jueves, 30 de septiembre de 2010

Capitulo 09. La caída.

Me enfundé los estoques, me colgué el arco y le lancé la peor mirada que jamás hubiese sido capaz de expresar. Él, frío y retorcido, absorbió esa mirada haciéndola suya. El silencio se apoderó de ambos mientras los ojos decían lo que los labios no debían expresar. Por mucho que me doliese, no éramos enemigos, ahora no. Ahora éramos aliados.

Las explicaciones ya vendrían después.

Salimos de la celda y recorrimos los pasillos a oscuras. Le escuché murmurar algo que no llegué a entender y después se enfiló con decisión hacia la oscuridad. Richard sabía moverse como si él mismo hubiese construido aquel lugar, yo me mantuve firme a su lado intentando no tropezar. Mis ojos de elfa me ayudaban en la penumbra, pero aún así estaba demasiado oscuro.


Caminé con firmeza y decisión, cómo siempre. Pero algo en mí aceleraba el paso, como si estuviese ansioso por finalizar aquello. Las Gemelas parecían querer desenvainarse solas, cómo si palpitaran en mi espalda, sedientas de sangre. Un leve vistazo hacia atrás de reojo confirmó mis pensamientos, todo era mi imaginación. Quizá fuese yo quién deseaba teñir las paredes de ese color tan bello.

Antes de volver la vista hacia delante, pude observar como Aluriel también estaba impaciente.


Noté la tensión en sus manos, ambos estábamos nerviosos, no lo podíamos ocultar aunque así lo deseábamos. Mi corazón latía con fuerza y en aquel momento solo pude pensar en Connor. Le había prometido que le avisaría cuando partiese, pero claro, no había predicho que Richard me traicionaría de una forma tan extraña… ¿Me había traicionado realmente o había hecho como que lo hacía? ¿Había engañado él a Edharae? Desvié la mirada hacia sus armas, las Gemelas descansaban en su espalda, seguramente deseosas de combatir.

Su espera no tardaría demasiado, el final del pasillo comenzó a divisarse y la luz hizo más sencillo avanzar.

Richard sonrió.


Avanzamos hasta el final del pasillo, dejando que la luz fuera dilatando poco a poco nuestras pupilas. Entramos en la sala y nos detuvimos observándola. Retiré mi gabardina levemente y posé mi mano sobre la empuñadura del arma situada en el cinturón, mirando alrededor.

Pude observar como Aluriel había descolgado su arco y apuntaba hacía la puerta contraria a nuestra posición, con el arco completamente en tensión. Al ver la situación, me retiré levemente y esbozando media sonrisa hice resonar el cuero de la gabardina cruzándome de brazos.


Una flecha bufó en el silencio de la sala, mis ojos no fueron capaces de ver el impacto, la velocidad del proyectil fue inmensa. Un cuerpo yacía en el suelo inerte con una bonita decoración en su cabeza.

Aluriel mencionó.

-Continuemos.
Negué levemente con la cabeza y registré el cuerpo. Recuperando la posición, le mostraría una nota, creo que pudo deducirlo sola.


Le quité el papel de las manos y entrecerré los ojos leyendo. Al parecer el pobre desgraciado solo era un mensajero. "Mi señor no responderá de nuevo ante vuestro clero, arded en el abismo mientras las sombras os envuelven".

Muy sharita, sin duda.

Entonces era cierto, Edharae había formado su propia banda de repudiados, sanguijuelas que se arrastraban en silencio por las sombras más traicioneras.

Cabeceé hacia la salida, si estaba en algún lugar, sería fuera. Seguían creyendo que estaba presa y, por alguna razón Richard seguía vivo. Eso sí era algo que no comprendía, algún trato estúpido habría sido el causante. Eso, o Edharae pensaba utilizarlo para sus planes.

- No es nada que deba importarnos. Salgamos de aquí - él alzó una ceja, sin duda mi tono firme no le había gustado, pero no era el momento de discutir la cadena de mando.


Si algo estaba claro, era que Edharae moriría y Aluriel estaba decidida a ser ella quien lo hiciera. Al verla tan convencida, dejé que fuera delante, sin el más mínimo interés.

Justo al atravesar la puerta, una estocada atravesó el aire haciendo resonar un zumbido. Antes de que llegara a su objetivo el arma cayó al suelo junto con el miembro que lo sujetaba. Ante la amputación un chorro de sangre salpicó el rostro de la arquera. No pude evitar sonreír, pero enfundaría de nuevo el arma y dejaría que terminara el trabajo.

- ¿Seguro que quieres seguir delante?


Le vi sonreír por el rabillo del ojo y me limité a mirarle mientras el líquido carmesí goteaba desde el ojo hasta mi barbilla. Sin mediar palabra desenfundé a “Tormenta”, mi recién adquirido estoque, y, agachándome y girando sobre los talones, le atravesé el estómago al pobre desgraciado que gemía dolorido sujetándose el muñón que Richard le había dejado de recuerdo.

Por suerte para él, no recordaría nada más.

Me incorporé y limpié mi cara como pude, sin poder evitar que el sabor metálico llegase a mis sentidos.

- Está bien, ves delante, pero se acabaron los juegos.


Salimos de la sala, evitando el cadáver mutilado. Proseguimos por el pasillo y me detuve en seco.

- ¿Qué pasa ahora Richard? - Su voz aún sonaba molesta.

Sólo con un gesto le hice saber que había trampas entorpeciendo nuestro camino.


¿Santa Selune, pero en qué clase de antro nos había metido este sacerdote loco?


- Pues... Parece obvio que saben que estamos saliendo juntos.

Un toque gracioso en medio de tanta tensión. Desenfundé las Gemelas y corté varios mecanismos de activación, dejándolas inservibles.

- Podemos proseguir.


Sin duda era habilidoso, tenía tanta maña en eliminar inconvenientes como en sacarme de quicio. Caminamos decididos y atravesamos con cautela la puerta.

El frío del exterior me golpeó la cara y sentí mi piel ponerse de carne de gallina. Quizá las caras de sorpresa de los que allí estaban fueran más curiosas que nuestra incredulidad al ver tan solo a cuatro guardianes. O Edharae era muy tonto o muy ingenuo.

Richard fue como una exhalación, se lanzó contra los cuatro con las Gemelas desenvainadas. Pude ver su sonrisa de placer antes de que su figura quedase difuminada por la velocidad.

Yo tensé el arco y apunté con toda la precisión de la que era capaz, es decir, mortal.


Teníamos el factor sorpresa a nuestro favor e iba a hacer un buen uso de él. Mantuve el ritmo en la carrera y seguí corriendo hasta llegar a un carromato que había, ayudándome de el para saltar y caer entre medias de dos de ellos, ensartándolos a ambos con las Gemelas y haciéndolas girar en su pecho. Al reincorporarme, noté una ligera brisa que me arropaba y hacía ondear mi gabardina, los proyectiles que Aluriel había disparado habían pasado realmente cerca de mí.


Varios más salieron de entre la espesura, distinguí cinco figuras pero no me paré a observarlas. Disparé una y otra flecha mientras veía como la sangre saltaba tras certeros golpes por parte del veterano guerrero. Todo sucedió muy deprisa. Clavé mi último disparo justo en la garganta de un enemigo que iba a atacar por la espalda a Richard. Él se giró justo cuando la flecha desgarraba la carne, y esta vez fue mi ataque el que lo manchó de sangre. La sangre resbalaba por su gabardina, pero eso a él, no parecía importarle.

El último cuerpo cayó inerte a sus pies y me dedicó una fría, aunque complacida, mirada.


No hubo tiempo para mucho más, sentí un fuerte golpe en mi cara y un cuerpo que se abalanzaba contra mí usando todo su peso. Mi vista se volvió borrosa por la sangre que ahora manaba de mí, pero entre la nieblilla emborronada pude distinguir dos destellos dorados que me miraron macabros.


Pude observar como Aluriel caía al suelo, e Ilthür sacaba una daga envenenada, si quería acercarme sin alertarle, tenía que ser más inteligente que él. Sólo un ligero roce con el pulgar activó uno de los anillos volviéndome invisible.

Mis pesados pasos le hicieron volver la vista atrás, pero ya era demasiado tarde. Sólo un puñetazo me bastó para partirle la nariz y derribarle a un lado.

- ¿Nunca te han dicho que te no te comas el postre antes que el plato fuerte? Bien... Pues yo soy ese plato – esbocé esa sonrisa que bien sabía me caracterizaba.


Escuché el crujir de su nariz y por primera vez no sentí lástima por alguien. Richard se acercó a su oponente y fue entonces cuando le vi. De pie al fondo de aquel solar, serio y sombrío, tal y como un sacerdote sharita debía ser.

Sonrió muy levemente, pero esta vez por satisfacción, y en sus ojos pude ver lo mismo que reflejaban los míos. El último paso en nuestra larga y condenada relación, la absoluta certeza de que hoy, uno de los dos, moriría.


No sé porqué, pero algo me decía que Ilthür no estaría solo, si en algo le conocía era porque nunca iba solo. Al observar a Aluriel mirar en la lejanía, lo cercioré.

Sujeté ambas armas con una mano y extendí la libre hacía ella, ayudándola a incorporarse de nuevo.

- Es hora de terminar EL TRATO, no me gusta que se alarguen demasiado las cosas - apostillé con una sutil sonrisa en mi rostro - No me desilusiones, pequeña Guardiana. Haz que Göyth se sienta orgulloso de su mejor aprendiz.


Me adelanté y tensé el arco apuntándole. Él no se movió ni hizo ademan de desenfundar sus armas. Tan solo se quedo ahí, quieto, observándome. Tras de mí escuché el comienzo de lo que sería la propia batalla de Richard y sentí que podía olvidarme de él. No necesitaría mi ayuda.

Adelanté un pie, entrecerré los ojos y disparé, fallando a posta, haciendo surcar el aire a una flecha que rozaría la mejilla del humano eterno, casi en un insulto sin pronunciar.

Eso fue suficiente provocación para que desapareciera en las sombras. Cerré los ojos y anulé el sonido de la otra batalla, agudizando todos mis sentidos para encontrarle. Y allí estaba, justo a mi lado en el preciso instante en el que apareció. Me agaché y le golpeé en la boca del estómago con el extremo del arco, pero no retrocedió. Me golpeó en la cara y me lanzó al suelo, pero rodé sobre mí misma, me incorporé hincando una rodilla en el suelo y disparé otra flecha que se clavó en su hombro.

Sonreí, por primera vez desde que le conocía sabía que no habría interrupción. Eso, por alguna razón, hizo nuestro baile más emocionante.


Lancé una de las armas al aire, cogiéndola con firmeza con la mano que tenía libre preparándome para el combate. Él, haría crujir de nuevo su nariz, en un intento fallido de colocársela.

- Levántate. Sólo conseguirás...

Antes de terminar la frase y la última gota de su sangre cayera al suelo, rodó con agilidad e impactó su mano contra mi estómago, haciéndome retroceder un par de pasos.

Tanto tiempo esperando éste momento, tantos años trascurridos buscando al ser que robó la vida de la persona que a mí me la había dado. Tantos años entrenando y perfeccionando el manejo de mis armas en aquel sórdido lugar… y ahora escasos centímetros separan a mi objetivo de mis manos.

Antaño, tuve corazón, pero tantos años en La Marca lo fueron pudriendo poco a poco, y eso, hizo que no tuviese compasión.

Hice un giro en el aire con ambas armas, preparándome para un combate mortal. Él o yo. Junté las armas haciendo resonar su afilado filo. Dando por empezado el combate, arremetí contra él.


Mis flechas fueron terminándose una a una. Mis disparos rara vez le alcanzaban, aunque algunos sí lo hacían, con su consecuente sorpresa. Su espada rozó mi cuerpo en un par de ocasiones, pero me mantuve firme, siempre firme. Solo una vez le había dado el lujo de gritar y no iba a repetirse.

Cuando quise darme cuenta, en mi carcaj solo quedaba una flecha. Aquella pequeña rama ennegrecida que portaba la mismísima muerte con ella. Una flecha solo destinada para él, desde el principio, incluso cuando aún no la tenía. Incluso cuando no nos conocíamos.

La extraje y la tensé decidida. Le miré, consciente de que ese sería mi último disparo.


El asesino esquivaba mis embestidas con gran agilidad, tan sólo conseguí herirle levemente tras desgarrar sus ropas en una de mis abatidas. Eso era demasiado poco para lo que deseaba hacerle. Pude contemplar como Edharae estaba muy cercano a nosotros, con tanto movimiento habíamos llegado a su altura.

Pero ésa no era mi guerra, ahora no. Ilthür sería el primero.


Edharae les miró un segundo. Ese fue mi momento. Disparé.

La flecha negra surcó el cielo como una sombra mortífera, rompiendo el mismo aire tan solo con su presencia. Edharae miró al frente en ese instante y la vio.

Nunca hubiese creído que pudiera ser tan rápido, quizá el favor de Shar le otorgaba mucho más que longevidad. Giró con una elegancia envidiable golpeando al chico de ojos dorados en el pecho, tumbándolo tras chocar con Richard. El avezado guerrero se desequilibró y, por algún extraño deseo de algún dios macabro, se puso en la trayectoria del proyectil.

Yo grité su nombre... pero era tarde...

La flecha... mi flecha... se incrustó en el antebrazo de Richard.


Noté como algo se incrustaba en mi antebrazo izquierdo, obligándome a soltar el arma. Una herida más junto aquellas cicatrices... Aquellos respectivos cortes. Poco a poco la piel de mi brazo se ennegrecía y mis fuerzas flaqueaban, haciéndome caer de rodillas. Retuve la caída clavando en el suelo a la solitaria Gemela, pero ya no tenía suficiente fuerza para mantenerme... Poco después, noté el frío suelo en mi pecho.


domingo, 26 de septiembre de 2010

Capitulo 08. Traición


¿Habría Aluriel acabado con Edharae? No lo creo. – Esbocé levemente mi característica sonrisa.

Sentado frente a la chimenea observaría pasar otro día más, otro día gris. Pero antes de que el sol volviese a aparecer, resonó la puerta con firmeza, alguien estaba llamando.

La puerta se abrió y tras ella, una silueta bien definida.

- Vaya, tan puntual cómo siempre.

- Déjate de estupideces Richard, tenemos que hablar.

- Pasa, ve al salón y ponte cómoda. – Mis palabras parecieron ser molestas, su gesto así lo decía.

Entró como un huracán, seria y firme como nunca la había observado antes. Me encaminé hacía mi preciado sofá, dónde descansaba antes. Aluriel, haría lo mismo en el adyacente.

- Creo que tienes algo que contarme.

- ¿Por qué? ¿Debería?

- No estaba, Richard, Edharae no estaba y parece que lo sabían. En cambio… Uno de los allí presentes insinuó algo sobre ti. Hay algo que sabes y que ocultas. – Su voz sonaba serena pero a la vez furiosa, pausada pero firme a su vez.

- Bien, Aluriel… Si es eso lo que quieres… - Me levanté con tranquilidad del asiento.

La conversación comenzó. Sólo conocería lo que yo quisiese que supiera. Al continuar con la charla, Aluriel se levantó cansada o furiosa al escuchar esas palabras salir de mi boca. – Edharae ha estado aquí, hablando conmigo.

- Ya me lo advirtieron y no hice caso… ¡Maldito bastardo, no eres mejor que ellos!¡Eres miserable! – me miró decepcionada – Y yo que había decidido confiar en ti…

De espaldas a ella, dejaría que se desahogase, que soltase todas aquellas pestes por la boca. Pero no, no debió hacer eso.

- ¡Mírame Richard! ¿O acaso también eres un cobarde? – Su mano tocó mi hombro intentando hacerme girar.

Sólo un codazo fue suficiente para vaciar sus pulmones, un golpe seco en la nuca bastaría para dejarla inconsciente.

- Supongo que no te lo esperabas… - La levanté del suelo y eché sobre el hombro.

Ahora queda llevarla hasta él, pero no podría salir de allí con todos esos malditos guardias y asquerosos fisgones. La cosa era sencilla, usar el Shóndakul para salir de allí y partir hasta Edharae desde otro lugar. No sería la primera vez en hacerlo.

Por suerte, no me crucé con nadie. Quién iba a decir que tan sólo valdría con esquivar los caminos, de todos modos, tenía alguna treta preparada, por si acaso.

Encontrar el lugar no fue costoso. Proseguí por el camino que bordea Khelb hasta llegar allí, me estaban esperando. Edharae y sus vasallos, él sonrió al verme.

- Creí que no vendrías. – Me detuve en medio de todos, desafiante como siempre.

- Cállate y dime dónde la dejo.

- Entra y déjala en la celda, mis chicos se ocuparán del resto.


Con una mirada, hice saber que entraría, si ellos se apartasen o no, eso daba igual. Todos se apartaron, por miedo de saber que les pasó a sus camaradas o por estar Edharae presente, para mí era indiferente.

La dejé en la celda y la despojaron de todo su equipo, no le di importancia, ya no era asunto mío. Di media vuelta y me dirigí hasta la salida, Edharae esperaba allí.

- Bien Richard, un trato es un trato… Pronto contactaré contigo y tendrás tu premio y quién sabe, quizá hagamos más tratos. – Una carcajada resonó en aquel lugar, demasiado fuerte para una sola persona.

Busqué con la mirada y allí lo pude ver, ésos ojos dorados observándome. Entorné levemente los ojos para intentar reconocerlo. Su rostro se fue dibujando poco a poco, mostrándose en la oscuridad. Ilthür, Ilthür el asesino. Antiguo compañero de mi padre y asesino de mi madre. Allí estaba él, sonriente, cómo si me reconociera.

Di media vuelta y volví a adentrarme dónde tenían a Aluriel enjaulada, Edharae preguntó.

- ¿Dónde vas Richard? – Algo extrañado.

- He dejado algo dentro… - Edharae asentiría con la cabeza sin más.

Antes de llegar a la sala dónde estaba Aluriel, pude cruzarme con uno de los lacayos. Por lo que deduje, guardaba el equipo de la elfa, ése arco era inconfundible, tanto casi como el Walaanela Ycanes del Elfo Salvaje.

Me agaché y cogí el arco.

- ¿Qué haces? Edharae ha dado orden de que nadie toque eso.

Recuperé la posición y tapándole la boca con mi mano izquierda, la derecha desenfundaría una de las Gemelas para ensartarle completamente. Susurré - Edharae acabará como tú… Dejé caer el cuerpo y después de limpiar el arma en su ropa recogería el resto del equipo.

Ella aún estaba en la celda, inconsciente. Forcé la cerradura y tiré su equipo a sus pies, excepto el arco. Abrió los ojos sorprendida, tardaría un rato en ubicarse.

- Ponte en pié, y acaba lo que hemos empezado. – Le lancé el arco para observar si había recuperado los reflejos.

- Y ahora… ¿A qué viene esto Richard? – Sujetó su arma de una sutil manera, como solo un arquero arcano sabría hacer.

- No lo hago por ti, Aluriel.


- Pues si existe una próxima vez, evita la demostración de virilidad. –Comentó acariciándose el abdomen.

- ¿Acaso hubieras aceptado si te lo hubiera comentado? No esperes que te lo pida por favor.

- Claro queda… No confías en nadie.

- Deja de lloriquearme y levántate. Ya tienes la situación a tu favor, ahora saldremos ganando los dos. Vamos, es hora de matarlos a todos. – Sonreí sádico.



Ambos salieron de la habitación, para dar el siguiente paso… el último.



(by Richard)

viernes, 24 de septiembre de 2010

Capitulo 07. Cuestión de confianza


Más allá de Khelb, junto a un campamento en el camino hacia Argluna… allí estaba subida a un árbol, prácticamente inmóvil, observando al variopinto grupito que hablaba entre ellos. Un par de elfos, tres humanos y cuatro enanos… curiosa combinación.

Cerca de allí un mediano incompetente dejaba a la vista la entrada que Richard me había dicho cuatro días atrás. Sin duda me hubiese costado encontrarla, Selune debía favorecerme.

Me deslicé con todo el sigilo del que era capaz, agazapándome entre los arbustos, saltando entre algunas piedras e incluso aguantando la respiración en más de una ocasión. Cualquier cosa por no arriesgarme a ser descubierta. Todo el plan dependía del factor sorpresa.

Aparté las plantas que cubrían la entrada y caminé con decisión ocultándome de nuevo una vez la traspasé. Ahora nevaba y por alguna razón no me sorprendió.

Alcé la vista siguiendo la pared de lo que sería un precipicio si estuviese en lo más alto, y cuando mis ojos llegaron reconocí el lugar. Allí, hacía no mucho tiempo, había estado de pie amenazando al sacerdote, allí él había rozado mi piel y activado mi shondakul.

Así que estaba hecho. Ese día sería el último.

Cuando llegué a la pequeña casa destartalada, me invadió la nostalgia. Todos y cada uno de los años que cargaba a mi espalda junto con aquel humano pasaron por mi mente en apenas un suspiro. Incluso él, aferrado a la longevidad, sabía que había un final para nosotros.

Esperé la reacción de mi cuerpo, pero no hubo nada, ni el cosquilleo, ni la piel de gallina… nada.

Un remolino de aire pasó a mi lado y se partió en dos justo a pocos pasos frente a mí, como si hubiese encontrado un obstáculo que no esperaba. Descolgué el arco y arrugué la nariz apuntando… demasiado ilusa, eso era lo que él siempre me decía… y cuánto odiaba que tuviera razón.

Tal y como yo creía, allí había alguien. Las sombras cobraron vida formando la figura de un hombre, un elfo de pelo negro y ojos dorados que me miraba con extremada seriedad. Tras él, como si hubiesen estado esperándome, comenzaron a salir, de todo tipo de escondites, unos quince lacayos. Era obvio que aquel elfo estaba al mando, nadie hizo nada hasta que él no lo dijo.

- Me temo que no estás invitada a esta fiesta, Guardiana – su voz era suave.

- No esperé nunca una invitación – seguí apuntándole mientras controlaba al resto.

- Desgraciadamente no puedo dejar que te quedes.

- Dieciséis contra uno… qué valientes.

- ¿No eres tú quién más dice cuánto te protege tu falsa diosa? – ese elfo carecía de emociones, pronunciaba cada palabra con el mismo tono, con el mismo semblante, solo la frialdad de sus ojos daban intensidad a sus palabras.

- No he venido para hablar. ¿Dónde está Edharae? – esta vez sí, entornó los ojos.

- Muy valiente… o muy necia, por pronunciar su nombre.

- ¿Necia por pronunciarlo o cobarde por temerlo?

- Márchate, quien buscas ha dejado este lugar.

- Muy ignorante debes de ser si crees que voy a creerlo.

- Quizá no sea yo de quien debas desconfiar.

Arrugué la nariz sin entender el comentario. ¿No era él del que debía desconfiar? Sus ojos dorados seguían fijos en mí, sin mostrar la más mínima emoción, era como si ese elfo estuviera muerto por dentro. Edharae siempre había mostrado frialdad, lascivia e incluso alguna vez lástima, pero ese elfo no.

Su cabello se sacudió con elegancia cuando un nuevo golpe de aire se arremolinó a su alrededor, la tensión de los que esperaban a su espalda comenzó a notarse. Todos allí sabían de mi clero, todos y cada uno de nosotros éramos enemigos eternos de guerras libradas desde casi el comienzo de la existencia, todos deseábamos la muerte del contrario. Pero allí estábamos, tanto ellos como yo, de pie, mirándonos, sin hacer nada.

Volví a clavar mis oscuros irises en aquel elfo, que seguía mirándome con el semblante serio. ¿No era él del que debía desconfiar? Ni de él ni de ninguno de los que allí estaban… ni siquiera del humano que buscaba… no debía fiare ni del mercenario al que había contratado……

Mi corazón se paró un segundo… solo un segundo. Tiempo suficiente para que aquel elfo supiera en lo que pensaba y aquella vez, únicamente en ese preciso instante, sonrió con tanta frialdad que incluso las sonrisas despiadadas de Edharae quedaron a la altura del betún.

- Te creía más lista, Guardiana. De todos los que pudiste elegir, escogiste al menos indicado. “Demasiado ilusa” … eso es lo que él siempre dice de ti.

Esa fue la señal. Sus ojos dorados se desvanecieron frente a mí y su lugar lo ocuparon los quince siervos de la amante de la noche. Todos desenvainaron y se dirigieron decididos hacía mí. Sin embargo, en el mismo instante en que aquel elfo desapareció, supe lo plenamente consciente que era de que acabaría con ellos. “Pérdidas aceptables”, sería como seguramente las llamase, de una guerra casi eterna en la que él poco tendría que decir.

Quizá su intención fuese sembrar la duda en mi alma, quizá provocar que el miedo inundase mi ser y así darle una ventaja a su señor. Pero los años junto al maestro de estoques me habían ayudado a mantener la determinación firme. El miedo no me invadiría y mucho menos el temor a caer.

Y a pesar de todo, cuando aquellos lacayos de la oscuridad yacían en el suelo, cuando sus vidas habían sido arrebatadas por mi condición de arquera arcana, cuando la flecha negra que lucía en mi carcaj dejó de palpitar ansiosa… solo en ese momento, mi pensamiento fue para él.

Richard…

Muchos eran los que me habían advertido, muchos lo que me gritaron que estaba loca desde el primer día que insinué que contrataría al Puño… pero yo siempre había sido muy ilusa o muy temeraria… necesitaba creer que el avezado guerrero cumpliría su parte.

No podía creer las palabras de un sharita, por lógicas que pudieran llegar a sonar. No podía dejar que la oscuridad ganase la batalla más importante…

Si dudaba, Edharae contaría con la mayor de las ventajas, y el vínculo que, de algún modo, se había creado entre Richard y yo, se rompería sin esfuerzo, enemistándonos de nuevo, quizá con mayor intensidad.

Si confiaba en él, si, después de todo, decidía darle un hueco más en esta guerra, si le ofrecía una lucha codo con codo (con su correspondiente remuneración), no podrían pararnos. Estaba segura de que Richard disfrutaría luchando con el elfo de ojos dorados, y darle esa posibilidad… le tentaría demasiado.

Ya me dijeron en una ocasión, alguien muy preciado, que no debía confiar en ellos, que el Puño y la Rosa estaba impregnado de mentiras, sangre y traición… incluso entre sus miembros…

Pero debía hacerlo… debía confiar en él…

Si me equivocaba… entonces mi vida quedaría a merced de las katanas de un guerrero, los salmos de un sacerdote y el abrazo de la luna.

Seguiremos soñando

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