lunes, 31 de mayo de 2010

Capitulo 11. La propuesta




- Concéntrate. Siente tu respiración, siente lo que te rodea. Concéntrate. Nota la urdimbre fluir por tus dedos, besar el contacto con la flecha, envolverla en un abrazo único e irrompible. Concéntrate. Y ahora, dispara.


Mis dedos se separaron con lentitud dejando libertad a la flecha tensada en el arco. Sentí como si el tiempo fuese más despacio, la escuché romper el mismísimo aire y quebrantar el silencio.


- ¡Hazlo!


Abrí los ojos con decisión clavando la mirada en la flecha mientras susurraba las palabras adecuadas que, horas antes, Dharion me había transmitido.

La flecha se quebró, sacudiéndose con violencia varias veces, dividiéndose en cuatro partes más, cada una de las cuales se clavó en distintas dianas repartidas por entre los árboles, mientras la original, la que yo había disparado en un principio, se clavó justo en el centro de la diana más escondida y camuflada.


Sentí la mano de Dharion sobre mi hombro y seguidamente en mi cabeza.

- Bien hecho muchacha. Aún tienes que practicar pero para ser la primera vez está más que aceptable – Le sonreí emocionada –. Se nota que estás hecha para esto.

- ¿Más que aceptable? – señalé la diana – ¡Es un blanco perfecto!

- No es tu puntería lo que estamos midiendo, chiquilla. Sino tu habilidad.

- Bueno, la dividí en cuatro. Eso son cuatro enemigos menos de una flecha.

- Cuando un ejército entero te rodee y lo único que tengas sea tu arco y un par de flechas, créeme que con cuatro divisiones no tendrás ni para empezar.

- Bueno, tampoco es como si pudiera dividirla en mil partes… - Dharion alzó una ceja clavando sus ojos en mí.

- Muchacha, no me hagas arrepentirme – Le miré sin entender.


Dharion sonrió con frialdad, descolgó su arco, un arco rojizo tallado en una madera que yo jamás había visto, seguramente lejos de estas tierras, con símbolos jeroglíficos de un color oscuro recorriéndolo dándole un toque misterioso y enigmático. Hasta dónde sabía, Dharion había pertenecido al ejército de Bosque Alto, sirviendo como arquero arcano prácticamente toda su vida, pero dudaba muchísimo que aquel arco lo hubieran confeccionado allí.


Sacó de mi carcaj una flecha, que tensó con una tranquilidad y elegancia envidiable y la disparó sin necesidad de concentrarse ni un solo segundo. Ni siquiera le vi despegar los labios y la flecha ya se estaba desmenuzando, convirtiéndose en decenas de flechas que impactaron en todas y cada una de las dianas que habían desperdigadas por los árboles que nos rodeaban, todas en el centro, todas con una perfección que dejaba mi disparo al nivel de las cloacas.


Dharion se giró hacia mí mientras colgaba su arco a la espalda, me palmeó el hombro y caminó con dificultad hacia uno de los árboles, donde reposaba con tranquilidad su bastón. Lo tomó entre sus manos y comenzó a caminar hacia la casa.

- Nunca digas que hay algo que un arquero arcano no puede hacer.


Suspiré mientras le veía alejarse una nueva lección aprendida por mi lengua larga. Miré las dianas, una por una, observando el blanco perfecto, y sonreí. Dharion era mayor, a pesar de ser elfo la vida comenzaba a escapársele, pero nunca perdería lo que le hacía ser el mejor. Fue, era y sería siempre, un arquero.

Solo entonces me di cuenta. El bello de todo mi cuerpo se electrificó, provocándome un escalofrío que duró un par de segundos. Mi corazón se detuvo un instante y tras eso, la adrenalina se disparó en mi cuerpo y sentí un hormigueo en las puntas de los dedos.

No hizo falta más aviso, cuando me di la vuelta lo vi, allí plantado a escasos metros de mí, clavando sus ojos azules en los míos, mirándome con total serenidad, cómo si nuestros encuentros fueran ya tan normales y predecibles que no había cavidad para la sorpresa.


A Edharae le sangraba el brazo, el líquido rojo carmesí le resbalaba hasta las puntas de los dedos, goteando suavemente sobre la hierba. Eso provocó en mí la repentina sensación de ventaja, pero él no desenvainó, tan solo me miró, quizá esperando que preguntase por su herida, quizá esperando que tensase mi arco… Con él nunca se sabía.


- Has mejorado – Entrecerré los ojos clavando mi mirada oscura en sus destellos azulados. Su voz estaba cansada, como si de pronto los años le hubieran pasado factura.

- Creo que no puedo decir lo mismo de ti.

- ¡Je! Princesa, aún te dejas engañar por las apariencias.

- ¿Qué quieres? – Edharae miró en dirección a la casa de Dharion.

- Nada. Solo venía a hacerle una visita a tu arquero.

- ¿Otro más que quieres quitar de en medio?

- Tranquila – volvió su mirada fría hacia mí –. Ya nos has dejado claro que eres bien capaz de devolvernos la jugada.


Apreté lo puños, sabía de sobra a qué se refería. Aquella pobre chiquilla que consiguió hacerme perder la cabeza y sumirme en un frenesí de sangre. Algo que solo una persona sabía… y lo único que vi en sus ojos al contárselo fue la decepción.


Sujeté con decisión la empuñadura de uno de los estoques al verle acercarse. Él no vaciló, por alguna razón yo sabía que no me haría nada y él que no desenvainaría.

Alzo la mano hasta tocar mi mejilla con las yemas de los dedos y se retiró la capucha con la mano ensangrentada.


Aquello me pilló por sorpresa.


Su pelo castaño le caía por los hombros y varios mechones invadieron su frente. No había ni una sola arruga en su rostro, aquel humano tendría al menos sesenta años y todo lo que mis ojos veían era un hombre de apenas treinta.


Me pasó el dorso de los dedos por la mejilla y sonrió.

- ¿Cuántos años han pasado, Ithiria?

- Veintiseis – Alzó las cejas sorprendido por recordarlo – ¿Te sorprende? Es difícil olvidar cuando asesinan a tu padre ante tus ojos.

- ¿Quieres vengarlo?

- No me provoques.

- También asesiné a tu madre.

- Basta – le ordené.

- Y a tu mentor.

- Basta – repetí.

- Y hace poco que he localizado a tu querido Dâniel – aparté su mano de mi rostro y decidí simplemente ignorarlo. Di dos pasos hacia la casa de Dharion, pasando por su lado sabiendo que me detendría justo en el mismo instante en que lo hizo.

- Por una vez en tu vida, Edharae – entrecerró los ojos, no le gustaba que pronunciasen su nombre - ¿Qué quieres?

- Ya lo sabes, hace mucho que lo sabes – se acercó hasta que sus labios rozaron mi cabello susurrando lo que nunca quise escuchar – Ven conmigo.


Le aparté y le miré furiosa. Él alzó ambos brazos dándome a entender lo sencilla que era la situación en la que nos encontrábamos.

- Te gustaría, créeme. Una vida eterna, más eterna que la que los elfos podéis tener. Una vida conmigo… para siempre.

- Una vida en la oscuridad, en un mundo de mentiras, engaños y traiciones.

- Princesa, el mundo en que tú vives ya es así. Solo que no quieres darte cuenta. Miras, pero no ves.

- No soy yo la que está ciega si alguna vez pensaste que aceptaría.

- ¡Oh princesa!, no lo he pensado. Lo sé – sonrió con arrogancia –. Lo he visto – Me aparté varios pasos de él y mi mano libre sujetó la otra empuñadura –. Llegará el momento, más pronto de lo que te imaginas, una noche sin luna, en que me buscarás. Todo lo que desearás en ese instante será encontrarme. Y esa noche, cuando tus preciosos ojos negros me miren… serás mía.


Desapareció ante mis ojos, dejando solo el vago recuerdo de su figura ante mí. ¿Qué lo había visto? Estaba más loco de lo que pensaba si creía de verdad que iba a creerme tal insensatez.

Solo había un motivo en esta vida por el que le buscase, solo uno. Y no era precisamente el de ser suya.



El grito aburrido de Dharion me devolvió a la realidad. Estaba allí, de pie junto a la casa, apoyado en el bastón cargando con quién sabe cuántos años, esperándome.

Suspiré y solté las empuñaduras de los estoques, devolviendo a mis nudillos su color natural pues lo habían perdido por la tensión con que sujetaba mis armas.


Corrí hacia el viejo arquero que me miraba con tanta impaciencia que si no hubiese sido un elfo con tanta educación seguramente me hubiese golpeado con el bastón por hacerle esperar tanto.

Se metió en la casa contento y comenzó, como tantas otras veces, a relatarme alguna historia de sus años en el ejército. Yo, antes de entrar, no pude evitar mirar hacia el bosque, hacia donde la figura de Edharae había estado inmóvil mirándome.

- Tarde o temprano… esto se va a tener que acabar…

- ¿Eh? ¿Dices algo muchacha?

- No Dharion, no.

- Pues entra ya ¡por Corellon!


martes, 25 de mayo de 2010

El corazón de un semiorco.


Noche cerrada se cernía sobre Nevesmortas y sus alrededores. Noche sin luna que solo podía significar una cosa: oscuridad. El viento golpeaba con respeto las copas de los árboles y el silencio era el único aliado de aquella figura que atravesaba con decisión el arenoso camino con un único destino: La Flecha del Destino.


Bien era conocida su fama por ser una excelente compañía artesanal, y sus puertas de abrían día y noche dejando entrar a sus artesanos, guardianes o alguna de sus preciadas sacerdotisas. Pero no sería ninguno de esos cargos el que atravesaría los portones aquella vez, sino un humilde mensajero portando entre sus manos un pequeño papel en dónde relucía inscrito: “Göyth”.

Consciente de su fama, pues bien era sabida por todo el mundo, el humano sujetó la carta entre los labios y comenzó a trepar por la inmensa escalera que subía hasta los Pináculos, y allí, después de recobrar el aliento, encontró como todos hacían siempre, mirando hacia el horizonte con sus manos reposadas en las empuñaduras de dos estoques perfectos, al veterano guardián.


Una leve mirada al escueto mensaje le bastó al elfo pelirrojo para encaminarse hacia la villa, consciente de que allí le esperaría el emisor del mensajero, mas sus pasos se vieron retrasados justo frente a la puerta por la llegada de otro guardián.

- Buena luna Göyth.

- Buena luna, Aluriel. ¿Alguna novedad?

- Ninguna desde anoche.

- Bien. Debo ir a Nevesmortas. Acompañadme si así lo deseáis.

- Claro.

La hermosa elfa le dedicó al guardián una sonrisa y estuvo a su lado durante el camino, ignorante de la carta recibida.


Ambos atravesaron las puertas de la villa y se dirigieron directamente a la plaza. Allí, sentado junto a la fuente, con el rostro descompuesto y signos visibles del resultado de una batalla cercana, se hallaba Gorfuk, el semiorco.

Göyth caminó hacia él aminorando el paso según se acercaba y clavó sus ojos rojizos en la figura del bárbaro.

- Recibí vuestro escueto mensaje. Decidme Gorfuk ¿qué asuntos queréis tratar conmigo?

- Si… debemos hablar.

- Tomemos algo en la taberna.


Los dos hombres caminaron seguidos por la guardiana, quien se situó tras el veterano guardián una vez tomaron asiento en la sala. No fue mucho el tiempo que estuvieron solos, pues Connor, miembro de la compañía artesanal, hizo acto de presencia, siendo invitado por sendos hombres a quedarse en la conversación debido a su participación en lo que, muy pesadamente, el semiorco iba a contar.

- Bien, contadme entonces, Gorfuk.

- Si… - hizo una larga pausa ordenando sus pensamientos y tomó aire – La otra luna fui con algunos miembros de tu tribu, atravesamos el bosque y sufrimos un ataque. Nuestros asaltantes fueron los Zhentarim, y Ny… - el bárbaro tomó aliento, sin duda alguna le costaba pronunciar ese nombre. Un nombre con tanto significado para él que el ser incapaz de decirlo aún le producía más dolor –… Nyx… estaba con ellos.


Cualquiera que se fijase un poco podría vislumbrar las moraduras que recorrían el cuerpo del semiorco, signos más que evidentes de la batalla que habría librado y que sus palabras tan poco habían mencionado.


Alguien irrumpió en la sala, uno de los centinelas de la Flecha del Destino se acercó nervioso y le tendió una carta al pelirrojo guardián, quien la tomó en un rápido y elegante movimiento, leyéndola en escasos segundos.

- Aluriel – ordenó.

- ¿Si, Göyth?

- Delego en vos esta conversación – dirigió la mirada hacia el semiorco – Me temo que es precisa mi presencia en la sede. Disculpadme y seguid con Aluriel.


Gorfuk siguió con la mirada al oscuro guardián, mientras este se perdía entre la gente de la taberna y Aluriel ocupaba su lugar, mirándole fijamente dedicándole una sonrisa.

- Seguid Gorfuk – el semiorco asintió mientras miraba de reojo la figura del caballero Khay acercándose hacia ellos, seguramente al ser los únicos conocidos en la sala esa noche.

- Buena luna a todos.

- Caballero Khay – saludaron todos.

- ¿Deseáis que el caballero Khay escuche vuestras palabras, Gorfuk?

- Si… si.

- Bien, proseguid entonces. Sir Khay, tomad asiento.

- Durante el ataque, me defendí como pude de ellos, incluso di muerte a uno – sonrió recordando aquel combate –. Nyx atacó a los que venían conmigo, a todos menos a mí. Una fugaz mirada suya me bastó para comprender que no me haría daño y… se lo agradecí.

- Quizá te necesite para algo, Gorfuk – intervino el capitán de la orden de caballeros –. Te aconsejo como amigo que no lo hagas, que no te acerques a ella; y como capitán de la guardia de la orden, te advierto que si se te ve con ella o tramando planes, estarás en una mala situación. Ve con pies de plomo, amigo mío, no te vuelva a pasar lo que te pasó por culpa de una falsa leyenda y rumores absurdos.


Cierto. No era la primera vez que aquella mole bárbara se veía envuelta en un entramado de profecías, habladurías y suposiciones. Sin embargo aquella vez era distinto, un lazo de amistad eterna unía a ese hombre y a la prófuga, y la duda, el dolor y el miedo por perderla se veía reflejado en su rostro.


La joven guardiana alzó una mano hacia el capitán pidiéndole, con educación, que guardase silencio mientras el semiorco relataba lo sucedido, instando segundos después al narrador que siguiese su historia.

- El problema vino después. Damián Astarte vino para matarme – el silencio se apoderó de los presentes –. Al ver que Nyx no me atacaba pensó que era colaborador suyo – deslizó con cuidado la hombrera izquierda del sitio mostrando a sus acompañantes varias heridas hechas sin duda por certeras estocadas a manos del famoso trovador –. Tras un largo e igualado combate, nos retiramos al ver nuestras fuerzas empatadas.

- ¿No os dijo nada? ¿Os atacó sin más? – no había emoción alguna en las palabras de la guardiana, quienes bien la conocían sabían de su poco aprecio por Damián.

- Si… sin más. Solo pidió “explicaciones” tras casi matarme. Conversamos y trató de convencerme para que me entregase…

- Gorfuk… – la guardiana desvió la mirada hacia Connor, el artesano perteneciente a su compañía rompía su silencio en toda la conversación – hay que reconocer que tu comportamiento antes del ataque Zhent era algo extraño. No te estoy acusando de nada, que conste, sabes que confío en ti.

- De todos modos, no tenía derecho a tratar de matarme ¡A mí!... Por mis ancestros… Nyx es mi amiga, pero no apruebo cómo actuó en el bosque… ¿es tan difícil de comprender? ¡Demonios! El maldito Damián trató de convencerme de que había hecho algo malo ¡Já! Elfo enclenque…


Todos intercambiaron miradas, algunos buscando la complicidad entre ellos, otros organizando sus ideas.

- Solo pido que no me den a elegir entre la villa y mi amiga… porque no podré elegir… Ella tiene motivos para atacar… no los comparto, pero puedo entenderlos…

- ¿Los entendéis? – el capitán de la orden de caballeros abrió considerablemente los ojos dirigiendo una mirada sorprendida al bárbaro. No podía creerse aquella declaración.

- Si Khay, han generado en ella un profundo odio hacia todos… es comprensible después de haberla encerrado como a un sucio animal.

- Creo que no es plausible entender por qué se asesina a sangre fría. Todo aquel que espera un juicio debe aguardar encerrado, es una de las consecuencias, Gorfuk – El capitán fue cortante en sus palabras que apenas hicieron mella en el semiorco.

- Tú no estuviste en el desierto, así que no sabes qué pasó realmente. De todas formas, no voy a discutir eso ahora – Dirigió de nuevo la mirada hacia Aluriel –. Damián me convenció de que no pasaría nada, que entendía mi situación… y cuando estábamos cruzando el bosque de Nevesmortas ¡Me atacaron todos por la espalda! Hart, Malakai, una gnoma y Damián… ese bardo asqueroso…


El silencio volvió a hacer acto de presencia, era difícil asimilar el relato con tales revelaciones y los tres interlocutores se quedaron sin palabras, ninguno supo qué decir, incrédulos. La joven guardiana clavó sus ojos negros en el bárbaro pidiéndole que prosiguiera, consciente de que no había terminado ahí el asunto.

- Me arrastraron a la ciudad y, por lo que supe después, Damián les convenció, esa vil sanguijuela lo hizo, de que me entregasen a la Guardia. Y luego tuvo el descaro de decirme, mientras me tenían atado como a una bestia, que era por mi bien… Y lo peor no es eso… Tuii, el gnomo mago o hechicero… ¡o lo que sea! Desapareció…

- ¿Y no ha vuelto a aparecer aún?

- ¿Desapareció? Bueno, si es arcano, se haría invisible.

- No… - el bárbaro negó apesadumbrado – seguramente Nyx y los Zhentarim se lo llevaron.

- Esperad… - la guardiana se irguió mirando fijamente al semiorco - ¿me estáis diciendo que Tuii está capturado?

- Si Aluriel… Hart buscó huellas, aún invisible hubiera encontrado algo, pero no dio con nada, simplemente el gnomo se esfumó.


En el rostro de la elfa se reflejó la extrema preocupación. No era la primera vez que Tuii era atacado por la prófuga… ella era guardiana y era su responsabilidad la protección de los artesanos… debía encontrar al gnomo chocolatero como fuese.

- Damián me entregó porque quiere sonsacarme información de Nyx para averiguar dónde está Tuii – sentenció el semiorco.

- Pero esa información, entiendo que no la tienes ¿no? – Gorfuk miró a Connor, agradecido por sus palabras suspirando al comprobar que por fin alguien le entendía.

- No tengo ni idea de qué quiere de mí ese maldito bardo… Pero lo que tengo claro es que si algún día lo cojo por sorpresa…

- Calmaos Gorfuk – pidió la guardiana mientras Connor le dirigía un gesto tranquilizador.

- No le toques – Khay alzó una mano hacia él –. No le toques un pelo, Gorfuk. No te conviene.

- ¿Conviene? Normalmente dirías “no seas violento” pero has dicho “convenir”… como si tú también tuvieses algo contra él…

- Las impresiones que cada uno tenga sobre Astarte no es el tema a tratar ahora – sentenció la guardiana dirigiendo de nuevo la conversación hacia el tema principal –. Veamos si lo he entendido.

“Os atacaron los Zhents. La hechicera atacó a todos menos a vos, acto que Astarte interpretó como que estabais aliado con ella. Os atacaron a traición en el viaje de regreso tras descubrir que Tuii había desaparecido, os apresaron y ahora estáis aquí bajo vigilancia”


Todos miraron a dos guardias firmes junto a la puerta de la taberna, que clavaban sus ojos casi sin pestañear controlando en todo momento al semiorco.

- Si, sería un buen resumen de lo sucedido – el bárbaro se llevó una mano al hombro izquierdo, aún dolorido por las estocadas del trovador –. Aluriel… es importante que el guardián lo sepa. Necesito – hizo especial hincapié en aquella palabra – que lo sepa, esta versión… la real… no la del bardo.

- Descuidad Gorfuk, Göyth será informado de todo cuanto me habéis contado.

- Solo deseo que el elfo confíen mí, aunque antaño tuviésemos nuestras diferencias, sé que es un elfo de honor.

- Lo es.


La guardiana abandonó la estancia dirigiéndose hacia la compañía, organizando en su cabeza todo lo hablado y el mejor modo de comunicárselo al veterano guardián.


En la taberna, mientras ella caminaba en silencio hacia la Flecha del Destino, los tres hombres se quedaron conversando, buscando la mejor forma de rescatar al gnomo.

- Hay que tratar de seguir el rastro, desde el lugar del ataque, hacia donde se vea. Pero hay que hacerlo rápido, antes de que las huellas se borren.

- Me temo, Khay, que si Hart no encontró huella alguna, no habrá ya donde buscarlas.

- Mal asunto, entonces…


Fueron varias las horas que el caballero Khay y el artesano Connor estuvieron divagando sobre posibles planes de rescate, pero durante aquella conversación, los pensamientos de bárbaro estaban muy lejos, en otros tiempos, cuando caminaba sonriente junto a la hechicera y descubrían aventuras ahora ya olvidadas.


Nyx Requiem, asesina, traidora, prófuga y quizá una de las pocas personas a las que más apreciaba el semiorco. Su rostro, si lo miraban quienes le conocían, reflejaba la batalla épica que el bárbaro estaba librando en su interior.


¿La villa o la hechicera?





¿El sentido común… o el corazón?

sábado, 15 de mayo de 2010

Conciencia.




¿Dónde fueron las sonrisas al amanecer? ¿Dónde fueron las ganas de seguir? ¿Dónde fue la alegría que te mantenía en pie? ¿Dónde fueron aquellas cosas que te hacían feliz?

Mírate una vez más e intenta descubrir que falló, cómo has llegado a dónde estás, en qué momento decidiste estar sola, siempre sola. En qué momento dejaste de vivir el presente y empezaste a imaginar un futuro que sabías que nunca conseguirías. En qué momento te volviste tan… triste. Siempre dispuesta para los demás, siempre perfecta para los demás, y tú siempre tan sola, rodeada de miles, pero sola.
Demasiado buena… demasiado idealista, tanto que te sacrificas tú misma para poder ver sonreír a los de tu lado. ¿A quién le diste tus fuerzas? ¿A quién le diste tu alegría, tus sueños…?
Lloras cada noche deseando una vida que no alcanzaras y olvidas luchar por la tuya… lloras porque no tienes fuerzas para seguir luchando, lloras porque no sabes de donde sacarlas, lloras porque te sientes vencida, lloras porque sabes todas estas cosas y no reaccionas.

El tiempo pasa, todos siguen adelante y tú te quedas atrás, cada vez más lejos, sentada en el suelo sonriente despidiendo cada vez a uno distinto, viéndoles alejarse para siempre, sonriente.
Dentro tuya ya no hay nada, solo un vacío que tú misma te has creado donde te escondes todos los días para no ver la realidad… las cosas son más fáciles allí.

Tonta, ¿qué consigues haciendo esto? Sólo darte lástima a ti misma. Nadie va a luchar por ti, nadie va a vivir tu vida. ¿Es esta la vida que quieres? No digas que sí como una idiota, no digas que sí como si nada te importara.
Y en el fondo eso crees de verdad, que ya nada te importa, porque te sientes tan vacía que no le ves sentido a nada. Te pasarías el día metida en la cama tapada hasta la cabeza dejando que los días pasaran, y día tras día, tu vida entera.
¿Qué sentido tiene una vida así? Sin ilusiones, sin esperanzas, sin ganas de nada… sin fuerzas. ¿Quién te las quitó? En el fondo lo sabes, fuiste tú misma. Te arrancaste las ganas de seguir ¿y por qué? Quizá porque estar triste es más fácil, quizá porque estar sola es más fácil… y aún y así, ¿quién te ha dado la espalda? Nadie… y no te lo mereces.

Egoísta, eso es lo que eres. Todo el mundo intentando dártelo todo y tú solo pensando en ti misma. Te estás perdiendo a tus amigos, te estás perdiendo a tu familia, te estás perdiendo tu propia vida, y todo por no ser valiente y luchar por ti. Qué triste es darse cuenta de las cosas, que triste es mirarte hace unos años y mirarte ahora.

Eso, llora, al fin y al cabo es lo único que sabes hacer, lamentarte de ti misma y hundirte aún más en una mierda que tú has creado.
¿Y lo peor sabes qué es? Que seguirás llorando todas las noches, seguirás sonriendo falsamente por las mañanas, seguirás soñando cosas por las que no podrás luchar, seguirás viviendo en un mundo imaginario e inalcanzable. Y un día estarás sola, pero sola de verdad, y ya nadie estará ahí para dártelo todo, porque tú misma te habrás alejado de todos y cada uno de los que te querían.

Quizá entonces sea en ese momento cuando decidas escucharme, quizá entonces sea cuando te des cuenta que yo tenía razón, quizá entonces entiendas mi sufrimiento y las enormes ganas que he tenido de sacarte de dónde estabas. Quizá entonces entiendas todas las discusiones que hemos tenido y te des cuenta de que todo lo que he hecho ha sido por ti… por nosotras…

Pero ten en cuenta algo…




Quizá entonces, ya sea tarde.





//EDIT
A ver, que me está preguntando todo el mundo y quizá debí haberlo expecificado desde el principio. Este post es un escrito que encontré la otra noche perdido por mis carpetas del portatil. Sí, lo escribí hace un par de años porque así me sentía, pero ahora ya no.

Lo he puesto porque me gustó y me hizo ilusión colgarlo.
Ale, ale, gracias por preocuparos pero tranquilos ^_^

jueves, 13 de mayo de 2010

Capitulo 10. Mentor



Esa noche hubo luna llena. Quizá los astros fueron conscientes del luto de aquel día e incluso Selune quiso hacer su propio homenaje, quién sabe. Lo único que importaba era que la luna se alzaba más grande y más brillante que cualquiera de las noches anteriores que mis ojos habían podía disfrutar.


Los pináculos estaban solitarios… lo prefería. Mi pequeña oración debía ser privada y con el alboroto constante de la compañía era difícil encontrar un momento de soledad.


Me acerqué al saliente y me senté sobre la hierba húmeda, dejando que mis pies colgasen por el precipicio, sacando el pequeño laúd, cerrando los ojos y regalando al infinito una melodía improvisada, suave, triste y melancólica, impregnando los alrededores de la magia que surge al fusionar música y alma… dejando volar mi mente, buscando en lo más profundo de mi memoria, mi mejor recuerdo de él.


Lo que más me marcó de Ethan.


Lo que siempre llevaría conmigo.



- ¡¡Ithiria!!

Salí del agua a toda prisa mientras buscaba, desnuda, el lugar dónde había dejado mi ropa.

- ¡¡Ithiiiiiiiiiiria!!


La encontré justo a tiempo para taparme y dejar a Dâniel con la boca y los ojos abiertos, mientras el rojo se hacía dueño de sus mejillas y se giraba con violencia tapándose la cara.

- ¡¡Aaaaah! ¡Lo siento, lo siento, lo siento!

- Ya está, da igual.

- ¿Si?

- ¡¡NO TE GIRES!!!

- ¡¡Aaaaah! ¡Lo siento, lo siento!

- Humano idiota.

- Elfa engreída…


Lo golpeé con suavidad la cabeza cuando terminé de vestirme y ambos echamos a correr hacia la iglesia. La luna impregnaba aquella noche el horizonte, tan brillante y espléndida que iluminaba hasta el más oscuro rincón.


Apenas llevaba seis meses allí, junto a padre Ethan y el idiota de Dâniel, un aprendiz de sacerdote que vivía en aquella iglesia desde que era un niño. Cada día que pasaba los dos estudiábamos el dogma de la Dama de Plata, escuchábamos las palabras de Ethan, practicábamos su doctrina con las gentes del pueblo, aprendíamos historias y canciones… cada día era igual al anterior, pero aquella vida me llenaba, me sentía importante.


El vacío que mi padre había dejado lo llenaba ahora mi amada Selune y, a pesar de que me gustaba, padre Ethan pensaba que mi nombre estaba cargado de dolor y sufrimiento, por eso aquella noche iban a darme otro. Uno acorde a mis enseñanzas de ahora, uno, según padre Ethan, elegido por la mismísima luna.


Sabía cuál sería mi apellido, Lathaniel, al igual que era el de Dâniel. ¿El motivo? Padre Ethan nos contó que hace muchos años, un anciano siervo de la Dama Argéntea llegó a esas tierras y levantó esa misma iglesia allí, en medio de la nada, porque la luna iluminaba cada noche aquel claro vacío. Fue conocido por muchos durante largos años, el Sacerdote Lathaniel, así se llamaba. A su muerte, hubo un juramento. Todos y cada uno de los novicios llevarían su apellido, honrándolo así en las generaciones venideras, concediéndole la vida eterna impidiendo que su nombre cayese en el olvido.


Padre Ethan carecía de ese apellido porque llegó ya siendo un sacerdote experto, pero Dâniel y ahora yo, llevaríamos eternamente el apellido de aquel gran hombre que levantó la luz de la esperanza dónde los demás no fueron capaz de ver nada.


- ¡Espera, espera! – me giré justo antes de entrar en la iglesia y miré a Dâniel. Me arregló el pelo, me estiró la túnica por algunas zonas levemente arrugadas, me besó la nariz y abrió la gran puerta.

Ambos entramos despacio, recorriendo el largo pasillo de bancos que recorrían la sala, tan solo llena con la presencia de padre Ethan y cuatro sacerdotes más. Llegamos al final, Dâniel se sentó en uno de los bancos y yo permanecí en el centro, justo en medio de un aro de luz producido por el reflejo de la luz lunar en la cristalera superior.


Padre Ethan se acercó y me sonrió posando una mano sobre mi cabeza.

- Cierra los ojos, Ithiria.

Los cerré.


- Deja que todos aquellos sobre los que cae la luz de Selune sean bienvenidos, si así lo desean. La vida crece y mengua igual que lo hace la luna argéntea. Confía en el resplandor de Selune, y recuerda que todo el amor que vive bajo su luz recibirá su bendición. Vuélvete hacia la luna y ella será tu autentica guía. Promueve la aceptación y la tolerancia. Mira a todas las demás criaturas como iguales. Ayuda a tus compañeros selunitas como si fueran tus mejores amigos.


Permanecí inmóvil escuchando sus palabras, dejando que su voz penetrase en mi interior, recorriendo mi cuerpo, invadiéndome una sensación de paz y bienestar absoluto. Me sentí llena, me sentí querida y, realmente, sentí que volvía a nacer.


- Esta noche de luna llena, ante los ojos inmensos de nuestra señora y bajo la luz de su inagotable amor, entregamos una vida de fe. Dime, joven, ¿estás lista para dejar que su luz ilumine tu oscuridad, para que su amor vele por tus sueños y su sabiduría guíe tu camino?

- Estoy lista, padre Ethan – él sonrió, aunque obviamente yo eso no lo vi.

- Bien, entonces solo hay una cosa más que decir.


Escuché el ruido de los sacerdotes levantarse y la risilla nerviosa de Dâniel. Le odié por ello pues me contagió los nervios y tuve que controlarme para no saltar encima de padre Ethan, sacudirle y exigirle mi nombre.


Respiré hondo, concentrándome de nuevo y simplemente me limité a escuchar.

- Abre los ojos, Aluriel.





La música cesó en mis dedos y en los pináculos volvió a reinar el silencio. Miré la luna llena y sonreí inclinando con respeto la cabeza. Padre Ethan estaría ahora a su lado, quizá alguna de aquellas brillantes estrellas sería él, y allí viviría por toda la eternidad, observándome, aprobando muchas de mis decisiones y desaprobando otras muchas.


Colgué el laúd, cruza las manos tras la espalda y comencé a balancearme hacia delante y hacia detrás, ayudándome de las puntas de los pies.

Hacia delante y hacia detrás… hacia delante y hacia detrás.



Fue curioso descubrir que, a pesar del terrible dolor que sentí en ese momento, cuando sus ojos azules, fríos y oscuros me miraron con severidad, mientras de su mano salía despedido el medallón de Ethan, el único sentimiento que me recorría ahora era el de paz.


Seguiremos soñando

Seguiremos soñando

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