lunes, 2 de agosto de 2010

Capitulo 13. Emboscada



Esa fue una noche sin luna. La busqué por cada rincón pero ni uno solo de los árboles brillaba bajo su luz impoluta. El cielo ennegrecido por la oscuridad se cernía sobre mí y lo único que me rodeaba era el silencio. Nada, ni siquiera los animales o el rozar de las flores, se escuchaba aquella noche.

Caminé malhumorada buscando algo con lo que canalizar mi enfado. Las palabras de Relenar habían calado hondo, habían dolido y, sobretodo, habían despertado en mí sentimientos desagradables. ¿Quién se creía que era para decirme aquello? No tenía derecho, no después de tanto tiempo, no después de todo lo que habíamos hablado.

Me adentré en el paso de Argluna buscando el camino a Sundabar. Los gigantes sufrirían mi puntería.
En una de las habitaciones del Roble Dorado, sobre la mesilla, descansaba un sobre dirigido a Connor.

“Perdona por no estar cuando despiertes, necesito pensar”

Una fina flecha negra se movía con destreza y elegancia entre mis dedos, mareada seguramente de tanta vuelta. La conexión y el poder que emanaba de ella solo se debía al tiempo empleado en forjar el lazo entre arquero y flecha. Las palabras de Dharion resonaban en mi mente cada vez que la disparaba.
“Esta flecha es tuya y solo tuya. No la pierdas pues no habrá otra. No la uses innecesariamente pues no debes abusar de su poder. Todo lo que eres, todo lo que sientes, está impregnado en ella.
Ya no hay nada que pueda enseñarte más allá de esto. Ahora estas completa Aluriel, aprende y sigue el camino sola.”

A pesar del discurso, a pesar de romper nuestras ataduras, se que puedo acudir a él cuando lo estime oportuno, o cuando, simplemente, me apetezca disfrutar de un buen té y su compañía. Dharion ha sido un gran maestro, él me lo ha enseñado todo y nunca, jamás me ha dado la espalda.


En mi cabeza repiqueteaban tantos pensamientos que tuve que sujetármela para analizarlos con claridad. Demasiada era la locura que estaba viviendo en los últimos días. Demasiados los sentimientos enfrentados, demasiadas las sorpresas y sobresaltos.

Blackwood se había desvanecido, nadie sabía nada del montaraz desde hacía un par de dekhanas, ni una nota, ni un mensaje… nada. Seguramente, impulsado por su enfado, se habría alejado buscando alguna ruta nueva de mercancías… razón no le faltaba si ya no deseaba verme.

Göyth era otro desaparecido. Nuestro último encuentro fue en Argluna, varias lunas atrás. Mi corazón había vuelto a latir con fuerza al escucharle de nuevo pronunciar mi nombre, quizá aquella conversación había quedado olvidada o apartada… seguramente lo mejor para ambos. El elfo pelirrojo había recorrido conmigo el Paso que ahora mismo cruzaba sola, hablando de trivialidades, analizando una vez más mis aptitudes, para terminar diciéndome que nada había más para enseñarme de aquello que le había pedido. Fue increíble verle mirarme con aquel toque de respeto. Quizá las cosas entre nosotros podían ir a mejor, después de todo.


El tercer estoque atado en mi cintura brilló un segundo sin ninguna explicación. Lo miré extrañada y confundida. Era mucho el misterio que giraba torno a él e ignoraba si alguna vez lo desentrañaría al completo. Rael y yo habíamos viajado al pasado por su culpa, el condenado de Astarte me había confesado que era él quien me lo había dado, y ahora no tenía ni idea de qué hacer a continuación. Quizá viajar a Bosque Alto fuese buena idea…

En ese instante deseé el consejo del veterano guardián… él seguro sabría qué hacer, aunque seguramente me lo haría descubrir a mí con alguno de sus acertijos bélicos.

Caminé bastante rato sin interrupción alguna, y solo después de media hora inmersa en mis pensamientos me percaté de que estaba sola. Completamente sola. Ni un solo gigante, ni un elemental… nada… El silencio me golpeó con fuerza y por alguna razón, por algo que no pude entender, tuve miedo.

Mi cuerpo se paralizó, lo sentí anclarse en el suelo. Mis piernas no reaccionaron y mis manos se quedaron entumecidas rozando las empuñaduras de los estoques, sin sentirlos. Un susurro llegó a mis oídos acompañado de una oscuridad absoluta, que me envolvió y me sacudió con fuerza lanzándome varios metros atrás.

Me incorporé sobresaltada y busqué mi arco sin encontrarlo. Mis estoques seguían atados en la cintura, tintineando ante el movimiento, y la oscura flecha seguía entre mis dedos, palpitando con fuerza como si de mi alma se tratase.
Agudicé la vista y observé varias figuras. ¿Licántropos de nuevo? No lo creí posible. ¿Aquella a la que llamaban “Dama Oscura”? No veía el motivo por el que viniera a por mí. Entonces… ¿qué era?

Las figuras se hicieron perceptibles, salieron de la oscuridad y se dejaron ver. Se miraron un segundo observándome desarmada y sonrieron siniestros. No hizo falta demasiado para ver el destello de la insignia de sus capas. La sangre hirvió en mi interior y les devolví la misma sonrisa.

Sharitas…

Los dos desenvainaron. Uno de ellos una alabarda inmensa y el otro dos kukris que brillaron en la oscuridad. Me miraron sedientos de sangre y yo supe que debería esforzarme como nunca lo había hecho. Retrasé mis manos guardando la flecha en el carcaj y desenvainé ambos estoques, dejando el extraño regalo de Damián colgado del cinto.

No hicieron falta las palabras, ellos venían explícitamente a por mí y yo no necesitaba otra excusa que su insignia para devolverles los golpes.
Mi destreza con las armas gemelas había mejorado, pero no eran mi especialidad, sin embargo ellos eran diestros con las suyas y por ellos cortaron mi carne más de una vez.

Por aquellos pasillos de piedra, donde el silencio reinaba, solo se escuchaban nuestras armas golpearse y los gemidos momentáneos que alguno de los tres exclamaba.
Conseguí desprender un kukri de la mano de su dueño y golpear con fuerza, con la empuñadura de mi estoque, el rostro del otro atacante.
La alabarda cayó con todo su peso sobre mi espalda haciendo un corte profundo, ahogué el grito en mis labios y rodé por el suelo hasta alejarme de ellos, sangrando sin casi fuerzas.
No dieron tregua alguna, se fundieron en las sombras y tan solo mis sentidos me salvaron de la muerte, me aparté justo en el instante en que ambos se abalanzaban sobre mí, quizá de una forma demasiado estúpida, pues el kukri que aún era empuñado se incrustó en el estómago del compañero, ante sus ojos sorprendidos y enfadados.

Yo reí, no sé muy bien por qué.

El dueño de la alabarda golpeó con fuerza a su compañero lanzándolo varios metros lejos de él, se arrancó el kukri arrojándolo junto a su dueño y se acercó decidido hacia mí, atacándome sin descanso. Yo apenas esquivaba alguno de sus ataques, pero siempre me devolvía y él no parecía muy interesado en esquivar mis armas. Las fuerzas se mellaban a cada segundo, su sangre y la mía manchaban el suelo a nuestro alrededor y su mirada enloquecida me atravesaba con más fiereza que cualquier bestia salvaje.

Un golpe seco en las rodillas con el astil del arma me hizo caer; una patada en la cara me tumbó en el suelo; y solo hubo un único pensamiento.

Hoy aún me sorprendo de que así fuera. No comprendo por qué lo deseé con tanta fuerza, ni por qué, entre todos los que conozco, su nombre surgió de mis labios. Ahora solo recuerdo su voz melodiosa susurrando entre los árboles que un día le buscaría… y temo que, después de todo, tuviera razón.

- Edharae…

Quizá mi agresor quedó tan sorprendido como yo, pues su golpe de gracia quedó extinto y lo único que reflejaron sus ojos fue el miedo. Más temor del que había sentido yo cuando aquella nube me envolvía. Más temor que el día que me dieron la noticia del fallecimiento de padre Ethan. Más temor que la noche que me degollaron…

Dio un paso atrás, vacilando, mirándome preocupado. Desvió la mirada a su compañero, que había recuperado sus armas y se acercaba a mí confuso. Me arrastré como buenamente pude, de una forma demasiado humillante cómo para recordarla. Les miré y supe que estaba allí.

Mi piel se erizó, mi corazón se detuvo un segundo y frente a mí, como si las mismas sombras moldeasen su figura, comenzó a aparecer, esbelto, corpulento, frío… despiadado.

Cerré los ojos… se había acabado. Con el sacerdote allí no importaba cuantos golpes más pudiese dar. Después de todo, después de tantas luchas, tantos insultos, tanta rivalidad…



Al final, Edharae había ganado...

Seguiremos soñando

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