Sangre,
dulce compañera,
que solo te derramas en un susurro mutilado.
Sangre,
amarga amante,
que ansías teñir de nuevo mi cuerpo bien cuidado.
Daga,
a la que cortejas,
la camelas con mentiras y alimentas su disgusto.
Daga,
la que me atraviesa,
me sentencia a un abismo sin si quiera un juicio justo.
Muerte,
ahí te veo.
Engañada por mis venas que palpitan victoriosas.
Muerte,
llevo dentro
el orgullo de un alma demasiado vanidosa.
Y allá donde cae el sol,
allá donde la luna grita,
allí el corazón arde
mientras otro se marchita.
Allí donde el destino fluye,
donde el amor queda olvidado,
allí esperaré sola
a mi amante maltratado.
Y si el futuro me sonríe
y me permite regresar,
si el susurro de un sacerdote
me trae de vuelta y sin pesar...
¡juro por los siete ojos!
no lo he de abandonar.
Pues el amor es frágil y la muerte...
bien se lo sabe cobrar.
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