lunes, 20 de agosto de 2012

Capitulo 04. Cambiante

Reizel caminó inquieto hasta llegar junto a Hojaverde.
Nunca creyó que en un trayecto tan corto pudiese pensar en tantas cosas. Su corazón se disparó pues su primer pensamiento fue para su amada ¿estaría bien? ¿habría sucedido algo? El sol ya estaba alto y su mujer aun no había regresado, eso no era una buena señal, ni un buen presagio la multitud que se había formado en la entrada de la arboleda.

Sus pasos se volvieron pesados y lentos, realmente le costaba caminar, presa del pánico. Sintió una punzada en el pecho y, cuando quiso hablar, su voz no salió.
En un instante, su conciencia lo tranquilizó, a estas alturas Reizel ya debería saber que él siempre “veía” esas cosas. Siempre se le avisaba de una u otra forma… siempre.

Hojaverde volvió a llamarle cuando estuvo más cerca, y su rostro inexpresivo lo inquietó aún más. Sólo la figura de su esposa consiguió arrancarle el miedo, y su sonrisa al verle le devolvió la tranquilidad.

Mas la duda, el temor y la incertidumbre volvieron como un cubo de agua fría que se derrama de golpe al ver a su lado a un oso. Un animal inmenso, de un pelaje brillante y perfectamente cuidado que tiempo atrás había visto.
Un hembra.

La misma que se marchó años atrás, adentrándose en el desierto, portando en su lomo a una niña pelirroja que lloraba frustrada… la misma que se llevó a rastras a su adorada Isazara.
   - ¿Qué significa esto?
Hojaverde alzó una mano y se giró hacia la osa.
   - Por favor, estimada Shía Malvart’lik, te suplico vuelvas a tu forma y acabes con la duda que amarga nuestros corazones.

La osa se alzó sobre sus patas traseras ante la sorpresa de todos. Las hojas comenzaron a arremolinarse a su alrededor, mientras sus ojos se cerraban. La cubrieron por completo en cuestión de segundos, y cuando su figura estaba totalmente envuelta en cientos de hojas, un golpe de viento las arrastró hacia el bosque, dejando en su lugar la figura de una mujer.

Su piel clara y sus ojos azules dejaron atónitos a los presentes. A todos, menos a Hojaverde y a Reizel, que hacía muchos años que sabían que aquella osa, era en realidad una elfa que adoptaba a placer la forma que desease.

   - Hermana Malvart’lik, ¿Por qué habéis regresado? - Cuando aquella mujer despegó los labios para hablar , su voz, suave, dulce y tentadoramente seductora embaucó a todos los presentes.
   - La niña ha roto el vínculo y ha forjado uno nuevo con otra criatura
   - El humano… - la fey’ri asintió.
   - Aquel a quien el viento llama Marcus vela ahora por ella. Pero ni siquiera él estará siempre.
   - ¿Pero está a salvo? ¿Podrá ese humano cuidarla y protegerla?
   - No me corresponde a mí decirlo. No me corresponde a mí verlo.
   - ¡Pero debes saber algo! ¡Debes haberle visto! Sabrás lo que le está enseñando.
   - Reizel…
   - ¡No, no! ¡Esto es culpa vuestra! – señaló a la fey’ri furioso - ¡Ella debía protegerla!
   - No está sola.
   - ¿Y quién es ese humano? ¿Quién se cree que es para tomar la tutela de mi hija?
   - La niña lo escogió.

La miraron confundidos.
   - Isazara es demasiado pequeña como para saber lo que le conviene. ¡Tú debías protegerla!
Tan sólo una leve inclinación de cabeza de la fey’ri hizo que el cielo se oscureciese, las nubes nublasen el firmamento y comenzase a llover.
   - No la hagas enfadar, Reizel.
  - La niña eligió la vida que ahora tiene. Eligió a la nueva criatura pues rompió nuestro vínculo voluntariamente.
   - No debimos dejarla contigo, fue un error.
   - Echárla fue el primero de vuestros errores, mestizo. Ahora ella ya no pertenece a este círculo, ya no forma parte de vuestra arboleda. Tiene otra familia.
   - ¡Nunca!
   - Ha elegido otra familia.


El viento sopló con fuerza arrastrando hojas y hierba consigo. Hojaverde, Reizel y el resto de los presentes tuvieron que cubrir sus rostros, molestos.
Al abrir los ojos, el lugar donde había estado la fey’ri brillaba vacío.
“Ha elegido otra familia” Esas había sido sus últimas palabras, unas palabras que atormentarían eternamente a Reizel.


En la oscuridad de su cuarto, llorando la pérdida definitiva de su única hija, cerró los ojos.
Sólo entonces le vio, abrazado a su adorada niña, convertida ahora en mujer.
Sólo entonces lo supo.

Su niña, su preciosa y dulce niñita, ya no existía.


martes, 7 de agosto de 2012

Capitulo 03. Osa



Primera dekhana del mes.
Esa mañana el cielo estaba encapotado en las tierras de Cormanthor. A pesar de que el horizonte estaba nublado, y la densidad impedía ver más allá de varios metros de lejanía, Missara no anuló sus rezos matutinos.

Como cada primer día de mes, caminó en silencio con la única prenda de un suave camisón blanco de seda, que arrastraba su cola por la hierba húmeda, tornando el borde del marrón claro propio de la tierra.
Ella, hermosa, delicada y frágil, dirigió sus pasos hasta un pequeño estanque sagrado no muy lejos de la arboleda, donde cada primera mañana del mes, bañaba su cuerpo desnudo dejando que las pequeñas hadas revolotearan a su alrededor, cuchicheando vergonzosas.

Su piel se erizó al contacto con el agua, pues aquella mañana estaba más fría que de costumbre. El aire arremolinó su cabello y el inicio de la lluvia hizo que aquel ritual fuese más hermoso que de costumbre. Las pequeñas gotas rebotaban con elegancia en su piel blanquecina mientras su aliento formaba pequeñas nubecillas de vaho a su alrededor.

El silencio, infinito e imperturbable, ni siquiera se vio alterado cuando una segunda figura se acercó al estanque, observando con seriedad cómo la mestiza se bañaba mientras dedicaba un baile lento al viento y a los dioses.

Sus ojos se encontraron interrumpiendo así la danza. Missara miró a la otra presencia confundida, alterada y, ¿por qué no decirlo?, temerosa. Pues no era un humano quien observaba. No era un elfo o un mestizo. No era ningún ser mitológico ni ningún Dios curioso que hubiese decidido presentarse.

Tan sólo una osa, de pelo brillante, afilados dientes y ojos intensos que la miraban penetrantes.
Correr era inútil, ella bien lo sabía.

El animal se acercó con lentitud y se introdujo en el estanque, acercándose a la mestiza, paralizada bien por miedo, o por curiosidad. La rodeó varias veces, olfateando hacia ella, mientras luchaba por deshacerse del agua que se pegaba a su cuerpo. Missara inclinó la cabeza, con cortesía y respeto. Su esposo le había enseñado el lenguaje de los animales, pero el miedo a cometer algún fallo y molestar al animal se apoderó de ella, y prefirió permanecer en silencio.

La osa se acercó de nuevo, hasta colocarse frente a ella. Gruñó con decisión provocando en Missara un escalofrío. Se alzó sobre sus patas traseras y rugió con más fuerza, salpicando agua en la cara de la semielfa.
De nuevo sus ojos se encontraron, y el rojo intenso que el animal hacía brillar, de pronto, se tornó negro.



  
   “   - Siempre supe que no era una osa normal – la joven Isazara vendaba una herida en el brazo de aquel hombre llamado Marcus.
         - ¿Qué quieres decir?
         - Bueno, nunca se comportó como tal, era más bien un cambio de personalidad repentino. Shía siempre ha sabido lo que sucedía a nuestro alrededor, siempre ha sabido lo que debíamos hacer o a dónde debíamos ir.
         - No comprendo…
         - Bueno… no lo sé con certeza pero… creo que era una cambiante”


Reizel abrió los ojos sobresaltado. Una nueva visión, aunque esta vez no tenía claro si había sido del futuro… del presente… o quizá del pasado… últimamente su percepción del mundo empezaba a estar distorsionado.
Acercó una mano a su lado, buscando la calma en el cuerpo de su esposa. Pero ella no estaba.
Suspiró y miró por la ventana.
   - El primer día del mes…

Se vistió con parsimonia consciente de que Missara no regresaría hasta el atardecer. Volvió a cerrar los ojos, ya vestido y sentado al pie de la cama, respirando hondo varias veces, haciendo acopio de todas las fuerzas a las que debía reunir cada mañana al levantarse.
Un rostro le vino a la mente. Una mirada infantil convertida ahora en adulta, una melena rojiza llena de hojas y ramas, ahora convertida en divertidos tirabuzones enredados con gracia. Un cuerpo pequeño ahora crecido y con líneas definidas… toda una mujer.
La culpa aún seguía persiguiéndole, a pesar del transcurso de tantos años.

   - ¡Reizel!
El grito provino del exterior. Él se incorporó en apenas un pestañeo y salió de la pequeña tienda extrañado. Hojaverde no debería estar allí.

Seguiremos soñando

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