sábado, 31 de julio de 2010

III. Los arpistas




ARPISTAS


“De un pasado cercano… de un exilio olvidado… ella volverá…”



La multitud que aquella noche se reunía al norte de Nevesmortas empezaba a ser común en las últimas dekhanas. Aluriel ya no entendía qué clase de aventureros regentaban el reino últimamente, demasiado alocados o demasiado infantiles. Poco le importaban ya las gentes de la villa, su mente y su corazón solo estaban ocupados por la Flecha del Destino, único lugar en el que podía sentirse a gusto y al que podía llamar hogar.


Observó sin mucho interés a los presentes. Syra con su memoria perdida, Devoto ocultando sus sentimientos de forma poco convincente intentando hacerla recordar, Nela lloriqueando tras la hoguera mientras Jacob intentaba arrancarle una sonrisa, un tal Arfrid amenazando con quitarse la vida mientras algunos intentaban impedirlo… mirase donde mirase no veía ninguna situación que le produjese el deseo de participar. Ella solo estaba allí por Connor.


Muchos eran los que murmuraban que el aura del maestro de estoques la había absorbido. Quizá tuvieran razón, pero a ella poco le importaba lo que los demás pensasen.


La lluvia cobró fuerza y los rayos les acorralaron. Quizá Talos también se había cansado de las tonterías. Con suerte alguno caería sobre ellos y Aluriel podría dejar de escuchar alguna conversación estúpida.

- Vayamos a la sede – le susurró Connor mientras giraba sobre él mismo dispuesto a irse. Cuando la elfa hizo lo propio sus ojos se clavaron durante un segundo en el gnomo arcano recién llegado, silencioso e inadvertido por todos, algo muy poco común en él.


Recordó en ese momento su enfado, su discusión y su rechazo, después de tanto tiempo, por su preciado Tuii.



“El cartel que había colgado en el tablón de la ciudad se movía con lentitud impulsado por la suave brisa. Sobre la firma perfectamente trazada de la hermosa elfa, dos líneas habían sido escritas. Un mensaje sencillo y disimulado que tan solo captaría la atención del remite… pero no, el gnomo tenía que hacer de las suyas.


*Al caballero Damián Astarte: si diera la casualidad de que visita la villa, sabed que necesito reunirme con vos*

*…un estoque precioso, por cierto!! Fiuuu!!! Debió costarte un fortunón!! ^_^*


Varios mensajes más en el tablón hicieron falta para conseguir que el gnomo dejase de hacer de las suyas. El resultado fue un disgusto importante por parte de la Guardiana, cansada ya de las sandeces del gnomo, de su manía de meter las narices en todo y sobretodo, sobretodo, de la extremada falta de discreción de la que era capaz.


Con lo listo que era para algunas cosas… y lo rematadamente idiota que podía resultar en otras.


Esto había sido la gota que colmaba el vaso, se había cansado. Le adoraba por encima de todas las cosas y sabía que iba a costarle, pero necesitaba saber si podía darle una lección. Recordó la forma en la que el elfo pelirrojo más le había dañado, recordó el vacío y la decepción en su voz queda y en la evidencia de borrar su nombre del recuerdo. De modo que hizo lo mismo. No volvió a pronunciar el nombre del gnomo desde ese instante.”



Y al verle allí, tan calladito y serio, supo de alguna forma, que estaba funcionando.


Connor la empujó sutilmente y se puso tras ella. Aluriel se giró y observó con indiferencia la figura de Syra apuntándola. Fue rápido, la elfa descolgó su arco y el brillo de los arqueros arcanos se reflejó en sus ojos negros, que miraron a la humana con frialdad y decisión. Muchos fueron los que se pusieron en medio intentando disuadirla mientras gritaba al viento frases que, sin duda, reflejaban que su conciencia vagaba perdida. Esa tal “Dama Oscura” la poseía.


Situaciones caóticas a las que la Guardiana poca atención prestó, su brazo solo se relajó cuando Syra desapareció de su vista. No le importó mucho lo sucedido después… Devoto cayó al suelo, Syra volvió en sí… algún “te quiero” susurrado entre ellos… Todo perdió importancia cuando las puertas de la villa se abrieron y el destello rojizo inundó la escena.


- Astarte…


Tras escucharle decir demasiadas estupideces, y preguntarse cómo Claire podía soportarle cada día, se acercó a llamar su atención…


……….


….. algo de lo que se arrepintió casi al instante…


- ¡¡¡Hola cielo!!! ¿Por fin has decidido salir conmigo? – todo el cuerpo de Aluriel se tensó y luchó con todas sus fuerzas por eliminar la gratificante imagen de ella estrangulando al elfo.

- Astarte, necesito hablar con vos.

- Claro cariño, dame un segundo que averigüe qué sucede por aquí.

- Astarte… es importante – el elfo la miró y sonrió con esa picardía con la que tanto le gustaba provocar.

- Vaya… ¿por fin te has decidido? ¿Te casarás conmigo entonces? – se arrodilló frente a ella – Dime, ¿Querrás hacerme el hombre más faliz?


Aluriel pudo sentir la ira contenida de Connor, sus ojos clavados en el elfo mientras, posiblemente, afilaba la guadaña en su mente. Ella se limitó a descolgar el preciado estoque y colocarlo frente al rostro del bardo.

- ¿Uh? Bueno, bueno, con un “no” hubiese bastado.

- Astarte… tenemos que hablar.

- Claro mi vida, ¿cuánto dinero necesitas? – abrió una bolsita con oro – Ya sabes que no tengo problema en darte lo que necesites.


Estalló. En su mente no solo lo estrangulaba sino que también lo descuartizaba y lo dejaba esparcido trozo a trozo por todo Nevesmortas.

- ¡¡Que los nueve infiernos se te lleven!! Ya buscaré yo sola a Maxam – se dio la vuelta y solo se detuvo ante el grito del elfo rubio.

- ¿Qué? ¡¡¡Pero si está muerto!!! Bueno… ya le llevaré flores más tarde y se le pasará… - Aluriel escuchó el bufido de Connor y se acercó de nuevo al bardo haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad.

- Damián…

- ¿si cielo?

- ¿Podemos hablar en privado?

- Mmmmm… claro – sonrió cautivador pero no funcionaría con ella… por muy guapo que el condenado fuese.


Se alejaron hacia el norte y se ocultaron entre unos árboles, allí nadie les interrumpiría y Aluriel por fin podría tratar con él con tranquilidad.

- Espero que no le debas dinero a Maxam.

- Dime, ¿de qué le conoces?

- Oh, era un arpista – ella entrecerró los ojos, los rumores eran muchos sobre aquel elfo engreído, quizá esa noche encontrase más respuestas de las que buscaba.

- Ajá… ¿y?

- Pues que murió.

- Lo sé, lo mató un Baalor – Damián alzó una ceja mirándola.

- Em… no… no es eso lo que dicen mis libros.

- Pues eso es lo que yo ví – Alzó ahora la otra ceja.

- ¿Qué? – Aluriel desató el estoque y lo mostró al elfo.

- Hace unas noches este estoque apareció en la sede, con una carta que únicamente rezaba mi nombre.

- Ah… bonito regalo.

- Si, mas no sé quién lo manda.

- Pues alguien que quiera que lo tengas.

- Obviamente… pero ¿por qué? En Argluna me dijeron que tú fuiste poco tiempo antes con uno igual.

- ¿Yo? Que va mujer…

- Dijeron que era un elfo rubio, vestido de rojo y con mucha labia – la elfa cayó entonces en la mano artificial del bardo… quizá hubiese sido un buen detalle a tener en cuenta a la hora de preguntar por él, pero lo cierto era que nunca recordaba que el elfo había perdido una mano tiempo atrás.

- ¿Y? ¡¡¡El rojo está de moda!!! Hay mucha gente que viste así.

- Bien… entonces preguntaré a otro sobre el Castillo Puerta del Infierno – por primera vez él palideció.

- ¿Qué? Ese… ese castillo fue destruido por los arpistas hace más de cincuenta años… - Aluriel asintió, consciente de ello, despegó los labios para contestar y por alguna razón algo muy distinto salió de su boca.

- De un pasado cercano… de un exilio olvidado… ella volverá… - si era posible que Damián palideciese más, ese fue el momento.

- Tormenta…

- ¿Eh?

- No… nada nada… - la elfa le tomó del brazo con cuidado y le miró sincera.

- Por favor Damián, no me mientas. En esto no… - el elfo suspiró.

- Esta bien… fui yo quien te dio el estoque… lo siento. Pero tenía que intentarlo, era la única manera de que el encantamiento se rompiese.

- ¿Encantamiento? ¿Qué encantamiento?

- Pues yo que sé… el que tendrá el estoque digo… - miró hacia otro lado.

- Damián… - Aluriel suspiró – Está bien. Escucha.


La Guardiana comenzó a relatarle al Trovador su “viaje” a aquel castillo, explicándole cada detalle que recordaba, cada frase, cada movimiento, cada destello extraño. Damián no interrumpió ni una sola vez, casi ni parpadeaba ante lo que la joven arquera le estaba explicando. Para él, nada tenía sentido.

Cuando Aluriel terminó, Damián tomó aire. Esta vez fue él quien habló largo y tendido.

- Existe una leyenda… se cuenta que Maxam creó, con el cabello de una Fey’ri y la sangre de su amada, un estoque mágico que atrapara su amor. Es por eso que dicen que solo una mujer de sangre elfica y corazón puro puede blandir el arma, solo con ella el encantamiento se romperá.

- ¿Qué encantamiento?

- El que impide que el estoque muestre su verdadero poder. Tormenta Manoargentea era la amante de Maxam…

- Si… pude deducirlo por cómo se hablaban pero… el Baalor acabó con ambos.

- No… Tormenta sigue viva… pero no sé dónde está.

- ¿Cómo lo sabes?

- Porque estuve con ella en el castillo cuando fue destruido por los arpistas.

- Ya veo… ¿debo deducir entonces que los rumores son ciertos? – Damián no respondió a eso, se limitó a mirar hacia otro lado. Sabía perfectamente a qué se refería la elfa.

- Aluriel, ese estoque es peligroso, no deberías quedártelo. Siento habértelo dado pero llevo tanto tiempo buscando respuestas que fue la única salida que vi…

- ¿Peligroso?

- Te llevó cincuenta años atrás…

- Si pero… también me trajo de vuelta… tú me lo diste porque buscabas respuestas, quizá sea esto lo que andabas buscando.

- ¿En qué piensas?

- ¿Dónde estaba ese castillo?

- En Bosque alto… al sur… pero nadi se acerca allí a varias millas a la redonda.

- ¿Por qué?

- Porque aún siguen apareciendo criaturas demoníacas.

- Pero quizá allí haya respuestas. Si encontrase el lugar dónde el Baalor nos atacó.

- ¡No Aluriel! Por favor, no pienso permitir que te suceda algo por mi culpa.

- ¡Venga ya! – la elfa rió – Si en el fondo estás deseando que vaya y que tenga razón y pase algo.

- No tengo ningún deseo de que mueras estúpidamente Aluriel…

- No voy a morir, solo investigar.

- Te digo que no, ¡olvídalo! ¡Ese estoque está mejor enterrado!


La discusión fue corta aunque intensa, Aluriel al final accedió en no buscar el castillo, pero hubo un brillo en los ojos de Damián que reflejó su disgusto ante aquella “victoria”.

Largas horas habían estado ambos hablando, tantas que a la elfa no le sorprendió ver la figura de Connor aparecer a lo lejos, con el ceño fruncido y mirada de pocos amigos.

Damián alzó ambas manos y gritó teatral.

- ¡No la he tocado! ¡Lo juro! ¡Fue ella quién me besó! – la joven arcana puso los ojos en blanco, al fin y al cabo, Damián tenía un papel que representar.

- Tienes suerte de que confíe en ella – el herrero sonó siniestro.

- Bueno bueno, no digo que el beso no me gustara…

- Damián, ¿no tenías cosas que hacer?

- ¿Eh? Aaaaah, siiiiii, claaaaaaro – le guiñó un ojo a la elfa y ella suspiró – Claro claro, voy a hacer esas cosas que tu sabes en ese sitio y a esa hora – volvió a guiñarle el ojo.


La joven guardiana meneó la cabeza y se alejó del elfo tirando de Connor, intentando así que el herrero sacase a relucir su guadaña, rebanando algún pescuezo arpista.


Caminaron juntos hacia las habitaciones de la Flecha del Destino mientras Aluriel le relataba todo lo hablado con el Trovador. Connor se mostró preocupado en todo momento, seguía sin gustarle un ápice todo aquello.



Las horas fueron pasando y Aluriel fue incapaz de sacar de la cabeza todas y cada una de las palabras de Damián. ¿Un estoque hecho por amor? ¿Un encantamiento de poder? ¿Viajes en el tiempo? Si el mejor de los arcanos podría conseguir algo así…


El pelo de Connor se enredaba en sus dedos mientras le acariciaba y escuchaba su respiración pausada. Sentirle dormir era un placer inexplicable, nunca comprendería cómo podían perder la conciencia de esa forma.

Miró al techo y suspiró largamente, dibujando líneas inexistentes en el aire, trazando el camino en el bosque, la grieta en aquella pared, cualquier detalle que recordase para volver a llegar y saber a ciencia cierta que era el lugar indicado. Y entre tanto trazado, entre aquel mapa mental que estaba construyendo, una frase salió sola de sus labios. Una frase que nunca había escuchado pero que ahora no dejaba de golpear su mente.


- De un pasado cercano… de un exilio olvidado… ella volverá…

viernes, 30 de julio de 2010

II. La Quimera



LA QUIMERA


Quimeras, no más que ilusiones creadas por alguien, al igual que los sueños. No obstante, esa fue tan real…

Ambas estábamos frente a su tumba, la tumba de esa fémina fallecida por a saber qué acontecimientos; pero la conversación se convirtió en banalidades sin sentido cuando a nuestro alrededor zumbaron aquellas luces de colores y junto a ellas nuestros cuerpos se elevaron para zambullirse en una extraña oscuridad. ¿Provenían de ese extraño estoque?

Se dice que los sueños te pueden trasportar a lugares inimaginables; pero de ahí a encontrarnos encerradas en las celdas del Castillo Puerta de Infierno, destruido hacia más de cincuenta años sin haber conocido tal lugar, eso sí era sumamente extraño.

Ambas gritamos nuestros nombres, intentando averiguar dónde estaba la otra, si estaba bien o si estaba en peligro. Llegamos a la conclusión de que sólo estábamos recluidas en a saber qué lugar. Nuestras armas seguían en sus respectivos lugares, las danzarinas luces seguían alrededor de nosotras sin dejar de iluminarnos y tras las rejas seres demoníacos nos esperaban.

No comprendía que ocurría, tras las verjas se veía batallar a una pareja humana, el varón portaba una armadura de cuero marrón; mientras que la fémina portaba una armadura azulada que no me hacían recordar a ninguna de las conocidas. Pronto se acercaron y nos salvaron de esas jaulas, por orden de esa mujer. El varón se había presentado como Maxam, cuando la Guardiana preguntó por quienes eran; y la fémina de blanquecinos cabellos se limitó a forzar a golpes mis rejas para dejarme salir.

Por supuesto que era extraño, habíamos llegado a un lugar desconocido, rodeadas por esas luces extrañas y no dejaban de aparecer criaturas extrañas intentando acabar con la vida de los cuatro.

- Salgamos de aquí antes de que el Baalor nos alcance. - había dicho la humana.

Baalor, criatura proveniente de los mismísimos infiernos… empezaba a comprender el nombre de ese lugar…

Las flechas silbaban hasta quedar silenciadas por el golpe en su objetivo, los filos sangraban al hacer perecer a los atacantes; pero Aluriel y yo seguíamos sin comprender. Esos dos humanos seguían sin ver esas extrañas luces que nos rodeaban y que la Guardiana intentaba deshacer en vano. Nos habíamos percatado de que ellos no tenían tal magia rodeándolos, ¿era un conjuro ilusorio?

Anduvimos por os pasillos de ese castillo, buscando la salida, enfrentándonos son éxito a toda criatura que nos atacara, fuese espectros extraños, súcubos, arañas… u osgos.

¿Quiénes sois? Esa pregunta se formuló varias veces, tanto por la Guardiana como por mí, y la única respuesta que hallamos es la de una fémina humana silenciosa. Quizás deberíamos saber quien era… pero a mi mente no vino ninguna respuesta.
Aluriel habló por fin tras abatir a otro infernal. Debíamos proseguir, hallar una salida. La entrada principal no parecía que fuera a ceder a los intentos de apertura y los infernales no hacían más que atacarnos.

La fémina de plateados cabellos había comentado algo sobre unas salidas en los muros de la fortaleza, hechos con anterioridad por los gnomos. Dudaba que esas salidas hubieran sido cerradas en tan poco tiempo. Pero el tiempo era relativo… gnomos, castillos infernales, luces rodeándonos, ¿qué estaba ocurriendo?

La Guardiana había encontrado una de esas salidas cuando ambos humanos volvían corriendo gritando “Atrás”, un infernal de gran tamaño les perseguía pero es que eso no se acababa nunca… combatimos como mejor pudimos para acabar con ese vil ser hasta que éste cayó muerto a nuestros pies.

Debíamos apurarnos, corrimos hasta esa salida para aparecer en un extraño bosque que no reconocía. ¿Dónde diablos estábamos? Aluriel incendió varios de los enemigos que nos rodeaban; yo reclamé a los relámpagos que nos ayudaran acabando así con sus vidas. Pero algo extraño sucedía, un temblor sacudió nuestros cuerpos, los humanos acababan de salir de agujero cuando gritaron “Corred!”

Tal vez debimos hacerles caso pero no lo hicimos, ambas elfas mantuvimos las posiciones hasta que esa criatura nos alcanzó. Un ser gigantesco con alas en llamas, cuyos ojos rojos no hacían más que desear correr. “Moriréis”, dijo… y el vértice que nos rodeó hizo que la oscuridad volviera a reinar en mí.

******

Cuando volví a abrir los ojos la tumba volvía a estar a nuestro lado, las luces habían desaparecido y ambas nos encontrábamos tendidas sobre la hierba. ¿Había sido sólo un sueño?

Aluriel mi miraba alterada; yo estaba confusa, extraña, lo único que podía ver al cerrar mis ojos eran los rojizos ojos de ese ser escrutándome con ansias de muerte. Todo había sido demasiado real y hubiera jurado que ese ser había acabado con mi propia vida…

- Rael, el nombre de ese castillo… Puerta de Infierno, pereció hace más de cincuenta años. – la rubia elfa miraba el estoque del que habían salido esas chispas.
- No me gusta ese estoque, no deberías llevarlo contigo… - contesté dubitativa. - ¿Te había ocurrido antes algo como esto?

La Guardiana se limitó a negar en silencio, aun mirando ese estoque.

Según me había comentado con anterioridad ese estoque había aparecido sin más en la sede con una nota a su nombre. Habían viajado hasta Argluna, por alguna razón, y el herrero le había dado indicaciones sobre el elfo Astarte. Damián, el elfo que había dejado la compañía hacia ya meses… ¿qué deseaba ese elfo de Aluriel?

Le recomendé no llevar consigo el estoque pero esa decisión no era más que de ella misma. Por ahora, sólo debía encontrar a ese bardo y hallar respuestas a ese inexplicable sueño.

Pronto partirían a Sundabar en su busca.


//By Rael ^_^

miércoles, 14 de julio de 2010

I. El Regalo



Noche cerrada se cernía sobre la Flecha del Destino cuando Aluriel abría las puertas de la zona común de la compañía, dando paso al joven Drazharm para mantener lo que, sin duda alguna, iba a ser una conversación curiosa.


Poco importantes fueron los detalles de la misma una vez concluida, pues se había llegado a todos los objetivos marcados. Conocer al humano, valorarle y dar su visto bueno (aunque en el fondo su opinión poco peso tenía).


Un leve destello captado de reojo fue lo único que la sacó de sus pensamientos. La paranoia la golpeó con fuerza y, mientras su preciado gnomo susurraba la ayuda de la Urdimbre, ella descolgó su arco en un grácil movimiento, buscando con la mirada alguna sombra, alguna figura… algo. Solo obtuvo silencio y ni uno solo de los objetos allí presentes se movió lo más mínimo. El fuego crepitó y de nuevo el destello llegó a sus ojos.


Algo había en la mesilla frente a la chimenea.


Tanto ella como el pequeño arcano se acercaron curiosos a observar el objeto envuelto. Tan solo una empuñadura sobresalía y por la forma, alargada y estilizada, los dos juraron que sería un arma, alguna clase de espada. Sobre el envoltorio descansaba un sobre cerrado, sin remite ni remitente.


Tuii le pasó el sobre a la guardiana, que lo abrió con curiosidad, realmente extrañada. Un único papel yacía en su interior, con una única palabra: “Aluriel”

- ¿Qué pone, qué pone? – la elfa le pasó el sobre al gnomo y tomó con cuidado el arma - ¡Vaaaya! ¿Es para ti? ¡Ábrelo a ver que es, aunque por la forma yo digo que es un espada, sí, sí!


Entre sus dedos se deslizaron las cuerdas que ataban el extraño regalo, retiró la tela que lo envolvía con perfección y dejó a la vista un preciado estoque que brillaba elegante.


Empuñadura de marfil, cuyo filo parecía traslúcido, acuoso, dejando pasar la luz. Las guardas eran finos hilos trenzados del mismo extraño material, sólido al tacto pero falto de consistencia a la vista.

En el pomo de la empuñadura había grabada, en plata mágica, una pequeña mano.


- ¿Qué chulo no?¿Quién te lo manda?

- Pues no lo pone…

- ¡Corre Alu!¡Empúñalo a ver qué tal te ves con él! – la elfa lo tomó con sumo cuidado y lo empuñó moviéndolo con destreza, realizando leves movimientos con él. Tuii sonrió emocionado.

- Ya veo ya, el único que usa estoques por aquí es Göyth, sí, sí – Aluriel se puso algo pálida y miró al gnomo sorprendida – Seguro que te lo ha mandado él.

- No… no creo, no es su letra la del papel.

- ¿Y de quién es?

- No lo sé, no la reconozco.

- Bueno, ¡quizá es la letra del herrero al que le encargó hacer el estoque para regalártelo a ti!


La joven guardiana sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. No, aquello no era posible. El maestro de estoques no se tomaría tantas molestias… si quisiera darle algo, lo haría directamente (como había hecho con el anillo), no enviándole una nota sin siquiera decir que provenía de él.


Recordó la última conversación que tuvieron, mientras se dirigían a Argluna en un viaje solo necesario para el elfo pelirrojo y que aun y así había pedido la compañía de ella. Recordó el placer de volver a escucharle pronunciar su nombre e incluso el intento extraño de “broma” que le pareció captar en El Roble Dorado. Recordó la sensación, por primera vez en mucho tiempo, de volver a sentirle cercano.


- No Tuii… dudo mucho que sea un regalo de Göyth – volvió a colocar el estoque sobre la tela que lo envolvía.

- Mmmm… esta marca en la empuñadura… creo que he visto algo parecido en Argluna, esta manufactura es muy delicada…

- ¿Ar… Argluna? – le tembló un poco el pulso. Era imposible, a pesar de que todo comenzaba a apuntar que así era… - Em… la última vez que ví a Göyth fue allí…

- ¡Ajá! ¿Ves cómo es un regalo suyo?

- ¿Un regalo de quien? – tan inmersos en el estoque, no se habían percatado de la presencia del herrero de la compañía. Connor se acercó a ambos observándolos, desviando la vista hacia el extraño estoque.

- Alguien le ha regalado eso a Alu.

- Vaya, ¿puedo verlo? – la elfa le tendió el estoque al humano y le observó mientras lo analizaba con detalle – Es un buen estoque. ¿Quién te lo manda?

- No lo sé, solo había un sobre con mi nombre escrito en el interior. Tuii estaba comentándome que la marca de la empuñadura le hace pensar en Argluna – el herrero entrecerró los ojos mirándola, quizá había escuchado más conversación de lo que Aluriel y Tuii sabían y la omisión de las dudas sobre Göyth no pareció hacerle gracia.

- ¡Yo digo que vayamos a Argluna!¡Vayamos, vayamos! – el gnomo rebuscó entre sus cosas y sacó un pequeño pergamino verdoso que desenrolló con cuidado.

- Bueno, supongo que podríamos preguntar al herrero de la ciudad…

- ¡A Sundabar!


El portal que apareció al leer el pergamino los condujo directamente a la ciudad de piedra, de allí, rumbo al oeste atravesaron el río Cursograna, pasaron por la Hondanada de Auvan, cruzaron el Paso de Argluna, descansaron unas horas en la villa de Khelb y por fin llegaron a las grandes puertas de la ciudad de plata.


Muchos eran los mercaderes que correteaban por sus calles, muchas las conversaciones y muchas las miradas indiscretas que los seguían. Pero a ellos solo les importaba encontrar al herrero de la ciudad, aquel que, quizá, les echaría una mano con el misterioso estoque que reposaba ahora tranquilo atado a la cintura de la joven arquera.

- ¡Las mejores armaduras! ¡Espadas de la mejor calidad! ¡Nunca han encontrado un escudo tan resistente! ¡¡Vengan amigos, todo a precio de fabricante!!

- ¡Oh! ¡¡¡El collar que andaba buscando!!!! – casi pudieron ver cómo el gnomo se abalanzaba contra una de las casetas a coger un collar brillante, el último que quedaba en la tienda.


Aluriel y Connor se acercaron al herrero del mercado, mientras el gnomo contaba la exagerada suma de dinero que le pedían por el amuleto.

- Buena luna, caballero.

- ¡Buena luna, buena luna! ¿Qué desean? ¿Una bonita guadaña? ¿Un escudo indestructible?

- Pues… lo cierto es que no venimos a comprar… - Connor meneó la cabeza sutilmente, desaprobando el comentario de la elfa. No era lo más apropiado para llamar la atención del mercader.

- ¿Entonces qué queréis?

- Lamento molestarle, sé que debe estar ocupado, pero me preguntaba si sabríais de alguien en la ciudad que hubiese podido forjar este estoque – desató el arma y la mostró al herrero, que la miró con curiosidad durante unos segundos, negando.

- Desde luego yo no he sido – señaló la empuñadura –. Ese símbolo refleja a las Siete hermanas, y el grabado en plata magica es algo que solo un experto joyero podría hacer.

- Entonces no sabéis quién ha podido forjarlo… - el mercader negó.

- No, pero sí recuerdo algo. Hace poco vino un elfo con un estoque igual – la elfa sintió por un segundo que se le paraba el corazón.

- ¿Un elfo? ¡Oh! ¿Pelirrojo? – el gnomo se movió inquieto sonriente.

- Rubio creo.

- ¿Seguro que no era pelirrojo? – el mercader miró al arcano y entrecerró los ojos.

- ¡Yo que sé! ¡Rubio o pelirrojo, tanto da! – Aluriel pensó que no daba igual, para ella era un detalle importante, aunque prefirió no decir nada – ¡Ah sí! Vestía de rojo.


Esta vez se le paró el corazón… pero fue por el disgusto. Por alguna razón lo supo, solo con escuchar aquellas palabras lo supo. Un elfo rubio vestido de rojo… había algo oculto en aquella frase que le gritaba un nombre… un maldito nombre que debería usar… un elfo malnacido que debería ver… Damián Astarte.

- Comprendo… ¿un elfo rubio, vestido de rojo, con capa y mucha labia?

- ¡Oiga señorita! ¡Yo no soy de esos! – Aluriel suspiró dándose por respondida - ¿Van a comprar algo o no?

- ¡Clavas! ¡¡Necesito clavas!! – Tuii alzó la mano nervioso mirando insistente al mercader, el cual sonrió ampliamente al comprobar que por fin iban a tratar algo de interés para él.


Aluriel se alejó murmurando maldiciones en élfico mientras Connor la seguía y la sujetaba con cariño del brazo.

- ¿Estás bien? – ella apoyó la frente en su peño y suspiró.

- De entre todos los elfos que existen en Faerun… ¿por qué él?

- ¿Sabes de quién habla?

- Tengo una ligera idea… por alguna razón la imagen de Astarte me ha golpeado con fuerza…

- ¿El elfo manco? – Aluriel asintió y él le acarició la mejilla sonriendo.

- ¿Bueno qué? ¿He oído “Astarte”? Uy uy – los miró y rió por lo bajo – Pues nada, pues nada, habrá que buscarle. ¡Pero antes! ¿Un descansito en la posada con un buen chocolate? ¿Sí?


Los tres se dirigieron al Roble Dorado, cada uno analizando la situación, cada uno inmerso en sus pensamientos. Un extraño estoque había llegado a manos de la joven guardiana. Un regalo sin remitente cuya identidad era un misterio. Y la única pista, la única persona a la que podía acudir, era el elfo al que ella más detestaba.



¿Coincidencia o destino?

Seguiremos soñando

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