martes, 28 de abril de 2015

Capitulo 04. Maestro

   - Cierra los ojos y respira hondo, así, muy bien. Respira pausadamente escuchando lo que te rodea. Escucha mi voz, escucha los pájaros, escucha el agua del río fluir con la corriente, las copas de los árboles mientras el viento los mece, las hojas secas ya en el suelo arremolinándose. Escucha todo eso e intenta sentirlo. Siente cómo mi voz se introduce en tu mente, siente la fuerza de los pájaros cada vez que baten sus alas, siente la energía del agua que avanza sin enemigo alguno, el espíritu de los árboles y la determinación del viento, siente la ligereza de esas hojas que se mueven en silencio, como si nadie las estuviese observando.

Abrí levemente un ojo y le miré. Estaba a mi lado sentado con una cara de concentración absoluta, con los ojos cerrados y las piernas cruzadas. Sí, escuchaba el río y los árboles mecerse, escuchaba a los pájaros pero no por el batir de sus alas sino por los constantes graznidos que emitían… ¿pero las hojas? Me giré buscándolas en algún punto y no las vi. Cuando devolví la mirada a mi arma, incrustada en la tierra frente a mí, sentí los ojos azules de Dardo clavarse en mi rostro.

   - ¿Esta es tu forma de sentir todas las cosa que te digo? Intento enseñarte…
   - Si, si, y yo quiero aprender, de verdad… ¿pero hojas? – volví a buscarlas con la mirada - ¿Dónde demonios hay hojas? – él se inclinó sobre mí y me dio un golpecito con el dedo en la frente.
   - Aquí dentro. Si no puedes hacer uso de la imaginación ¿para qué diablos tienes cabeza? Tu energía interior no está hecha únicamente para que sientas lo que te rodea, sino también para que sientas todo lo que podría existir. La energía es infinita Araya, es pura y fluye por todas partes. Fluye por ti, fluye por mí, por nuestras armas, por nuestra ropa, por lo que nos rodea, pero también fluye más allá del río, fluye en las ciudades más lejanas, en los guerreros caídos, los que caen en este instante y los que salen victoriosos. Fluye en la sangre de la guerra, en la fuerza de la amistad y en lo profundo del amor. Tienes que aprender a sentirlo todo, porque cuando lo hagas será tanto el poder que puedas controlar, que te convertirás en el guerrero más temido y respetado de los tiempos.
   - ¿Todo eso tengo que sentir? – sonrió con cariño.
   - Ahora parece mucho, pero es como caminar, al principio cuesta, pero una vez aprendes ya no piensas lo que debes hacer, simplemente lo haces.
   - ¿Entonces una vez lo aprenda lo haré sin más?
   - Bueno, es una forma de decirlo. Vamos, entremos en casa, se ha hecho tarde.

Asentí y recogí el arma que me había regalado hacía unas lunas, por mi decimoquinto cumpleaños, una espada bastarda con la empuñadura en cuero negro. Me alegré mucho al recibir el regalo y lo cuidaba con cariño y esmero.
Dardo preparaba un viaje a Amn, sus pasos lo llevarían durante bastante tiempo a Puerta de Baldurs, una gran ciudad en Costa de la Espada. Según él yo aún no estaba preparada para acompañarlo, pero me prometió que en su próximo viaje me llevaría.
Dardo hablaba mucho de Amn. Sobre todo de Athkatla. Tälasoth y él había nacido y crecido allí, en el distrito portuario. En aquella tierra habían comenzado sus aventuras, sus trapicheos, sus locuras, sus guerras, sus amores y desamores. Hablaba mucho de la gente, de las estructuras y de los bosques. Me contó que estuvieron fuera casi dos años que se le hicieron interminables, pues adoraba aquella región. Viajaron a Thezhir buscando nuevos retos o nuevos contactos, y allí conocieron a Neru. Mis padres se enamoraron en seguida y entonces muchas cosas cambiaron. Cuando regresaron a Athkatla las aventuras dejaron de ser tan alocadas, las luchas a muerte se convirtieron en retiradas cautelosas, el polvo y la suciedad se convirtió en paseos bajo la luna y besos entre arbustos. Sin duda, al principio Dardo había encontrado en Neru una enfermedad, pero con el tiempo, y nuevos compañeros de armas, se fue acostumbrando.
“Si alguna vez te enamoras – me dijo una noche – no cambies nunca. No dejes de ser quien eres, no sueltes tu arma ni dejes de acudir a batallas por miedo a perder aquello que amas, pues ese es nuestro mayor enemigo”

Él había amado una vez, la guerra y la sangre se la habían arrebatado, pero las pocas veces que hablaba sobre aquella mujer sus ojos brillaban con intensidad, recordando cada movimiento suyo en la batalla. La perdió, pero supo que ella había caído con honor y supo que no habría ninguna otra muerte que ella desease más.


Dardo se marchó tres días después. El sol se alzaba en el punto más alto y aún así nevaba ligeramente. Allí siempre hacía frío pero el cariño de mi maestro amenizaba hasta la peor de las tormentas. Quise correr hacia él y abrazarle, quise decirle que tuviese cuidado y que volviese pronto, que no se olvidase de mí, pero me quedé allí de pie, estoica, consciente de que aquella despedida era una prueba más de mi fuerza interior, dando vueltecitas entre los dedos a aquel dardo plateado que me había dado años atrás, mordiéndome el labio mientras su figura se difuminaba entre el blanco de la nieve y el silencio y aquellas palabras volvían a resonar en mi cabeza, haciéndome sonreír.



“No llores…”

lunes, 20 de abril de 2015

Capitulo 03. Elección.

   - Mamá – le dije a Neru mientras me arropaba - ¿Se quedará Dardo con nosotros? – ella me besó en la frente y me tapó hasta los hombros.
   - Mi ángel, los caminos de un viajero son tantos y tan cambiantes…
   - Pero a mí me gusta – sonreí y saqué el pequeño dardo plateado –, me dio esto.

Neru sonrió con cierta nostalgia mirando el dardo, yo no lo sabía entonces, pero aquel pequeño objeto tenía mucho más significado del que pensaba. Volvió a besarme en la frente y me retiró algunos mechones de la cara antes de apagar la luz y salir de mi habitación.
Pobre inocente elfa si realmente pensaba que iba a quedarme allí tumbada. En el momento en que escuché sus pasos bajar por la escalerilla, me levanté y caminé a hurtadillas hasta que pude escucharles. Al principio la voz de mi padre era una mezcla de añoranza y reproche, luego fue serenándose hasta incluso quedar apagada.
   - Podrías haber escrito o… mandar un mensajero… algo.
   - Lo sé, y creeme que lo siento, pero no he tenido unos años sencillos.
   - ¿Y tampoco un segundo para escribir a tu familia?
   - Ni siquiera sabía dónde estabas, Tälasoth.
   - Creí que habías muerto… ambos lo creímos. Te enterramos, te lloramos…
   - Siempre fuiste muy precipitado – Dardo rió un poco y su risa contagió a mi padre.
   - Sí, supongo que sí.

El olor a té de hierbabuena inundó el ambiente y los halagos por la casa o la comida hicieron desaparecer mi interés. Me dediqué a darle vueltecitas al pequeño dardo, mirándolo detenidamente mientras el brillo iluminaba mis ojos.
    - ¿Cómo entonces supiste que estábamos aquí?
   - Oh, no lo sabía, pero tenéis una hija muy curiosa – sonrió –. He de admitir que cuando pronunció nuestro apellido me sentí emocionado a la par que confuso.
   - ¿Confuso?
   - Si, bueno, no es un apellido que haya escuchado en otro lugar, así que era poco probable que fuera otra familia pero… Araya es humana  - aquello devolvió mi interés por la conversación.
   - Si, es cierto. Deseábamos un hijo pero los dioses deben habernos maldito por el pasado y, por mucho que lo intentamos nunca pudimos concebir. Araya fue un regalo, quizá por las súplicas o quizá sólo un capricho del destino. Neru la encontró en un canastro a la deriva de un pequeño río a las afueras, se fue a pescar y regresó con una hija. Avisamos a la guardia y pusimos algunos carteles, pero nadie la reclamó. Cuando nos dijeron que la mandarían a un horfanato…
   - Os la quedasteis sin más.
   - Cuanta frialdad pueden albergar aún tus palabras, Dardo T’haril – sin duda a mi madre le dolió la forma en que Dardo lo había dicho, casi como un reproche.
   - No es frialdad, mi querida Neru, sino una realidad. ¿Qué sucederá cuando la niña crezca y empiece a hacer preguntas?
   - Araya sabe todo cuanto hay que saber, nunca quisimos engañarla y en el primer instante en que preguntó se le contó la verdad. Es lista, muy lista, enseguida notó las diferencias físicas que nos separan.
   - Si, es lista… y atrevida, y  tiene un brillo en los ojos que he visto ya en otra parte.
   - ¿Qué quieres decir?
   - ¿No os habéis fijado? Es un brillo especial, un fugaz destello en sus ojos casi imperceptible por el azul tan intenso que los adorna. Podría llegar a ser increíble…
   - Ni lo sueñes.
   - ¿Por qué?
   - Esa clase de años fueron dejados atrás hace mucho, Dardo.
   - No puedes darle la espalda al pasado como si nunca hubiese ocurrido, hicimos cosas de las que no me siento orgulloso, Tälasoth, pero también hicimos grandes cosas, grandes aventuras, grandes encuentros, grandes batallas…
   - Tú tuviste grandes batallas, guerras interminables de las que jamás querías salir, tú y tu dichoso clero siempre en el centro de todo enfrentamiento mientras blandías tus armas con ese brillo del que hablas. ¿Pero qué hicimos nosotros?
   - Te vi luchar ferozmente contra tantos enemigos que no sería capaz de enumerarlos, os vi, a ambos, pelear con uñas y dientes, con armas o sin ellas, con todo lo que hubiese a vuestro alcance.
   - Eran otros tiempos, Dardo…
   - Sin embargo no has colgado tu túnica.
   - Ahora soy maestro en la escuela de la región y Neru colgó el arco hace muchos años.
   - ¿De verdad? – escuché el sonido de un silla arrastrarse y me asomé un poco por la barandilla hasta verlos. Dardo le había cogido las manos a Neru mientras ella intentaba en vano zafarse – Estas manos no son de alguien que ha destensado su más preciado objeto.
   - Suéltame…
   - Los callos, los rasguños… ¿qué le dices?¿Que te cortas cocinando?
 - Basta hermano, ya no somos niños, ya no corremos por las laderas persiguiendo trolls o salvaguardando a los desfavoridos.
   - Yo sí. Y sólo tengo sesenta años menos que tú.
   - Tälasoth… - mi madre se sentó y suspiró largamente – la verdad es que yo añoro esos tiempos…
   - Neru…
   - Sentía un poder increíble y cuando las gentes me miraban podía ver en sus ojos la admiración o el respeto. Aquí nadie nos conoce  y para ser peor muchas mujeres me llaman “La mujer del  hechicero”… es horrible – sonrió levemente –. Hace unas horas hablábamos del futuro de Araya. Tú  deseas que sea una gran arcana pero lo cierto es que a tu hija le aburre la magia, sin embargo… la he visto blandir una espada de madera y no imaginas la sonrisa en su rostro. Creo que nuestra hija fantasea con las mismas batallas que nosotros libramos hace tantos años. Ella tiene elección, Tälasoth, y por mucho que me moleste decirlo quizá Dardo tenga razón… yo sí he visto ese brillo en sus ojos. Al principio pensé en el reflejo de alguna luz, pero empecé a verlo más a menudo –miró a Dardo – es el mismo brillo que tienen los tuyos, pero más tenue, más…
   - Desentrenado – el silencio volvió a adueñarse de la habitación durante unos segundos.
   - ¿Qué propones?
   - Dejadme enseñarla.
   - Quieres que te entregue a nuestra hija para que la conviertas en….ti?
   - Más o menos, sí – les dedicó su más sincera sonrisa –. Aunque no tienes porque entregármela, así dicho hasta a mí me suena mal. Podría quedarme yo. He visto que hay algunas casas sin ocupar por la aldea y podría ser el momento de echar algunas raíces.
   - ¿Porqué no dejamos que Araya decida?

Mi padre suspiró y meneó la cabeza varias veces. Tanto Neru como Dardo permanecieron en silencio todo el tiempo que Tälasoth estuvo pensativo, sin duda buscando en su interior la respuesta adecuada. Yo cada vez estaba más nerviosa y estuve a punto de gritarle que se decidiese de una vez. Al final vi cómo sus hombros se encogían y alzaba la voz.
   - Araya, cariño, baja de las escaleras – di un respingo y me quedé petrificada en el sitio mientras mi padre se giraba con tranquilidad y me miraba –. Baja, no importa.

Bajé las escaleras muerta de la vergüenza mientras Dardo reía con suavidad. Se levantó de la silla y se acercó, acuclillándose a mi lado. Me quitó el dardo y lo giró entre los dedos con una elegancia y una destreza sorprendente.
   - ¡Es mío! – se lo quité haciéndole sonreír.
   - Araya, ¿recuerdas la noche del cobertizo?
  - ¡¿Qué noche del cobertizo?!- Tälasoth se levantó sorprendido y Dardo alzó un dedo en su dirección haciéndole callar. Nunca había visto a nadie silenciar de esa forma a mi padre.
   - ¿Araya? – asentí –. ¿Recuerdas a la mujer? – Asentí de nuevo - ¿Y la espada que cogiste? – Sentí a mi padre estremecerse y asentí nuevamente con algo de miedo –. Tranquila, no debes tener miedo. ¿Recuerdas lo que sentiste?
   - Mmmm… me picaban los dedos – sonreí y contagié la sonrisa a Dardo.
   - ¿Y qué más?
   - No sé… era como cuando tienes hambre que sientes una cosa rara en la tripa y, luego me picaba el brazo y se me puso la carne de gallina.
   - Y gristaste, ¿te acuerdas? – asentí.
   - Mmmm… pero no sé por qué, me sentía pesada y cuando grité se pasó. ¿Por qué? ¿He hecho algo malo?
   - No princesa, para nada. Lo que sentiste fue tu espíritu interior – me tocó el pecho con un dedo – la fuerza que yace en lo más profundo y escondido de tu cuerpo. Muy pocos saben de su existencia y muy pocos aprenden a controlarla.
   - ¿Para qué?
   - Para ser mejores guerreros. Dime Araya, ¿quieres eso tú? – sonreí asombrada y miré a mi padre.
   - ¿Ya no tengo que estudiar magia? – Tälasoth me dedicó una leve sonrisa derrotada.
   - Puedes hacer lo que quieras, cariño.
   - Dime entonces, ¿quieres que te enseñe?
   - ¿Y podré luchar contra dragones? ¿Liberar ciudades o encontrar tesoros? – Dardó rió.
   - Quizá con el tiempo, pero tendrás que entrenar mucho y tendrás que hacerme caso, sobretodo eso – Levantó frente a mí el dardo plateado, lo miré asombrada pues ni me había dado cuenta de cuándo me lo había vuelto a quitar –. ¿Qué me dices,  pequeña?

Asentí emocionada mientras cogía con cuidado el pequeño dardo, lo tomé con fuerza y decisión y miré al hombre que había cambiado mi vida.

Sólo entonces vi aquel brillo en sus ojos azules, un brillo cautivador que me hizo saber que Dardo era mucho más que un simple guerrero.

martes, 14 de abril de 2015

Capitulo 02. Visita

   - ¡¿Te has vuelto completamente loca?! ¡¿Tienes la más remota idea de lo que nos has hecho pasar a tu madre y a mí?! ¡¿Crees que puedes ir correteando por las afueras como si fueras un adulto?! ¡Silcweanil laail Araya!

Mal… sabía de sobra que cuando Tälasoth maldecía en élfico era porque estaba realmente enfadado. La vena de su frente palpitaba al son del fuego de sus ojos y no dejaba de llevarse las manos a la cabeza, realmente consternado. Mi madre adoptiva estaba sentada al otro lado de la mesa con las manos entrelazadas sobre ella, el pelo rubio le caía sobre los hombros y sus ojos negros miraban serenos a su esposo, a punto, seguramente, de explotar de ira.
Él siguió maldiciendo en su lengua natal durante unos segundos más y, aunque todavía no había aprendido el idioma, por la expresión de mi madre elfa deduje que no decía cosas agradables.
Yo tan sólo me limité a agachar la cabeza y sacar el pequeño dardo plateado que había conseguido hacía una dekhana, dándole vueltecitas entre los dedos bajo la mesa recordando lo que me había dicho aquel misterioso hombre.
“No llores”

Dijo que vendría a buscarme, pero habían pasado ya diez días y no había vuelto a saber de él y aquella noche me había vuelto a escabullir y había corrido hacia el cobertizo. Si se había marchado, si había jugado con los sentimientos de una simple niña, quería verlo con mis propios ojos. Cuando puse la mano sobre la puerta y la empujé, la luz de la luna iluminó su interior vacío. Sentí las lágrimas inundar mis ojos pero pude controlarme, apreté el pequeño dardo entre mis insignificantes manos y corrí por el viejo camino alejándome aún más de la ciudad, más allá de las granjas y los cobertizos. Le llamé varias veces pero no hubo respuesta a mi súplica y me sentí traicionada. Me hice una bola abrazando mis rodillas y me quedé allí quieta, bajo un árbol, luchando por no romper a llorar.
Casi amanecía cuando un anciano mercante me encontró, Nevesmortas no era famosa por ser grande, de algún modo todos nos conocíamos, así que el viejo Nargul me reconoció al instante, me cogió de la mano y me sonrió con cariño. “Ven princesa, te llevaré a casa”

Al principio, Tälasoth me había abrazado con tanta fuerza que pensé que me rompería en mil pedazos, luego Neru me bañó y me dejó dormir largas horas. Pero ahora, sentada en aquella mesa, lo único que ahogaba el rugir de mis tripas eran los gritos de mi padre.
   - ¿Tienes algo que decir, señorita?
   - Amor, relájate un poco.
   - ¡No me pidas que me relaje Neru! Tú mejor que nadie sabes los peligros que hay ahí fuera.
   - Lo sé, pero la niña está bien, está a salvo.
   - ¡¿A salvo?! ¡¿Con una impulsividad como esa cómo diantes va a estar a salvo?! ¡Tiem anewela cela weelaa! ¡¿En qué pensabas?! ¡¿Dónde fuiste?! – se hizo un largo silencio y deduje que esta vez sí debía hablar.
   - A las granjas…
   - A las… a las granjas… estupendo… si, perfecto…
   - Tälasoth…
   - No, tu hija se va de aventuras por las granjas, es maravilloso, ¡Silmileleccelae! ¿Quieres una hoz? ¿Quieres un huerto? Porque quizá yo estoy aquí perdiendo el tiempo intentando que estudies y aprendas algo importante en la vida y tú sólo quieres ser una vulgar granjera!
   - La magia me aburre…

Si mi pequeña incursión a las afueras no había derrumbado a mi padre, aquellas palabras sí lo hicieron. Seguramente, decirle a un gran hechicero que la magia era aburrida no era lo más acertado.
   - ¡Esto es el colmo! ¡¿Qué te aburre?! ¡¿Si ni siquiera tienes la capacidad de mantenerte sentada cinco minutos cómo demonios vas a saber si te aburre o no?!
   - Tälasoth, sólo tiene seis años…
   - ¡¿Sólo?! ¡¿Sólo?! ¿Tienes idea de lo que son seis años humanos?! ¡¿Crees que vivirá cien años acaso?! ¡No puede quedarse ahí sentada sin hacer nada!
   - ¿Acaso tú en tu niñez sabias lo que deseabas?
   - ¡Yo fui un innato, no tuve elección!
   - Exacto. No tuviste elección Tälasoth, pero ella sí la tiene.

“Toc, toc, toc”

Los tres desviamos la mirada hacia la puerta, el ambiente se calmó al instante y ví cómo la vena de mi padre se iba deshinchando a cada paso que daba hacia la puerta de entrada. Aproveché el momento para bajar de la silla y dar un paso hacia las escaleras que subían a mi habitación, pero Tälasoth se giró y me señaló con el dedo a la par que abría la puerta.
   - Ni se te ocurra jovencita, no he terminado contigo – se giró para ver al que había llegado sin dejar de hablar –, no creas que puedes….
El silencio fue tan repentino, tan confuso. Sentí el corazón de mi padre detenerse durante un segundo mientras mi madre ahogaba un grito llevándose las manos a la boca, los dos estaban tan sorprendidos de la visita que fui incapaz de irme a hurtadillas. Miré a mi madre y vi cómo las lágrimas afloraban en sus ojos mientras mi padre seguía allí, petrificado, sin pronunciar una sola palabras. Me subí sobre la silla y apoyé las manos en la mesa para inclinarme y poder ver al recién llegado.
   - Dardo… - su nombre pronunciado por mi padre me dejó atónita y, a pesar de que no entendía nada, sonreí al verle de nuevo.
   - Hola… hermano…

Mi padre le abrazó con tanta fuerza, con tanto cariño como me había abrazado a mí la noche anterior, cuando me llevaron a casa. Jamás había visto a mi padre un impulso así con otra persona que no fuéramos mi madre o yo, nunca le había visto abrazar a nadie, y sin embargo allí estaba, apretando tan fuerte a Dardo entre sus brazos que los escasos músculos se le marcaban y percibí sus hombros contraerse en un llanto ahogado.
Dardo le correspondió en el abrazo y me dedicó un guiño.

Quizá el mundo se detuvo en ese momento, porque ni siquiera yo recuerdo cuánto tiempo estuvieron abrazados.

viernes, 10 de abril de 2015

Capitulo 01. Encuentro

Araya, hija de la guerra.


¿Que quién soy yo? Jé…
Soy el arma en la batalla, soy la tempestad en el fulgor, soy el fuego de la guerra y el filo de la victoria. Soy la luchadora constante, la herida en la noche, el golpe de gracia, la sangre de mis aliados, de mis enemigos… de los combatientes.
¿Qué quién soy? Me llamo Araya T’haril, humana de pura cepa, aprendiz de Kensái y canalizadora del Ki.
Esta, es mi historia. Pero no es una historia cualquiera. Podría haberla sido si tan sólo hablase de mí, pero para conocerme os debo hablar también de él…

Yo tendría unos seis años la noche que le conocí. Mi hogar estaba cerca de las puertas de Nevesmortas, hermosa aldea de Marca Argentea, reino del frío y los secretos. Mi padre adoptivo, un elfo de ya entrada edad y quizá uno de los hechiceros más reconocidos en ese momento, no cesó en su empeño ni un solo día de mostrarme los entresijos de la urdimbre, me traía cada día un libro nuevo de la biblioteca mostrándome así su percepción del mundo. Claro que aquellos libros siempre terminaban en la misma esquina amontonados, no es que yo no supiese apreciar la magia, era, simplemente, que me aburría.
La noche de mi sexto cumpleaños me escabullí más allá de los muros de la aldea. En mi aburrimiento diario me dedicaba a buscar juegos propios imaginando invasiones de hordas de orcos, trasgos asustando a gallinas indefensas o el ataque de un enorme dragón negro. Por descontado, yo salvaba siempre la ciudad de aquellas intrusiones y unos días me nombraban miembro honorífico de la Guardia, otras hacían una estatua en mi honor… ese tipo de cosas que sólo los niños son capaces de imaginar… eso sí era diversión.
Pero aquella noche…

Cansados de que “los bandidos” irrumpieran en sus huertos y destrozaran los espantapájaros, los granjeros habían perfeccionado las cerraduras de las verjas. Yo era muy niña para saltarlas y muy débil para romperlas, sin embargo una de las puertas de los cobertizos estaba abierta. Me colé en silencio y con disimulo a curiosear, pero allí no había animales, ni un solo caballo, vaca, gallina o cualquier otra cosa que criasen. Allí sólo había un hombre mal herido, un elfo sentado en el suelo casi desangrándose intentando cerrar una herida de la forma más basta que jamás hubiese visto. Al toser, escupía sangre y cuando me miró sus ojos estallaron en llamas de ira y violencia. Intentó levantarse, pero no pudo. Yo di tres pasos hacia atrás antes de ponerme a correr como una loca de vuelta a casa.
Durante el camino, pasaron por mi mente toda clase de cosas, y eso sólo me hacía correr más rápido. Entré en la aldea mientras los guardias me gritaban que tuviese cuidado, atravesé varias callejuelas oscuras evitando la principal y llegué a casa. Abrí la puerta de un golpe, subí las escaleras hasta el dormitorio de mis padres adoptivos y entré en el baño.


Una hora más tarde volvía a estar en el cobertizo con una mochila casi tan grande como yo llena de vendas, antisépticos, pociones varias que no sabía muy bien para qué servían, pastillas de todo tipo y colores y un bote de crema cicatrizante.
El hombre, oscuro y siniestro, seguía allí tendido. Al parecer había logrado que la herida dejase de sangrar, pero estaba pálido y jadeaba.
Cuando me miró, sus ojos azules brillaron en la oscuridad. Yo nunca había visto unos ojos así.
Me acerqué sin miedo alguno y dejé la bolsa frente a él, dándole una patadita para que se tumbase y la mercancía cayese. Nos miró desconcertado a la bolsa y a mí, alternándonos, pero su frustración fue mayor cuando le dirigí mi mayor sonrisa y salí de allí corriendo.

Años después, me confesó, que lo que me salvó la vida aquella noche fue mi templanza. No vio miedo en mis ojos, ni duda, ni un resquicio de temblor en ninguna parte de mi cuerpo.

Durante los siguientes días acudí a hurtadillas al cobertizo, él nunca estaba, pero a partir del tercer día había pequeños obsequios allí dónde le había encontrado. Gemas extrañas de colores hermosos, flores que nunca había visto en las cercanías, anillos que brillaban con reflejos extraños… los guardé todos a buen recaudo hasta que llené una caja entera.
Pasaron dos dekhanas hasta que volví a verle.
   - ¿No sabes que la curiosidad mató al ogro? – fue lo primero que me dijo el día que me pilló cotilleando.
   - ¡No soy un ogro!
   - ¿Ah no? – se acercó y me tomó de la barbilla – Mmmm… nariz de ogro, ojos de ogro…
   - ¡¡No soy un ogro!! – le aparté de un manotazo llevándome las manos a la nariz preocupada mientras él reía.
   - No, no lo eres – sonrió y me miró de nuevo con aquellos ojos azules, tan hermosos, tan brillantes… - Pero incluso un ogro me temería, niña. ¿Por qué tu no?
   - ¿Eres malo? – sonrió de nuevo y me tendió la mano. No se parecía en nada a mi padre adoptivo, sus rasgos eran duros y firmes, se le veía fuerte como un orco a pesar de que estaba delgado como una pluma, sus músculos se marcaban fibrosos a cada movimiento que hacía, ágil y decidido. El pelo blanco le caía por delante de la cara, vestía ropas oscuras y llevaba cuatro estoques, dos en la espalda y dos en la cintura.
   - Hoy no, pequeña. Dime, ¿cuál es tu nombre?
   - Araya – le estreché la mano contenta – Araya T’haril – le solté la mano mientras él fruncía el ceño mirándome - ¿Tú?
   - Yo, niña, me llamo Dardo – reí un poco, divertida.
   - Que nombre más raro – él se sentó con las piernas cruzadas frente a mí y me sonrió.
   - Sí lo es, niña… sí lo es. Ahora ve, debes irte.
   - ¿Por qué? Acabo de llegar… - busqué como tantas otras noches el regalo de aquella vez, pero en el lugar donde habían estado siempre los objetos ahora sólo habían dos sacos medio rotos, una espada inmensa y varias mantas.
   - Debes irte, Araya T’haril – alcé la mano hacia él y puse morros.
   - Siempre me dejas algo – él rió y sacó del bolsillo un pequeño dardo plateado, me lo tendió y cuando fui a cogerlo lo alejó de mi alcance.
   - Este dardo es especial, no puedes desprenderte de él de ninguna manera, no lo vendas ni lo regales… y sobretodo no lo pierdas – asentí contenta y llevé ambas manos hacia él para coger el pequeño dardo. Lo miré y lo guardé en el bolsillo.
   - Qué tierno… - dí un respingo y antes de darme cuenta Dardo me cogió del hombro y me puse detrás de él. Yo ni siquiera había pestañeado y él ya había desenfundado los estoques del cinto.
De las sombras surgió una mujer semidesnuda que se contorneaba cada vez que daba un paso. Desaparecía y aparecía en la oscuridad y sólo el destello de luz de sus cortas espadas delataban su presencia.
   - ¿Ahora te has vuelto paternal?
   - Deja que la niña se marche.
   - Uih ni lo sueñes – rió sensual –, ahora será mucho más divertido.

Podría explicar paso por paso cómo fue la pelea, pero tan sólo sería una lista de movimientos interminables. Sólo cabe decir que aquella extraña mujer acabó desarmando a Dardo tras una larga batalla, que lo arrinconó contra la pared y le hundió el arma en un brazo. Su gemido fue como un bofetón, una descarga eléctrica que recorrió todo mi cuerpo, yo sólo era una niña pero incluso una niño debía ser capaz de hacer algo en una situación así. Pensé en las cientos de historias a las que había jugado, a los orcos, trasgos y dragones a los que me había enfrentado en mi imaginación… entonces sentí algo en mi interior, una punzada de energía, una escalofrío recorrer absolutamente todo mi cuerpo dejando un hormigueo en mis manos, sentí una extraña vibración que provenía de aquella inmensa espada tirada en el suelo junto con las cosas del elfo y no dudé. Cogí el arma con ambas manos y al tocarla sentí como si se fusionase con mis dedos, como si no hubiese ninguna arma en el mundo que no fuese aquella la que debía coger. Corrí hacia aquella mujer y sentí la energía recorrer mi cuerpo, deslizarse por cada resquicio y dirigirse a mi hombro, a mi brazo, a mi muñeca, a mis dedos… a mi arma.
Grité, dejando así que la energía de mi interior estallase, ella se giró sorprendida y le clavé la enorme espada en el vientre. Su sangre manchó mi rostro pero no me importó, no solté la empuñadura hasta que su cuerpo cayó inerte en el suelo y la mano de Dardo cogió las mías. Cuando me tocó, la energía que había sentido se desvaneció, al igual que mi consciencia.

Desperté varias horas después, Dardo lo había recogido todo y había limpiado las manchas de sangre en mi piel. El cuerpo de la mujer no estaba y él había recuperado sus armas.
Me incorporé y froté mis ojos, confusa. Él se acercó y frunció el ceño.
   - ¿Estás bien? – asentí –. Bien, ahora quiero que me mires y hagas lo que te diga, sin preguntas y sin rechistar ¿entendido? – su tono no me gustó, era duro y algo malhumorado.
   - Si…
   - Bien, vete a casa Araya. Vete y no vuelvas nunca a este cobertizo – arrugué la nariz y se me enrojecieron los ojos –, no quiero…. Oh dioses… no llores, no, Araya – alzó un dedo frente a mí y cambió el gesto a uno más cálido– no llores.
Secó las lágrimas de mi ojos y suspiró largamente, me arregló el flequillo y sacó de mi bolsillo el dardo plateado que me había dado.
   - No llores – asentí y cogí el dardo –. Vete a casa y no vuelvas aquí, yo iré a buscarte.




En la oscuridad del cobertizo, mientras yo corría hacia casa, Dardo se quedó mirando la espada bastarda que había cogido con mis pequeñas manos, una espada que me sacaba dos cabezas y que había sido capaz de manejar como si fuese tan sólo una prolongación de mi cuerpo. La tomó en sus manos e intentó comprender por qué aquella espada había despertado en mí la energía interior que había canalizado a través de ella.


En la oscuridad del cobertizo, mientras yo corría hacia casa, Dardo sonrió.

Capitulo 10. Petición (Final)

Dos días estuvo inconsciente, a cubierto en aquella tienda dónde un licántropo con forma de hombre la cuidaba día y noche. Salía a cazar cuando tenía hambre y tan sólo se alejaba de allí cada anochecer, cuando su cuerpo aullaba con libertad a la luna y él luchaba por dominar a la bestia que llevaba dentro.

Cuando despertó al amanecer del tercer día, le vio allí sentado. Sus ojos cerrados, su respiración calmada y el pequeño recipiente de incienso que humeaba a su vera fueron detalles suficientes para saber que rezaba en silencio. Quizá por él… quizá por ella… nunca lo supo.

Debió sentirla pues abrió ambos ojos y la miró serio.
   - Ya era hora – ella sonrió, aunque nunca hubiese pensado que sonreiría en una situación así.
   - ¿Qué ha pasado?
   - Larms te mordió – Isazara volvió a revivir lo sucedido y sintió nauseas.
   - Entonces soy…
   - No – sentenció y se incorporó, decidido a salir de la tienda.
   - ¿No? – corrió la suave tela que hacía las veces de puerta y se quedó allí, sin mirarla.
   - Parece que has tenido suerte. La herida se está cerrando, debes descansar.

Se marchó sin dejarla decir nada más.

Los días fueron pasando, las noches llegaron a su fin, ella mejoró y él creyó oportuno regresar. Saldría a cazar algo aprovechando la llegada de la luna, y tras la cena, partirían.
Una vez sola, Isazara se quedó mirando el techo, pensativa.
No era la primera vez que lo había pensado. Aquella noche, en el bosque, estuvo a punto de pedírselo.
   - ¿Acaso quieres ser débil siempre?
   - No…
   - Pues entonces entrena, aprende y supérate.
   - No quiero ser débil… ni quiero ser la presa…

“Quiero ser como tú” Esas debieron ser sus siguientes palabras, eso fue lo que quiso decirle. Pero no lo hizo porque estaba convencida de que él no la creería preparada.
¿Realmente quería esa vida? ¿Quería ese don? Málar se lo había arrebatado ahora de las manos, de la sangre… ¿Por qué? ¿No la creería digna?
Se incorporó al encontrar la respuesta, y aquella idea le rondó la cabeza durante una dekhana.


Una noche de luna llena, le encontró sentado en un árbol, esperando la llamada de los suyos. Tan sólo desvió levemente la mirada al escucharla… aunque seguramente haría mucho que sabía que iba hacia él.
   - Vete, no quiero que me veas cambiar.
   - No me importa…
   - Pero a mí sí. Vete.
   - No – resopló.
   - ¿Tan incapaz eres de seguir una orden?
   - ¿Si lo hiciera con qué ibas a regañarme entonces? – él meneó la cabeza, aunque sonrió.
Isazara se hubiese quedado allí, sentada a su lado esperando el cambio, hablando con él, escuchando su voz, sus relatos… se hubiera quedado allí todo el tiempo que hubiesen querido… pero tiempo, precisamente, no tenía.
   - Marcus… ya lo he entendido.
   - ¿Mh?
   - Hace tiempo que quiero hacerlo, pero nunca he encontrado el momento oportuno – él enarcó una ceja, perdido – Lo sucedido con Larms significa algo. Una señal de que tengo la opción de elegir.
   - Para, para, para…
   - No, escúchame. Málar me da la oportunidad de gozar del don que os dio a vosotros, pero si no me he transformado ha sido porque no desea que sea algo impuesto. No desea que mi don sea fruto del odio o la venganza – la miró incrédulo – Creo que si no me he convertido es porque quiere que elija.
   - Isazara…
   - Me dijiste que no querías que fuese así… que esperabas que te lo pidiera.
   - Isazara…
   - Te lo pido.

Silencio, sólo hubo eso entre ellos durante unos minutos, mirándose a los ojos, quizá igual de decididos como sorprendido.

   - Sólo a ti. Pues no quiero que sea ningún otro. No quiero que sea un Larms encolerizado, ni un Phineas quizá caprichoso… y mucho menos cualquier otro que me cruce por el camino… quiero que seas tú.

Los múltiples aullidos que se escucharon cortaron la conversación. La luz de la luna iluminó el cuerpo de Marcus, que se apoyó en el árbol y se convulsionó, apretando las manos en la corteza, ahogando el dolor.
Al abrir los ojos, ya no había humanidad en ellos. Sólo un lado animal y salvaje que miró con fijeza a Isazara. La cicatriz del cuello se clavó en su mente, única señal ahora de aquel desafortunado enfrentamiento. Ella tan sólo estaba allí, de pie, inmóvil, mirándole decidida.

   - Te lo pido.


En la oscuridad de la noche, en la profundidad del bosque, lo único que se escuchó fue el sonido desgarrador de una bestia mitológica. Ningún otro ser vivo se atrevió a emitir el más leve gemido, pues  todos y cada uno de ellos huyeron aterrorizados ante el aullido del lobo.

Capitulo 09. Mordisco

   - ¿Qué has hecho, Marcus? – Larms entrecerró los ojos, furioso.
   - Nada, la he criado.
   - ¿Criarla? – señaló a Isazara con desprecio - ¿Qué significa eso exactamente?
   - La he educado en nuestro dogma.
   - Eres un imbécil. Nos venderá… somos escoria para ella.
   - No lo hará.
   - Tienes suerte de que Main no esté aquí, te arrancaría las tripas…
   - Main está muerta, Larms, déjala estar. Además ella también hizo lo suyo.

Larms volvió a mirarla con desprecio, fue a dar un paso hacia ella pero la figura de Marcus fue más rápida y se interpuso.
   - Escucha, Málar no sólo nos tiene a nosotros… también acoge a otro tipo de creyentes… no podemos valernos sólo por la manada.
   - Eres un estúpido… siempre lo has sido.
   - Venga, no es para tanto… a Phineas le cae bien.
   - Tú verás… pero más vale que cumpla su palabra… por su bien – sonrió macabro mientras pronunciaba aquellas palabras y se fundía en las sombras.

El silencio los envolvió durante segundos que se hicieron eternos para Isazara, aquella situación se había producido por su lengua larga, y la culpabilidad ahora la ahogaba.
   - Lo siento…
   - No importa, tenía que decírselo igualmente.

Una manada de osos rugió con fuerza en el norte y ambos caminaron hacia allí. Larms luchaba contra ellos tan sólo con sus puños. Los mató a todos y comió de ellos, cual salvaje desquiciado y fuera de control.
El cielo comenzó a oscurecerse.
   - Te has mentido a ti mismo, Marcus.
   - ¿Uh?
   - Esto sólo demuestra que no aprecias tu don.

La luna se dio a conocer en el firmamento y ambos hombres cambiaron. Sus cuerpos se convulsionaron y aullaron fieros.
Sin previo aviso, Larms se lanzó contra Marcus, lo embistió y le golpeó con fuerza en el pecho, dejándole sin aliento y aturdido.
   - ¡Basta!
Isazara gritó asustada, preocupada y culpable. Sabía que poco o nada podía hacer en una batalla entre licántropos… per no quería que se hicieran daño… no quería que Marcus saliese herido por su culpa.
Larms se alzó y la miró amenazante. Ella se congeló e el acto, no podía mover ni un músculo. Sin duda, ese licántropo poco tenía que ver con el lado que Marcus le había enseñado.

Caminó hacia ella y rugió tan feroz y con tanta violencia, que Isazara supo cómo acabaría todo. Se fundió en las sombras y desapareció. Ella giró sobre sí misma con violencia, luchando, inútilmente, por encontrarle.
Entonces sintió cómo algo la sujetaba por la espalda, la bestia mística cobraba forma tras ella y unos colmillos afilados y desgarradores se hundían en su cuello.

El dolor fue exagerado. Le arrancó la carne y la desgarró, lanzándola con asco lejos de él. Marcus se lanzó sobre el agresor… pero de nuevo se fundió en las sombras… y se quedaron solos.
Ella intentaba taponar la herida, que no dejaba de sangrar, manchando así todo su cuerpo. Marcus la observó en silencio durante unos segundos y reaccionó. Virtió sobre la herida un líquido que cortó la hemorragia… pero la herida no sanó.

La ayudó a levantarse y la obligó a caminar. No podían quedarse allí.
Las piernas de Isazara fallaron varias veces, sólo los fuertes brazos de él impidieron su caída.
La luna los iluminó y el suspiro del hombre lobo fue casi eterno.
   - Isazara… te ha mordido cuando la luna estaba más alta… si mañana empiezan las fiebres…
   - Cállate – musitó ella, apenas consciente – Sólo llévame a casa…

Marcus asintió y se adentró en el bosque. Allí, horas más tarde, un pequeño y escondido campamento refugiaba a ambos. Isazara perdió el conocimiento en cuanto su cuerpo se relajó, y él se quedó a su lado, cuidándola… y esperando.

   - No quería que fuese así… - le había dicho - esperaba que algún día me lo pidieras…

Capitulo 07. Caza

   - Mira estos surcos… ¿Ves las marcas de alrededor? Está más hundido que el resto. Eso es porque o está muy gordo o lleva una armadura pesada – Isazara rió levemente y Marcus sonrió – Me inclino más por lo segundo.

Anduvieron unos metros hasta detenerse de nuevo.
   - Mira estas, son muy finas… quizá un elfo…
   - Araña…
   - No, las arañas dejan otro tipo de huellas – la niña dio un par de toquecitos en el hombro al explorador.
   - No, digo que hay una araña – señaló frente a ellos y Marcus resopló.
   - Odio las arañas…

Varias dekhanas habían pasado desde la confesión tan extraña que ambos se habían hecho, y ahora, como si el mismísimo Málar así lo hubiese dispuesto, licántropo y niña paseaban juntos, comían juntos, dormían juntos…

Él había empezado a darle una educación distinta con la que la chiquilla había crecido. El Dios de la caza surgía ahora en todas sus conversaciones, fluía por el interior de ambos. Isazara dejó de pronunciar sus cánticos hacia el padre árbol… sólo la gratitud por la caza y por haber encontrado a Marcus, surgía ahora en sus plegarias.

Su confianza era extraña. Él le había confesado que al ser mujer y niña, nunca la hubiese tocado.
   - ¿Me matarías si fuese chico?
   - Si valieses la pena, sí.
   - ¡Claro que valdría la pena! ¡Sería el mejor chico de todos! – él sonrió y apoyó la mano en su cabeza.
   - No lo dudo.


Con el tiempo, ella fue creciendo. La niña que llegó a Nevesmortas se convirtió en una jovencita adolescente. Descubrió el secreto que Phineas también guardaba, aunque fue un descubrimiento intuitivo, del que Marcus nunca dio una respuesta clara.
   - Vale, vale, lo capto. Os protegéis entre vosotros.
   - Muy lista te estás haciendo…

Conoció al desaparecido Larms. Un tipo mucho más extraño que Marcus (si eso podía ser posible). Distraído, relajado y sucio… sucio como la tierra, la hierba y el aire. Sucio como estaría la naturaleza si viviese en ella misma.
Nunca habló común delante de ellos. Nunca habló común delante de nadie. Sólo con Marcus… aunque sabía que eso podía cambiar.
   - ¿Y ese quién era?
   - Un amigo… de los míos.

Su manada estaba cerca, siempre vigilante, siempre presente, pero ella nunca los había visto a todos juntos. Ni siquiera había tenido la confirmación que tuvo con él, la idea de que Phineas y Larms eran también licántropos era sólo eso… una idea, una suposición que él nunca negó ni confirmó.
Pero Marcus ya no se escondía para transformarse… y eso a veces no era muy inteligente.

La última noche, la pasaron en una habitación de la posada de la Bifurcación. Ella estaba rendida, pues el viaje al bosque legendario había acabado siendo más aparatoso de lo que se esperaban. Marcus veía bestias allí donde ella tan sólo veía aire, y las águilas eternas decidieron darle caza antes de que ella pudiese reaccionar… suerte que estaba Marcus…

…otra plegaria más hacia Málar llena de gratitud por llevarla a él.

Esa noche, él sentado en el suelo y ella tumbada en la cama, le relató su pasado, su propia caza. La última noche que fue presa. La noche en la que se convirtió en cazador.
Era un don, así lo había llamado Marcus. Una bendición.
El dolor estaba patente en cada transformación, pero lo que sentía después no podía explicarse con palabras.
La noche oscureció la posada y allí, encerrado en aquellas cuatro paredes, se convulsionó, se encorvó y se transformó. Ella apartó la mirada, pero el sonido de sus huesos romperse no podía ignorarlo. Le oyó gruñir y le miró.

En aquella posada, Marcus tardó en controlar a la bestia, destrozó toda la habitación y provocó en la chiquilla un miedo que no se podía ocultar. Isazara intentó tranquilizarlo con ronroneos, y tuvo suerte de conseguirlo… quién sabe qué hubiese pasado si esa noche precisamente, la bestia hubiese ganado el combate.



Al amanecer estaba sola. Agazapada entre la hierba, inmóvil. Su pelo, ahora sujeto en una coleta, también había aprendido a no moverse. Su ocultación aún estaba por mejorar, pero tenía bien asimilado lo básico.
La presa estaba justo frente a ella, no había notado su presencia… eso fue su final.
El oso negro cayó inerte, con varias cuchilladas en la yugular. El desayuno estaría preparado en poco tiempo y Marcus se sentiría orgulloso por la presa. La carne de oso estaba más buena que la de ciervo…

Lo despellejó con aquel obsequio que el licántropo le había hecho. Separó la piel de la carne, vació sus tripas dividiendo lo que servía de lo que no, y mientras hacía todo aquello, susurraba ronroneos y gruñidos.
   “En esta mañana de caza, no hay otra cosa posible que darte gracias, mi señor, por esta presa tan bien hecha, por la fortuna de encontrarla y la gracia de cazarla”

Su cuerpo y sus ropas estaban manchadas de la sangre del animal, y ella lamió sus dedos probándola. Aún caliente, aquella victoria sabía incluso mejor.

Se limpió como pudo en un riachuelo, eliminando la sangre de sus manos y su cara, pero dejando las manchas en la ropa. Así conservaría el olor a animal, conservarían la esencia de la caza.
Arrastró las bolsas de carne hasta el caldero que había preparado Marcus, cuyas tripas se escuchaban desde el otro lado del bosque.
   - ¡Va niña! ¡Que tengo hambre!
   - ¿Y cuándo no?
Entre risas infantiles, lecciones, preguntas sin respuesta y trivialidades, licántropo y niña volvieron a compartir un desayuno.
Uno en honor a un dios secreto.

Uno en honor a Málar.

Capitulo 06. Lobo

   - ¿Por qué me sigues?
El gruñido apenas se escuchó pero hizo ruborizar a Isazara. Phineas alzó una ceja contrariado mientras Marcus esperaba una respuesta que nunca obtuvo.
   - Creo que no me entiende – la lengua común salió de sus labios mientras la pequeña se agarraba de su mano volviendo a dejarle en blanco.
   - Creo que tu mascota sólo responde a lo que quiere…
   - No importa… - suspiró y se soltó sin reparo – Niña, necesito las manos para defenderme, déjalas estar – ladeó la cabeza mirándole con cara de incertidumbre, sujetándose entonces a su pantalón – Ya… bueno… vamos, necesito unas cosas de la cueva.
   - La noche se nos echa encima.
   - Entonces camina rápido.

Sus pasos acelerados los llevaron a la entrada de una cueva en el camino de la bifurcación. Los tres se adentraron en ella y acabaron con la ridícula emboscada que les tendieron.
   - Se acerca la hora…
   - Adéntrate tú.
   - Marcus…
   - Ahora te sigo, Phin – sujetó el brazo de Isazara y la arrastró al fondo de la entrada a la cueva, mientras Phineas se fundía en solitario en la oscuridad. Marcus cerró los ojos y al abrirlos gruño levemente – Quédate aquí – ella negó haciéndole resoplar, cansado de jugar al gato y el ratón – Tú misma…

Se escuchó un aullido frustrado mientras Marcus se adentraba en la profundidad de la cueva, fusionándose con las sombras, desapareciendo entre ellas. Consciente de que la chiquilla le seguiría, decidió retirar la cautela, cansado de intentar evitar que la niña fuera consciente de la realidad. Quizá fue precipitado, quizá fue peligroso, pero lo cierto fue que al aparecer, ya no era un hombre. Lo que los ojos de Isazara vieron fue a una mutación, una mezcla entre el hombre que había tenido frente a ella y un lobo amenazante y poderoso.
Las historias que escuchó en su niñez cobraban vida ante sus ojos. Siempre había escuchado relatos sobre criaturas mitológicas que en su arboleda sólo existían en los cuentos. Pero ahora tenía una frente a ella… un terrible hombre lobo que, tras desgarrar sin ningún esfuerzo a sus adversarios, se giró hacia ella y la fulminó con aquellos ojos rojos penetrantes.

Corrió de nuevo hacia la salida, pero el licántropo la detuvo. Se agachó asustada, intentando comprender lo que sucedía, y al mirar hacia abajo vio el collar que él mismo le había regalado dekhanas antes. Un collar hecho de hojas y ramas entrelazadas, con un colmillo pendiendo de él. Recordó las palabras élficas que le susurró para activarlo, y, sin saber muy bien por qué, las pronunció.
El colmillo brilló tenuemente, y una fuerza ajena la golpeó con fuerza, quebrando sus huesos, haciendo que creciese pelo por todo su cuerpo, polimorfándola en una pequeña loba, asustada y acorralada.
Al licántropo poco le importó su cambio, la tomó del cuello y la obligó a mirarle. En sus ojos pudo distinguir el brillo de la inteligencia, de la cordura (quizá ahora no muy presente, pero existente) y del razonamiento. La soltó tras un fuerte gruñido, más molesto que amenazante, y ante sus ojos aquel licántropo tomó de nuevo la figura que ella bien conocía. La figura de un hombre. La figura de Marcus.
   - ¿Es que no sabes ni seguir una simple orden? – cuando se tranquilizó un poco, Isazara volvió también a su forma, mirándole incrédula. Él se agachó y frunció los labios, suspirando – Ven, no te haré daño… no tengas miedo.

La pequeña le miró barajando todas las posibilidades. Miró la salida, miró al medio hombre que tenía delante, miró el techo de la cueva e incluso las profundidades en las que se había perdido Phineas.
Marcus la miraba fijamente, con el gesto tranquilo. Por alguna razón, ella sintió que era sincero. Por alguna razón, supo que, por extraño que pareciese (y a pesar de haber descubierto un secreto que bien debería guardarse para él), no le haría daño. Quizá fue su mirada segura o su voz cálida lo que hizo mella en la chiquilla. Lo que hizo que decidiese ofrecerle la misma extraña confianza que él acababa de mostrarle.
   - ¿Para que puedas morderme? – por primera vez desde que había llegado, el común perfecto y razonado surgió de sus labios, y el tono infantil y despreocupado desapareció en sus palabras. Marcus la miró sorprendido y se incorporó.
   - ¿Desde cuándo hablas común?
   - ¿Desde cuándo eres un lobo?

La corta conversación que mantuvieron dejó bien claro que ambos guardaban un secreto que no deseaban que fuera descubierto. Era extraño que un licántropo se descubriera de esa forma y no hubiesen consecuencias, quizá confiar en la pequeña era una apuesta arriesgada, pero así era Marcus, impredecible.
Le lanzó aquel libro que llevaba guardado, esperando a que la muchacha supiese hablar una lengua que creía que ignoraba. El símbolo de Malar rezaba en su portada, y al caer al suelo, el polvo y la arenilla voló a su alrededor.
   - Ahora voy a adentrarme de nuevo en la cueva… cuando salga, puedes estar aquí o no. Es elección tuya.


Cuando le dio la espalda, en su fuero interno estaba convencido de que la niña desaparecería en un abrir y cerrar de ojos, mas lo único que desapareció fue aquel tomo viejo, pues ella seguía allí cuando Phineas, sangrando de pies a cabeza, y él regresaron.

Capitulo 05. Niña.

   - Espera aquí, iré por algo de comer.
Ya se había acostumbrado a que, cada noche, la dejase junto a la hoguera durante un tiempo indeterminado, mientras él cazaba algo para cenar. Había algo en su mirada, en su forma de caminar e incluso en la manera de hablar, algo que la atraía demasiado.
Nunca había sentido un interés tan fuerte por nadie en el tiempo que llevaba fuera de su hogar. Tanto tiempo que ya no recordaba cuándo la habían “invitado a irse”. No hubo explicaciones aquella noche, tan sólo un petate hecho y una osa que la obligó a caminar hasta que las lágrimas cesaron.

Él regresó con un ciervo a cuestas que sangraba abundantemente por una herida, manchando su ropa sin producirle el más mínimo desagrado, como si estuviese acostumbrado o como si ni se percatase. Tomó el mismo cuchillo que noches antes le había ofrecido a ella para despellejar un tejón, haciendo lo propio con el ciervo, vaciando sus tripas y separando la carne que servía y la que no.

Isazara quiso acercarse y ayudarle, pero sus ropas nuevas le gustaban demasiado y al menos quería tardar un poco más en mancharlas. Aún recordaba la noche en vela que él pasó confeccionándolas, después de arrancarlas de los cuerpos sin vida de aquellos bandidos a los que había tumbado sin apenas pestañear. Le gustó verle luchar, era un estilo diferente.
Su piel se erizó a cada roce suyo, mientras le tomaba medidas o le ajustaba la cintura y las botas. Nunca hubiese pensado que se le diera así de bien coser.
   - ¡Niña! No te embobes y come.

Le tiró un trozo de carne tras cocinarlo y ella lo devoró como si nunca hubiese probado bocado. Él meneó la cabeza y rió, recordando cómo había luchado la pequeña, agazapándose entre los arbustos, acorralando a su presa y cortándole la oreja tras matarlo, como símbolo de victoria.
Llegó otro hombre en ese momento y olisqueó la cazuela.
   - Cocinado… no sé si podría…
   - Come algo tú también, necesito hongos y hay que ir bajo tierra. Prefiero tenerte en forma aunque apenas participes en las peleas… a ver si empiezas a lucirte, la niña al final me será más útil que tú.
   - ¿Tu mascota ya habla?
   - No lo sé, creo que no - La pequeña corrió hacia el recién llegado y se escondió bajo su capa, enroscándose en ella.
   - Ni se te ocurra hacerme cargar con ella – gruñó levemente y ambos hombres alzaron las cejas – Vaya… pues parece que sí habla… al menos una lengua que comprendo.
El resto de conversación acabó siendo una sinfonía de gruñidos y ronroneos, un lenguaje que el trío bien comprendía, pero que nadie que no estuviera familiarizado con la naturaleza y el reino animal entendería.
Bien entrada la noche, Isazara se quedó dormida, acurrucada junto al primero de ellos, mientras él ponía una mano en su cabeza y la miraba pensativo. Aún guardaba aquel libro sobre su Dios que días atrás había cogido para ella.
   - Cuando entiendas común, te lo daré, ramita.
   - Y ahora le pones mote… estupendo… - el otro rió haciéndose el tonto y se levantó.
   - Vigílala que no se despierte.
   - La niña es tu problema, Marcus, no el mío.


La pequeña se agarró con fuerza al pantalón de Marcus y sonrió en sueños, quizá no fuesen las mejores compañías, pero eran las que ella había elegido.

Seguiremos soñando

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