hacia el sonido intentando adivinar la situación del caballero desconocido.

- Aluriel también me escribió a mí, aunque mi carta es más formal.

- Vos sois el sacerdote…

- Así es.

- Sois su mentor…

- De nuevo acertáis, mi señor.

- Sois quién la ha salvado incontables veces de una muerte segura – hubo un silencio y una risa leve camuflada por el ruido de la taberna.

- No me veo de esa forma, mi señor, pero cierto es que la he sacado de algún malentendido.

- ¡Los encuentros con el bastardo sharita no son molentendidos!

- Veo que os ha contado sus desventuras.

- Y tanto… pero caballero, os lo suplico, llevo años deseando saber vuestro nombre, pues ella siempre os llamó “Padre”.

El sacerdote se levantó de la mesa acabando su hidromiel y sonrió a Jheremias aun consciente de que no le veía.

- Ethan Soukatar, mi señor, a su servicio y al de la Dama de Plata.

- “Ethan Soukatar” – repitió el anciano –, no lo olvidaré.

- Selune le ilumine en los senderos oscuros.

- Mi señor, mi mundo siempre es oscuro – rió Jheremias.

- Sois afortunado, entonces, pues la Dama os acompañará eternamente.

El sacerdote cuyo nombre por fin sabía se alejó entre la gente y abandonó la taberna. Jheremias se sintió feliz y sujetando la carta que la elfa le había escrito recordó la última canción que le había escuchado tocar al piano.

Un canción suave, dulce y delicada… como ella… como su adorada Aluriel.

No hay comentarios:

Seguiremos soñando

Seguiremos soñando

Índice