Nunca creyó que en un trayecto
tan corto pudiese pensar en tantas cosas. Su corazón se disparó pues su primer
pensamiento fue para su amada ¿estaría bien? ¿habría sucedido algo? El sol ya
estaba alto y su mujer aun no había regresado, eso no era una buena señal, ni
un buen presagio la multitud que se había formado en la entrada de la arboleda.
Sus pasos se volvieron pesados
y lentos, realmente le costaba caminar, presa del pánico. Sintió una punzada en
el pecho y, cuando quiso hablar, su voz no salió.
En un instante, su conciencia
lo tranquilizó, a estas alturas Reizel ya debería saber que él siempre “veía”
esas cosas. Siempre se le avisaba de una u otra forma… siempre.
Hojaverde volvió a llamarle
cuando estuvo más cerca, y su rostro inexpresivo lo inquietó aún más. Sólo la
figura de su esposa consiguió arrancarle el miedo, y su sonrisa al verle le
devolvió la tranquilidad.
Mas la duda, el temor y la
incertidumbre volvieron como un cubo de agua fría que se derrama de golpe al
ver a su lado a un oso. Un animal inmenso, de un pelaje brillante y
perfectamente cuidado que tiempo atrás había visto.
Un hembra.
La misma que se marchó años
atrás, adentrándose en el desierto, portando en su lomo a una niña pelirroja que
lloraba frustrada… la misma que se llevó a rastras a su adorada Isazara.
- ¿Qué significa esto?
Hojaverde alzó una mano y se
giró hacia la osa.
- Por favor, estimada Shía Malvart’lik, te
suplico vuelvas a tu forma y acabes con la duda que amarga nuestros corazones.
La osa se alzó sobre sus patas
traseras ante la sorpresa de todos. Las hojas comenzaron a arremolinarse a su
alrededor, mientras sus ojos se cerraban. La cubrieron por completo en cuestión
de segundos, y cuando su figura estaba totalmente envuelta en cientos de hojas,
un golpe de viento las arrastró hacia el bosque, dejando en su lugar la figura
de una mujer.
Su piel clara y sus ojos azules
dejaron atónitos a los presentes. A todos, menos a Hojaverde y a Reizel, que
hacía muchos años que sabían que aquella osa, era en realidad una elfa que
adoptaba a placer la forma que desease.
- Hermana Malvart’lik, ¿Por qué habéis
regresado? - Cuando aquella mujer despegó los labios para hablar , su voz,
suave, dulce y tentadoramente seductora embaucó a todos los presentes.
- La niña ha roto el vínculo y ha forjado
uno nuevo con otra criatura
- El humano… - la fey’ri asintió.
- Aquel a quien el viento llama Marcus vela
ahora por ella. Pero ni siquiera él estará siempre.
- ¿Pero está a salvo? ¿Podrá ese humano
cuidarla y protegerla?
- No me corresponde a mí decirlo. No me
corresponde a mí verlo.
- ¡Pero debes saber algo! ¡Debes haberle
visto! Sabrás lo que le está enseñando.
- Reizel…
- ¡No, no! ¡Esto es culpa vuestra! – señaló
a la fey’ri furioso - ¡Ella debía protegerla!
- No está sola.
- ¿Y quién es ese humano? ¿Quién se cree que
es para tomar la tutela de mi hija?
- La niña lo escogió.
La miraron confundidos.
- Isazara es demasiado pequeña como para
saber lo que le conviene. ¡Tú debías protegerla!
Tan sólo una leve inclinación
de cabeza de la fey’ri hizo que el cielo se oscureciese, las nubes nublasen el
firmamento y comenzase a llover.
- No la hagas enfadar, Reizel.
- La niña eligió la vida que ahora tiene.
Eligió a la nueva criatura pues rompió nuestro vínculo voluntariamente.
- No debimos dejarla contigo, fue un error.
- Echárla fue el primero de vuestros
errores, mestizo. Ahora ella ya no pertenece a este círculo, ya no forma parte
de vuestra arboleda. Tiene otra familia.
- ¡Nunca!
- Ha elegido otra familia.
El viento sopló con fuerza
arrastrando hojas y hierba consigo. Hojaverde, Reizel y el resto de los
presentes tuvieron que cubrir sus rostros, molestos.
Al abrir los ojos, el lugar
donde había estado la fey’ri brillaba vacío.
“Ha elegido otra familia” Esas
había sido sus últimas palabras, unas palabras que atormentarían eternamente a
Reizel.
En la oscuridad de su cuarto,
llorando la pérdida definitiva de su única hija, cerró los ojos.
Sólo entonces le vio, abrazado
a su adorada niña, convertida ahora en mujer.
Sólo entonces lo supo.
Su niña, su preciosa y dulce
niñita, ya no existía.