miércoles, 14 de julio de 2010

I. El Regalo



Noche cerrada se cernía sobre la Flecha del Destino cuando Aluriel abría las puertas de la zona común de la compañía, dando paso al joven Drazharm para mantener lo que, sin duda alguna, iba a ser una conversación curiosa.


Poco importantes fueron los detalles de la misma una vez concluida, pues se había llegado a todos los objetivos marcados. Conocer al humano, valorarle y dar su visto bueno (aunque en el fondo su opinión poco peso tenía).


Un leve destello captado de reojo fue lo único que la sacó de sus pensamientos. La paranoia la golpeó con fuerza y, mientras su preciado gnomo susurraba la ayuda de la Urdimbre, ella descolgó su arco en un grácil movimiento, buscando con la mirada alguna sombra, alguna figura… algo. Solo obtuvo silencio y ni uno solo de los objetos allí presentes se movió lo más mínimo. El fuego crepitó y de nuevo el destello llegó a sus ojos.


Algo había en la mesilla frente a la chimenea.


Tanto ella como el pequeño arcano se acercaron curiosos a observar el objeto envuelto. Tan solo una empuñadura sobresalía y por la forma, alargada y estilizada, los dos juraron que sería un arma, alguna clase de espada. Sobre el envoltorio descansaba un sobre cerrado, sin remite ni remitente.


Tuii le pasó el sobre a la guardiana, que lo abrió con curiosidad, realmente extrañada. Un único papel yacía en su interior, con una única palabra: “Aluriel”

- ¿Qué pone, qué pone? – la elfa le pasó el sobre al gnomo y tomó con cuidado el arma - ¡Vaaaya! ¿Es para ti? ¡Ábrelo a ver que es, aunque por la forma yo digo que es un espada, sí, sí!


Entre sus dedos se deslizaron las cuerdas que ataban el extraño regalo, retiró la tela que lo envolvía con perfección y dejó a la vista un preciado estoque que brillaba elegante.


Empuñadura de marfil, cuyo filo parecía traslúcido, acuoso, dejando pasar la luz. Las guardas eran finos hilos trenzados del mismo extraño material, sólido al tacto pero falto de consistencia a la vista.

En el pomo de la empuñadura había grabada, en plata mágica, una pequeña mano.


- ¿Qué chulo no?¿Quién te lo manda?

- Pues no lo pone…

- ¡Corre Alu!¡Empúñalo a ver qué tal te ves con él! – la elfa lo tomó con sumo cuidado y lo empuñó moviéndolo con destreza, realizando leves movimientos con él. Tuii sonrió emocionado.

- Ya veo ya, el único que usa estoques por aquí es Göyth, sí, sí – Aluriel se puso algo pálida y miró al gnomo sorprendida – Seguro que te lo ha mandado él.

- No… no creo, no es su letra la del papel.

- ¿Y de quién es?

- No lo sé, no la reconozco.

- Bueno, ¡quizá es la letra del herrero al que le encargó hacer el estoque para regalártelo a ti!


La joven guardiana sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. No, aquello no era posible. El maestro de estoques no se tomaría tantas molestias… si quisiera darle algo, lo haría directamente (como había hecho con el anillo), no enviándole una nota sin siquiera decir que provenía de él.


Recordó la última conversación que tuvieron, mientras se dirigían a Argluna en un viaje solo necesario para el elfo pelirrojo y que aun y así había pedido la compañía de ella. Recordó el placer de volver a escucharle pronunciar su nombre e incluso el intento extraño de “broma” que le pareció captar en El Roble Dorado. Recordó la sensación, por primera vez en mucho tiempo, de volver a sentirle cercano.


- No Tuii… dudo mucho que sea un regalo de Göyth – volvió a colocar el estoque sobre la tela que lo envolvía.

- Mmmm… esta marca en la empuñadura… creo que he visto algo parecido en Argluna, esta manufactura es muy delicada…

- ¿Ar… Argluna? – le tembló un poco el pulso. Era imposible, a pesar de que todo comenzaba a apuntar que así era… - Em… la última vez que ví a Göyth fue allí…

- ¡Ajá! ¿Ves cómo es un regalo suyo?

- ¿Un regalo de quien? – tan inmersos en el estoque, no se habían percatado de la presencia del herrero de la compañía. Connor se acercó a ambos observándolos, desviando la vista hacia el extraño estoque.

- Alguien le ha regalado eso a Alu.

- Vaya, ¿puedo verlo? – la elfa le tendió el estoque al humano y le observó mientras lo analizaba con detalle – Es un buen estoque. ¿Quién te lo manda?

- No lo sé, solo había un sobre con mi nombre escrito en el interior. Tuii estaba comentándome que la marca de la empuñadura le hace pensar en Argluna – el herrero entrecerró los ojos mirándola, quizá había escuchado más conversación de lo que Aluriel y Tuii sabían y la omisión de las dudas sobre Göyth no pareció hacerle gracia.

- ¡Yo digo que vayamos a Argluna!¡Vayamos, vayamos! – el gnomo rebuscó entre sus cosas y sacó un pequeño pergamino verdoso que desenrolló con cuidado.

- Bueno, supongo que podríamos preguntar al herrero de la ciudad…

- ¡A Sundabar!


El portal que apareció al leer el pergamino los condujo directamente a la ciudad de piedra, de allí, rumbo al oeste atravesaron el río Cursograna, pasaron por la Hondanada de Auvan, cruzaron el Paso de Argluna, descansaron unas horas en la villa de Khelb y por fin llegaron a las grandes puertas de la ciudad de plata.


Muchos eran los mercaderes que correteaban por sus calles, muchas las conversaciones y muchas las miradas indiscretas que los seguían. Pero a ellos solo les importaba encontrar al herrero de la ciudad, aquel que, quizá, les echaría una mano con el misterioso estoque que reposaba ahora tranquilo atado a la cintura de la joven arquera.

- ¡Las mejores armaduras! ¡Espadas de la mejor calidad! ¡Nunca han encontrado un escudo tan resistente! ¡¡Vengan amigos, todo a precio de fabricante!!

- ¡Oh! ¡¡¡El collar que andaba buscando!!!! – casi pudieron ver cómo el gnomo se abalanzaba contra una de las casetas a coger un collar brillante, el último que quedaba en la tienda.


Aluriel y Connor se acercaron al herrero del mercado, mientras el gnomo contaba la exagerada suma de dinero que le pedían por el amuleto.

- Buena luna, caballero.

- ¡Buena luna, buena luna! ¿Qué desean? ¿Una bonita guadaña? ¿Un escudo indestructible?

- Pues… lo cierto es que no venimos a comprar… - Connor meneó la cabeza sutilmente, desaprobando el comentario de la elfa. No era lo más apropiado para llamar la atención del mercader.

- ¿Entonces qué queréis?

- Lamento molestarle, sé que debe estar ocupado, pero me preguntaba si sabríais de alguien en la ciudad que hubiese podido forjar este estoque – desató el arma y la mostró al herrero, que la miró con curiosidad durante unos segundos, negando.

- Desde luego yo no he sido – señaló la empuñadura –. Ese símbolo refleja a las Siete hermanas, y el grabado en plata magica es algo que solo un experto joyero podría hacer.

- Entonces no sabéis quién ha podido forjarlo… - el mercader negó.

- No, pero sí recuerdo algo. Hace poco vino un elfo con un estoque igual – la elfa sintió por un segundo que se le paraba el corazón.

- ¿Un elfo? ¡Oh! ¿Pelirrojo? – el gnomo se movió inquieto sonriente.

- Rubio creo.

- ¿Seguro que no era pelirrojo? – el mercader miró al arcano y entrecerró los ojos.

- ¡Yo que sé! ¡Rubio o pelirrojo, tanto da! – Aluriel pensó que no daba igual, para ella era un detalle importante, aunque prefirió no decir nada – ¡Ah sí! Vestía de rojo.


Esta vez se le paró el corazón… pero fue por el disgusto. Por alguna razón lo supo, solo con escuchar aquellas palabras lo supo. Un elfo rubio vestido de rojo… había algo oculto en aquella frase que le gritaba un nombre… un maldito nombre que debería usar… un elfo malnacido que debería ver… Damián Astarte.

- Comprendo… ¿un elfo rubio, vestido de rojo, con capa y mucha labia?

- ¡Oiga señorita! ¡Yo no soy de esos! – Aluriel suspiró dándose por respondida - ¿Van a comprar algo o no?

- ¡Clavas! ¡¡Necesito clavas!! – Tuii alzó la mano nervioso mirando insistente al mercader, el cual sonrió ampliamente al comprobar que por fin iban a tratar algo de interés para él.


Aluriel se alejó murmurando maldiciones en élfico mientras Connor la seguía y la sujetaba con cariño del brazo.

- ¿Estás bien? – ella apoyó la frente en su peño y suspiró.

- De entre todos los elfos que existen en Faerun… ¿por qué él?

- ¿Sabes de quién habla?

- Tengo una ligera idea… por alguna razón la imagen de Astarte me ha golpeado con fuerza…

- ¿El elfo manco? – Aluriel asintió y él le acarició la mejilla sonriendo.

- ¿Bueno qué? ¿He oído “Astarte”? Uy uy – los miró y rió por lo bajo – Pues nada, pues nada, habrá que buscarle. ¡Pero antes! ¿Un descansito en la posada con un buen chocolate? ¿Sí?


Los tres se dirigieron al Roble Dorado, cada uno analizando la situación, cada uno inmerso en sus pensamientos. Un extraño estoque había llegado a manos de la joven guardiana. Un regalo sin remitente cuya identidad era un misterio. Y la única pista, la única persona a la que podía acudir, era el elfo al que ella más detestaba.



¿Coincidencia o destino?

No hay comentarios:

Seguiremos soñando

Seguiremos soñando

Índice