lunes, 10 de enero de 2011

Capitulo 11. Despedida



Todavía hoy recuerdo aquella laguna con pesar y con dolor.

La verde espesura que nos rodeaba mientras la brisa formaba pequeños remolinos entre nosotros; Las nubes, blancas como el yeso eterno, formando figuras inexplicables cuyos nombres habíamos inventado durante tantos años; El cielo nocturno desprovisto de cualquier estrella, de cualquier luz… incluso de la luna.

Recuerdo tu pelo, rubio como el destello del mismísimo sol, hondear acompañando el viento que serpenteaba entre nosotros, tu plumaje moverse al son de una melodía que tan solo él susurraba, tus manos frías posadas en las mías, que te aferraban con fuerza, y tus ojos fijos en el suelo, tristes, vacíos… desprovistos de toda la luz que antaño habían poseído.

Te recuerdo allí, de pie frente a mí, alzando la cabeza sorprendida al escuchar mis palabras, al ver mi rostro decidido, al sentir un anillo en tu dedo.

- Cásate conmigo, Nawiel.



Cuando era niño, padre siempre decía que debíamos mantener la cabeza bien alta… pero el orgullo aún más.

Largos años habían transcurrido desde mi llegada a esta aguilera, y yo no me sentía orgulloso de nada de lo que había hecho allí. Ythalir había dejado de regresar a estas tierras para quedarse con su familia… su verdadera familia. Clarise vagaba por quién sabe dónde, con amigos que yo ni siquiera me había molestado en conocer. Mis estudios habían quedado abandonados, mis ilusiones truncadas y mis expectativas destruidas.

Mis deseos de ser un gran mago, simplemente se habían esfumado con las palabras de despedida del que, en teoría, era mi mentor.

Nunca le culpé, pues su primera lección fue: “Nunca esperes de otro lo que tú no serías capaz de dar” Yo nunca hubiese abandonado a Clarise… ¿Por qué iba él a abandonar a los suyos?

Lo único que me quedaba ahora era mi preciada Lenaly, pues Nawiel había sucumbido a un trance de lágrimas y desesperación. El consejo fue cruel con ella con sus palabras, fueron despiadados e incluso llegaron a invitarla a marcharse. Desde luego dejaron claro que Ferwel era mucho más necesario en la aguilera que ella… una simple innata.

¡Desgraciados! Todos y cada uno de ellos darían al menos una de sus plumas porque la urdimbre fluyera en su interior. Egoístas y egocéntricos… ni siquiera se habían parado a pensar en las consecuencias de su palabrería.

Yo sí lo pensé, y peor aún, pude verlo.

Durante las dekhanas siguientes pude ver a mi adorada Nawiel sucumbir a la tristeza y al dolor, la vi hundirse en un foso donde no había fondo. La vi marchar a un lugar al que no podía acceder. Le supliqué que regresase, le supliqué que no me dejase… pero la mirada de Nawiel jamás se apartó del horizonte, quizá esperando, ilusa, que su hermano apareciese entre las sombras de aquellos pinos, ahora desprovistos de toda luz.

Aquella noche fue fría, tanto que mis plumas no dejaron de estar erizadas en ningún momento. Lenaly se acurrucó en mi cuello, arropándose con la camisa, tiritando de vez en cuando. Yo le susurré algunas palabras mágicas que no habían quedado en el olvido, y el calor pasó de mis dedos a su diminuto cuerpo, haciéndola sonreír.

Vera no había dejado ni un solo día la habitación de Nawiel, revoloteando a su alrededor buscando desesperada alguna reacción por parte de ella. Pero ni siquiera el lazo tan fuerte entre arcano y familiar había sido suficiente para arrancar a Nawiel de aquel estado lamentable en el que se encontraba. Aquella noche la pequeña hadita lloró desconsolada arropada en los brazos de Lenaly, ambas acurrucadas en el cuello de mi camisa, sintiendo el calor que mi magia les proporcionaba.

Al menos esa noche, ellas no pasarían frío.

- Buena luna nos dé Erdrie – me giré con lentitud, demasiada para la ligereza con que estaba acostumbrado a moverme, y clavé los ojos en la anciana que se me acercaba.

- Buena luna, Amat’lilè – se sentó a mi lado.

Amat’lilè, una de los ancianos que constituían el consejo, al igual que la avariel de más edad de la aguilera. Muchos eran los rumores sobre cuántas centenas había vivido, pero sólo se quedaban en eso… rumores. Ningún adulto se atrevió nunca a preguntarle la edad, y cualquier joven que así lo hizo, sólo obtuvo como respuesta la más dulce y misteriosa de las sonrisas.

Su cabello, largo hasta media espalda y ondulado desde la raíz, estaba sujeto en una trenza perfecta que se colocaba por delante realizando un dibujo serpenteante en el que fui incapaz de no fijarme. Su color, rubio como el oro, se había ido descolorando para dar paso al blanquecino brillante, único símbolo físico de que su tiempo había comenzado a terminarse. Un tiempo que nunca se vería reflejado en el grisáceo de sus alas, magnificas y escalofriantemente perfectas.

Su piel permanecía tersa a pesar de los años que arrastraba, y sus ojos, de un dorado impoluto, me miraron penetrantes.

- Largas dekhanas han transcurrido desde la pérdida de nuestro amado Ferwel, pero los días que han quedado atrás no han hecho mella en ti, joven Celedrian. Dime, ¿por qué?

- La inteligencia que Erdrie tan bien supo darme, me da el conocimiento suficiente como para saber que esa respuesta debo guardarla para mí… señora.

- Nuestra madre te obsequió con algo de lo que no todos son dichosos – me golpeó sutilmente en la frente – Habla con libertad, joven mago, no hay secretos en una familia.

Respiré hondo y analicé todas y cada una de las consecuencias que mis palabras podían acarrear. Sabía que no debía ser vulgar en mis expresiones, no debía exaltarme ni ponerme por encima del consejo… mi vanidad no iba tan lejos. La miré con decisión y apreté los puños.

- Grandes son las palabras que he escuchado por nuestro hermano perdido. Largas las ceremonias, los cánticos y los sermones. Pero todos han olvidado que aún hoy hay alguien que sufre por todos nosotros lo que todos juntos seríamos incapaces de soportar.

- Nawiel…

- No voy a defender sus actos pues también creo que fue imprudente, pero creo sinceramente que el consejo fue duro en sus palabras y que sobrepasó límites que una mente frágil como la de ella no es capaz de soportar.

- La vida es dura, joven avariel.

- Nosotros la hacemos dura, señora. Desde niño me enseñaron que el amor que Erdrie siempre ha proclamado por nosotros va más allá del entendimiento de cualquier terrenal común. Pero ahora veo que somos nosotros los que damos la espalda a un “hermano” que ha errado.

- Perdimos a un gran hombre.

- Y así perderemos a una gran mujer. Tanto que ustedes, el consejo, predican de la importancia de los innatos entre los nuestros, están dejando a uno de ellos que sucumba a una oscuridad de la que, llegado el momento, no podremos sacarla.

- El amor por esa chica nubla tu juicio.

- El orgullo de nuestra raza nubla el vuestro – Amat’lilè no aprobó aquellas palabras, lo pude percibir en sus ojos, mas no añadió nada más en aquella conversación que pudiera dar rienda suelta a mi enloquecido corazón.

- La decisión para la dama Nawiel fue tomada. Si ella ha optado por la rendición, no somos nadie para privarle de su destino. Nosotros resurgiremos de este bache, nuevas eras vendrán, nuevos problemas y nuevas decisiones. Tu camino es sencillo, Celedrian, puedes quedarte con tu familia o tratar de rescatar a un alma en pena… hermosa y única, sí, pero nada más que eso.

La sangre dejó de fluir en mis manos de lo fuerte que las apretaba contra las piernas. Ella se levantó y el plumaje se movió al compás de la suave brisa. Fue en ese momento, solo en ese instante, cuando entre el gris de aquellas plumas discerní un destello dorado que se escabullía entre las sombras, y unas alas blanquecinas que se extendían en su magnificencia, alargándose soportando el peso muerto de aquella figura mientras se dejaba caer hasta tierra.

Ni siquiera me despedía de Amat’lilè, me lancé hacia el vacío batiendo mis alas en el último momento para frenar mi caída y, sin tocar el suelo, las batí con fuerza siguiendo aquella estela dorada y blanca que tan bien conocía.

La alcancé en aquella laguna, casi en los límites impuestos, años atrás, por su hermano. La sujeté con fuerza de la muñeca y la obligué a posarse. La besé, con dulzura, con amor, y en sus ojos vi aún reflejados la tristeza y la pena que arrastraba desde hacía tanto tiempo.

Ella tan solo supo dedicarme dos palabras.

- Me marcho.

Fue tan dura y tan tajante, que supe que no importaba lo que le dijera, supe que no podía impedirlo de ninguna manera tradicional, así que la abracé, le sujeté con fuerza las manos, le coloqué aquel anillo que tan a buen recaudo había tenido y rogué a Erdrie y a Corellon por una bendición.

- Cásate conmigo, Nawiel.

El silencio sepulcral que invadió aquel claro fue tan doloroso que sentí enfermar. Sus ojos vacíos de todo sentimiento se volvieron fríos, y a pesar de que su rostro estaba sonrojado, ni siquiera esbozó una sonrisa. Me soltó. Ahora sé que intentó hacerlo de forma suave, pero sentí sus manos desgarrar las mías mientras se separaban y dejaban de rozarse.

Ella negó y quise creer que la rojez de sus ojos era el resultado de su lucha por no llorar… y no lo hizo… en ningún momento.

- Nawiel… sé que todo esto es muy duro. Sé que estás perdida en un lugar al que no me dejas ir, pero te pido, te suplico, que regreses conmigo.

- Ya no hay lugar allí al que regresar, Celedrian, no para mí.

- Pues marchemos juntos y formemos un hogar propio.

- Tu hogar está aquí, con tu hermana.

- Mi hogar está donde estés tú… - frunció los labios, no había respuesta para declaración semejante, sobretodo porque ambos sabían que era lo más cierto que podían decirse.

- Lo siento…

- Pues no te vayas – alzó la mano hacia mí, pensé que rozaría mi mejilla y besaría mis labios como tantas otras noches había hecho, pero aquella vez pasó de largo mi rostro, hundió la mano en el cuello de mi camisa, y sacó con una delicadeza exquisita a Vera, dormida y acurrucada, abrazando su propio cuerpo.

- He de enmendar el daño que he hecho. Mi hermano está preso en algún lugar y mi deber como hermana y como culpable, es encontrarle.

- El mundo no está hecho para nosotros. Tu hermano está perdido, Nawiel, sé que duele, sé que es terrible… pero debes aceptarlo.

- ¿Lo aceptarías tú si fuera Clarise?

Largos y eternos se hicieron los segundos que permanecí callado. Ante aquella pregunta yo no tenía respuesta que la retuviese. La voz de Nawiel se quebró cuando volvió a hablar y, al menos, aquello me hizo sentir aliviado. Así fue como demostró que le dolía marcharse.

- No estoy hecha para ti, Celedrian… y tú no estás hecho para mí. Llegará el día en que encontrarás a la mujer digna de ese anillo, y entonces, te darás cuenta de que esto fue lo mejor para ambos.

- Lo mejor para ti, querrás decir.

- Lo lamento… yo… no deseo permanecer más en esta aguilera… y no deseo que vengas conmigo.

Cerré el puño sobre el anillo y callé mis palabras. Después de todo, no iba a humillarme nuevamente. No lo acepté, no lo comprendí… pero Ythalir me había enseñado bien a respetar las decisiones de mis semejantes… y eso hice. Fue lo único que hice… respetarlo.

En la soledad de la noche, lo único que se escuchó fue el leve llanto de Lenaly mientras el dorado y el blanco se fusionaban con el espesor del bosque, más allá de los límites de nuestra aguilera… de mi aguilera. Lo único que se escuchó fue el latir pausado y casi inexistente de mi corazón destrozado. Lo único que se escuchó fue mi alma resquebrajándose.

Y aquella noche sin luna, incluso Sune lloró en la despedida.


Las puertas de Argluna se abrieron únicamente para mí. Las noticias del avistamiento de dos avariels por la zona avivaban mi esperanza. Esta vez podía sentir que Clarise estaba cerca, podía sentir que el final de mi viaje se acercaba.

Y al cruzar los portones de aquella ciudad recordé las palabras de Nawiel, aquella noche cuando insinuó que yo no abandonaría a mi hermana... y tenía razón. No lo había hecho.
Había dejado mi hogar, mi gente y todo lo que yo era para buscarla. Había mandado a mi pueblo a la ciudad bendita mientras yo vagabundeaba entre la plebe, solo para encontrarla.

Por eso, solo en ese momento, la entendí.
Por eso, solo en ese momento... la perdoné.

Capitulo 10. Partida



La luna brillaba en lo más alto del cielo, semi cubierta por hermosas nubes que ensombrecían ligeramente el suelo. Los árboles se movían majestuosos, celebrando el roce de los dedos del algo que volaba entre ellos. El viento susurraba un cántico imperceptible, una plegaria, una despedida.

El orbe lunar se alzaba solitario en un cielo sin estrellas, iluminando pequeñas zonas boscosas dejando que la oscuridad se adueñase del resto. El batir de unas alas se escuchaba lejano, casi inexistente, y una risa dulce y armoniosa lo acompañaba haciendo eco.

Celedrian abrió los ojos y descubrió la soledad en la que se encontraba. Su amada se había esfumado entre sus brazos, y eso no podía ser buen presagio. Nawiel nunca, jamás, se iba a hurtadillas.

Pero allí estaba ella, realizando sencillos giros, sorteando las nubes o atravesándolas de vez en cuando observando los alrededores, maravillada.

Hacía pocas horas que había dejado las fronteras de su aguilera tras ella y aquella vez no tenía pensado regresar, un detalle que había preferido no compartir con su pareja. Despedirse hubiera sido mucho más duro y difícil.

La meditación profunda en la que se sumía Celedrian, y las largas noches que había pasado estudiándola, habían sido pasos esenciales para su marcha. Oculta aprovechando las sombras, se había acercado sigilosa hasta el exterior extremando la precaución para no ser vista, y una vez fuera había emprendido el vuelo lo más rápido posible, mirando de vez en cuando hacia atrás por si la seguían... pero aquella vez nadie la había visto, nadie seguía su rastro… o al menos eso era lo que ella pensaba.

Se sintió libre después de mucho tiempo, aunque también se sintió triste, pues sabía que acababa de dejar a todos los suyos atrás… a su hermano… a Celedrian…

No eran muchos los que quedaban de su raza y seguramente la pérdida de un avariel más supondría para ellos algo terrible, pero ella necesitaba saber más, necesitaba ver más allá de su hermosa aguilera, y sabía que abandonando su hogar conseguiría sentirse mucho más viva de lo que se sentiría con los suyos.

Avanzó durante varios kilómetros, realizando bonitas acrobacias en el aire. Cuando los primeros rayos del sol asomaron por el horizonte descendió sin apenas dificultad y tomó tierra de una forma extremadamente delicada. Estiró al máximo sus hermosas alas y se acercó a un pequeño lago que quedaba muy cerca de ella, lavándose la cara intentando despejarse. Estaba nerviosa y algo asustada. Siempre había pensado hacer aquella locura, pero nunca había tenido el valor suficiente como para hacerlo… hasta ese día.

Miró el cielo y sonrió contenta, por fin había sido lo suficientemente fuerte como para luchar por aquello que siempre había deseado, por fin había antepuesto su felicidad a la del resto, por fin había hecho caso a su corazón.

Se incorporó y le dio la espalda al sol, que ya comenzaba a asomarse, abriendo de nuevo sus alas observando el horizonte que se abría ante ella, cuando algo en el suelo le llamó la atención. Era su sombra, su propia sombra que gritaba a los cuatro vientos el deseo de volar. Aquello hizo sonreír aun más a Nawiel y le hizo sentirse aun más viva… pero no fue un sentimiento que durara mucho.

Una sombra mucho mayor que la suya la cubrió por completo, ocultando la hermosa luz del sol, envolviendo a Nawiel en una oscuridad momentánea. La avariel se giró lentamente plegando lo más que pudo sus alas y miró al frente, donde una figura acababa de aterrizar.

Ferwel se alzó frente a ella, extendiendo sus inmensas alas intentando impresionar a su hermana, con una expresión tan seria que a Nawiel le costó encontrar a su hermano en aquellos ojos enrojecidos por la ira. El silencio casi se le hizo eterno, apartó la mirada casi al instante pero aún así notaba como su hermano la miraba fulminante. Nawiel se estremeció sin saber qué decir, enrojecida por la vergüenza y maldiciendo mentalmente que la hubiesen descubierto.

Ferwel se acercó a su hermana apretando los puños, más que enfadado. Seguía sin entender las chiquilladas de Nawiel y siempre las había considerado eso, chiquilladas, pero aquello traspasaba los límites de la estupidez.

- Por la madre alada… ¿Qué narices te crees que estás haciendo? – Nawiel agachó la mirada hacia el suelo sin saber qué hacer. Ferwel la agarró con fuerza por los hombros haciéndola gemir y la obligó a mirarle a los ojos - ¡Respóndeme maldita sea! – ella no dijo nada, le miró seria, casi desafiante. Ferwel enfureció aún más, soltándola bruscamente y alejándose unos metros maldiciendo en élfico.

- Vete a casa… - Nawiel consiguió susurrar aquellas palabras después unos minutos callada, creyó que su hermano no las habría escuchado, pero al ver los ojos rojos de Ferwel comprendió que si las había oído.

- ¿Qué has dicho? – el elfo avariel se acercó a su hermana lentamente, serio. Ella titubeó un poco antes de repetir la frase.

- Vete…a casa

Hubo un largo silencio en el que Ferwel no dejó de mirar a Nawiel y en el que ella luchaba por no apartar la mirada.

- Si, me iré a casa – agarró con fuerza la muñeca de Nawiel – y tú vendrás conmigo.

- ¡NO! – en un ágil movimiento, Nawiel deslizó su mano y se soltó de su hermano. Él la miró sorprendido.

- ¡Deja de comportarte como un cría, madura de una vez, maldita sea! – Nawiel volvió a mirar al suelo – El mundo exterior no está hecho para ti, deja de soñar despierta, recuerda lo que le pasó a Grintu!!

- Eso fue un accidente… - susurró ella haciendo enfurecer aún más a Ferwel.

- ¡¡¡Eres un avariel, por el amor de Erdrie!!! Compórtate como tal!! – Nawiel miró de pronto a su hermano desafiante.

- ¡¡Pues quizá no quiera ser un avariel nunca más!!

La mano de Ferwel cruzó la cara de Nawiel. El golpe la desequilibró y la hizo caer al suelo… volvió el silencio.

El sol ya brillaba en lo alto del cielo, observando sorprendido la escena entre aquellas dos criaturas mitológicas. Una erguida y la otra en el suelo, en silencio, tan sumidas en aquella discusión que ninguna se había dado cuenta de que no solo el sol los estaba observando.

- Eres una vergüenza para tu raza – la miró con desprecio.

- ¿Soy una vergüenza para mi raza… o para ti? – Nawiel le miró de la misma forma mientras se incorporaba lentamente.

- Deberías sentirte orgullosa de que los dioses te brindara la posibilidad de brillar casi con su misma intensidad…

- Dudo que Corellon o Erdrie deseen la clausura, la condena a la ignorancia… y si así es quizá no sean tan grandes Dioses como pretenden parecer - Ferwel alzó de nuevo su mano amenazante, pero esta vez no golpeó a Nawiel.

- No blasfemes, hermana – agarró de nuevo a Nawiel por la muñeca – Somos la perfección en carne, no nos mezclaremos con los de segunda clase.

- Solo son de segunda clase porque vosotros así lo decís, pero ni no molestamos en conocerlos, si intentáramos…

- ¡BASTA! – la cortó tajante – Basta de chiquilladas, volverás a la aguilera y recibirás tu castigo. No serás una desertora que… - se cayó de pronto, abrió los ojos tremendamente y giró con brusquedad dando la espalda a Nawiel.

Ella no entendió aquel gesto, no comprendió por qué Ferwel se había callado, no entendió nada hasta que lo vio. Varias flechas se abalanzaron sobre ellos, rápidas, fulminantes… Ferwel solo tuvo tiempo de verlas antes de que una de ellas se clavase en uno de sus hombros. Nawiel gritó asustada.

El avariel extendió sus alas y se giró abrazando a su hermana y rodeándola completamente con las alas. Ferwel apretaba el cuerpo de Nawiel y gemía cada vez que una flecha se incrustaba en su cuerpo. Una en el brazo, otra en la pierna…

La miró apenado y cayó de rodillas.

- Vete Nawiel… - ella negó con la cabeza y las lágrimas dijeron el resto – No quiero que abandones el lugar dónde has crecido, pero prefiero eso a que te capturen… vete, te lo suplico.

- Pero hermano, no puedo dejarte – Ferwel la empujó bruscamente lanzándola contra el agua, obligándola a alzar el vuelo.

- ¡Vete!

Varias flechas se dirigieron contra Nawiel, pero ella creó instintivamente un escudo que la rodeó y desvió los proyectiles. Intentó acercarse a su hermano varias veces, pero cada vez que lo hacía un grupo de flechas se abalanzaba contra ella. En uno de aquellos asaltos una flecha traspasó el escudo y le rozó el brazo abriendo una pequeña herida. A los pocos segundos Nawiel sintió como el brazo entero empezaba a pesarle demasiado hasta que cayó por su propio peso, entumecido, como si de carne muerta se tratase. Fue ahí cuando ella entendió por qué su hermano estaba tirado en el suelo, sin poder moverse… no era porque no quisiera, era porque estaba paralizado.

Nawiel miró varios metros más allá de donde yacía el cuerpo de su hermano y vio varias figuras que se acercaba rápido al cuerpo de Ferwel mientras gritaban victoriosos. Ella hizo un último intento de acercarse a él, se lanzó en picado contra aquellos indeseables, pero algo la agarró con fuerza y tiró en dirección contraria.

Miró detrás suya. El pelo negro y los ojos azules fueron suficientes para saber quién era. El olor de Celedrian la impregnó, mientras sus brazos la rodeaban y la sujetaban con decisión. Intentó zafarse, pero él no estaba solo. Tres avariel más, cuatro de los siete que fueron a rescatar a Grintu, le acompañaban.

- ¡Suéltame Cel, suéltame!

- Ya es tarde – uno de los avariel susurró palabras que Nawiel bien conocía. Una esfera burbujeante los rodeó y los ojos de los hombres de tierra dejaron de verlos.

- ¡SUELTAME! – el grito desesperado quebró el corazón de Celedrian, pero no aflojó la presa lo más mínimo.

- Esto es culpa tuya, chiquilla. Ahora se ha sacrificado por ti, deja de ser egoísta y aprecia el acto de tu hermano.

- Este no es el momento – la voz seca y dura de Celedrian calló al resto. Nawiel dejó de forcejear en sus brazos y lo único que quedó de ella fue la fragilidad, la culpa y la desolación.

No vio perfección en ninguno de esos sentimientos.

Se acurrucó en los brazos de Celedrian y se dejó llevar, sin dejar de mirar en ningún momento cómo aquellos humanos capturaban a su hermano, inmóvil en el suelo, sin poder defenderse.

Sin poder pelear…

Sin poder hacer nada…

Aquella noche los Pináculos brillaban con intensidad arropados por la luz de la luna. El orbe lunar se alzaba solitario rodeado de la nada... no había estrellas... igual que aquella vez... la noche en que te perdí.

Te arrastré a la fuerza a un hogar que no sentías tuyo, te obligué a escuchar un sin fin de reproches mientras tu mirada perdida revivía una y otra vez la caza de tu hermano. Busqué tu mano entre los improperios y las quejas y las amenazas, para traspasarte toda la fuerza que pudiese... pero tú apartaste la mano todas y cada una de las veces, y yo me sentí perdido.

Aquella noche, en lo más alto de aquella compañía, el silencio solo fue roto por el batir de unas alas, blancas y perfectas, al igual que las tuyas. Unas alas que no tenían la culpa de recordarme tu cuerpo, tus ojos y tu sonrisa.

La noche que abandoné el hogar juré que te olvidaría, y llegué a creerlo de veras aferrándome a la idea de no cruzarme nunca con otro avariel. Pero aquellas alas se clavaron en mi mente desde el primer día que las ví, y la sonrisa de su dueña era igual de dulce y mágica que la tuya.

Se acercó y me dedicó y gesto amable, una confianza solo permitida entre los nuestros, un cariño solo expresado con los ojos.

Mientras se acercaba, la luz lunar la iluminó, haciendo que su figura fuera aún más hermosa y mágica. Tu rostro desapareció de mi mente entonces... y le sonreí.

- Buena luna, Celedrian.

- Buena luna... Aerwin

Capitulo 09. Rescate


El viento soplaba con fuerza, tan fuerte que le costaba mantener el equilibrio y le costaba avanzar…. No había sido buena idea volar aquella noche en contra del viento, sin embargo los demás parecían estar acostumbrados a aquel tipo de situaciones y solo ella dos tenían dificultades.

Reduje la velocidad hasta alcanzarla, le tendí la mano y la ayudé. Nawiel me sonrió, sonrojada y bastante avergonzada por resultar tan inútil, pero le sonreí cálidamente apretando con cariño su mano y tirando ligeramente de ella hasta alcanzar al resto del grupo.

La formación era sencilla, dos delante, tres en medio y dos detrás. El avariel que iba en medio de la formación llevaba un bulto entre sus alas que le hacía más difícil volar aquella noche. Un bulto que iban turnándose cargándolo cada vez uno. Un bulto que una vez respondió al nombre de Grintü.

El sacerdote había comenzado a perder sus hermosas alas, ahora desplumadas y bastante desagradables a los ojos de un avariel, pero seguía con vida y para el grupo eso era lo importante. Habíamos conseguido rescatarlo después de una dura pelea en la que, por suerte, ninguno de nosotros había resultado herido. Suerte que no habían compartido sus enemigos.

Lo llevaríamos de nuevo a la aguilera, a su hogar, donde recibiría los mejores cuidados hasta que la hermosura de sus grises alas volviera a relucir, no importaba el tiempo que tardaran, no iban a abandonar a un compañero.

Nawiel miraba a Grintü apenada, sintiendo lástima por él, imaginándose lo terrible que debía ser perder lo más preciado para uno de su raza. Sus alas lo significaba todo para ella, desde niña le habían inculcado que ese rasgo la diferenciaba del resto de los seres haciéndola rozar la perfección. Perfección… Desde luego eso no era algo que ella quisiera, ni perfección, ni gloria, ni poder… ella solo quería surcar los cielos día y noche, solo quería ver el mundo que se abría ante sus ojos, solo quería ver más allá de su aguilera.

Yo la miraba de reojo, consciente de que mi querida Nawi se había adentrado en sus pensamientos. Apreté con dulzura su mano y suspiré mientras luchaba contra el viento avanzando a duras penas. Sabía que Nawiel deseaba cosas fuera de mi entendimiento y me esforzaba por pensar que tan solo eran chiquilladas que algún día se desvanecerían… pero lo cierto era que Nawiel ya no era una chiquilla, no, era toda una mujer, una hermosa mujer, y quizá aquello era lo que más me asustaba, saber que con el paso del tiempo sus locuras no había desaparecido, sino que se había acentuado.

Nawiel no había estado atenta ni un solo día desde que habíamos abandonado nuestro hogar, siempre distraía mirando los alrededores, algo que Celedrian no era capaz de entender… ¿qué vería ella en el exterior para que sus ojos brillaran de aquella forma?

Eché un vistazo al suelo, las nubes se había dispersado un poco y pude ver cómo sobrevolábamos un hermoso bosque. Si, es hermoso, pensé, pero nuestro hogar lo es más.

Entonces, ¿qué era lo que Nawi era capaz de ver y yo no?

Ferwel se retrasó ligeramente hasta colocarse a mi lado interrumpiendo mis pensamientos.

- Ya casi hemos llegado

Asentí en silencio y volví la mirada a Nawiel, que miraba hacia atrás maravillada observando cómo el bosque que acababamos de sobrevolar se alejaba. Sonreí triste y temeroso, pensando que, algún día, Nawiel cometiera alguna locura.

Y no tardaría en hacerlo.

- Lo siento… no debería estar contándote esto… me matará.

- No te preocupes, no le diré que me lo has dicho.

- Entonces… ¿qué piensas hacer?

- Nada… estoy cansado de esta situación. Y después de esto… ya no sé qué pensar.

- Lo siento…

- ¿Por qué te disculpas?

- No lo sé…

- Elfos… vais a hacer que pierda las plumas…

- Si yo no estuviera no tendrías estos problemas.

- Si tú no estuvieras, el problema principal seguiría estando… dime… ¿tú la amas?

- Si…

- Pues entonces lucha por ella. Después de lo que me has contado, tengo la sensación de que ella, inconscientemente, ya ha elegido.

- Pero no significa nada… solo…

- ¡Déjate de excusarla, maldita sea! ¿Tanto quieres que la tenga otro?

- No…

- Entonces cállate de una vez. Vete si tienes que entrenar, pero vuelve pronto, y cuando lo hagas, dalo todo.

- ¿Cuidarás de ellos mientras no estoy?

- Si, tranquilo… y le echaré un ojo especialmente a tu hermano.

- Gracias Cel… eres un amigo…

- Sí… y eso lo hace todo más difícil.

- Sí…

Seguiremos soñando

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